Mi alumna Favorita - Cap 1

Cap.1 ⸺Desastrosa
🌙
⸺꒰ა Advertencia al lector໒꒱
Esta obra está basada en los personajes del manga y anime Jujutsu Kaisen del autor original Gege Akutami. Si bien se ha hecho todo lo posible para mantener la esencia y personalidad de los personajes, se han realizado algunos ajustes en sus vestimentas para diferenciar esta historia del material original. Además, se incorporan personajes originales que desempeñan papeles clave dentro de la trama. La narrativa está dirigida a un público adulto femenino, con un enfoque que no sacrifica las emocionantes escenas de combate, las habilidades sobrenaturales ni la esencia única de la serie. Sin embargo, hay un giro importante: esta obra incluye comedia, alto contenido erótico y un nivel detallado de descripción que podría no ser adecuado para todos los lectores. Es una mezcla de acción, humor y momentos subidos de tono, por lo que se recomienda discreción antes de continuar. Los personajes de Jujutsu Kaisen utilizados en esta obra conservan parte de su esencia original, pero han sido adaptados para encajar en un universo alternativo creado para este fanfic. Si bien Satoru Gojo continúa siendo el hechicero más fuerte y maestro en el Colegio Técnico de Magia Metropolitana, aquí cuenta con 30 años y no ha sucumbido ante Sukuna. Esta historia transcurre en un mundo distinto, donde las circunstancias, edades y destinos de los personajes divergen de la trama oficial, y no todos los rostros conocidos de la obra original están presentes
El enfrentamiento.
Desde que el Colegio Metropolitano de Hechicería permitió expandir aún más el ingreso de nuevos estudiantes, jóvenes hechiceros de distintos puntos del país e incluso del extranjero comenzaron a formar parte de la institución. Muchos de ellos apenas estaban descubriendo sus habilidades y fueron asignados a diferentes grados, no dependiendo de su edad, sino de su capacidad para dominar su propia técnica.
Entre los ingresantes de primer año, había una chica que destacaba entre los demás. No solo por su talento, sino por su actitud desafiante. Era rebelde, escapándose a altas horas de la noche y desafiando constantemente la autoridad. No prestaba atención en clase y parecía no tomar en serio su entrenamiento. Para su desgracia, Gojo Satoru había sido asignado como su tutor personal, debido a que era el único que la podía controlar y ayudar cuando sus técnicas se salían de control.
Lamentablemente para Gojo la situación se estaba convirtiendo en una auténtica pesadilla para él. La chica tenía un potencial increíble, su actitud era indomable, era irresponsable y descuidada en el uso de sus habilidades. Como resultado, Gojo tenía que quedarse con ella después de clases para entrenarla personalmente, algo que consideraba un fastidio. Este era su quinto día de entrenamiento personal. Si bien desde hace varias semanas se le había asignado que debía presentarse si o si, no lo hacía, lo hacía cuando quería, en esta ocasión fue traída casi a la fuerza. —"Joder, esto es un fastidio" —murmuró Gojo, caminando por los pasillos con ambas manos en los bolsillos. Su mente revoloteaba entre la frustración y el cansancio. No importaba cuánto intentara guiarla, ella parecía disfrutar sacándolo de sus casillas. Aunque siempre mantenía su actitud despreocupada, aquella estudiante lograba desafiar su paciencia de una forma que nadie más lo hacía.
Sus pasos resonaban en la madera gastada del suelo cuando llegó al gimnasio. Con un movimiento brusco, abrió la puerta, su expresión reflejando un desagrado poco común en él. Sus ojos la encontraron de inmediato. En el medio del gimnasio, una silla y un escritorio, allí estaba ella sentada, recostada sobre el escritorio con aire indiferente. Su largo cabello rojo caía en cascada sobre sus hombros y parte de la mesa, con su mejilla apoyada sobre la madera. Sin inmutarse, alzó la mirada al notar su presencia, pero no dijo nada. Solo lo observó con una mezcla de aburrimiento y desafío. —"Bien, bien, ¿cómo estás, señorita?" —saludó Gojo con una sonrisa sarcástica, aunque sus palabras destilaban frustración. Caminó hacia ella con paso confiado, sus manos aún en los bolsillos, notó de inmediato su actitud indiferente, ya se había acostumbrado a ella, pero eso no significaba que le agradara.
—"A ver, a ti no te gusta estar aquí, y sinceramente, para mí esto es un suplicio. ¿Qué tal si hacemos esto rápido y así evitamos repetir esta escena una y otra vez?" La chica levantó la vista con una ceja arqueada. Sus labios se curvaron en una sonrisa ladina antes de responder: —"Como detesto que seas tú quien intente orientarme, eres el profesor más insoportable de todos. Vas por ahí creyéndose la reencarnación de Jesucristo, y detesto esa actitud altanera, no hay quién te soporte"
Gojo soltó una carcajada baja, entre divertido e incrédulo. Aquella alumna no tenía pelos en la lengua, y por algún motivo, eso lo irritaba y le divertía al mismo tiempo. Gojo jamás se callaba y respondía de forma sarcástica a sus palabras, todo el tiempo cuándo se enfrentaban verbalmente y sumando a eso, él era fuerte, el más fuerte de la actualidad, por ende, ella sabía muy en el fondo que quién tenía el control siempre, era él. —"Vaya, qué palabras tan duras para alguien que ni siquiera puede usar su técnica correctamente" —murmuró con una sonrisa burlona. La chica chasqueó la lengua, entrecerrando los ojos con fastidio. —"Si eres tan bueno, ¿por qué sigues perdiendo el tiempo conmigo y no mejor buscas a alguien más a quién molestar?" Gojo ladeó la cabeza, fingiendo pensarlo. —"Buena pregunta... Tal vez porque me divierte ver cómo te enojas cuando te das cuenta de que aún te falta mucho por aprender." La alumna apretó los puños. Su mandíbula se tensó, y la chispa desafiante en sus ojos ardió con más fuerza. —"¿Te divierte? Bien, entonces vamos a divertirnos de verdad" —Se puso de pie de golpe, encarando a su maestro con la espalda erguida y la mirada encendida. Gojo arqueó una ceja, intrigado. —"¿Eso es un reto?" —"Un combate de entrenamiento. Aquí. Ahora. Sin restricciones." La sonrisa de Gojo se ensanchó, expectante. —"Me gusta tu energía, pero no quiero que llores cuando pierdas." — "No voy a perder." Gojo suspiró de manera teatral y deslizó las manos fuera de sus bolsillos. —"Bueno, si insistes... Pero no me hago responsable si terminas dándote cuenta de que no eres tan fuerte como crees." No hubo aviso. No hubo vacilación.
La chica se impulsó hacia adelante con velocidad explosiva, su pie derecho perforando el suelo con la fuerza de su arranque. Un fuego negro, un aura que aumentaba la temperatura de su cuerpo y al rededor la rodeo como un abrazo, una extensión de aquella energía maldita que poseía. En menos de un parpadeo, ya estaba sobre él, su puño derecho trazando un arco veloz hacia su rostro. Gojo inclinó la cabeza a un lado con la naturalidad de quien esquiva una hoja cayendo. Ella no se detuvo. Apretó los dientes y giró sobre su eje, buscando su estómago con una patada ascendente. Él levantó un brazo con desgano, bloqueando el impacto con la facilidad de quien está inmune al peligro.
La alumna cayó en cuenta de lo obvio: no bastaba con la fuerza bruta. Retrocedió un paso, flexionando las piernas para ajustar su postura. Sus ojos analizaron cada movimiento de Gojo, buscando una apertura. El hechicero sonrió con descaro. —"Vamos, ¿eso es todo? Me prometiste diversión." La provocación prendió fuego a su orgullo. Se lanzó de nuevo. Sus golpes cortaban el aire con precisión feroz: un directo al rostro, un gancho al costado, un barrido a sus piernas. Gojo esquivó cada uno con una elegancia insultante, como si su cuerpo flotara en lugar de moverse. Entonces, la chica giró repentinamente sobre su talón, impulsándose con una técnica de refuerzo en sus extremidades. Su pierna subió en un giro relampagueante, buscando impactar con un golpe descendente cargado de poder. Gojo alzó una mano con calma y la detuvo en seco. Un escalofrío recorrió su espalda.
Su pierna... no podía moverse. Era como si hubiera chocado contra una barrera invisible, una fuerza inconmensurable que la inmovilizó por completo. Gojo la miró con un dejo de diversión en su rostro. —"No está mal... Pero sigues sin tocarme." Antes de que pudiera reaccionar, sintió una presión en su frente. Gojo había extendido un dedo, empujándola con tanta facilidad que perdió el equilibrio y trastabilló hacia atrás. Frustración. Humillación. Determinación.
La chica apretó los dientes y se estabilizó, fulminandolo con la mirada. Gojo sonrió con serenidad y volvió a meter las manos en los bolsillos. —"¿Seguimos o ya te diste cuenta de la diferencia?" Ella no respondió. No aún. Pero en su interior, una decisión ya había sido tomada. No iba a rendirse. La chica respiraba con pesadez, sus puños temblaban levemente. Estaba fastidiada. Si bien reconocía el enorme potencial de Gojo, admitirlo en voz alta era algo que jamás haría. Ella también era fuerte. No lo suficiente para hacerle frente, pero lo era. Su orgullo y su carácter rebelde no le permitían detenerse. Con los dientes apretados y la mirada encendida, se lanzó de nuevo. Gojo sonrió con una diversión mal disimulada. —"Vaya, tienes energía de sobra. ¿Seguro que no quieres sentarte a pensar una estrategia antes de seguir lanzándote de cabeza?" —"Cállate."
La muchacha canalizó su energía maldita con una violencia que parecía desgarrar el aire mismo. Su aura, densa como un cielo antes de la tormenta, se tornó negra y palpitante, haciendo vibrar el ambiente con una presión insoportable. El calor empezó a trepar de manera brutal: treinta grados... cuarenta... cincuenta... La atmósfera se espesó como un vapor de azufre, sofocante, irrespirable. Sus ojos, antes humanos, destellaron con un brillo antinatural, revelando la verdadera naturaleza de su don: fuego maldito, oscuro como el abismo, vivo como una bestia sin rienda. Aquel fuego no era calor común. No iluminaba, sino que devoraba. No ardía, sino que corroía. Brotaba en lenguas irregulares, como serpientes desquiciadas, extendiéndose en direcciones caóticas, desgarrando la realidad a su paso. Las luces del gimnasio titilaron, luego parpadearon en una agonía muda, como si la misma electricidad se negara a presenciar aquello. Gojo frunció el ceño, atento al cambio súbito en el ambiente. —"Interesante."
Entonces, sin advertencia, una oleada de llamas negras estalló desde el suelo. La madera bajo sus pies no alcanzó siquiera a quemarse: simplemente se desintegró en polvo, consumida en un suspiro. Las llamas ascendieron con furia indómita, envolviendo columnas, paredes, el espacio entero, como un mar infernal que todo lo aniquilaba. El fuego maldito se expandió como un animal hambriento, devorando el gimnasio en segundos. No era un incendio; era una disolución brutal, silenciosa, un borrón en el tejido del mundo. Todo lo que tocaban las llamas negras se deshacía, sin gloria, sin resistencia. Todo... menos a él.
Gojo se mantenía erguido en medio de aquel cataclismo, inalterable. Su Infinito, invisible pero absoluto, lo protegía como un muro divino. El fuego negro aullaba a su alrededor, desesperado por alcanzarlo, pero jamás lo tocaba. Entre las chispas negras y el humo amargo, él parecía una estatua en mitad de un mar enloquecido: inviolable, sereno. Era el hechicero más fuerte. El único capaz de contenerla. El único que podía, le gustara o no, ponerle límites a su furia. La chica lo notó. Su expresión se endureció en una mezcla de incredulidad y frustración. —"¿Ni siquiera esto...?"
Sus dedos se crisparon y su energía maldita se intensificó, dispuesta a aumentar la magnitud del ataque. Si el fuego no podía alcanzarlo, lo haría arder todo hasta que no quedara un solo rincón sin llamas y ni siquiera un suelo para poder ponerse en pie.
Pero antes de que pudiera desatar más caos...
—"Basta."
Algo la golpeó.
No fue un golpe común. No hubo una explosión de energía, ni un ataque violento.
Fue un solo impacto, seco y certero.
En menos de un segundo, la presión en su pecho la hizo perder el aliento. Sus pies se separaron del suelo y su espalda chocó contra lo que quedaba del gimnasio.
Cuando levantó la vista, Gojo ya estaba frente a ella.
Su expresión, aunque aún relajada, se había tornado más severa.
—"Destruir el lugar no es parte del entrenamiento."
La chica jadeó, sintiendo la vibración de su propio poder aún disperso en el aire.
Gojo se acuclilló frente a ella, mirándola con su característica sonrisa despreocupada, aunque había un matiz más serio en su tono.
—"¿De qué te sirve quemarlo todo si tu objetivo sigue en pie?"
Ella apretó los dientes. Lo entendía. Lo sabía.
Pero eso no disipaba su frustración.
Su respiración seguía agitada, su cuerpo aún hervía con energía contenida. Por más que intentara calmarse, el enojo seguía ahí, palpitando en su pecho.
Gojo la observó en silencio unos segundos antes de suspirar.
—"Sabes, eres fuerte. Muy fuerte. Pero si sigues desperdiciando tu poder así... solo estarás destruyendo cosas sin sentido y eso no sirve."
Ella no respondió.
Gojo se levantó, metiendo las manos en los bolsillos nuevamente.
—"El entrenamiento termina aquí."
La muchacha bajó la cabeza, cerrando los ojos con fuerza. Sus puños se tensaron sobre sus rodillas.
La rabia seguía ahí.
Y no podía hacer nada con ella.
¿Pero contra quién guardaba tanto rencor, contra él o contra ella misma?
Lamentablemente para Gojo la situación se estaba convirtiendo en una auténtica pesadilla para él. La chica tenía un potencial increíble, su actitud era indomable, era irresponsable y descuidada en el uso de sus habilidades. Como resultado, Gojo tenía que quedarse con ella después de clases para entrenarla personalmente, algo que consideraba un fastidio. Este era su quinto día de entrenamiento personal. Si bien desde hace varias semanas se le había asignado que debía presentarse si o si, no lo hacía, lo hacía cuando quería, en esta ocasión fue traída casi a la fuerza. —"Joder, esto es un fastidio" —murmuró Gojo, caminando por los pasillos con ambas manos en los bolsillos. Su mente revoloteaba entre la frustración y el cansancio. No importaba cuánto intentara guiarla, ella parecía disfrutar sacándolo de sus casillas. Aunque siempre mantenía su actitud despreocupada, aquella estudiante lograba desafiar su paciencia de una forma que nadie más lo hacía.
Sus pasos resonaban en la madera gastada del suelo cuando llegó al gimnasio. Con un movimiento brusco, abrió la puerta, su expresión reflejando un desagrado poco común en él. Sus ojos la encontraron de inmediato. En el medio del gimnasio, una silla y un escritorio, allí estaba ella sentada, recostada sobre el escritorio con aire indiferente. Su largo cabello rojo caía en cascada sobre sus hombros y parte de la mesa, con su mejilla apoyada sobre la madera. Sin inmutarse, alzó la mirada al notar su presencia, pero no dijo nada. Solo lo observó con una mezcla de aburrimiento y desafío. —"Bien, bien, ¿cómo estás, señorita?" —saludó Gojo con una sonrisa sarcástica, aunque sus palabras destilaban frustración. Caminó hacia ella con paso confiado, sus manos aún en los bolsillos, notó de inmediato su actitud indiferente, ya se había acostumbrado a ella, pero eso no significaba que le agradara.
—"A ver, a ti no te gusta estar aquí, y sinceramente, para mí esto es un suplicio. ¿Qué tal si hacemos esto rápido y así evitamos repetir esta escena una y otra vez?" La chica levantó la vista con una ceja arqueada. Sus labios se curvaron en una sonrisa ladina antes de responder: —"Como detesto que seas tú quien intente orientarme, eres el profesor más insoportable de todos. Vas por ahí creyéndose la reencarnación de Jesucristo, y detesto esa actitud altanera, no hay quién te soporte"
Gojo soltó una carcajada baja, entre divertido e incrédulo. Aquella alumna no tenía pelos en la lengua, y por algún motivo, eso lo irritaba y le divertía al mismo tiempo. Gojo jamás se callaba y respondía de forma sarcástica a sus palabras, todo el tiempo cuándo se enfrentaban verbalmente y sumando a eso, él era fuerte, el más fuerte de la actualidad, por ende, ella sabía muy en el fondo que quién tenía el control siempre, era él. —"Vaya, qué palabras tan duras para alguien que ni siquiera puede usar su técnica correctamente" —murmuró con una sonrisa burlona. La chica chasqueó la lengua, entrecerrando los ojos con fastidio. —"Si eres tan bueno, ¿por qué sigues perdiendo el tiempo conmigo y no mejor buscas a alguien más a quién molestar?" Gojo ladeó la cabeza, fingiendo pensarlo. —"Buena pregunta... Tal vez porque me divierte ver cómo te enojas cuando te das cuenta de que aún te falta mucho por aprender." La alumna apretó los puños. Su mandíbula se tensó, y la chispa desafiante en sus ojos ardió con más fuerza. —"¿Te divierte? Bien, entonces vamos a divertirnos de verdad" —Se puso de pie de golpe, encarando a su maestro con la espalda erguida y la mirada encendida. Gojo arqueó una ceja, intrigado. —"¿Eso es un reto?" —"Un combate de entrenamiento. Aquí. Ahora. Sin restricciones." La sonrisa de Gojo se ensanchó, expectante. —"Me gusta tu energía, pero no quiero que llores cuando pierdas." — "No voy a perder." Gojo suspiró de manera teatral y deslizó las manos fuera de sus bolsillos. —"Bueno, si insistes... Pero no me hago responsable si terminas dándote cuenta de que no eres tan fuerte como crees." No hubo aviso. No hubo vacilación.
La chica se impulsó hacia adelante con velocidad explosiva, su pie derecho perforando el suelo con la fuerza de su arranque. Un fuego negro, un aura que aumentaba la temperatura de su cuerpo y al rededor la rodeo como un abrazo, una extensión de aquella energía maldita que poseía. En menos de un parpadeo, ya estaba sobre él, su puño derecho trazando un arco veloz hacia su rostro. Gojo inclinó la cabeza a un lado con la naturalidad de quien esquiva una hoja cayendo. Ella no se detuvo. Apretó los dientes y giró sobre su eje, buscando su estómago con una patada ascendente. Él levantó un brazo con desgano, bloqueando el impacto con la facilidad de quien está inmune al peligro.
La alumna cayó en cuenta de lo obvio: no bastaba con la fuerza bruta. Retrocedió un paso, flexionando las piernas para ajustar su postura. Sus ojos analizaron cada movimiento de Gojo, buscando una apertura. El hechicero sonrió con descaro. —"Vamos, ¿eso es todo? Me prometiste diversión." La provocación prendió fuego a su orgullo. Se lanzó de nuevo. Sus golpes cortaban el aire con precisión feroz: un directo al rostro, un gancho al costado, un barrido a sus piernas. Gojo esquivó cada uno con una elegancia insultante, como si su cuerpo flotara en lugar de moverse. Entonces, la chica giró repentinamente sobre su talón, impulsándose con una técnica de refuerzo en sus extremidades. Su pierna subió en un giro relampagueante, buscando impactar con un golpe descendente cargado de poder. Gojo alzó una mano con calma y la detuvo en seco. Un escalofrío recorrió su espalda.
Su pierna... no podía moverse. Era como si hubiera chocado contra una barrera invisible, una fuerza inconmensurable que la inmovilizó por completo. Gojo la miró con un dejo de diversión en su rostro. —"No está mal... Pero sigues sin tocarme." Antes de que pudiera reaccionar, sintió una presión en su frente. Gojo había extendido un dedo, empujándola con tanta facilidad que perdió el equilibrio y trastabilló hacia atrás. Frustración. Humillación. Determinación.
La chica apretó los dientes y se estabilizó, fulminandolo con la mirada. Gojo sonrió con serenidad y volvió a meter las manos en los bolsillos. —"¿Seguimos o ya te diste cuenta de la diferencia?" Ella no respondió. No aún. Pero en su interior, una decisión ya había sido tomada. No iba a rendirse. La chica respiraba con pesadez, sus puños temblaban levemente. Estaba fastidiada. Si bien reconocía el enorme potencial de Gojo, admitirlo en voz alta era algo que jamás haría. Ella también era fuerte. No lo suficiente para hacerle frente, pero lo era. Su orgullo y su carácter rebelde no le permitían detenerse. Con los dientes apretados y la mirada encendida, se lanzó de nuevo. Gojo sonrió con una diversión mal disimulada. —"Vaya, tienes energía de sobra. ¿Seguro que no quieres sentarte a pensar una estrategia antes de seguir lanzándote de cabeza?" —"Cállate."
La muchacha canalizó su energía maldita con una violencia que parecía desgarrar el aire mismo. Su aura, densa como un cielo antes de la tormenta, se tornó negra y palpitante, haciendo vibrar el ambiente con una presión insoportable. El calor empezó a trepar de manera brutal: treinta grados... cuarenta... cincuenta... La atmósfera se espesó como un vapor de azufre, sofocante, irrespirable. Sus ojos, antes humanos, destellaron con un brillo antinatural, revelando la verdadera naturaleza de su don: fuego maldito, oscuro como el abismo, vivo como una bestia sin rienda. Aquel fuego no era calor común. No iluminaba, sino que devoraba. No ardía, sino que corroía. Brotaba en lenguas irregulares, como serpientes desquiciadas, extendiéndose en direcciones caóticas, desgarrando la realidad a su paso. Las luces del gimnasio titilaron, luego parpadearon en una agonía muda, como si la misma electricidad se negara a presenciar aquello. Gojo frunció el ceño, atento al cambio súbito en el ambiente. —"Interesante."
Entonces, sin advertencia, una oleada de llamas negras estalló desde el suelo. La madera bajo sus pies no alcanzó siquiera a quemarse: simplemente se desintegró en polvo, consumida en un suspiro. Las llamas ascendieron con furia indómita, envolviendo columnas, paredes, el espacio entero, como un mar infernal que todo lo aniquilaba. El fuego maldito se expandió como un animal hambriento, devorando el gimnasio en segundos. No era un incendio; era una disolución brutal, silenciosa, un borrón en el tejido del mundo. Todo lo que tocaban las llamas negras se deshacía, sin gloria, sin resistencia. Todo... menos a él.
Gojo se mantenía erguido en medio de aquel cataclismo, inalterable. Su Infinito, invisible pero absoluto, lo protegía como un muro divino. El fuego negro aullaba a su alrededor, desesperado por alcanzarlo, pero jamás lo tocaba. Entre las chispas negras y el humo amargo, él parecía una estatua en mitad de un mar enloquecido: inviolable, sereno. Era el hechicero más fuerte. El único capaz de contenerla. El único que podía, le gustara o no, ponerle límites a su furia. La chica lo notó. Su expresión se endureció en una mezcla de incredulidad y frustración. —"¿Ni siquiera esto...?"
Sus dedos se crisparon y su energía maldita se intensificó, dispuesta a aumentar la magnitud del ataque. Si el fuego no podía alcanzarlo, lo haría arder todo hasta que no quedara un solo rincón sin llamas y ni siquiera un suelo para poder ponerse en pie.
Pero antes de que pudiera desatar más caos...
—"Basta."
Algo la golpeó.
No fue un golpe común. No hubo una explosión de energía, ni un ataque violento.
Fue un solo impacto, seco y certero.
En menos de un segundo, la presión en su pecho la hizo perder el aliento. Sus pies se separaron del suelo y su espalda chocó contra lo que quedaba del gimnasio.
Cuando levantó la vista, Gojo ya estaba frente a ella.
Su expresión, aunque aún relajada, se había tornado más severa.
—"Destruir el lugar no es parte del entrenamiento."
La chica jadeó, sintiendo la vibración de su propio poder aún disperso en el aire.
Gojo se acuclilló frente a ella, mirándola con su característica sonrisa despreocupada, aunque había un matiz más serio en su tono.
—"¿De qué te sirve quemarlo todo si tu objetivo sigue en pie?"
Ella apretó los dientes. Lo entendía. Lo sabía.
Pero eso no disipaba su frustración.
Su respiración seguía agitada, su cuerpo aún hervía con energía contenida. Por más que intentara calmarse, el enojo seguía ahí, palpitando en su pecho.
Gojo la observó en silencio unos segundos antes de suspirar.
—"Sabes, eres fuerte. Muy fuerte. Pero si sigues desperdiciando tu poder así... solo estarás destruyendo cosas sin sentido y eso no sirve."
Ella no respondió.
Gojo se levantó, metiendo las manos en los bolsillos nuevamente.
—"El entrenamiento termina aquí."
La muchacha bajó la cabeza, cerrando los ojos con fuerza. Sus puños se tensaron sobre sus rodillas.
La rabia seguía ahí.
Y no podía hacer nada con ella.
¿Pero contra quién guardaba tanto rencor, contra él o contra ella misma?
Observando el Desastre
El aire de la noche era fresco y silencioso. Desde lo alto del edificio, la muchacha observaba con expresión sombría cómo los trabajadores desmontaban lo que quedaba del gimnasio.
Las llamas que había desatado no sólo habían devorado la estructura, sino también cualquier pequeña pizca de orgullo que le quedaba.
Sus manos descansaban sobre sus rodillas, pero sus dedos se cerraban y abrían con inquietud.
¿Por qué? ¿Por qué sus habilidades eran así?
Nunca había entendido del todo su propio poder. Solo sabía que era destructivo, incontrolable... y que, sin importar cuánto intentara perfeccionarlo, siempre terminaba causando estragos.
Un largo suspiro escapó de sus labios.
—"Si sigues frunciendo el ceño así, te saldrán arrugas antes de los veinte." El tono burlón la hizo tensarse. Sin necesidad de girarse, supo quién era. Gojo apareció a su lado con un salto ágil, aterrizando con la ligereza de alguien que no tenía ni una sola preocupación en el mundo. Se dejó caer junto a ella, apoyando los codos en las rodillas mientras miraba la destrucción con aire despreocupado. —"Con que aquí estás, desastrosa." Su voz arrastró las sílabas con una diversión descarada. La chica apretó los dientes y mordió su labio inferior, sintiendo una punzada de irritación. —"Ohm... No te diré nada, porque tienes razón." Gojo arqueó una ceja, sorprendido de que no peleara esta vez. La miró de reojo, y aunque su sonrisa no desapareció, su expresión se tornó más analítica. Ella bajó la mirada al vacío bajo sus pies. —"Es todo lo que sé hacer..." —murmuró con un dejo de frustración—. "Por eso vine a este lugar. Pero siento que no puedo aprender nada... Todo es tan... difícil." Gojo ladeó la cabeza.
—"Vaya, eso sí que suena dramático. ¿De verdad crees que no has aprendido nada?" —"¿Acaso lo parece?"—soltó con amargura, señalando el desastre frente a ellos—. "Solo sé destruir, lo he hecho toda mi vida" Gojo chasqueó la lengua. —"Sí, sí, quemaste un gimnasio entero, eso es un hecho. Pero dime algo, desastrosa"—se inclinó un poco hacia ella, con los anteojos brillando bajo la tenue luz de la luna—: "¿Hoy fue peor que la última vez que perdiste el control?"
Ella parpadeó, confundida. —"¿Qué...?" —"Tu fuego maldito. La última vez que lo usaste así, casi no quedaron rastros de lo que incendiaste, ¿o me equivoco?" La chica entrecerró los ojos, recordando. En efecto, había ocasiones en las que, al desatar su poder, lo único que quedaba eran cenizas. Sin embargo, esta vez... —"Esta vez el gimnasio no fue consumido por completo." Gojo asintió, satisfecho.
—"Exacto. Lo redujiste a escombros, sí, pero no a la nada." Ella frunció el ceño. —"¿Y qué? Sigue siendo un desastre." Gojo soltó una carcajada baja. —"Puede que sí. Pero hasta los desastres pueden controlarse." La chica lo miró, algo desconcertada.
Él se levantó y estiró los brazos perezosamente. —"El control no se consigue de la noche a la mañana. Pero si realmente fueras incapaz de aprender, ahora mismo estaríamos viendo un agujero humeante en vez de unos cuantos restos de gimnasio." Ella bajó la mirada, en silencio. Gojo dio un paso adelante y le revolvió el cabello con una mano. —"Así que, desastrosa, ¿vas a seguir quejándote o vas a esforzarte por mejorar?" La muchacha parpadeó sorprendida, antes de soltar un bufido y apartarle la mano con fastidio. —"Ugh, quita eso." —"Ese es el espíritu."
Gojo sonrió con su aire despreocupado de siempre, aunque esta vez había un matiz distinto en su tono. Una pequeña sonrisa se formó en sus labios ante las palabras de su maestro. Era cierto. Esta vez, no quedaban partículas negras flotando en el aire como un reflejo de la absoluta devastación. Miró a su alrededor y sintió cómo una nueva energía comenzaba a invadirla. —"Es verdad..." —murmuró para sí misma, con un brillo renovado en los ojos.
—"Si sigues frunciendo el ceño así, te saldrán arrugas antes de los veinte." El tono burlón la hizo tensarse. Sin necesidad de girarse, supo quién era. Gojo apareció a su lado con un salto ágil, aterrizando con la ligereza de alguien que no tenía ni una sola preocupación en el mundo. Se dejó caer junto a ella, apoyando los codos en las rodillas mientras miraba la destrucción con aire despreocupado. —"Con que aquí estás, desastrosa." Su voz arrastró las sílabas con una diversión descarada. La chica apretó los dientes y mordió su labio inferior, sintiendo una punzada de irritación. —"Ohm... No te diré nada, porque tienes razón." Gojo arqueó una ceja, sorprendido de que no peleara esta vez. La miró de reojo, y aunque su sonrisa no desapareció, su expresión se tornó más analítica. Ella bajó la mirada al vacío bajo sus pies. —"Es todo lo que sé hacer..." —murmuró con un dejo de frustración—. "Por eso vine a este lugar. Pero siento que no puedo aprender nada... Todo es tan... difícil." Gojo ladeó la cabeza.
—"Vaya, eso sí que suena dramático. ¿De verdad crees que no has aprendido nada?" —"¿Acaso lo parece?"—soltó con amargura, señalando el desastre frente a ellos—. "Solo sé destruir, lo he hecho toda mi vida" Gojo chasqueó la lengua. —"Sí, sí, quemaste un gimnasio entero, eso es un hecho. Pero dime algo, desastrosa"—se inclinó un poco hacia ella, con los anteojos brillando bajo la tenue luz de la luna—: "¿Hoy fue peor que la última vez que perdiste el control?"
Ella parpadeó, confundida. —"¿Qué...?" —"Tu fuego maldito. La última vez que lo usaste así, casi no quedaron rastros de lo que incendiaste, ¿o me equivoco?" La chica entrecerró los ojos, recordando. En efecto, había ocasiones en las que, al desatar su poder, lo único que quedaba eran cenizas. Sin embargo, esta vez... —"Esta vez el gimnasio no fue consumido por completo." Gojo asintió, satisfecho.
—"Exacto. Lo redujiste a escombros, sí, pero no a la nada." Ella frunció el ceño. —"¿Y qué? Sigue siendo un desastre." Gojo soltó una carcajada baja. —"Puede que sí. Pero hasta los desastres pueden controlarse." La chica lo miró, algo desconcertada.
Él se levantó y estiró los brazos perezosamente. —"El control no se consigue de la noche a la mañana. Pero si realmente fueras incapaz de aprender, ahora mismo estaríamos viendo un agujero humeante en vez de unos cuantos restos de gimnasio." Ella bajó la mirada, en silencio. Gojo dio un paso adelante y le revolvió el cabello con una mano. —"Así que, desastrosa, ¿vas a seguir quejándote o vas a esforzarte por mejorar?" La muchacha parpadeó sorprendida, antes de soltar un bufido y apartarle la mano con fastidio. —"Ugh, quita eso." —"Ese es el espíritu."
Gojo sonrió con su aire despreocupado de siempre, aunque esta vez había un matiz distinto en su tono. Una pequeña sonrisa se formó en sus labios ante las palabras de su maestro. Era cierto. Esta vez, no quedaban partículas negras flotando en el aire como un reflejo de la absoluta devastación. Miró a su alrededor y sintió cómo una nueva energía comenzaba a invadirla. —"Es verdad..." —murmuró para sí misma, con un brillo renovado en los ojos.
Al día siguiente
Al día siguiente
El sol apenas comenzaba a asomarse sobre la academia cuando los estudiantes fueron llegando al salón de clases. Gojo, con su usual aire despreocupado, se encontraba apoyado contra el escritorio, jugueteando con una tiza entre los dedos.
Esperaba que después del entrenamiento y desastre del día anterior, la chica apareciera en clase, esperaba que hubiera aprendido la lección. Que necesitaba entender más sobre cómo funcionaba el control de energía maldita, sobre todo una tan caótica como la suya.
A las ocho en punto, se irguió y miró a los nueve alumnos que tenía frente a él. Sin embargo, su mirada se detuvo en la silla vacía al fondo del aula. —"Mmm..." —murmuró con expresión pensativa. Suspiró, cerró la puerta del salón y dio inicio a la clase teórica sobre el manejo de energía maldita, aunque en su mente ya sospechaba lo que estaba pasando. Mientras tanto...
La joven rebelde terminaba de guardar sus cosas en una pequeña mochila. Con movimientos ágiles y decididos, se colocó la capucha sobre la cabeza y salió silenciosamente de la residencia estudiantil. Se había tomado la molestia de escribirle una carta a Gojo, despidiendose, agradeciendo sobre su lección aquel día y por su intento en vano de querer ayudarla, pero él no podía, nadie podía, eso era lo que creía. Después del incidente con el gimnasio no podía seguir entrenando allí, temía terminar asesinando a algún civil o compañero del instituto sin intención. Necesitaba aislarse. Encontrar un lugar donde nadie pudiera verla... ni detenerla. Depositó la nota en la oficina de su maestro y, sin mirar atrás, abandonó la academia.
Esperaba que después del entrenamiento y desastre del día anterior, la chica apareciera en clase, esperaba que hubiera aprendido la lección. Que necesitaba entender más sobre cómo funcionaba el control de energía maldita, sobre todo una tan caótica como la suya.
A las ocho en punto, se irguió y miró a los nueve alumnos que tenía frente a él. Sin embargo, su mirada se detuvo en la silla vacía al fondo del aula. —"Mmm..." —murmuró con expresión pensativa. Suspiró, cerró la puerta del salón y dio inicio a la clase teórica sobre el manejo de energía maldita, aunque en su mente ya sospechaba lo que estaba pasando. Mientras tanto...
La joven rebelde terminaba de guardar sus cosas en una pequeña mochila. Con movimientos ágiles y decididos, se colocó la capucha sobre la cabeza y salió silenciosamente de la residencia estudiantil. Se había tomado la molestia de escribirle una carta a Gojo, despidiendose, agradeciendo sobre su lección aquel día y por su intento en vano de querer ayudarla, pero él no podía, nadie podía, eso era lo que creía. Después del incidente con el gimnasio no podía seguir entrenando allí, temía terminar asesinando a algún civil o compañero del instituto sin intención. Necesitaba aislarse. Encontrar un lugar donde nadie pudiera verla... ni detenerla. Depositó la nota en la oficina de su maestro y, sin mirar atrás, abandonó la academia.
Dias después
Los bosques a las afueras de Tokio se alzaban imponentes, salvajes e inexplorados. Allí, en un claro oculto entre la maleza, la joven entrenaba sin descanso. Su ropa estaba desgastada, su respiración agitada y su cuerpo cubierto de heridas superficiales. Sin embargo, sus llamas ya no se descontrolaban tanto.
Lo estoy logrando, pensó, con una mezcla de orgullo y agotamiento.
Pero entonces, un escalofrío recorrió su espalda.
—"¡Haaah! Qué paisaje más bonito... y qué solitaria se ve mi alumna favorita." Su corazón dio un vuelco.
Se giró bruscamente y lo vio allí, apoyado contra un árbol con su usual postura relajada, las manos en los bolsillos y esa maldita sonrisa despreocupada.
—"Gojo-sensei..." —susurró con incredulidad.
—"¡Bingo!" —respondió él, señalándose con el pulgar —"Aunque esperaba una bienvenida un poco más emotiva." Ella apretó los dientes, sintiendo que su frustración regresaba. —"¿Qué estás haciendo aquí? y cómo... ¿cómo me encontraste?"
—"¿Qué hago aquí? Oh, nada en especial. Solo decidí tomarme unos días de descanso en la academia. Ya sabes, relajarme, respirar aire puro..." —Hizo una pausa antes de soltar con una sonrisa burlona—"Y vigilar a una alumna testaruda que cree que huir resolverá sus problemas."
Ella chasqueó la lengua y apartó la mirada. —"No estoy huyendo. Estoy entrenando." Gojo inclinó levemente la cabeza.
—"¿Entrenando para qué?" —"Para controlarlo. Para no... no dañar a nadie más."
Gojo la observó en silencio por un momento. Luego, dejó escapar un suspiro. —"¿Y qué harás cuando vuelvas y tengas que enfrentarte a una pelea real? ¿Pedirás que todos se aparten para que puedas pelear en paz?" Ella abrió la boca para responder, pero no encontró palabras.
Gojo se acercó, su tono ahora era más serio. —"Si tu meta es controlarlo, lo peor que puedes hacer es alejarte de los demás. No aprenderás a medir tu poder si no tienes con quién compararte." La joven bajó la mirada, apretando los puños.
—"No quiero lastimar a nadie..." Gojo sonrió, pero esta vez no con burla, sino con cierta ternura.
—"Entonces deja de actuar como si entrenar sola fuera la solución. Si realmente quieres mejorar... regresa conmigo." Ella lo miró, dudosa.
Gojo extendió la mano.
—"Prometo que no te llamaré desastrosa por una semana entera si vuelves." —"Mientes... te encanta ponerme apodos."
—"¡Bueno, quizás por tres días!" A pesar de su frustración contra sí misma, ella dejó escapar una pequeña risa. Y por primera vez en días, pensó que tal vez... solo tal vez, no tenía que hacerlo sola.
—"¡Haaah! Qué paisaje más bonito... y qué solitaria se ve mi alumna favorita." Su corazón dio un vuelco.
Se giró bruscamente y lo vio allí, apoyado contra un árbol con su usual postura relajada, las manos en los bolsillos y esa maldita sonrisa despreocupada.
—"Gojo-sensei..." —susurró con incredulidad.
—"¡Bingo!" —respondió él, señalándose con el pulgar —"Aunque esperaba una bienvenida un poco más emotiva." Ella apretó los dientes, sintiendo que su frustración regresaba. —"¿Qué estás haciendo aquí? y cómo... ¿cómo me encontraste?"
—"¿Qué hago aquí? Oh, nada en especial. Solo decidí tomarme unos días de descanso en la academia. Ya sabes, relajarme, respirar aire puro..." —Hizo una pausa antes de soltar con una sonrisa burlona—"Y vigilar a una alumna testaruda que cree que huir resolverá sus problemas."
Ella chasqueó la lengua y apartó la mirada. —"No estoy huyendo. Estoy entrenando." Gojo inclinó levemente la cabeza.
—"¿Entrenando para qué?" —"Para controlarlo. Para no... no dañar a nadie más."
Gojo la observó en silencio por un momento. Luego, dejó escapar un suspiro. —"¿Y qué harás cuando vuelvas y tengas que enfrentarte a una pelea real? ¿Pedirás que todos se aparten para que puedas pelear en paz?" Ella abrió la boca para responder, pero no encontró palabras.
Gojo se acercó, su tono ahora era más serio. —"Si tu meta es controlarlo, lo peor que puedes hacer es alejarte de los demás. No aprenderás a medir tu poder si no tienes con quién compararte." La joven bajó la mirada, apretando los puños.
—"No quiero lastimar a nadie..." Gojo sonrió, pero esta vez no con burla, sino con cierta ternura.
—"Entonces deja de actuar como si entrenar sola fuera la solución. Si realmente quieres mejorar... regresa conmigo." Ella lo miró, dudosa.
Gojo extendió la mano.
—"Prometo que no te llamaré desastrosa por una semana entera si vuelves." —"Mientes... te encanta ponerme apodos."
—"¡Bueno, quizás por tres días!" A pesar de su frustración contra sí misma, ella dejó escapar una pequeña risa. Y por primera vez en días, pensó que tal vez... solo tal vez, no tenía que hacerlo sola.
Volviendo al Instituto
Los días se deslizaron como hojas secas sobre el viento. Gojo, entendiendo que, quisiera o no, seguía tratando con una adolescente de carácter caprichoso y poder descomunal, comenzó a entrenarla con una paciencia que pocos le conocían. Elegía rincones alejados del bullicio escolar, lugares donde sólo el eco de sus risas y el chisporroteo de las llamas negras eran testigos de sus encuentros.
El objetivo era sencillo en teoría, pero endemoniadamente complicado en la práctica: Reika debía aprender a contener su fuego, a ceñirlo sólo a su cuerpo, como una segunda piel, sin permitir que su calor abrasador consumiera todo a su alrededor. A menudo, la temperatura trepaba de forma incontrolable, volviendo irrespirable el aire, forzando a Gojo a desplegar su Infinito sólo para no ser incinerado en medio de una carcajada.
Esa tarde, la escena no fue distinta.
—"Muy bien, mini-tormenta infernal. Vamos de nuevo. Esta vez, trata de no derretir el piso, ¿sí?" —dijo Gojo, acomodándose las gafas con un movimiento despreocupado.
Reika resopló, cruzándose de brazos, el cabello agitándose con la energía maldita que latía a su alrededor.
—"No soy una tormenta, Hisopo."
—"¿Hisopo?" —Gojo arqueó una ceja, divertido—. "¿De dónde sacaste eso?"
—"Te ves como uno, todo blanco y cabezón." —le soltó, sin una pizca de vergüenza, mientras esbozaba una sonrisa ladeada.
Gojo soltó una carcajada sonora, genuina.
—"¡Qué falta de respeto a mi elegante persona!" — exclamó, llevándose una mano al pecho como si su corazón hubiera sido herido—. "¿Así agradeces que arriesgue mi vida para enseñarte a no incendiar media ciudad?"
—"Bueno, tú tampoco ayudas mucho. ¿Quién se ríe mientras casi queda frito en medio de un entrenamiento?" —replicó ella, lanzando una chispa rebelde al suelo.
—"Porque si no me río, lloro." —bromeó Gojo, extendiendo una mano hacia ella—. "Vamos, intenta otra vez. Esta vez piensa en algo pequeño. Algo que quieras abrazar, no destruir."
Reika torció el gesto, pero obedeció. Cerró los ojos, concentrándose. Poco a poco, las llamas negras brotaron de su cuerpo, no como una explosión caótica, sino como un susurro que la acariciaba, abrazándola. El calor se mantuvo contenido, feroz, pero controlado.
Gojo asintió, cruzando los brazos.
—"Mira nada más, la pequeña pirómana tiene talento."
Ella abrió un ojo y sonrió con algo de satisfacción.
—"¿Pequeña pirómana? No sé, suena menos ofensivo que 'Hisopo'."
—"Acepto mi derrota." —rió Gojo, mientras se acercaba—. "Pero si vuelves a faltar a clase, te pondré un apodo mucho peor."
—"¿Peor que 'Hisopo'? Eso quiero verlo." —desafió ella, encendiendo una chispa burlona en su mirada.
La tarde se fue tiñendo de tonos cálidos, el sol cayendo como un óleo sobre el cielo, mientras entre bromas y entrenamientos, la distancia que alguna vez existió entre ellos comenzaba a difuminarse, lenta e inevitablemente, como la ceniza arrastrada por el viento.
Ahora, sus encuentros fuera del horario escolar se habían convertido en un pequeño ritual silencioso, uno que ninguno de los dos osaba nombrar en voz alta. Lo que comenzó como meras sesiones de entrenamiento, se transformó lentamente en algo más: un espacio suspendido fuera del tiempo, donde podían bajar la guardia, reírse, y compartir esas partes vulnerables que rara vez mostraban ante otros.
Ella, con sus dieciocho recién cumplidos, había llegado tarde al colegio Jujutsu, arrastrando consigo el aroma de los pueblos olvidados, de esos lugares donde la vida todavía transcurría como un suspiro entre montañas y caminos de tierra. No era una niña, y aunque la diferencia de edad persistía como una sombra inevitable, Gojo encontraba en esa delgada frontera una libertad inesperada. A su lado, las estrictas reglas que regían su vida como maestro parecían desdibujarse, como arena resbalando entre los dedos.
Una tarde, mientras el fuego negro de Reika danzaba dócilmente alrededor de su cuerpo, Gojo se sorprendió a sí mismo mirándola. No con los ojos del instructor, ni del protector, sino con algo más antiguo, más visceral, que lo golpeó en el centro del pecho con la fuerza de un recuerdo que jamás había vivido.
Ella reía, girando sobre sí misma, feliz de su propio avance, envuelta en esas llamas silenciosas que parecían haber dejado de querer devorarlo todo. El sol, rendido sobre el horizonte, bañaba su figura en tonos de oro y carbón, como una pintura imposible.
Por un instante, sólo un instante, Gojo se perdió en esa visión.
La risa de ella, su cabello ondeando como llamas vivas, la fuerza contenida en su fragilidad...
Y algo dentro de él —ese algo que creía blindado tras capas de poder y deber—, vibró peligrosamente.
Parpadeó, sacudiéndose el pensamiento como quien espanta un espejismo.
—"Vas mejorando, mini-tormenta." —dijo al fin, buscando refugio en la ligereza habitual de su tono.
Ella le lanzó una mirada orgullosa, desafiante, mientras apagaba lentamente el fuego que la rodeaba.
—"¿Ves? Y sin chamuscarte ni una ceja, Hisopo."
Gojo rió, agradecido por la oportunidad de encerrar aquella fugaz emoción tras una máscara de humor. Sin embargo, en lo profundo de su alma, algo había cambiado ya. Y aunque no lo admitiría ni a solas, lo supo: la veía, cada vez más, como la joven mujer que era... y cada vez menos como una simple estudiante.
El objetivo era sencillo en teoría, pero endemoniadamente complicado en la práctica: Reika debía aprender a contener su fuego, a ceñirlo sólo a su cuerpo, como una segunda piel, sin permitir que su calor abrasador consumiera todo a su alrededor. A menudo, la temperatura trepaba de forma incontrolable, volviendo irrespirable el aire, forzando a Gojo a desplegar su Infinito sólo para no ser incinerado en medio de una carcajada.
Esa tarde, la escena no fue distinta.
—"Muy bien, mini-tormenta infernal. Vamos de nuevo. Esta vez, trata de no derretir el piso, ¿sí?" —dijo Gojo, acomodándose las gafas con un movimiento despreocupado.
Reika resopló, cruzándose de brazos, el cabello agitándose con la energía maldita que latía a su alrededor.
—"No soy una tormenta, Hisopo."
—"¿Hisopo?" —Gojo arqueó una ceja, divertido—. "¿De dónde sacaste eso?"
—"Te ves como uno, todo blanco y cabezón." —le soltó, sin una pizca de vergüenza, mientras esbozaba una sonrisa ladeada.
Gojo soltó una carcajada sonora, genuina.
—"¡Qué falta de respeto a mi elegante persona!" — exclamó, llevándose una mano al pecho como si su corazón hubiera sido herido—. "¿Así agradeces que arriesgue mi vida para enseñarte a no incendiar media ciudad?"
—"Bueno, tú tampoco ayudas mucho. ¿Quién se ríe mientras casi queda frito en medio de un entrenamiento?" —replicó ella, lanzando una chispa rebelde al suelo.
—"Porque si no me río, lloro." —bromeó Gojo, extendiendo una mano hacia ella—. "Vamos, intenta otra vez. Esta vez piensa en algo pequeño. Algo que quieras abrazar, no destruir."
Reika torció el gesto, pero obedeció. Cerró los ojos, concentrándose. Poco a poco, las llamas negras brotaron de su cuerpo, no como una explosión caótica, sino como un susurro que la acariciaba, abrazándola. El calor se mantuvo contenido, feroz, pero controlado.
Gojo asintió, cruzando los brazos.
—"Mira nada más, la pequeña pirómana tiene talento."
Ella abrió un ojo y sonrió con algo de satisfacción.
—"¿Pequeña pirómana? No sé, suena menos ofensivo que 'Hisopo'."
—"Acepto mi derrota." —rió Gojo, mientras se acercaba—. "Pero si vuelves a faltar a clase, te pondré un apodo mucho peor."
—"¿Peor que 'Hisopo'? Eso quiero verlo." —desafió ella, encendiendo una chispa burlona en su mirada.
La tarde se fue tiñendo de tonos cálidos, el sol cayendo como un óleo sobre el cielo, mientras entre bromas y entrenamientos, la distancia que alguna vez existió entre ellos comenzaba a difuminarse, lenta e inevitablemente, como la ceniza arrastrada por el viento.
Ahora, sus encuentros fuera del horario escolar se habían convertido en un pequeño ritual silencioso, uno que ninguno de los dos osaba nombrar en voz alta. Lo que comenzó como meras sesiones de entrenamiento, se transformó lentamente en algo más: un espacio suspendido fuera del tiempo, donde podían bajar la guardia, reírse, y compartir esas partes vulnerables que rara vez mostraban ante otros.
Ella, con sus dieciocho recién cumplidos, había llegado tarde al colegio Jujutsu, arrastrando consigo el aroma de los pueblos olvidados, de esos lugares donde la vida todavía transcurría como un suspiro entre montañas y caminos de tierra. No era una niña, y aunque la diferencia de edad persistía como una sombra inevitable, Gojo encontraba en esa delgada frontera una libertad inesperada. A su lado, las estrictas reglas que regían su vida como maestro parecían desdibujarse, como arena resbalando entre los dedos.
Una tarde, mientras el fuego negro de Reika danzaba dócilmente alrededor de su cuerpo, Gojo se sorprendió a sí mismo mirándola. No con los ojos del instructor, ni del protector, sino con algo más antiguo, más visceral, que lo golpeó en el centro del pecho con la fuerza de un recuerdo que jamás había vivido.
Ella reía, girando sobre sí misma, feliz de su propio avance, envuelta en esas llamas silenciosas que parecían haber dejado de querer devorarlo todo. El sol, rendido sobre el horizonte, bañaba su figura en tonos de oro y carbón, como una pintura imposible.
Por un instante, sólo un instante, Gojo se perdió en esa visión.
La risa de ella, su cabello ondeando como llamas vivas, la fuerza contenida en su fragilidad...
Y algo dentro de él —ese algo que creía blindado tras capas de poder y deber—, vibró peligrosamente.
Parpadeó, sacudiéndose el pensamiento como quien espanta un espejismo.
—"Vas mejorando, mini-tormenta." —dijo al fin, buscando refugio en la ligereza habitual de su tono.
Ella le lanzó una mirada orgullosa, desafiante, mientras apagaba lentamente el fuego que la rodeaba.
—"¿Ves? Y sin chamuscarte ni una ceja, Hisopo."
Gojo rió, agradecido por la oportunidad de encerrar aquella fugaz emoción tras una máscara de humor. Sin embargo, en lo profundo de su alma, algo había cambiado ya. Y aunque no lo admitiría ni a solas, lo supo: la veía, cada vez más, como la joven mujer que era... y cada vez menos como una simple estudiante.
Un día de entrenamiento cualquiera.
La grieta ya estaba hecha.
Pequeña, imperceptible aún, como esas fisuras que se abren en la roca sin romperla de inmediato, pero que, con el tiempo, terminan por partirla en dos.
Gojo cruzó los brazos sobre el pecho, inclinando la cabeza hacia un lado con su sonrisa de siempre, esa que usaba como espada y escudo a la vez.
Sin embargo, sus ojos —aquellos ojos ocultos tras sus gafas oscuras— la siguieron un instante más de lo debido, como quien contempla algo que sabe que deberían ignorar.
Sacudió el aire con una palmada.
—"Muy bien, princesa de las cenizas. Eso es suficiente por hoy." —anunció con desenfado, aunque su voz sonó más firme de lo necesario—. "No quiero que se te suban los humos... literalmente."
Ella se echó a reír, esa risa suya que tenía algo de insolencia y algo de inocencia, y caminó hacia donde él estaba, dejando tras de sí una estela tibia en el aire, como si sus llamas aún la acariciaran.
—"¿Qué pasa, sensei? ¿Te da miedo que te queme el ego?" —replicó, cruzándose de brazos con fingido desafío.
Gojo soltó una carcajada breve, pero en sus adentros maldecía la naturalidad con la que ella acortaba la distancia entre ambos.
Así que, en un gesto rápido, colocó su mano abierta frente a ella, como si quisiera medir un espacio invisible.
—"Un metro de distancia, joven rebelde." —ordenó en tono burlón—. "Reglamento número uno: mantener alejado el fuego y las malas compañías."
Ella le dedicó una sonrisa ladeada, como si viera a través de su fachada, como si supiera —sin saberlo del todo— que no era solo el fuego lo que lo inquietaba.
—"Qué aburrido eres, Hisopo..." —murmuró mientras retrocedía, aunque su mirada permaneció fija en él, cálida, traviesa, viva.
Gojo suspiró exageradamente, llevándose una mano a la nuca.
—"Ya deberías saberlo. Soy el ejemplo perfecto de la sensatez adulta." —bromeó.
Pero esa noche, mientras caminaba solo de regreso al edificio principal, la imagen de ella, girando entre sus propias llamas negras, lo persiguió como una sombra que no podía ahuyentar.
Y en lo más profundo de su ser, Gojo Satoru entendió que estaba empezando a luchar una batalla mucho más peligrosa que cualquier maldición:
La batalla contra sí mismo.
Pequeña, imperceptible aún, como esas fisuras que se abren en la roca sin romperla de inmediato, pero que, con el tiempo, terminan por partirla en dos.
Gojo cruzó los brazos sobre el pecho, inclinando la cabeza hacia un lado con su sonrisa de siempre, esa que usaba como espada y escudo a la vez.
Sin embargo, sus ojos —aquellos ojos ocultos tras sus gafas oscuras— la siguieron un instante más de lo debido, como quien contempla algo que sabe que deberían ignorar.
Sacudió el aire con una palmada.
—"Muy bien, princesa de las cenizas. Eso es suficiente por hoy." —anunció con desenfado, aunque su voz sonó más firme de lo necesario—. "No quiero que se te suban los humos... literalmente."
Ella se echó a reír, esa risa suya que tenía algo de insolencia y algo de inocencia, y caminó hacia donde él estaba, dejando tras de sí una estela tibia en el aire, como si sus llamas aún la acariciaran.
—"¿Qué pasa, sensei? ¿Te da miedo que te queme el ego?" —replicó, cruzándose de brazos con fingido desafío.
Gojo soltó una carcajada breve, pero en sus adentros maldecía la naturalidad con la que ella acortaba la distancia entre ambos.
Así que, en un gesto rápido, colocó su mano abierta frente a ella, como si quisiera medir un espacio invisible.
—"Un metro de distancia, joven rebelde." —ordenó en tono burlón—. "Reglamento número uno: mantener alejado el fuego y las malas compañías."
Ella le dedicó una sonrisa ladeada, como si viera a través de su fachada, como si supiera —sin saberlo del todo— que no era solo el fuego lo que lo inquietaba.
—"Qué aburrido eres, Hisopo..." —murmuró mientras retrocedía, aunque su mirada permaneció fija en él, cálida, traviesa, viva.
Gojo suspiró exageradamente, llevándose una mano a la nuca.
—"Ya deberías saberlo. Soy el ejemplo perfecto de la sensatez adulta." —bromeó.
Pero esa noche, mientras caminaba solo de regreso al edificio principal, la imagen de ella, girando entre sus propias llamas negras, lo persiguió como una sombra que no podía ahuyentar.
Y en lo más profundo de su ser, Gojo Satoru entendió que estaba empezando a luchar una batalla mucho más peligrosa que cualquier maldición:
La batalla contra sí mismo.
Esa noche en su departamento, Sólo.
La noche había caído sobre el campus del Colegio Jujutsu como un manto silencioso.
En su habitación, Gojo se dejó caer pesadamente sobre la cama, dejando caer junto a él su venda, que rodó sobre las sábanas como un pedazo de su propia máscara.
El techo, blanco e indiferente, no le ofrecía respuestas.
Solo sus propios pensamientos, agolpándose en su mente con una insistencia que no podía ignorar.
Recordó el entrenamiento, la risa de ella resonando contra las paredes vacías del gimnasio, el modo en que la luz de sus llamas negras parecía abrazarla sin consumirla, como si el fuego mismo supiera que no debía hacerle daño.
Recordó también el instante breve —apenas un latido— en que había olvidado quién era él, y quién era ella.
Un error.
Un peligro.
Se llevó una mano a la frente, cubriéndose los ojos cerrados con un suspiro profundo, como si así pudiera apagar la imagen que se le había grabado en las retinas.
"¿Qué demonios estás haciendo, Gojo?"
"Es tu alumna. Es tu responsabilidad. No... algo más."
El silencio de la habitación parecía susurrarle advertencias que él ya sabía de memoria:
Que la cercanía engendra descuido.
Que el afecto envenena la objetividad.
Que el corazón es un lujo que los hechiceros no se pueden permitir.
Se sentó en el borde de la cama, apretando la venda entre sus dedos.
—"Debí ponerle un límite antes..." —murmuró para sí mismo, con un dejo de fastidio que no lograba ocultar la amargura—. "Debí dejarlo hasta aquí."
Pero era una mentira.
Lo sabía.
Porque en algún rincón recóndito de su alma, ese rincón que ni su escudo del infinito podía proteger, algo había comenzado a germinar.
Algo peligroso.
Algo que, si no era cortado de raíz, terminaría por consumirlo.
Se obligó a respirar hondo.
Se obligó a recordar quién era.
El hechicero más fuerte.
El guardián de una generación.
No un muchacho que se deja llevar por una risa, por una mirada, por el calor de unas llamas negras que no sabía si debía temer o abrazar.
Dejó la venda sobre la mesita de noche y se tumbó de espaldas, mirando hacia el techo otra vez.
"Mañana...", pensó, con una determinación que ya sonaba cansada, "mañana le pondré un límite."
Pero en su interior, sabía que no sería tan fácil.
Porque ya había cruzado un umbral sin retorno.
Y las llamas, una vez encendidas, no se apagan con simples palabras.
En su habitación, Gojo se dejó caer pesadamente sobre la cama, dejando caer junto a él su venda, que rodó sobre las sábanas como un pedazo de su propia máscara.
El techo, blanco e indiferente, no le ofrecía respuestas.
Solo sus propios pensamientos, agolpándose en su mente con una insistencia que no podía ignorar.
Recordó el entrenamiento, la risa de ella resonando contra las paredes vacías del gimnasio, el modo en que la luz de sus llamas negras parecía abrazarla sin consumirla, como si el fuego mismo supiera que no debía hacerle daño.
Recordó también el instante breve —apenas un latido— en que había olvidado quién era él, y quién era ella.
Un error.
Un peligro.
Se llevó una mano a la frente, cubriéndose los ojos cerrados con un suspiro profundo, como si así pudiera apagar la imagen que se le había grabado en las retinas.
"¿Qué demonios estás haciendo, Gojo?"
"Es tu alumna. Es tu responsabilidad. No... algo más."
El silencio de la habitación parecía susurrarle advertencias que él ya sabía de memoria:
Que la cercanía engendra descuido.
Que el afecto envenena la objetividad.
Que el corazón es un lujo que los hechiceros no se pueden permitir.
Se sentó en el borde de la cama, apretando la venda entre sus dedos.
—"Debí ponerle un límite antes..." —murmuró para sí mismo, con un dejo de fastidio que no lograba ocultar la amargura—. "Debí dejarlo hasta aquí."
Pero era una mentira.
Lo sabía.
Porque en algún rincón recóndito de su alma, ese rincón que ni su escudo del infinito podía proteger, algo había comenzado a germinar.
Algo peligroso.
Algo que, si no era cortado de raíz, terminaría por consumirlo.
Se obligó a respirar hondo.
Se obligó a recordar quién era.
El hechicero más fuerte.
El guardián de una generación.
No un muchacho que se deja llevar por una risa, por una mirada, por el calor de unas llamas negras que no sabía si debía temer o abrazar.
Dejó la venda sobre la mesita de noche y se tumbó de espaldas, mirando hacia el techo otra vez.
"Mañana...", pensó, con una determinación que ya sonaba cansada, "mañana le pondré un límite."
Pero en su interior, sabía que no sería tan fácil.
Porque ya había cruzado un umbral sin retorno.
Y las llamas, una vez encendidas, no se apagan con simples palabras.
Hora de poner límites.
La mañana llegó envuelta en una neblina fría, como si el mundo mismo intentara amortiguar los impulsos del corazón.
Gojo se ajustó la venda sobre los ojos con movimientos precisos, casi ceremoniales, como si al hacerlo pudiera también vendar las emociones que anidaban en su pecho.
Cada paso que daba por los pasillos silenciosos del colegio era firme, resuelto; su sombra se proyectaba larga sobre el suelo mientras repetía en su mente lo que debía hacer.
"Hoy termina esto."
"Hoy le pondré un límite."
"Hoy volveré a ser quien soy."
Al llegar al lugar de entrenamiento, la vio ya esperándolo.
Ella estaba allí, de pie en el centro del gimnasio, enmarcada por los haces de luz que se colaban por los ventanales altos, como si el mismo cielo la hubiera querido iluminar.
Su cabello caía con desorden sobre sus hombros, y en sus ojos brillaba esa chispa de vida, de desafío, que tantas veces había sabido domar en combate, pero nunca en el alma.
Ella sonrió al verlo acercarse. No con la sonrisa de una alumna que saluda a su maestro, sino con esa naturalidad inquietante que solo tienen aquellos que, sin saberlo, ya han cruzado las murallas que uno construyó para protegerse.
—"Llegas tarde, cabeza de algodón." —le dijo, ladeando la cabeza con esa irreverencia inocente que solía sacar lo peor y lo mejor de él.
Gojo soltó una breve carcajada nasal, más para protegerse que por diversión.
—"No me cambies el apodo, mocosa. Apenas te relajo la cuerda y ya te crees la reina del lugar." —contestó, en tono liviano, aunque por dentro la tensión le apretaba el pecho.
Ella se encogió de hombros, divertida.
—"Alguien tiene que ponerte en tu lugar de vez en cuando, ¿no?"
"Basta."
"No es una igual. No es una amiga. No es..."
"Es tu alumna."
Se detuvo a unos metros de ella, y por un momento el gimnasio entero pareció quedarse en suspenso.
Gojo cruzó los brazos, recobrando el tono frío que tanto costaba romper en él.
—"Hoy no vamos a entrenar como siempre." —anunció, dejando caer las palabras de forma firme entre ambos—. "Vamos a poner algunas reglas claras."
Ella parpadeó, desconcertada, la sonrisa resbalando poco a poco de su rostro.
—"¿Reglas?"
—"Sí." —afirmó con gravedad—. "Esto... —hizo un gesto vago entre ellos— no puede seguir así. No estamos aquí para jugar, ni para ver quién pone el apodo más ridículo."
Ella frunció el ceño, con una mezcla de confusión y algo más, algo que tal vez era una sombra de dolor.
Gojo quiso mirar a otro lado. Quiso desviar la vista como quien esquiva un golpe, pero no lo hizo. Se obligó a sostener su propia decisión, como el guerrero que empuña la espada contra su propio pecho.
—"Soy tu maestro." —continuó—. "Tú eres mi alumna. Debemos hablarnos desde el respeto."
Ella bajó la mirada unos segundos, mordiéndose el labio, como conteniendo palabras que tal vez ya nunca serían dichas.
El silencio entre ambos era un muro frío.
Y sin embargo, a pesar de toda su resolución, Gojo no pudo evitarlo.
En un instante fugaz, sus ojos —tras la venda, tras todos sus escudos— se posaron sobre ella de un modo que ya no era correcto.
Vio no solo a la alumna, sino a la mujer.
Vio su fuerza, su vulnerabilidad escondida bajo capas de rebeldía, y sintió un golpe seco, sordo, en su interior.
Un latido.
Un error.
Cerró las manos en puños a los costados, como si así pudiera contener el fuego que amenazaba con prenderse también en él.
—"Empecemos." —dijo, girándose de espaldas para no verla más de la cuenta—. "Hoy trabajaremos en el control absoluto de tu energía. Sin bromas. Sin juegos."
Ella lo siguió en silencio. No discutió, no protestó.
Pero Gojo sabía que esa batalla, la verdadera, apenas había comenzado.
Y no era una que pudiera ganar fácilmente.
Ella obedeció.
Avanzó hasta el centro del gimnasio en silencio, siguiendo sus instrucciones al pie de la letra, como una sombra que ya no brillaba como antes.
Pero dentro de su pecho, el eco de sus palabras retumbaba con dolor seco.
"Tu eres mi alumna... mi alumna..."
Hasta hacía apenas unos días, no sentía esa distancia.
Gojo había sido el compañero de sus risas, el cómplice de sus bromas tontas, el refugio silencioso donde podía ser ella misma sin miedo a los juicios.
Pero ahora, su voz le había recordado una barrera que ella creía haber derribado sin darse cuenta.
Todo volvía al principio, en parte era verdad, él era solo su maestro, no era su amigo, no era su compañero de bromas y mucho menos era... algo más.
Una punzada aguda se alojó en su pecho, como una espina diminuta e ineludible.
No entendía del todo por qué dolía tanto.
No entendía por qué de repente necesitaba —más que quería— que él la mirara distinto.
Que no fuera solo su maestro.
"¿Por qué duele tanto? si solo habló con verdad", pensó mientras concentraba su energía maldita, forzándose a no temblar.
Sus manos temblaban igual.
—"¿Qué esperabas, estúpida?" —se reprendió a sí misma en silencio, mordiéndose la lengua—. "¿Que él te viera de otra forma?"
Sintió vergüenza de sí misma. Ira contenida. Y una tristeza sorda que comenzó a filtrarse en cada uno de sus movimientos.
Gojo, que observaba atento el flujo de su energía, notó el pequeño cambio.
Una mínima oscilación en su control, como una vibración en la cuerda de un instrumento tenso a punto de romperse.
Frunció el ceño, preocupado.
—"Concéntrate." —ordenó, su voz recobrando la firmeza del instructor que debía ser.
Ella apretó los dientes.
Lo hizo.
Pero ya no por obediencia.
Lo hizo para no estallar.
Los días que siguieron fueron una prueba silenciosa para ambos.
Entrenaban duro, casi con una violencia mutua que rozaba la necesidad de castigarse.
Ella buscaba superarse, como si perfeccionando su fuego pudiera también quemar el dolor que empezaba a florecer en su interior.
Y Gojo...
Gojo la empujaba, la exigía, como si al recordarle que era su alumna pudiera recordárselo también a sí mismo.
Y sin embargo, cada vez que ella reía a medias después de un entrenamiento extenuante, cada vez que lo miraba de reojo con una sonrisa cansada pero luminosa, algo en él volvía a perderse.
Y ella, en la soledad de su cuarto, comenzaba a entender:
Que el problema no era que Gojo hubiera puesto esa distancia.
El verdadero problema era que ella ya no quería esa distancia.
Ya no podía volver atrás.
Ni uno.
Ni el otro.
Gojo se ajustó la venda sobre los ojos con movimientos precisos, casi ceremoniales, como si al hacerlo pudiera también vendar las emociones que anidaban en su pecho.
Cada paso que daba por los pasillos silenciosos del colegio era firme, resuelto; su sombra se proyectaba larga sobre el suelo mientras repetía en su mente lo que debía hacer.
"Hoy termina esto."
"Hoy le pondré un límite."
"Hoy volveré a ser quien soy."
Al llegar al lugar de entrenamiento, la vio ya esperándolo.
Ella estaba allí, de pie en el centro del gimnasio, enmarcada por los haces de luz que se colaban por los ventanales altos, como si el mismo cielo la hubiera querido iluminar.
Su cabello caía con desorden sobre sus hombros, y en sus ojos brillaba esa chispa de vida, de desafío, que tantas veces había sabido domar en combate, pero nunca en el alma.
Ella sonrió al verlo acercarse. No con la sonrisa de una alumna que saluda a su maestro, sino con esa naturalidad inquietante que solo tienen aquellos que, sin saberlo, ya han cruzado las murallas que uno construyó para protegerse.
—"Llegas tarde, cabeza de algodón." —le dijo, ladeando la cabeza con esa irreverencia inocente que solía sacar lo peor y lo mejor de él.
Gojo soltó una breve carcajada nasal, más para protegerse que por diversión.
—"No me cambies el apodo, mocosa. Apenas te relajo la cuerda y ya te crees la reina del lugar." —contestó, en tono liviano, aunque por dentro la tensión le apretaba el pecho.
Ella se encogió de hombros, divertida.
—"Alguien tiene que ponerte en tu lugar de vez en cuando, ¿no?"
"Basta."
"No es una igual. No es una amiga. No es..."
"Es tu alumna."
Se detuvo a unos metros de ella, y por un momento el gimnasio entero pareció quedarse en suspenso.
Gojo cruzó los brazos, recobrando el tono frío que tanto costaba romper en él.
—"Hoy no vamos a entrenar como siempre." —anunció, dejando caer las palabras de forma firme entre ambos—. "Vamos a poner algunas reglas claras."
Ella parpadeó, desconcertada, la sonrisa resbalando poco a poco de su rostro.
—"¿Reglas?"
—"Sí." —afirmó con gravedad—. "Esto... —hizo un gesto vago entre ellos— no puede seguir así. No estamos aquí para jugar, ni para ver quién pone el apodo más ridículo."
Ella frunció el ceño, con una mezcla de confusión y algo más, algo que tal vez era una sombra de dolor.
Gojo quiso mirar a otro lado. Quiso desviar la vista como quien esquiva un golpe, pero no lo hizo. Se obligó a sostener su propia decisión, como el guerrero que empuña la espada contra su propio pecho.
—"Soy tu maestro." —continuó—. "Tú eres mi alumna. Debemos hablarnos desde el respeto."
Ella bajó la mirada unos segundos, mordiéndose el labio, como conteniendo palabras que tal vez ya nunca serían dichas.
El silencio entre ambos era un muro frío.
Y sin embargo, a pesar de toda su resolución, Gojo no pudo evitarlo.
En un instante fugaz, sus ojos —tras la venda, tras todos sus escudos— se posaron sobre ella de un modo que ya no era correcto.
Vio no solo a la alumna, sino a la mujer.
Vio su fuerza, su vulnerabilidad escondida bajo capas de rebeldía, y sintió un golpe seco, sordo, en su interior.
Un latido.
Un error.
Cerró las manos en puños a los costados, como si así pudiera contener el fuego que amenazaba con prenderse también en él.
—"Empecemos." —dijo, girándose de espaldas para no verla más de la cuenta—. "Hoy trabajaremos en el control absoluto de tu energía. Sin bromas. Sin juegos."
Ella lo siguió en silencio. No discutió, no protestó.
Pero Gojo sabía que esa batalla, la verdadera, apenas había comenzado.
Y no era una que pudiera ganar fácilmente.
Ella obedeció.
Avanzó hasta el centro del gimnasio en silencio, siguiendo sus instrucciones al pie de la letra, como una sombra que ya no brillaba como antes.
Pero dentro de su pecho, el eco de sus palabras retumbaba con dolor seco.
"Tu eres mi alumna... mi alumna..."
Hasta hacía apenas unos días, no sentía esa distancia.
Gojo había sido el compañero de sus risas, el cómplice de sus bromas tontas, el refugio silencioso donde podía ser ella misma sin miedo a los juicios.
Pero ahora, su voz le había recordado una barrera que ella creía haber derribado sin darse cuenta.
Todo volvía al principio, en parte era verdad, él era solo su maestro, no era su amigo, no era su compañero de bromas y mucho menos era... algo más.
Una punzada aguda se alojó en su pecho, como una espina diminuta e ineludible.
No entendía del todo por qué dolía tanto.
No entendía por qué de repente necesitaba —más que quería— que él la mirara distinto.
Que no fuera solo su maestro.
"¿Por qué duele tanto? si solo habló con verdad", pensó mientras concentraba su energía maldita, forzándose a no temblar.
Sus manos temblaban igual.
—"¿Qué esperabas, estúpida?" —se reprendió a sí misma en silencio, mordiéndose la lengua—. "¿Que él te viera de otra forma?"
Sintió vergüenza de sí misma. Ira contenida. Y una tristeza sorda que comenzó a filtrarse en cada uno de sus movimientos.
Gojo, que observaba atento el flujo de su energía, notó el pequeño cambio.
Una mínima oscilación en su control, como una vibración en la cuerda de un instrumento tenso a punto de romperse.
Frunció el ceño, preocupado.
—"Concéntrate." —ordenó, su voz recobrando la firmeza del instructor que debía ser.
Ella apretó los dientes.
Lo hizo.
Pero ya no por obediencia.
Lo hizo para no estallar.
Los días que siguieron fueron una prueba silenciosa para ambos.
Entrenaban duro, casi con una violencia mutua que rozaba la necesidad de castigarse.
Ella buscaba superarse, como si perfeccionando su fuego pudiera también quemar el dolor que empezaba a florecer en su interior.
Y Gojo...
Gojo la empujaba, la exigía, como si al recordarle que era su alumna pudiera recordárselo también a sí mismo.
Y sin embargo, cada vez que ella reía a medias después de un entrenamiento extenuante, cada vez que lo miraba de reojo con una sonrisa cansada pero luminosa, algo en él volvía a perderse.
Y ella, en la soledad de su cuarto, comenzaba a entender:
Que el problema no era que Gojo hubiera puesto esa distancia.
El verdadero problema era que ella ya no quería esa distancia.
Ya no podía volver atrás.
Ni uno.
Ni el otro.
Un toque Instintivo.
El entrenamiento de ese día fue particularmente brutal.
Ella, impulsada por una mezcla de orgullo herido y algo más que no sabía nombrar, había forzado su energía maldita más allá de lo habitual.
Su fuego negro latía en el aire como un corazón salvaje, pero su cuerpo, aún joven, empezaba a resentirlo.
Gojo, por su parte, no bajaba el ritmo.
Debía hacerlo así.
Debía recordarle —y recordarse— que era su maestro.
Que nada más podía ser permitido.
—"Vamos, desastrosa, ¿eso es todo?" —provocó con una sonrisa ladina, escondiendo tras la burla la tensión que lo carcomía por dentro.
Ella gruñó, irritada y encendida, lanzándose hacia adelante con un golpe que canalizaba su energía de forma imperfecta, desgarrada.
Su pie resbaló en la superficie quemada del suelo.
Un instante.
Un pestañeo.
Gojo reaccionó por puro instinto.
La atrapó antes de que cayera, sus manos sujetándola firme por los brazos.
El mundo pareció detenerse.
Ella quedó suspendida frente a él, demasiado cerca.
Podía sentir el calor de su respiración, el latido acelerado de su corazón golpeando contra su pecho.
Gojo también lo sintió: su pulso irregular, su fragilidad de mujer que ya no era una niña, el temblor eléctrico que nació del contacto de su piel bajo sus dedos.
Los ojos de ambos se encontraron.
Y, por un instante, no hubo maestro ni alumna.
Solo dos almas vulnerables, expuestas bajo la misma llamarada contenida.
Ella tragó saliva, demasiado consciente de la fuerza de sus manos rodeándola, del azul radiante de esos ojos que ya no podía mirar sin perderse un poco.
Gojo apartó la vista primero, soltándola con rapidez, como si el tacto lo hubiera quemado.
—"Ten más cuidado." —murmuró, la voz más ronca de lo que quiso.
Ella asintió en silencio, sintiendo el rubor subirle hasta las orejas.
Pero no dijo nada.
No se burló, no bromeó.
Guardó ese momento como un secreto nuevo, como una herida fresca que latía dulce en su pecho.
Ambos retomaron el entrenamiento como si nada hubiera pasado.
Como si el contacto no hubiera abierto una grieta en el muro que tanto se esforzaban en mantener.
Pero ya era tarde.
Ya había comenzado.
Ella, impulsada por una mezcla de orgullo herido y algo más que no sabía nombrar, había forzado su energía maldita más allá de lo habitual.
Su fuego negro latía en el aire como un corazón salvaje, pero su cuerpo, aún joven, empezaba a resentirlo.
Gojo, por su parte, no bajaba el ritmo.
Debía hacerlo así.
Debía recordarle —y recordarse— que era su maestro.
Que nada más podía ser permitido.
—"Vamos, desastrosa, ¿eso es todo?" —provocó con una sonrisa ladina, escondiendo tras la burla la tensión que lo carcomía por dentro.
Ella gruñó, irritada y encendida, lanzándose hacia adelante con un golpe que canalizaba su energía de forma imperfecta, desgarrada.
Su pie resbaló en la superficie quemada del suelo.
Un instante.
Un pestañeo.
Gojo reaccionó por puro instinto.
La atrapó antes de que cayera, sus manos sujetándola firme por los brazos.
El mundo pareció detenerse.
Ella quedó suspendida frente a él, demasiado cerca.
Podía sentir el calor de su respiración, el latido acelerado de su corazón golpeando contra su pecho.
Gojo también lo sintió: su pulso irregular, su fragilidad de mujer que ya no era una niña, el temblor eléctrico que nació del contacto de su piel bajo sus dedos.
Los ojos de ambos se encontraron.
Y, por un instante, no hubo maestro ni alumna.
Solo dos almas vulnerables, expuestas bajo la misma llamarada contenida.
Ella tragó saliva, demasiado consciente de la fuerza de sus manos rodeándola, del azul radiante de esos ojos que ya no podía mirar sin perderse un poco.
Gojo apartó la vista primero, soltándola con rapidez, como si el tacto lo hubiera quemado.
—"Ten más cuidado." —murmuró, la voz más ronca de lo que quiso.
Ella asintió en silencio, sintiendo el rubor subirle hasta las orejas.
Pero no dijo nada.
No se burló, no bromeó.
Guardó ese momento como un secreto nuevo, como una herida fresca que latía dulce en su pecho.
Ambos retomaron el entrenamiento como si nada hubiera pasado.
Como si el contacto no hubiera abierto una grieta en el muro que tanto se esforzaban en mantener.
Pero ya era tarde.
Ya había comenzado.
Una noche después de un entrenamiento.
Ambos estaban sentados en una roca, en un claro bañado por la luz temblorosa de la luna.
Ella respiraba con dificultad tras la extenuante sesión de práctica; sus hombros subían y bajaban al ritmo de un corazón que no terminaba de calmarse.
Él, en cambio, parecía ajeno al cansancio, recostado con los brazos tras la cabeza, como un joven despreocupado que contemplaba el infinito.
El silencio se extendió entre ellos, cómodo, casi íntimo.
Hasta que ella, con la mirada perdida entre las estrellas, se atrevió a romperlo.
—"Sabes..." —murmuró, su voz apenas un soplo—, "a veces me pregunto qué estaría haciendo ahora si nunca hubiera encontrado este lugar."
Gojo giró el rostro hacia ella, apoyando una pierna sobre la otra, dándole la atención completa que rara vez brindaba.
—"¿Y qué crees que estarías haciendo?" —preguntó, con un tono inusualmente serio.
Ella soltó una risa breve, impregnada de amargura.
—"Probablemente seguiría vagando sin rumbo, siendo llamada bruja... siendo señalada como un monstruo."
Gojo no respondió de inmediato.
Su semblante despreocupado se ensombreció apenas, como si una sombra invisible hubiera cruzado sobre su pecho.
—"¿Quién te llamaba así?" —preguntó, la voz baja, más cuidadosa.
Ella desvió la mirada hacia la tierra.
—"Todo el mundo." —dijo simplemente.
El viento nocturno susurró entre los árboles, llenando el espacio donde las palabras ya no alcanzaban.
Ella abrazó sus propias piernas, encogida, como queriendo protegerse de recuerdos antiguos que aún dolían.
—"Desde pequeña fui diferente. La gente me temía... pensaban que era una aberración. Decían que llevaba mala suerte, que era una maldición con piernas, porque donde estaba... algo se quemaba. Casas, televisores... y sobre todo, celulares. ¡PUM!" —soltó una carcajada breve, teñida de tristeza—. "No tenía hogar, ni nombre, ni destino. Solo caminaba... esperando."
Gojo la miraba fijamente ahora.
No era la primera vez que oía historias como esa.
Pero dolía más en ella.
En esa joven que se había abierto paso sola, a quemaduras y soledad.
—"¿Y ahora que estás aquí?" —preguntó, en voz baja.
Ella suspiró, bajando la cabeza.
—"Tampoco siento que pertenezca." —susurró.
El silencio volvió a caer.
Pero era un silencio cargado, pesado, vibrante como la cuerda de un arco a punto de romperse.
—"¿Entonces qué estás buscando?" —Gojo no se apartó de ella esta vez.
Ella pensó durante unos segundos que parecieron eternos.
—"Libertad... y reconocimiento." —musitó finalmente, con una firmeza inesperada.
Gojo dejó escapar una risa corta, como quien escucha un sueño imposible.
—"Si buscas libertad, viniste al peor lugar posible." —dijo con una sonrisa torcida.
Ella lo miró directamente, sus ojos brillando como brasas en la penumbra.
—"Lo sé." —respondió con amargura—. "Pero es el único lugar que me dio una oportunidad de entenderme a mí misma."
Gojo sostuvo su mirada un instante más del necesario, notando que había en ella una belleza feroz, inquebrantable, que no tenía nada que ver con la inocencia.
Algo en su interior se tensó.
Algo que no podía —ni quería— nombrar.
—"Entenderte a ti misma..." —repitió él, ladeando la cabeza— "Suena a un viaje ambicioso."
Ella se encogió de hombros con una sonrisa apenas perceptible.
—"¿Y tú, maestro?" —preguntó entonces, su voz suave como el roce de las hojas— "¿Qué estás buscando?"
Gojo desvió la vista al cielo, como si necesitara alejarse de ella para responder.
—"Podría decirte algo grandilocuente... proteger a la humanidad, ser el mejor mentor..." —hizo una pausa teatral, su sonrisa ladeada volviendo, pero más débil.
Ella arqueó una ceja, expectante.
—"Pero..." —lo urgió.
Gojo suspiró largamente.
—"La verdad es que... también estoy aquí porque me divierte." —admitió, con una sinceridad que sorprendió incluso a él mismo.
Ella parpadeó, atónita.
—"¿Todo esto, la academia, la responsabilidad de ser el más fuerte... te divierte?"
Gojo se encogió de hombros, despreocupado.
—"Claro, hay algo de idealismo en todo esto, pero... también disfruto el caos. Me gusta ver a las nuevas generaciones encontrar su camino, a su modo... aunque el mundo esté podrido."
Ella lo miró largo rato, una mezcla de admiración y tristeza brillando en sus pupilas.
—"Eres un caso perdido." —susurró, con una sonrisa cansada.
—"Lo sé." —Gojo respondió, dejando caer el peso de la confesión como si no importara, aunque en el fondo sí lo hacía.
El viento sopló de nuevo, frío y perfumado de tierra húmeda.
Ella se estremeció sin querer, y Gojo, casi en un impulso, se quitó su chaqueta y la dejó caer sobre sus hombros.
Un roce, un gesto.
Un abismo.
Ella bajó verão a caer sobre sus hombros.
Un roce, un gesto.
Un abismo.
Ella bajó la mirada, escondiendo el temblor de sus manos bajo la tela.
Él también desvió los ojos, frotándose la nuca, como un adolescente incómodo.
La distancia entre ambos era mínima.
Demasiado mínima.
Gojo la miró de reojo, atrapado in el fulgor apagado de su figura bajo la luna, en ese destello rebelde que se negaba a apagarse pese a todo.
Y algo dentro de él —algo que luchaba por mantenerse oculto— amenazó con salir a la superficie.
—"Deberíamos volver." —murmuró, su voz más baja y suave de lo habitual, como si rompiera algo precioso solo por hablar.
Ella asintió lentamente.
—"Sí... supongo que sí."
Pero ninguno se movió.
No todavía.
El tiempo pareció detenerse en esa pequeña eternidad robada, donde el corazón dictaba sus propias reglas y el alma reconocía a la otra, sin necesidad de palabras.
Ella respiraba con dificultad tras la extenuante sesión de práctica; sus hombros subían y bajaban al ritmo de un corazón que no terminaba de calmarse.
Él, en cambio, parecía ajeno al cansancio, recostado con los brazos tras la cabeza, como un joven despreocupado que contemplaba el infinito.
El silencio se extendió entre ellos, cómodo, casi íntimo.
Hasta que ella, con la mirada perdida entre las estrellas, se atrevió a romperlo.
—"Sabes..." —murmuró, su voz apenas un soplo—, "a veces me pregunto qué estaría haciendo ahora si nunca hubiera encontrado este lugar."
Gojo giró el rostro hacia ella, apoyando una pierna sobre la otra, dándole la atención completa que rara vez brindaba.
—"¿Y qué crees que estarías haciendo?" —preguntó, con un tono inusualmente serio.
Ella soltó una risa breve, impregnada de amargura.
—"Probablemente seguiría vagando sin rumbo, siendo llamada bruja... siendo señalada como un monstruo."
Gojo no respondió de inmediato.
Su semblante despreocupado se ensombreció apenas, como si una sombra invisible hubiera cruzado sobre su pecho.
—"¿Quién te llamaba así?" —preguntó, la voz baja, más cuidadosa.
Ella desvió la mirada hacia la tierra.
—"Todo el mundo." —dijo simplemente.
El viento nocturno susurró entre los árboles, llenando el espacio donde las palabras ya no alcanzaban.
Ella abrazó sus propias piernas, encogida, como queriendo protegerse de recuerdos antiguos que aún dolían.
—"Desde pequeña fui diferente. La gente me temía... pensaban que era una aberración. Decían que llevaba mala suerte, que era una maldición con piernas, porque donde estaba... algo se quemaba. Casas, televisores... y sobre todo, celulares. ¡PUM!" —soltó una carcajada breve, teñida de tristeza—. "No tenía hogar, ni nombre, ni destino. Solo caminaba... esperando."
Gojo la miraba fijamente ahora.
No era la primera vez que oía historias como esa.
Pero dolía más en ella.
En esa joven que se había abierto paso sola, a quemaduras y soledad.
—"¿Y ahora que estás aquí?" —preguntó, en voz baja.
Ella suspiró, bajando la cabeza.
—"Tampoco siento que pertenezca." —susurró.
El silencio volvió a caer.
Pero era un silencio cargado, pesado, vibrante como la cuerda de un arco a punto de romperse.
—"¿Entonces qué estás buscando?" —Gojo no se apartó de ella esta vez.
Ella pensó durante unos segundos que parecieron eternos.
—"Libertad... y reconocimiento." —musitó finalmente, con una firmeza inesperada.
Gojo dejó escapar una risa corta, como quien escucha un sueño imposible.
—"Si buscas libertad, viniste al peor lugar posible." —dijo con una sonrisa torcida.
Ella lo miró directamente, sus ojos brillando como brasas en la penumbra.
—"Lo sé." —respondió con amargura—. "Pero es el único lugar que me dio una oportunidad de entenderme a mí misma."
Gojo sostuvo su mirada un instante más del necesario, notando que había en ella una belleza feroz, inquebrantable, que no tenía nada que ver con la inocencia.
Algo en su interior se tensó.
Algo que no podía —ni quería— nombrar.
—"Entenderte a ti misma..." —repitió él, ladeando la cabeza— "Suena a un viaje ambicioso."
Ella se encogió de hombros con una sonrisa apenas perceptible.
—"¿Y tú, maestro?" —preguntó entonces, su voz suave como el roce de las hojas— "¿Qué estás buscando?"
Gojo desvió la vista al cielo, como si necesitara alejarse de ella para responder.
—"Podría decirte algo grandilocuente... proteger a la humanidad, ser el mejor mentor..." —hizo una pausa teatral, su sonrisa ladeada volviendo, pero más débil.
Ella arqueó una ceja, expectante.
—"Pero..." —lo urgió.
Gojo suspiró largamente.
—"La verdad es que... también estoy aquí porque me divierte." —admitió, con una sinceridad que sorprendió incluso a él mismo.
Ella parpadeó, atónita.
—"¿Todo esto, la academia, la responsabilidad de ser el más fuerte... te divierte?"
Gojo se encogió de hombros, despreocupado.
—"Claro, hay algo de idealismo en todo esto, pero... también disfruto el caos. Me gusta ver a las nuevas generaciones encontrar su camino, a su modo... aunque el mundo esté podrido."
Ella lo miró largo rato, una mezcla de admiración y tristeza brillando en sus pupilas.
—"Eres un caso perdido." —susurró, con una sonrisa cansada.
—"Lo sé." —Gojo respondió, dejando caer el peso de la confesión como si no importara, aunque en el fondo sí lo hacía.
El viento sopló de nuevo, frío y perfumado de tierra húmeda.
Ella se estremeció sin querer, y Gojo, casi en un impulso, se quitó su chaqueta y la dejó caer sobre sus hombros.
Un roce, un gesto.
Un abismo.
Ella bajó verão a caer sobre sus hombros.
Un roce, un gesto.
Un abismo.
Ella bajó la mirada, escondiendo el temblor de sus manos bajo la tela.
Él también desvió los ojos, frotándose la nuca, como un adolescente incómodo.
La distancia entre ambos era mínima.
Demasiado mínima.
Gojo la miró de reojo, atrapado in el fulgor apagado de su figura bajo la luna, en ese destello rebelde que se negaba a apagarse pese a todo.
Y algo dentro de él —algo que luchaba por mantenerse oculto— amenazó con salir a la superficie.
—"Deberíamos volver." —murmuró, su voz más baja y suave de lo habitual, como si rompiera algo precioso solo por hablar.
Ella asintió lentamente.
—"Sí... supongo que sí."
Pero ninguno se movió.
No todavía.
El tiempo pareció detenerse en esa pequeña eternidad robada, donde el corazón dictaba sus propias reglas y el alma reconocía a la otra, sin necesidad de palabras.
Llegando al Instituto.
Al llegar a la entrada del instituto, la brisa nocturna se tornó más fría, arrastrando consigo el olor de las maderas húmedas y de la piedra vieja.
Allí, bajo el dintel de la puerta principal, los esperaba una figura imponente: Director Yaga, de brazos cruzados y semblante grave, como una estatua viva forjada en la responsabilidad.
Gojo se enderezó al verlo, su expresión habitual de desenfado reapareciendo como una máscara bien entrenada.
Ella también se detuvo, inclinando la cabeza en una respetuosa reverencia, aunque sus ojos, aún brillantes por el momento compartido, tardaron un latido de más en apartarse de los de Gojo.
—"Buenas noches, Director Yaga," —saludó Gojo con esa mezcla suya de cortesía y ligereza.
—"Buenas noches, Gojo. Buen trabajo por hoy." —respondió Yaga con una voz profunda, mientras sus ojos severos se posaban brevemente sobre Reika, analizando, midiendo.
Ella, sintiendo la conversación ajena a su presencia, se despidió con una leve inclinación.
—"Con permiso... me retiraré a los dormitorios." —dijo en voz baja, pero clara.
Gojo apenas asintió, luchando por mantener su atención fija en Yaga mientras con el rabillo del ojo seguía la figura de Reika alejarse en dirección a los pasillos sombríos del edificio.
Cada paso de ella resonaba en su pecho como el eco de algo que no quería admitir.
Cuando la vio desaparecer en la penumbra del corredor, Gojo parpadeó y volvió a enfocarse en su superior.
Yaga, que no era hombre de dejar pasar detalles, esbozó una sonrisa breve, casi imperceptible.
—"Veo que la joven avanza bien." —comentó, sin ironía, pero con esa perspicacia de quien sabe leer entre líneas— "¿Cómo va su entrenamiento?"
Gojo se llevó una mano a la nuca, en un gesto casi distraído, aunque su mente aún seguía vagando tras los pasos de ella.
—"Va bien." —dijo, encogiéndose de hombros— "A veces mejor de lo que quisiera admitir."
Yaga asintió, cruzando las manos detrás de la espalda.
—"Me alegra oírlo. Porque necesitaré que pronto esté lista para formar equipo con otros dos estudiantes."
Su tono era serio, dejando claro que no era una petición, sino una necesidad.
Gojo arqueó una ceja.
—"¿Ya tienes a los otros dos en mente?"
—"Sí." —afirmó Yaga sin titubeos— "Serán parte de una generación especial. Pero para ello, ella necesita un mínimo control. No podemos enviarla a misiones si sigue dependiendo solo de la destrucción."
El peso de esas palabras cayó entre ambos como una piedra en un estanque quieto.
Gojo sabía mejor que nadie el riesgo que implicaba apresurar a alguien como Reika, cuyos poderes aún ardían indómitos, como un incendio que no distingue entre enemigo o aliado.
Se frotó la barbilla, pensativo.
—"Le falta, pero..." —miró hacia la oscuridad donde ella había desaparecido— "no está tan lejos como crees. Ella quiere entenderse. Y cuando alguien desea eso de verdad..."
Sonrió de medio lado, con una chispa de orgullo mal disimulado— "aprende más rápido de lo que uno imagina."
Yaga lo observó en silencio un momento, como sopesando no solo sus palabras, sino también lo que no decía.
—"Confío en tu juicio, Gojo." —dijo finalmente— "Pero no la sobreprotejas. A veces, los que más poder tienen, son los que más solos deben caminar."
Gojo asintió, esta vez sin esa sonrisa ligera que solía usar como escudo.
Sabía que Yaga tenía razón.
Y sin embargo...
Una parte de él, necia e insurrecta, deseaba poder romper esa cruel ley del mundo, aunque fuera solo una vez.
La noche los envolvía mientras ambos hombres, cargados de silencios y responsabilidades, cruzaban la entrada del instituto, llevando cada uno el peso de lo que vendría.
Y en el fondo, en algún lugar oscuro de su alma, Gojo ya sabía que Reika sería mucho más que una simple alumna.
Allí, bajo el dintel de la puerta principal, los esperaba una figura imponente: Director Yaga, de brazos cruzados y semblante grave, como una estatua viva forjada en la responsabilidad.
Gojo se enderezó al verlo, su expresión habitual de desenfado reapareciendo como una máscara bien entrenada.
Ella también se detuvo, inclinando la cabeza en una respetuosa reverencia, aunque sus ojos, aún brillantes por el momento compartido, tardaron un latido de más en apartarse de los de Gojo.
—"Buenas noches, Director Yaga," —saludó Gojo con esa mezcla suya de cortesía y ligereza.
—"Buenas noches, Gojo. Buen trabajo por hoy." —respondió Yaga con una voz profunda, mientras sus ojos severos se posaban brevemente sobre Reika, analizando, midiendo.
Ella, sintiendo la conversación ajena a su presencia, se despidió con una leve inclinación.
—"Con permiso... me retiraré a los dormitorios." —dijo en voz baja, pero clara.
Gojo apenas asintió, luchando por mantener su atención fija en Yaga mientras con el rabillo del ojo seguía la figura de Reika alejarse en dirección a los pasillos sombríos del edificio.
Cada paso de ella resonaba en su pecho como el eco de algo que no quería admitir.
Cuando la vio desaparecer en la penumbra del corredor, Gojo parpadeó y volvió a enfocarse en su superior.
Yaga, que no era hombre de dejar pasar detalles, esbozó una sonrisa breve, casi imperceptible.
—"Veo que la joven avanza bien." —comentó, sin ironía, pero con esa perspicacia de quien sabe leer entre líneas— "¿Cómo va su entrenamiento?"
Gojo se llevó una mano a la nuca, en un gesto casi distraído, aunque su mente aún seguía vagando tras los pasos de ella.
—"Va bien." —dijo, encogiéndose de hombros— "A veces mejor de lo que quisiera admitir."
Yaga asintió, cruzando las manos detrás de la espalda.
—"Me alegra oírlo. Porque necesitaré que pronto esté lista para formar equipo con otros dos estudiantes."
Su tono era serio, dejando claro que no era una petición, sino una necesidad.
Gojo arqueó una ceja.
—"¿Ya tienes a los otros dos en mente?"
—"Sí." —afirmó Yaga sin titubeos— "Serán parte de una generación especial. Pero para ello, ella necesita un mínimo control. No podemos enviarla a misiones si sigue dependiendo solo de la destrucción."
El peso de esas palabras cayó entre ambos como una piedra en un estanque quieto.
Gojo sabía mejor que nadie el riesgo que implicaba apresurar a alguien como Reika, cuyos poderes aún ardían indómitos, como un incendio que no distingue entre enemigo o aliado.
Se frotó la barbilla, pensativo.
—"Le falta, pero..." —miró hacia la oscuridad donde ella había desaparecido— "no está tan lejos como crees. Ella quiere entenderse. Y cuando alguien desea eso de verdad..."
Sonrió de medio lado, con una chispa de orgullo mal disimulado— "aprende más rápido de lo que uno imagina."
Yaga lo observó en silencio un momento, como sopesando no solo sus palabras, sino también lo que no decía.
—"Confío en tu juicio, Gojo." —dijo finalmente— "Pero no la sobreprotejas. A veces, los que más poder tienen, son los que más solos deben caminar."
Gojo asintió, esta vez sin esa sonrisa ligera que solía usar como escudo.
Sabía que Yaga tenía razón.
Y sin embargo...
Una parte de él, necia e insurrecta, deseaba poder romper esa cruel ley del mundo, aunque fuera solo una vez.
La noche los envolvía mientras ambos hombres, cargados de silencios y responsabilidades, cruzaban la entrada del instituto, llevando cada uno el peso de lo que vendría.
Y en el fondo, en algún lugar oscuro de su alma, Gojo ya sabía que Reika sería mucho más que una simple alumna.
A la mañana siguiente.
Las reglas eran claras como el agua bendita:
Nada entre maestros y alumnos.
Un pacto tácito, inviolable. Una línea que no se debía cruzar bajo ninguna circunstancia.
Pero Gojo, mientras deambulaba por los corredores desiertos del instituto, con las manos hundidas en los bolsillos y la mirada oculta tras sus gafas oscuras, no podía arrancarse del pecho aquella inquietud que latía con fuerza renovada.
"Esto tiene que terminar."
Se repetía, como un rezo, como una plegaria inútil.
Y justo cuando el destino decidió escupirle en la cara, dobló una esquina... y ahí estaba ella.
Reika.
Caminaba tranquila, desprevenida, ajustando la correa de su mochila con esos gestos distraídos que él conocía demasiado bien. Eran las 6:30 de la mañana, el sol apenas despuntaba en el horizonte, y aún faltaban horas para el inicio de las clases.
¿Qué hacía allí tan temprano? como si respondiera a su instinto o al peligro, dio un paso atrás, esperando a que ella no lo hubiera visto, pero era tarde.
Sus miradas se encontraron de golpe.
Un relámpago silencioso atravesó el pasillo, invisible para cualquiera menos para ellos.
Ella titubeó un instante... y luego sonrió.
No una sonrisa cualquiera, sino esa clase de sonrisa que sabe, que adivina, que provoca.
—"¿Huyendo de mí, maestro?" —canturreó, su voz ligera, pero cargada de veneno dulce.
Gojo arqueó una ceja bajo sus lentes, forzando una sonrisa ladeada que apenas escondía el nudo que se formaba en su estómago.
—"¿Huir? ¿De ti? Por favor... Si eres apenas una molestia simpática."
El tono era burlón, pero su corazón latía demasiado rápido.
Ella rió suavemente, cruzándose de brazos, su cuerpo dibujando una línea de desafío elegante y peligrosa.
—"Admite que te gusta tenerme rondándote, Sensei. No puedes resistirte."
La carcajada ligera de Gojo resonó en el pasillo vacío, pero su mente no reía.
No, no podía resistirse.
Y aunque no debía hacerlo, dio un paso hacia ella, acortando la distancia que aún los separaba, dejando que la tensión se tensara como un arco a punto de romperse.
—"No te emociones demasiado," —murmuró con ese tono perezoso que usaba para esconder su propio temblor interior—, "sigues siendo mi alumna. Y la más problemática por cierto."
Ella lo miró con una intensidad inesperada, profunda, como si quisiera desarmarlo pieza por pieza.
—"¿Y si no lo fuera?" —susurró.
La pregunta quedó flotando entre ellos, como un pétalo suspendido en el aire antes de tocar el suelo.
Gojo sintió el filo invisible de esa frase rozándole la garganta.
¿Y si no lo fuera?
No respondió. No podía.
El silencio fue su único escudo.
Ella rió entonces, no una risa limpia, sino una carcajada afilada, más máscara que alegría.
—"Te hice dudar, ¿verdad, Sensei?"
Él entornó los ojos, recuperando su compostura a duras penas, aferrándose a su papel de maestro distante.
—"No seas engreída," —replicó con un suspiro teatral—, "además, qué suerte que estés aquí, a las ocho conocerás a tus nuevos compañeros de misión."
Ella alzó una ceja, interesada.
—"¿Compañeros? ¿Eso no es peligroso para ellos?"
—"Nah, confío en ti. Ya estás lista."
Mentira piadosa.
O quizá no tanto.
Ella fingió dudar, poniendo un dedo sobre su mentón en un gesto melodramático.
—"Mmm... si tú lo dices, entonces asistiré a clases hoy a las ocho."
Gojo sonrió con incredulidad.
—"¿De verdad? ¿No deberíamos hacer una fiesta nacional?"
Ella resopló, divertida, dándole un empujón juguetón en el brazo.
—"Nos vemos a las ocho, Sensei. Todavía es temprano para que me aburras."
Y se marchó, dejándolo de pie, viendo su figura alejarse por el pasillo vacío, como un fantasma imposible de atrapar.
Gojo se quedó allí, inmóvil, sintiendo que su sonrisa se deshacía en cuanto ella desapareció.
"Esto no va a terminar bien."
El viento matinal se coló por las ventanas abiertas, trayendo consigo el eco de esa verdad amarga, susurrándola como una profecía.
Nada entre maestros y alumnos.
Un pacto tácito, inviolable. Una línea que no se debía cruzar bajo ninguna circunstancia.
Pero Gojo, mientras deambulaba por los corredores desiertos del instituto, con las manos hundidas en los bolsillos y la mirada oculta tras sus gafas oscuras, no podía arrancarse del pecho aquella inquietud que latía con fuerza renovada.
"Esto tiene que terminar."
Se repetía, como un rezo, como una plegaria inútil.
Y justo cuando el destino decidió escupirle en la cara, dobló una esquina... y ahí estaba ella.
Reika.
Caminaba tranquila, desprevenida, ajustando la correa de su mochila con esos gestos distraídos que él conocía demasiado bien. Eran las 6:30 de la mañana, el sol apenas despuntaba en el horizonte, y aún faltaban horas para el inicio de las clases.
¿Qué hacía allí tan temprano? como si respondiera a su instinto o al peligro, dio un paso atrás, esperando a que ella no lo hubiera visto, pero era tarde.
Sus miradas se encontraron de golpe.
Un relámpago silencioso atravesó el pasillo, invisible para cualquiera menos para ellos.
Ella titubeó un instante... y luego sonrió.
No una sonrisa cualquiera, sino esa clase de sonrisa que sabe, que adivina, que provoca.
—"¿Huyendo de mí, maestro?" —canturreó, su voz ligera, pero cargada de veneno dulce.
Gojo arqueó una ceja bajo sus lentes, forzando una sonrisa ladeada que apenas escondía el nudo que se formaba en su estómago.
—"¿Huir? ¿De ti? Por favor... Si eres apenas una molestia simpática."
El tono era burlón, pero su corazón latía demasiado rápido.
Ella rió suavemente, cruzándose de brazos, su cuerpo dibujando una línea de desafío elegante y peligrosa.
—"Admite que te gusta tenerme rondándote, Sensei. No puedes resistirte."
La carcajada ligera de Gojo resonó en el pasillo vacío, pero su mente no reía.
No, no podía resistirse.
Y aunque no debía hacerlo, dio un paso hacia ella, acortando la distancia que aún los separaba, dejando que la tensión se tensara como un arco a punto de romperse.
—"No te emociones demasiado," —murmuró con ese tono perezoso que usaba para esconder su propio temblor interior—, "sigues siendo mi alumna. Y la más problemática por cierto."
Ella lo miró con una intensidad inesperada, profunda, como si quisiera desarmarlo pieza por pieza.
—"¿Y si no lo fuera?" —susurró.
La pregunta quedó flotando entre ellos, como un pétalo suspendido en el aire antes de tocar el suelo.
Gojo sintió el filo invisible de esa frase rozándole la garganta.
¿Y si no lo fuera?
No respondió. No podía.
El silencio fue su único escudo.
Ella rió entonces, no una risa limpia, sino una carcajada afilada, más máscara que alegría.
—"Te hice dudar, ¿verdad, Sensei?"
Él entornó los ojos, recuperando su compostura a duras penas, aferrándose a su papel de maestro distante.
—"No seas engreída," —replicó con un suspiro teatral—, "además, qué suerte que estés aquí, a las ocho conocerás a tus nuevos compañeros de misión."
Ella alzó una ceja, interesada.
—"¿Compañeros? ¿Eso no es peligroso para ellos?"
—"Nah, confío en ti. Ya estás lista."
Mentira piadosa.
O quizá no tanto.
Ella fingió dudar, poniendo un dedo sobre su mentón en un gesto melodramático.
—"Mmm... si tú lo dices, entonces asistiré a clases hoy a las ocho."
Gojo sonrió con incredulidad.
—"¿De verdad? ¿No deberíamos hacer una fiesta nacional?"
Ella resopló, divertida, dándole un empujón juguetón en el brazo.
—"Nos vemos a las ocho, Sensei. Todavía es temprano para que me aburras."
Y se marchó, dejándolo de pie, viendo su figura alejarse por el pasillo vacío, como un fantasma imposible de atrapar.
Gojo se quedó allí, inmóvil, sintiendo que su sonrisa se deshacía en cuanto ella desapareció.
"Esto no va a terminar bien."
El viento matinal se coló por las ventanas abiertas, trayendo consigo el eco de esa verdad amarga, susurrándola como una profecía.
Conociendo al equipo.
capitulo3
En un aula casi vacía del Colegio Jujutsu...
El reloj marcaba las 7:55 a.m..
El sol filtraba apenas unos hilos pálidos de luz entre los ventanales polvorientos, tiñendo el salón de tonos ámbar y azul grisáceo. Un día sábado, donde normalmente reinaba el silencio, hoy latía un eco distinto: algo nuevo estaba a punto de comenzar.
Gojo, apoyado con descuido contra el escritorio principal, jugueteaba con un borrador en la mano, lanzándolo y atrápandolo al vuelo con la destreza de quien está aburrido, pero expectante. Sus gafas oscuras ocultaban la chispa aguda de sus pensamientos.
La puerta corrediza del aula se abrió primero con un leve chirrido.
Reika fue la primera en entrar, mochila colgada de un solo hombro, su andar despreocupado pero atento. Llevaba el uniforme de entrenamiento, y un aire entre desafiante y reservado la envolvía como un manto invisible.
—"Vaya, qué puntual. ¿Te has cambiado por completo o me estoy ilusionando?" —bromeó Gojo con una sonrisa ladeada.
Reika bufó suavemente y, sin contestar, tomó asiento en una de las filas delanteras, cruzándose de brazos como quien acepta un desafío silencioso.
Antes de que la atmósfera se asentara, la puerta volvió a deslizarse.
Entró Rin.
Pequeña pero de presencia explosiva, su cabello corto de un rosa chicle casi fluorescente parecía desafiar toda la sobriedad del lugar. Vestía el uniforme del colegio, pero llevaba la chaqueta atada a la cintura y el cuello de la camisa abierto, dejando claro que las normas para ella eran meras sugerencias.
Sus ojos, de un verde cortante como el filo de una cuchilla, barrieron el salón hasta posarse en Gojo... y luego en Reika.
Sonrió de forma ladina, como quien ya planea una travesura.
—"¿Así que esta es la famosa 'niña desastrosa' que tanto mencionan los rumores?" —dijo Rin, caminando con un vaivén provocador hasta lanzarse en la silla más cercana a Reika.
Reika la miró de reojo, sin dignarse a contestar, su cuerpo en una postura que hablaba de paciencia contenida.
Gojo suspiró teatralmente, lanzando el borrador hacia arriba y atrapándolo de nuevo.
—"Y así, damas y caballeros, comienza la historia de cómo perdí la poca cordura que me quedaba." —anunció en tono de maestro resignado.
Finalmente, el último en aparecer fue Kaito.
Entró tarareando una melodía indescifrable, las manos en los bolsillos, una sonrisa perezosa dibujada en el rostro.
Su cabello oscuro caía de forma desordenada sobre los ojos, y su caminar era el de alguien que no tiene prisa por nada en este mundo.
—"¿Interrumpo algo?" —preguntó con fingida inocencia, al ver las miradas cruzadas entre Rin y Reika.
—"Perfecto, ya estamos todos." —declaró Gojo, dejando caer el borrador sobre el escritorio y enderezándose.
Se hizo un silencio expectante.
Gojo sacó un sobre del bolsillo interior de su chaqueta y lo agitó como si fuera un premio de lotería.
—"Bienvenidos a su primera misión en conjunto." —anunció, su voz impregnada de un entusiasmo sarcástico—. "A partir de hoy, ustedes tres estarán trabajando juntos bajo mi vigilancia. Lo cual significa que... si alguno de ustedes intenta matarse entre sí, yo estaré muy, muy atento."
Rin chasqueó la lengua y se recostó en su silla con un aire de aburrimiento fingido.
Kaito soltó una risita baja, divertida.
Reika, por su parte, apenas movió un músculo, aunque sus dedos tamborilearon una vez sobre su rodilla.
Gojo se cruzó de brazos, su sonrisa ensanchándose detrás de sus lentes.
—"Reika, Rin, Kaito. Serán compañeros de equipo. Lo cual significa que... si alguno de ustedes intenta matarse entre sí, yo estaré muy, muy atento." —repitió con un tono que mezclaba diversión y advertencia.
Rin alzó la mano de manera insolente.
—"¿Qué pasa si no me gusta el equipo?" —preguntó, estirándose como un gato perezoso.
Gojo no tardó ni un segundo en responder:
—"Entonces te gustará aún menos mi castigo." —soltó con una dulzura helada.
Rin bajó la mano, rodando los ojos con resignación.
Kaito lanzó una mirada traviesa a Reika, evaluándola, como quien mide a un oponente interesante.
—"Parece que esto será divertido..." —murmuró.
Reika no dijo nada. Solo ajustó la correa de su mochila, su semblante sereno, pero en el fondo, una chispa de desafío brillaba en sus ojos.
Gojo echó un vistazo a los tres, su sonrisa ensanchándose.
"Que empiece el verdadero caos."
Mientras Gojo hablaba y los tres compañeros intercambiaban miradas, Reika dejó que su atención se deslizara, como quien pasea por un campo lleno de minas, atenta a cada detalle.
Su rostro, impasible, no dejaba traslucir nada, pero dentro de sí, la evaluación era implacable.
Rin, con su cabello rosa chicle y su actitud insolente, era una chispa viva. Inestable. Peligrosa no solo por lo que era capaz de hacer, sino por lo que provocaba: esa necesidad irritante de imponer su presencia en cada sala en la que entraba.
Reika pensó, casi con resignación amarga:
"Será como intentar contener una granada sin seguro. Si no la mato en una pelea, será porque primero me habrá sacado de quicio."
Luego posó la mirada en Kaito.
Despreocupado, sonriente, con esos ojos que parecían no tomarse nada en serio. Pero Reika no era ingenua: sabía reconocer la ligereza falsa. Kaito tenía la energía de alguien que sabía exactamente cuán peligroso podía ser y, por algún motivo, elegía fingir que no lo era.
Ella pensó:
"Ese se escurre como el agua... No confiaré ni en su sombra. El tipo de persona que sonríe mientras decide a quién dejar atrás."
Y, aun así, mientras la desconfianza crecía como enredaderas en su pecho, otra idea más amarga todavía le carcomió la mente:
"Tal vez ellos piensen lo mismo de mí."
Después de todo, ella tampoco era exactamente un faro de confianza o amabilidad.
El fuego negro que vivía bajo su piel nunca había sido símbolo de protección... sino de destrucción.
Inspiró hondo, dejando que el aire frío del aula le quemara los pulmones.
Una decisión silenciosa se forjó en su interior:
No iba a dejarse arrastrar por la imprudencia de Rin, ni por las artimañas de Kaito.
Tendría que controlar su fuego.
Tendría que controlarse a sí misma.
Porque en esa misión, la única sangre que aceptaba derramar era la de sus enemigos.
No la suya.
No la de sus compañeros.
Así, con el corazón endurecido como el hierro forjado al rojo vivo, Reika cerró el puño bajo el escritorio y pensó, con una calma peligrosa:
"Prometo que, al menos durante la misión, no los mataré... aunque sea por pura fuerza de voluntad."
Al otro lado del aula, Gojo la observaba de reojo.
Sonrió apenas.
Sabía que no podía haber elegido un trío más volátil.
Y precisamente por eso, sabía que la verdadera prueba no sería vencer a las maldiciones...
Sino sobrevivir entre ellos.
—"Bien, mocosos, gracias por venir —dijo Gojo, sacudiendo el aire con una mano como quien espanta una mosca—. Nos veremos en unos días para la primera misión."
La voz de Rin estalló como un latigazo en la sala vacía:
—"¿¡Cómo!?"—Frunció el ceño, cruzando los brazos con fuerza.—"¿Nos has hecho venir solo para decir eso? ¿No podías esperar hasta el lunes?"
Gojo soltó una carcajada ligera, como un viento travieso que se cuela por las rendijas:
—"No. —Se encogió de hombros, sin una pizca de culpa—. La responsabilidad también es estar disponible a cualquier hora y momento del día. El hecho de que tuvieran que levantarse temprano hoy es parte del entrenamiento."
Kaito se llevó una mano a la boca para ahogar la risa, pero terminó explotando:
—"Jaja... Joder, Rin, ¿despertar temprano arruina tu sueño de belleza?"
La mirada de Rin se volvió cuchillas. Se giró hacia él, furiosa como una tormenta de verano:
—"¿Tú cómo te llamas?"
Kaito sonrió, apuntándose con el pulgar:
—"¡Aoki Kaito!"
—"Entonces cierra el hocico, Kaito, antes de que te lo cierre yo."
La amenaza resonó con la naturalidad de quien sabe perfectamente cómo imponer respeto.
Gojo, detrás de sus lentes, dejó escapar un suspiro apenas audible, viendo cómo el polvorín que había reunido empezaba ya a chispear antes de tiempo.
El reloj marcaba las 7:55 a.m..
El sol filtraba apenas unos hilos pálidos de luz entre los ventanales polvorientos, tiñendo el salón de tonos ámbar y azul grisáceo. Un día sábado, donde normalmente reinaba el silencio, hoy latía un eco distinto: algo nuevo estaba a punto de comenzar.
Gojo, apoyado con descuido contra el escritorio principal, jugueteaba con un borrador en la mano, lanzándolo y atrápandolo al vuelo con la destreza de quien está aburrido, pero expectante. Sus gafas oscuras ocultaban la chispa aguda de sus pensamientos.
La puerta corrediza del aula se abrió primero con un leve chirrido.
Reika fue la primera en entrar, mochila colgada de un solo hombro, su andar despreocupado pero atento. Llevaba el uniforme de entrenamiento, y un aire entre desafiante y reservado la envolvía como un manto invisible.
—"Vaya, qué puntual. ¿Te has cambiado por completo o me estoy ilusionando?" —bromeó Gojo con una sonrisa ladeada.
Reika bufó suavemente y, sin contestar, tomó asiento en una de las filas delanteras, cruzándose de brazos como quien acepta un desafío silencioso.
Antes de que la atmósfera se asentara, la puerta volvió a deslizarse.
Entró Rin.
Pequeña pero de presencia explosiva, su cabello corto de un rosa chicle casi fluorescente parecía desafiar toda la sobriedad del lugar. Vestía el uniforme del colegio, pero llevaba la chaqueta atada a la cintura y el cuello de la camisa abierto, dejando claro que las normas para ella eran meras sugerencias.
Sus ojos, de un verde cortante como el filo de una cuchilla, barrieron el salón hasta posarse en Gojo... y luego en Reika.
Sonrió de forma ladina, como quien ya planea una travesura.
—"¿Así que esta es la famosa 'niña desastrosa' que tanto mencionan los rumores?" —dijo Rin, caminando con un vaivén provocador hasta lanzarse en la silla más cercana a Reika.
Reika la miró de reojo, sin dignarse a contestar, su cuerpo en una postura que hablaba de paciencia contenida.
Gojo suspiró teatralmente, lanzando el borrador hacia arriba y atrapándolo de nuevo.
—"Y así, damas y caballeros, comienza la historia de cómo perdí la poca cordura que me quedaba." —anunció en tono de maestro resignado.
Finalmente, el último en aparecer fue Kaito.
Entró tarareando una melodía indescifrable, las manos en los bolsillos, una sonrisa perezosa dibujada en el rostro.
Su cabello oscuro caía de forma desordenada sobre los ojos, y su caminar era el de alguien que no tiene prisa por nada en este mundo.
—"¿Interrumpo algo?" —preguntó con fingida inocencia, al ver las miradas cruzadas entre Rin y Reika.
—"Perfecto, ya estamos todos." —declaró Gojo, dejando caer el borrador sobre el escritorio y enderezándose.
Se hizo un silencio expectante.
Gojo sacó un sobre del bolsillo interior de su chaqueta y lo agitó como si fuera un premio de lotería.
—"Bienvenidos a su primera misión en conjunto." —anunció, su voz impregnada de un entusiasmo sarcástico—. "A partir de hoy, ustedes tres estarán trabajando juntos bajo mi vigilancia. Lo cual significa que... si alguno de ustedes intenta matarse entre sí, yo estaré muy, muy atento."
Rin chasqueó la lengua y se recostó en su silla con un aire de aburrimiento fingido.
Kaito soltó una risita baja, divertida.
Reika, por su parte, apenas movió un músculo, aunque sus dedos tamborilearon una vez sobre su rodilla.
Gojo se cruzó de brazos, su sonrisa ensanchándose detrás de sus lentes.
—"Reika, Rin, Kaito. Serán compañeros de equipo. Lo cual significa que... si alguno de ustedes intenta matarse entre sí, yo estaré muy, muy atento." —repitió con un tono que mezclaba diversión y advertencia.
Rin alzó la mano de manera insolente.
—"¿Qué pasa si no me gusta el equipo?" —preguntó, estirándose como un gato perezoso.
Gojo no tardó ni un segundo en responder:
—"Entonces te gustará aún menos mi castigo." —soltó con una dulzura helada.
Rin bajó la mano, rodando los ojos con resignación.
Kaito lanzó una mirada traviesa a Reika, evaluándola, como quien mide a un oponente interesante.
—"Parece que esto será divertido..." —murmuró.
Reika no dijo nada. Solo ajustó la correa de su mochila, su semblante sereno, pero en el fondo, una chispa de desafío brillaba en sus ojos.
Gojo echó un vistazo a los tres, su sonrisa ensanchándose.
"Que empiece el verdadero caos."
Mientras Gojo hablaba y los tres compañeros intercambiaban miradas, Reika dejó que su atención se deslizara, como quien pasea por un campo lleno de minas, atenta a cada detalle.
Su rostro, impasible, no dejaba traslucir nada, pero dentro de sí, la evaluación era implacable.
Rin, con su cabello rosa chicle y su actitud insolente, era una chispa viva. Inestable. Peligrosa no solo por lo que era capaz de hacer, sino por lo que provocaba: esa necesidad irritante de imponer su presencia en cada sala en la que entraba.
Reika pensó, casi con resignación amarga:
"Será como intentar contener una granada sin seguro. Si no la mato en una pelea, será porque primero me habrá sacado de quicio."
Luego posó la mirada en Kaito.
Despreocupado, sonriente, con esos ojos que parecían no tomarse nada en serio. Pero Reika no era ingenua: sabía reconocer la ligereza falsa. Kaito tenía la energía de alguien que sabía exactamente cuán peligroso podía ser y, por algún motivo, elegía fingir que no lo era.
Ella pensó:
"Ese se escurre como el agua... No confiaré ni en su sombra. El tipo de persona que sonríe mientras decide a quién dejar atrás."
Y, aun así, mientras la desconfianza crecía como enredaderas en su pecho, otra idea más amarga todavía le carcomió la mente:
"Tal vez ellos piensen lo mismo de mí."
Después de todo, ella tampoco era exactamente un faro de confianza o amabilidad.
El fuego negro que vivía bajo su piel nunca había sido símbolo de protección... sino de destrucción.
Inspiró hondo, dejando que el aire frío del aula le quemara los pulmones.
Una decisión silenciosa se forjó en su interior:
No iba a dejarse arrastrar por la imprudencia de Rin, ni por las artimañas de Kaito.
Tendría que controlar su fuego.
Tendría que controlarse a sí misma.
Porque en esa misión, la única sangre que aceptaba derramar era la de sus enemigos.
No la suya.
No la de sus compañeros.
Así, con el corazón endurecido como el hierro forjado al rojo vivo, Reika cerró el puño bajo el escritorio y pensó, con una calma peligrosa:
"Prometo que, al menos durante la misión, no los mataré... aunque sea por pura fuerza de voluntad."
Al otro lado del aula, Gojo la observaba de reojo.
Sonrió apenas.
Sabía que no podía haber elegido un trío más volátil.
Y precisamente por eso, sabía que la verdadera prueba no sería vencer a las maldiciones...
Sino sobrevivir entre ellos.
—"Bien, mocosos, gracias por venir —dijo Gojo, sacudiendo el aire con una mano como quien espanta una mosca—. Nos veremos en unos días para la primera misión."
La voz de Rin estalló como un latigazo en la sala vacía:
—"¿¡Cómo!?"—Frunció el ceño, cruzando los brazos con fuerza.—"¿Nos has hecho venir solo para decir eso? ¿No podías esperar hasta el lunes?"
Gojo soltó una carcajada ligera, como un viento travieso que se cuela por las rendijas:
—"No. —Se encogió de hombros, sin una pizca de culpa—. La responsabilidad también es estar disponible a cualquier hora y momento del día. El hecho de que tuvieran que levantarse temprano hoy es parte del entrenamiento."
Kaito se llevó una mano a la boca para ahogar la risa, pero terminó explotando:
—"Jaja... Joder, Rin, ¿despertar temprano arruina tu sueño de belleza?"
La mirada de Rin se volvió cuchillas. Se giró hacia él, furiosa como una tormenta de verano:
—"¿Tú cómo te llamas?"
Kaito sonrió, apuntándose con el pulgar:
—"¡Aoki Kaito!"
—"Entonces cierra el hocico, Kaito, antes de que te lo cierre yo."
La amenaza resonó con la naturalidad de quien sabe perfectamente cómo imponer respeto.
Gojo, detrás de sus lentes, dejó escapar un suspiro apenas audible, viendo cómo el polvorín que había reunido empezaba ya a chispear antes de tiempo.
Fin de la reunión.
El aire se volvió más liviano cuando Rin y Kaito se levantaron, recogieron sus mochilas y salieron del salón sin ceremonias, como dos perros de pelea temporalmente separados.
Un último adiós lanzado al aire, y el eco de sus pasos se perdió en los pasillos desiertos.
Quedaron solos.
Un sábado, en un colegio vacío.
Reika no se movió.
Sentada, con el cuerpo relajado, dejó que una sonrisa se dibujara en su rostro como quien suelta una mariposa atrapada en el pecho.
Gojo sintió, con súbito desconcierto, que algo en su estómago se encogía.
No era dolor.
Era algo peor: una mezcla embriagante de ternura y alarma.
"No es nada," se dijo. "Es solo una alumna. Solo una sonrisa."
Pero su instinto, siempre tan agudo para las amenazas invisibles, le gritaba que esa sonrisa era más peligrosa que cualquier maldición de grado especial.
Se acercó, apoyó una mano en su escritorio, inclinándose apenas hacia ella con su típica media sonrisa burlona.
—"¿Tú también dirás algo ofensivo?" —preguntó, en tono ligero, pero sus ojos traicionaban una intensidad contenida.
Reika se encogió de hombros, divertida:
—"Mmm... no se me ocurre nada..."
Gojo soltó una risa seca y baja, intentando no mirarla más de lo necesario.
—"Bien entonces... prepárate para la misión" —añadió, rascándose la nuca, incómodo de un modo que no podía admitir—. "Hoy y mañana puedes descansar."
Ella se levantó con una ligereza casi felina.
No quería dejarlo ir tan fácilmente.
Había sentido las miradas, los silencios. Quería respuestas.
Mientras Gojo tomaba sus cosas, ella se acercó, deslizando los pasos como quien no quiere perturbar un lago en calma.
Sin previo aviso, rozó el dorso de su mano con los dedos, suave como una brisa cargada de fuego.
Gojo se quedó paralizado.
Su piel, invencible ante toda maldición, pareció de repente demasiado sensible, demasiado humana.
Un rubor tímido y traicionero le subió desde la garganta hasta las mejillas.
—"¿Qué haces?" —preguntó, su voz más ronca de lo que pretendía.
Reika ladeó la cabeza, sonriendo como quien guarda un secreto.
—"Solo quería saber qué tan suave eras."
El mundo se detuvo.
Gojo la miró, incrédulo, como si de pronto se hubiera olvidado de cómo funcionaba el aire, la gravedad, su propio cuerpo.
Ella le sacó la lengua, divertida, sujetó firmemente su mochila y salió del salón, dejando tras de sí una estela de perfume ligero y una carcajada silenciosa que ardía en sus costillas.
Gojo se quedó allí, solo, con el corazón golpeando torpemente en su pecho y un pensamiento abrumador:
"Estoy perdido."
El último toque
El eco de sus pasos resonaba en los pasillos vacíos, como si el mismo edificio se negara a dejarla partir.
Reika caminaba ligera, casi danzante, con la mochila colgando de un solo hombro y una sonrisa traviesa jugando en sus labios.
El sol de la tarde colaba sus últimos hilos de luz por las ventanas altas, tiñendo de oro pálido el suelo gastado.
Cada paso era una latido de emoción: había provocado al maestro Gojo. Y él... había reaccionado.
Reika no era tonta.
Había visto el rubor, la breve descomposición de su actitud siempre arrogante.
Había sentido el temblor sutil que su roce dejó en el aire.
—"Quizás..." —susurró para sí misma, mientras el viento acariciaba su cabello rojo—
—"quizás este año no sea tan aburrido después de todo."
La sonrisa se ensanchó, rebelde, mientras empujaba la puerta de salida con el hombro y el aire fresco del exterior la envolvía.
Allí, bajo un cielo que se teñía de un azul cada vez más profundo, Reika echó a correr, riendo como una niña traviesa que guarda en el bolsillo el principio de una historia peligrosa.
En el aula vacía, Gojo seguía inmóvil.
Había recogido sus cosas, sí, pero sus piernas parecían enraizadas en el suelo, como si el mismo salón lo retuviera.
Se pasó una mano por el rostro, frustrado, y luego se dejó caer en la silla como un hombre derrotado por su propio corazón.
—"¿Qué demonios fue eso?" —murmuró, mirando al techo, como si esperara que los dioses le respondieran.
El aula, silenciosa, solo devolvió el eco de su propia pregunta.
Gojo se quitó los lentes oscuros, frotándose los ojos con cansancio.
Sus dedos temblaban levemente. No era miedo. No era deseo. Era algo peor: vulnerabilidad.
Miró hacia la ventana, donde el cielo agonizaba en tonos lavanda y carmesí.
El colegio parecía otro mundo a esa hora, un mundo donde todo lo prohibido parecía más tentador.
Suspiró.
—"¿Cómo diablos voy a sobrevivir a esta misión...?" —dijo en voz baja, sonriendo con amarga ternura.
El viento de la tarde agitó las hojas olvidadas sobre el escritorio, susurrando como viejas voces que ya sabían lo que él aún no quería admitir:
Que algunos incendios empiezan con una sola chispa.
Y ya era demasiado tarde para apagarlo.
"Así, en un salón vacío y bajo el cielo de un sábado olvidado, nació la chispa que ni el tiempo ni la razón podrían sofocar."
Un último adiós lanzado al aire, y el eco de sus pasos se perdió en los pasillos desiertos.
Quedaron solos.
Un sábado, en un colegio vacío.
Reika no se movió.
Sentada, con el cuerpo relajado, dejó que una sonrisa se dibujara en su rostro como quien suelta una mariposa atrapada en el pecho.
Gojo sintió, con súbito desconcierto, que algo en su estómago se encogía.
No era dolor.
Era algo peor: una mezcla embriagante de ternura y alarma.
"No es nada," se dijo. "Es solo una alumna. Solo una sonrisa."
Pero su instinto, siempre tan agudo para las amenazas invisibles, le gritaba que esa sonrisa era más peligrosa que cualquier maldición de grado especial.
Se acercó, apoyó una mano en su escritorio, inclinándose apenas hacia ella con su típica media sonrisa burlona.
—"¿Tú también dirás algo ofensivo?" —preguntó, en tono ligero, pero sus ojos traicionaban una intensidad contenida.
Reika se encogió de hombros, divertida:
—"Mmm... no se me ocurre nada..."
Gojo soltó una risa seca y baja, intentando no mirarla más de lo necesario.
—"Bien entonces... prepárate para la misión" —añadió, rascándose la nuca, incómodo de un modo que no podía admitir—. "Hoy y mañana puedes descansar."
Ella se levantó con una ligereza casi felina.
No quería dejarlo ir tan fácilmente.
Había sentido las miradas, los silencios. Quería respuestas.
Mientras Gojo tomaba sus cosas, ella se acercó, deslizando los pasos como quien no quiere perturbar un lago en calma.
Sin previo aviso, rozó el dorso de su mano con los dedos, suave como una brisa cargada de fuego.
Gojo se quedó paralizado.
Su piel, invencible ante toda maldición, pareció de repente demasiado sensible, demasiado humana.
Un rubor tímido y traicionero le subió desde la garganta hasta las mejillas.
—"¿Qué haces?" —preguntó, su voz más ronca de lo que pretendía.
Reika ladeó la cabeza, sonriendo como quien guarda un secreto.
—"Solo quería saber qué tan suave eras."
El mundo se detuvo.
Gojo la miró, incrédulo, como si de pronto se hubiera olvidado de cómo funcionaba el aire, la gravedad, su propio cuerpo.
Ella le sacó la lengua, divertida, sujetó firmemente su mochila y salió del salón, dejando tras de sí una estela de perfume ligero y una carcajada silenciosa que ardía en sus costillas.
Gojo se quedó allí, solo, con el corazón golpeando torpemente en su pecho y un pensamiento abrumador:
"Estoy perdido."
El último toque
El eco de sus pasos resonaba en los pasillos vacíos, como si el mismo edificio se negara a dejarla partir.
Reika caminaba ligera, casi danzante, con la mochila colgando de un solo hombro y una sonrisa traviesa jugando en sus labios.
El sol de la tarde colaba sus últimos hilos de luz por las ventanas altas, tiñendo de oro pálido el suelo gastado.
Cada paso era una latido de emoción: había provocado al maestro Gojo. Y él... había reaccionado.
Reika no era tonta.
Había visto el rubor, la breve descomposición de su actitud siempre arrogante.
Había sentido el temblor sutil que su roce dejó en el aire.
—"Quizás..." —susurró para sí misma, mientras el viento acariciaba su cabello rojo—
—"quizás este año no sea tan aburrido después de todo."
La sonrisa se ensanchó, rebelde, mientras empujaba la puerta de salida con el hombro y el aire fresco del exterior la envolvía.
Allí, bajo un cielo que se teñía de un azul cada vez más profundo, Reika echó a correr, riendo como una niña traviesa que guarda en el bolsillo el principio de una historia peligrosa.
En el aula vacía, Gojo seguía inmóvil.
Había recogido sus cosas, sí, pero sus piernas parecían enraizadas en el suelo, como si el mismo salón lo retuviera.
Se pasó una mano por el rostro, frustrado, y luego se dejó caer en la silla como un hombre derrotado por su propio corazón.
—"¿Qué demonios fue eso?" —murmuró, mirando al techo, como si esperara que los dioses le respondieran.
El aula, silenciosa, solo devolvió el eco de su propia pregunta.
Gojo se quitó los lentes oscuros, frotándose los ojos con cansancio.
Sus dedos temblaban levemente. No era miedo. No era deseo. Era algo peor: vulnerabilidad.
Miró hacia la ventana, donde el cielo agonizaba en tonos lavanda y carmesí.
El colegio parecía otro mundo a esa hora, un mundo donde todo lo prohibido parecía más tentador.
Suspiró.
—"¿Cómo diablos voy a sobrevivir a esta misión...?" —dijo en voz baja, sonriendo con amarga ternura.
El viento de la tarde agitó las hojas olvidadas sobre el escritorio, susurrando como viejas voces que ya sabían lo que él aún no quería admitir:
Que algunos incendios empiezan con una sola chispa.
Y ya era demasiado tarde para apagarlo.
"Así, en un salón vacío y bajo el cielo de un sábado olvidado, nació la chispa que ni el tiempo ni la razón podrían sofocar."