MI ALUMNA FAVORITA -CAP 2 -

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Explorando Lo Prohibido
🌙
Pensamientos
El domingo amaneció envuelto en una calma casi insultante.
Gojo se había despertado temprano, mucho antes de lo necesario, incapaz de encontrar descanso. Se revolvía en su cama, los brazos tras la cabeza, mirando el techo blanco de su habitación mientras los pensamientos giraban como un torbellino que no podía detener.
"¿Por qué diablos estoy tan nervioso?"
Se preguntaba, enojado consigo mismo.
Afuera, el viento acariciaba las ramas de los cerezos, y alguna que otra hoja golpeaba la ventana con suavidad, como si el mundo mismo le recordara que había algo que estaba a punto de romperse. O de nacer.
Cerró los ojos. La imagen de Reika, la expresión traviesa de su rostro, el roce de sus dedos sobre su piel... volvieron a él con brutal claridad.
"Demonios."
Rodó sobre sí mismo, frustrado.
No podía permitirse esa debilidad. No ahora. No cuando estaba a punto de ponerla a prueba en el campo de batalla, junto a otros dos chicos que, si bien tenían potencial, también eran impredecibles.
Su responsabilidad era mantenerlos a salvo.
Y sobre todo, mantener a ella a salvo. Incluso de sí misma.
Suspiró, rindiéndose al insomnio, y se sentó al borde de la cama.
Mañana comenzaría su primera misión juntos.
Y él tenía el presentimiento de que nada —ni su vida, ni su corazón— volvería a ser igual después de eso.
La mañana transcurrió así, luego de una taza de café, decidió salir de las habitaciones del instituto y dar una vuelta para despejar su mente, los demás estudiantes ya hacían descansando en los dormitorios, otros se habían levantado temprano a entrenar.
Gojo caminaba por los pasillos, con su mente dividida en la misión que tendría que supervisar el dia de mañana y otra en su alumna que estaba coqueteandolo sutilmente todo el tiempo y en como el poco a poco caía en sus coqueteos juveniles y descarados.
Esta vez tendría que supervisar el desarrollo de las habilidades de reika, cuanto había mejorado y en como ahora ella controlaba su fuego maldito.
Mientras subía lentamente las escaleras, sumido en sus pensamientos, una imagen en lo alto de los escalones lo hizo detenerse en seco.
Ella estaba allí, sentada con un cuaderno apoyado en sus muslos, dibujando con una calma que invitaba al misterio. Pero lo que ignoraba—o tal vez lo hacía a propósito—era la forma en que su cuerpo se presentaba: sus piernas estaban ligeramente abiertas, revelando un atisbo tentador de lo que había debajo.
La tela suave y rosa de su ropa interior se insinuaba, jugando seductoramente con el contraste de su piel aterciopelada y pálida que se asomaba desde el interior de sus muslos. Cada movimiento que hacía era un suave susurro de provocación, como si el aire mismo vibrara con la intensidad de su presencia.
Como si planeara con anticipación que él andaría por ahí, y se preparara para seducirlo de una forma sutil y silenciosa. Un delicado baile entre la inocencia y el deseo.
Gojo se quedó paralizado un instante. No podía negar lo que veía, pero lo peor era que su mente reaccionó antes que él. Aclaró la garganta, intentando que su voz sonara normal.
Ella alzó la vista con una sonrisa despreocupada, mascando chicle con esa actitud descarada que tanto lo enloquecía. La forma en que sus labios se movían provocativamente mientras el chicle estallaba en su boca lo hacía sentir una mezcla de frustración y deseo.
—"¿Qué haces aquí? Tan temprano otra vez, un día domingo." —comentó Gojo, desviando la mirada rápidamente, como si intentar ignorarla pudiera calmar la tensión que crecía entre ellos.
Ella ladeó la cabeza, divertida, sus ojos brillando con un destello travieso.
—"Ya lo sé, sólo que es un buen lugar para dibujar, a estas horas la luz del sol, es más bonita, más clarita."—Con una sonrisa pícara que prometía más de lo que decía, giró el cuaderno y le enseñó el dibujo.—"Mira, somos tú y yo en un acto pecaminoso."
Gojo parpadeó, sintiendo que su corazón latía con fuerza. En el papel, ella había retratado a ambos con un trazo suelto y lleno de vida, y algo definitivamente subido de tono. La imagen era provocativa, y por un instante, sintió algo cálido en el pecho, una chispa que le hacía cuestionar su autocontrol.
Rápidamente, intentó recuperar la compostura, pero el aire estaba cargado de electricidad. Subió los últimos escalones, acercándose a ella, y tomó el cuaderno con una ceja arqueada, la mirada fija en sus ojos. —"¿Esto es lo que haces en tu tiempo libre? ¿Dibujar situaciones inapropiadas?" —dijo, su voz un susurro que apenas ocultaba la mezcla de sorpresa y deseo que lo invadía.
Ella sonrió, un gesto que prometía complicidad, desafiándolo a cruzar la línea que ambos
Misión: Cementerio de Almas
Un edificio abandonado a las afueras de Tokio era conocido por todos como el Cementerio de Almas. Un lugar envuelto en historias trágicas, donde se decía que las almas en pena vagaban sin descanso. Jóvenes imprudentes solían colarse para realizar rituales de magia negra, pero pocos regresaban con la cordura intacta.
Incluso para hechiceros experimentados, el lugar tenía un aire inquietante. Las paredes desgastadas estaban cubiertas de símbolos oscuros, y el hedor a humedad y putrefacción se sentía en cada rincón.
Estaba invadido de maldiciones y espíritus malditos de grado bajo, nada particularmente difícil los esperaba.
La excursión comenzó a las ocho de la noche, el momento perfecto para que la chica de cabello rojo y alborotado pusiera a prueba sus habilidades frente a su maestro en una misión real. Su corazón latía con fuerza, no por miedo, sino por la adrenalina que recorría su cuerpo. Debía demostrarle a Gojo cuánto había perfeccionado su técnica desde la última vez, mordía ligeramente su labio inferior, mientras observaba el edificio con una mezcla de expectación y determinación.
Gojo se detuvo frente a la entrada y giró sobre sus talones para mirar a sus alumnos.
—"Aquí es."
Gojo se mantuvo de pie frente a la entrada, relajado pero atento, como un lobo que conociera de memoria los peligros del bosque. Se bajó los lentes oscuros hasta la punta de la nariz y dejó que sus ojos azules —tan brillantes como la mismísima condena— se pasearan sobre sus alumnos.
—"Rin, Kaito... entren primero." —ordenó, con esa voz perezosa que parecía no darle importancia a nada, pero que en realidad no dejaba margen a la discusión—. "Limpien las plantas bajas. La señorita" —añadió, mirando de soslayo a la pelirroja— "tiene una cita conmigo en los pisos superiores."
Rin resopló con fastidio, cruzándose de brazos, mientras Kaito soltaba una risa breve, divertida, como quien escucha un chiste privado.
La tensión entre ellos se palpaba, casi como si el aire hubiera cambiado de densidad.
—"¿Confías en nosotros dos solos, Gojo-sensei?" —dijo Rin, fingiendo inocencia, aunque sus ojos destilaban desafío.
—"No. Pero prefiero que se maten entre ustedes antes de que me arruinen el panorama aquí arriba." —contestó Gojo, encogiéndose de hombros con una sonrisa burlona.
Rin apretó la mandíbula, sabiendo que lo había dicho a propósito para provocarla. A su lado, Kaito estiró los brazos hacia arriba, bostezando exageradamente.
—"Vamos, princesa." —le dijo a Rin, dándole un leve golpecito en el hombro—. "No hagas esperar a las ratas."
La pelirrosa fulminó a Kaito con la mirada y, sin más preámbulos, empujó la puerta oxidada que chirrió como un alma agonizante.
El interior estaba sumido en una oscuridad espesa, cortada apenas por el resplandor pálido de la luna colándose por las ventanas rotas.
Mientras avanzaban, Kaito caminaba despreocupadamente, con las manos en los bolsillos, silbando una melodía macabra que retumbaba en las paredes vacías.
Rin, en cambio, mantenía la guardia alta, su energía maldita vibrando a su alrededor como cuchillas invisibles.
—"No pierdas el tiempo haciendo ruido." —espetó ella, sin mirarlo.
Kaito sonrió sin dejar de silbar.
—"¿Te pone nerviosa el escenario, Rin-chan?"
Ella bufó, haciendo chasquear la lengua.
—"Me pone nerviosa perder el tiempo con un idiota."
Kaito se detuvo, inclinando la cabeza hacia ella, con esa sonrisa ambigua que nunca mostraba si era burla o interés verdadero.
—"Oh, vamos... pensé que te alegraría tenerme de compañero. Prometo que no te aburrirás."
Rin apretó los puños. La tentación de clavarle una de sus cuchillas de energía maldita era tan fuerte como el deseo de gritarle que se callara de una vez.
—"¿Has visto la película 'el exorcista', 'chucky' o esas películas que si no sabes, si saldrá alguien de debajo de la cama y te agarrará los pies?"
Preguntó en modo burlón, haciendo un gesto con los dedos simulando garras. Antes de que Rin pudiera responderle, algo surgió desde la penumbra.
Un enjambre de pequeñas maldiciones, deformes y chirriantes, emergió de las grietas en las paredes, atraídas por la energía vital de ambos.
Kaito ladeó la cabeza, divertido.
—"Hora de trabajar, princesa." —dijo, su tono ligero como una pluma, mientras la energía a su alrededor comenzaba a vibrar a un ritmo imposible, desacompasando el flujo de las maldiciones, haciéndolas tambalear.
Rin sonrió entonces, una sonrisa cruel y ansiosa, dejando que sus cuchillas de energía maldita se manifestaran a su alrededor como una danza letal.
—"No me estorbes." —gruñó, y se lanzó hacia adelante.
Las sombras del Cementerio de Almas se retorcieron bajo el filo de su furia.
Las criaturas, grotescas y rencorosas, se abalanzaron sobre ellos como una ola informe de desesperación. El aire vibró de pronto, cargado de un aura ominosa, mientras el Cementerio de Almas se convertía en escenario de una danza cruel.
Rin fue la primera en moverse, tan rápida que parecía un destello rojizo en medio de la penumbra. Sus cuchillas de energía maldita surgieron de sus manos como extensiones de su odio latente, cortando el aire con silbidos mortales. Cada movimiento era limpio, preciso; una flor carmesí floreciendo en el infierno.
A su lado, Kaito se limitaba a esquivar con gracia perezosa, como si la amenaza no fuera más que un juego trivial. Su energía maldita, vibrando en un ritmo impredecible, descoordinada a las criaturas, que se torcían, tropezaban entre ellas y caían víctimas fáciles de las cuchillas de Rin.
—"Podrías al menos dejarme una para jugar." —comentó él, divertido, mientras daba un paso hacia atrás esquivando a una maldición que cayó desplomada sin siquiera tocarlo.
—"Mátalas tú si quieres. Yo no pienso cargar con parásitos lentos." —escupió Rin, girando en un movimiento amplio que desmembró a tres de un solo golpe, su cabello corto y alborotado danzando como llamas.
Kaito soltó una risita baja. —"Me ofende, princesa. Pensé que disfrutabas de mi compañía."
Ella respondió clavándole una mirada gélida, la misma que dedicaría a una peste particularmente molesta.
Mientras tanto, más y más criaturas surgían de la oscuridad, como si el edificio mismo estuviera escupiendo su rencor.
Kaito dejó de jugar. Su postura cambió: la despreocupación dio paso a una frialdad letal. Sus pupilas se agudizaron, y su energía maldita pulsó como un latido profundo, tan desacompasado que las maldiciones se tambalearon de nuevo, desorientadas.
Rin aprovechó la ventaja con una sonrisa feroz. Se lanzó como una fiera, sus cuchillas cruzando el aire, dejando tras de sí estelas de sangre negra.
Por un instante, parecían bailar: ella, una ráfaga implacable; él, un espectro burlón que distorsionaba el flujo mismo de la batalla.
Entre ellos, el odio y la rivalidad chispeaban como chispas sobre pólvora seca.
—"No te enamores de mí, Rin-chan." —murmuró Kaito en tono burlón, mientras esquivaba un tajo que por muy poco no le abría la garganta.
—"Prefiero besar una maldición." —escupió ella, sin detener su ofensiva.
En cuestión de minutos, el primer piso quedó sembrado de cadáveres deformes, y el hedor a muerte se mezcló con el aroma metálico de la energía maldita desgarrando el aire.
Rin se detuvo finalmente, respirando hondo, sus cuchillas desvaneciéndose poco a poco.
Kaito la observó de reojo, sonriendo para sí mismo, como quien contempla una tormenta sabiendo que tarde o temprano terminará alcanzándolo.
—"Vamos arriba." —dijo Rin, su voz rasgada pero firme.
Sin perder el tiempo, avanzaron hacia la escalera oscura que llevaba a los pisos superiores, where sabían que lo verdaderamente peligroso —y lo verdaderamente interesante— recién los aguardaba.
Reika y su Primer encuentro.
El aire era denso, pesado como un sudario. Bajo sus botas, el suelo crujía como huesos viejos, y las sombras parecían respirar, vivas, temblorosas.
Reika avanzaba sola, como él le había pedido. No era abandono: era una prueba. Gojo, siempre pragmático bajo su sonrisa, la había soltado como a un lobo joven, confiando en que sus colmillos sabrían morder cuando llegara la hora.
Los sentidos de Reika eran un lazo tenso. Cada paso era un eco que despertaba algo en la oscuridad. Si bien, no era la primera vez que enfrentaba maldiciones, siempre la ponía muy nerviosa hacerlo, si estaba sola no demasiado, pero siempre temía no poder controlar las cosas bien, al fin y al cabo el descontrol y el caos era su especialidad.
Un gruñido gutural, áspero como piedra contra piedra, rompió el silencio. Tres figuras deformes se separaron de las sombras, sus cuerpos llagados, sus ojos dos brasas de odio ciego.
Reika sonrió de lado, como quien recibe la visita de viejos conocidos.
—"Perfecto." —susurró, casi con cariño.
Las bestias se lanzaron hacia ella. Su ataque era caótico, torpe en su brutalidad. Pero ella era el filo en medio del vendaval. Giró sobre su eje, el cabello ondeando como llamas negras, esquivando con la gracia natural de quien nació para el combate.
En un solo movimiento, lenguas negras, una llama oscura, recorría sus brazos y parte de su cuerpo abrazándola y concentrando en sus palmas, se encendieron en un fuego oscuro, corrupto, y desató una ráfaga que devoró al primero de los monstruos.
Las cenizas flotaron en el aire como pétalos muertos.
—"Uno menos." —murmuró, casi alegre.
El segundo enemigo no le dio tregua. Se abalanzó, rugiendo como un animal.
Reika, ágil, se impulsó sobre un pilar caído, ascendiendo como una chispa, y desde el aire disparó afiladas ráfagas de fuego maldito que atravesaron a la criatura, eliminándola antes de tocar el suelo.
Aterrizó con ligereza, sus botas pisando apenas la tierra.
—"¡Jajajaja! ¡Cada vez lo controlo más!" —rió, vibrante de vida.
Sólo quedaba uno.
Pero antes de que pudiera moverse, una voz profunda —como el trueno contenido— rompió la penumbra.
—"Te estás divirtiendo demasiado."
Reika giró bruscamente, el pulso saltándole en las venas.
Allí estaba él.
Su sensei, apoyado contra un muro agrietado, las manos en los bolsillos, el cabello revuelto, los ojos medio velados por la sombra.
Su presencia era un faro en la tormenta. Inconfundible. Ineludible.
—"No esperaba menos de ti." —dijo, su voz tan perezosa como siempre, pero... había un matiz nuevo, un hilo tirante que vibraba entre ellos.
Reika ladeó la cabeza, divertida, desafiante.
—"¿Has estado observando todo este tiempo?" —preguntó, dejando que la sonrisa se dibujara en sus labios.
Gojo no respondió de inmediato. Dio un paso hacia ella.
El espacio entre ambos se redujo como si la distancia misma se encogiera, empujada por algo inevitable.
—"Tal vez." —murmuró, y esa palabra sola parecía cargar la atmósfera de electricidad.
El frío del edificio le rozaba la piel, pero dentro de su pecho todo era incendio.
Un rugido interrumpió el momento. El último monstruo, olvidado en su desesperación, cargaba hacia ellos.
Reika ni siquiera se molestó en moverse. Cruzó los brazos, mirando a Gojo con una ceja alzada.
—"¿Qué te pareció?" —preguntó, juguetona.
Con un chasquido de dedos, Gojo desató una ráfaga de energía que envolvió a la criatura, reduciéndola a polvo en el acto.
El silencio que siguió fue espeso, casi palpable.
Gojo sonrió de lado, con esa expresión entre orgulloso y peligroso que sólo él sabía llevar.
—"Eres impresionante."
Reika no respondió de inmediato. Caminó hacia él, despacio, sus botas mordiendo el suelo en un ritmo que imitaba los latidos que compartían el mismo frenesí.
—"Gracias. Es que tengo un gran maestro." —susurró, su voz apenas un soplo entre ellos.
La oscuridad los protegía y los exponía al mismo tiempo.
¿Quién podría verlos allí? ¿Quién se atrevería a interrumpir algo que pertenecía sólo a los dos?
El corazón de Gojo, acostumbrado a la calma indolente, palpitaba ahora con una inquietud casi juvenil.
¿Debería acercarse más? ¿Dejarla seguir tentando a la parte de él que sabía que no debía responder?
¿O mantenerse firme, como un faro, como una promesa que no se permite quebrarse?
Ella, sin embargo, ya había cruzado la línea invisible y le gustaba, le divertía la resistencia que él solía poner. Le parecía divertida, porque en el fondo ella sabía, que él al igual que ella, deseaba romper ese hilo que los separaba de lo prohibido.
Sus ojos brillaban como brasas bajo la sombra. Y él... él se permitió, sólo por un instante, perderse en ellos. Esos ojos azules que se mezclaban con las llamas negras de su poder, que hacía arder el entorno y el fondo de su alma, y lo peor es que ella lo sabía, y sabía además como usarlo en su contra, como un arma.
Reika, sintiendo el pulso rebelde de su juventud latirle en las venas, no dudó.
Dio un paso más. Y luego otro.
La distancia entre ellos desapareció, evaporándose como el rocío bajo un sol cruel.
Gojo no se movió. Se quedó allí, firme como una estatua, pero sus ojos —esos ojos ocultos tras el velo de su venda— la seguían como el lobo sigue a la presa... o como el hombre sigue a la tentación.
La penumbra los envolvía, con el suave fulgor de la luna deslizándose por los cristales rotos, acariciando sus siluetas. Estaban solos, el aire cargado de un silencio expectante, sus respiraciones entrelazándose en la quietud, como si la noche misma contuviera el aliento ante su cercanía.
Con un gesto lleno de una picardía casi infantil y, al mismo tiempo, de una osadía que cortaba como vidrio, Reika alzó las manos.
Sus dedos, aún tibios del fuego maldito, se cerraron sobre el haori blanco de Gojo.
Lo tironeó apenas, como si quisiera comprobar que era real.
Sonrió, mostrando la comisura de unos labios que parecía morder para contener una risa peligrosa.
El silencio a su alrededor era espeso, saturado de algo que ni siquiera las sombras se atrevían a interrumpir.
Entonces, en un susurro tan bajo que ni las grietas de las paredes lograron robarle el sonido, ella preguntó:
—"¿Te gusta esta oscuridad, sensei?"
Su voz era un veneno dulce. Un pecado en forma de susurro.
Y Gojo, aún con las manos en los bolsillos, sintió que el mundo entero pendía de un hilo tan delgado como el autocontrol que aún lograba sostener. El entorno, el momento, el ambiente, era perfecto para cometer uno de sus más grandes pecados.
La sonrisa traviesa de Reika parecía decirle que sabía. Sabía exactamente el efecto que causaba.
¿Y cómo no iba a saberlo?
Era joven. Hermosa.
Libre en su atrevimiento.
Y en la oscuridad, donde nadie los juzgaba, ella brillaba más que cualquier luz.
Gojo inclinó apenas la cabeza, su rostro ahora tan cerca que podía sentir el aliento de ella acariciándole la piel.
No respondió enseguida.
Porque, en el fondo, sabía que si hablaba, si decía una palabra más, su voz traicionaría el incendio que ella había encendido en su interior.
La tela del haori crujió levemente entre los dedos de Reika.
Ella lo miraba desde abajo, con esos ojos que parecían reírse del mundo y de sus reglas.
Gojo no se movió.
No podía.
El más mínimo gesto sería una rendición.
Entonces, Reika, con una lentitud deliberada, se alzó de puntas.
La distancia entre sus rostros se disolvió en un suspiro.
Y, sin darle espacio para huir —ni para detenerla—, dejó caer un beso, ligero y suave como una pluma, apenas sintió el rose de sus tibios y húmedos labios en su piel.
Un roce apenas.
Un roce que quemó más que cualquier fuego maldito.
El tiempo se quebró.
Gojo, el hechicero más fuerte, el invencible, el que podía detener balas y maldiciones con un parpadeo... quedó congelado.
Sus músculos tensos, su respiración suspendida.
No dijo nada.
No se apartó.
No la reprendió.
Simplemente quedó allí, como si aquel gesto sencillo hubiese sido más devastador que cualquier maldición de grado especial.
Reika retrocedió apenas, sonriendo como una niña que acababa de cometer la travesura más grande de su vida.
Sus labios, aún curvados en picardía, no necesitaban decir una sola palabra: su atrevimiento ya había hablado por ella.
El corazón de Gojo latía como un tambor de guerra en su pecho.
Pero, aún así, aún temblando por dentro, se sostuvo.
No la tocó. No cruzó esa línea invisible que él mismo se había jurado no romper.
El silencio entre ellos era denso, como un río que arrastra bajo su superficie toda la violencia de una tormenta que aún no estalla.
El beso fue fugaz, como una chispa en la oscuridad.
Un roce breve, pero lo suficiente para desatar una tormenta en el pecho de Gojo.
El hechicero más fuerte, el invencible, se quedó petrificado. Su cuerpo entero le exigía reaccionar, detenerla, pero algo en él se quebró con ese simple gesto.
Maldita mocosa... ¿cómo puede congelarme tanto?
Esa pregunta, tan repentina como desesperada, retumbó en su mente.
Por más que lo intentara, no podía deshacerse de la imagen de sus labios rozando su piel, de la sensación del calor de su cercanía.
¿Cómo puede controlarme tanto...?
El corazón de Gojo latía con fuerza, cada pulsación un desafío.
¿Qué se suponía que debía hacer ahora? ¿Reprenderla? ¿Alejarla?
La respuesta era simple, y sin embargo, la tenía atrapado en una trampa emocional que ni él mismo podía comprender.
Su respiración se mantuvo regular, casi inhumana, mientras su mirada se fijaba en el rostro de la chica. Ella retrocedió, pero su sonrisa burlona no hacía más que alimentar el fuego que lo consumía por dentro.
No, no podía ceder.
No debía ceder.
Pero el hecho de que ella hubiera sido la que tomara el control, que hubiera sido ella quien lo desarmara con un simple beso, era lo que más le molestaba.
¿Qué estás jugando, Reika...? pensó con un retorcijón en el estómago. ¿Cómo puedes jugar con fuego sin quemarte?
Gojo se mantuvo allí, inmóvil, como un león frente a su cazador.
El orgullo no le permitía reaccionar, pero el deseo lo empujaba al borde del abismo.
En su mente, las palabras de ella seguían retumbando, cada una como un eco que se multiplicaba, dejando su marca indeleble.
Reika lo miró de nuevo, una chispa de diversión brillando en sus ojos.
Ella no necesitaba decir nada.
Ya lo había dicho todo.
Él lo sabía.
La oscuridad de aquel lugar los envolvía, haciendo de ellos dos sombras fusionadas en un solo momento de tensión indescriptible.
El rugido de las maldiciones rompió el pesado silencio entre ellos. Desde las sombras, surgieron figuras grotescas, desfiguradas, con ojos llenos de odio maldito. No eran poderosas, pero en un lugar como ese, donde las paredes parecían susurrar de muerte, la amenaza era inminente.
Gojo, todavía congelado en su lugar, apenas reaccionó al principio. Su mente seguía atrapada en el instante con Reika, pero el caos a su alrededor lo forzó a despejarse. Su instinto de hechicero afloró de inmediato, y un destello de su poder invadió la atmósfera, borrando las maldiciones con facilidad. Como quien espanta las moscas de alrededor, molestas, indeseables.
Sin embargo, Reika no lo dejó ir tan fácilmente. Mientras Gojo manejaba las criaturas con rapidez y destreza, ella se movió con una elegancia peligrosa. Cada vez que una maldición se acercaba a él, Reika aprovechaba el caos para acercarse más, como una sombra que se desliza sin ser vista.
El aire vibraba con la energía maldita que ella desataba. Sus llamas negras recorrían el suelo, barriendo a las maldiciones que intentaban atacarlos. Pero no era solo la batalla lo que mantenía su atención. Era la proximidad de él, su cercanía, ese calor que no se podía negar.
En un movimiento sutil, aprovechó la distracción de las maldiciones caídas para acercarse sigilosamente a él. Su cuerpo estuvo tan cerca del de su maestro que podría haberlo tocado con solo un leve movimiento. Su mirada se clavó en la de él con intensidad, como si quisiera desentrañar cada uno de sus pensamientos, como si quisiera incendiar su alma. Y aprovechar aún más la oscuridad e intimidad del momento.
Gojo sintió su cercanía antes de verla moverse, la sensación de su presencia tan viva que sus sentidos casi explotaron. En su interior, una lucha interna se desató. No, no puede ser... Pero el hecho de que ella estuviera tan cerca, tan segura, lo hacía vacilar. Se sentía tenso, inmóvil, pero también... fascinado.
Fue un golpe de suerte, o de destino, que una maldición apareciera de repente, atacando con furia. Gojo, sin pensar, se giró hacia ella para protegerla. Pero justo en ese instante, Reika aprovechó su vulnerabilidad y se lanzó a él.
Los labios de Reika se estrellaron contra los suyos en un impulso desenfrenado, un beso tan imprevisto que ni siquiera Gojo Satoru, el hechicero más fuerte de la era, pudo anticiparlo. El tiempo se fracturó, atrapado en el roce ardiente de sus bocas. Los besos de ella eran torpes, vacilantes, impregnados de una inocencia que delataba su inexperiencia. Cada movimiento suyo, cada titubeo, era un recordatorio de su juventud, de su condición de alumna bajo su tutela. And, sin embargo, esa misma vulnerabilidad lo desarmaba, como si un hechizo desconocido hubiera perforado sus defensas impenetrables.
Gojo, cuya existencia se definía por el control absoluto —sobre el campo de batalla, sobre sus emociones, sobre el mismísimo flujo del poder— se encontraba ahora a la deriva. Reika, con su figura esculpida por la promesa del deseo y su mirada cargada de un atrevimiento inconsciente, lo había reducido a un hombre atrapado en sus propios instintos. Ella sabía el efecto que provocaba; lo demostraba en la curva deliberada de su cuerpo, en la forma en que sus ojos, a medio camino entre la ingenuidad y la provocación, lo desafiaban sin palabras. Era una paradoja viva: una muchacha apenas iniciada en los juegos del deseo, pero con la audacia de quien conoce su poder.
En su interior, Gojo libraba una guerra silenciosa. Él, que había doblegado maldiciones y voluntades con un solo gesto, se sentía traicionado por su propia carne. Cada roce de Reika, cada suspiro entrecortado, era una grieta en su armadura. ¿Cómo era posible? Él, el intocable, el que dominaba el infinito, estaba a merced de una alumna cuya única arma era su candor seductor. La frustración lo consumía: no era solo el deseo lo que lo atormentaba, sino la humillante certeza de que ella, con su torpeza y su osadía, había encontrado la manera de doblegarlo. Reika no necesitaba hechizos ni técnicas; su poder residía en la forma en que su inocencia se entrelazaba con una sensualidad instintiva, despojándolo de su autoridad y dejándolo expuesto, humano, vulnerable.
Y ella, consciente de su victoria sin comprenderla del todo, inclinaba la cabeza con una sonrisa apenas esbozada, como si supiera que, en ese instante, el hechicero más fuerte del mundo le pertenecía.
El hechicero más fuerte se dejó llevar, como si todo su control se desvaneciera. Su cuerpo respondió sin pedir permiso, como si estuviera volviendo a ser un adolescente, impulsado por la misma furia primitiva que todos los jóvenes experimentan por primera vez. Los pensamientos se disolvieron, reemplazados solo por la sensación de calor, de necesidad.
Reika, sorprendida por la rapidez de su reacción, no se detuvo. Al contrario, se entregó más, dejando que la intensidad del momento los arrastrara aún más. Ella había planeado esto, pero no pensó que su maestro fuera a perder el control tan rápidamente. Algo en su mente le dijo que había tocado algo más profundo en él de lo que esperaba.
Pero la intensidad del beso la dejó sin aliento. Fue como si toda la energía que había puesto en sus manipulaciones, en su juego de seducción, se hubiera desbordado en esa acción. Gojo, ahora completamente perdido en ese instante, dejó que su deseo hablara más fuerte que su razón.
Los minutos se alargaron mientras el mundo alrededor de ellos parecía desvanecerse, solo existían el uno para el otro en ese espacio oscuro, rodeado de maldiciones destruidas. La batalla, las maldiciones, todo desapareció en ese segundo. Solo quedó la sensación ardiente de sus cuerpos juntos, de una fuerza que, a pesar de ser peligrosa, los unía de una manera que ninguno de los dos había anticipado.
Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban agitadamente. Reika miró a Gojo con ojos brillantes de sorpresa y satisfacción. Gojo, por su parte, estaba completamente desorientado. ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Por qué se había dejado llevar tan fácilmente? Pero la respuesta no venía de su mente, sino de su cuerpo, que aún ardía con la misma intensidad que había sentido en el beso.
—"¿Te gustó Sensei? me puse un labial sabor frutal solo para esta ocasión..." —dijo Reika, sus palabras ahora cargadas de un desafío coqueto, aunque había una leve inquietud en su voz. No esperaba que fuera tan rápido.
Gojo, todavía sin poder articular una respuesta coherente, solo la miró con esa expresión tan característica de él, como si estuviera buscando algo en su mente para decir. Pero no lo encontró. En su lugar, dejó escapar una pequeña sonrisa.
—"No te hagas ilusiones..." —respondió con voz rasposa, como si le costara recuperar el control— "Esto no cambia nada."
Pero en sus ojos, un brillo curioso apareció. Un brillo que decía más de lo que sus palabras podían expresar.
Caminando por los pasillos
Al salir del lugar, el aire frío golpeó sus rostros, pero Reika no parecía notar el cambio de temperatura. Jugaba con las llamas negras entre sus dedos, moviéndolas con agilidad, como si fueran juguetes en sus manos. Sus risas suaves se mezclaban con el sonido de las llamas al chocar y bailar en el aire. Cada pequeño brinco que daba, cada movimiento que hacía, reflejaba la ligereza de su alma, la sensación de haber hecho una travesura sin arrepentimiento.
Gojo, por otro lado, caminaba a su lado, pero su rostro había vuelto a esa expresión seria, casi inexpresiva, como si el mundo entero se hubiera vuelto más distante de lo que ya era. Sus pasos eran firmes, su mirada fija, pero algo en él había cambiado, algo que no terminaba de entender.
Reika giró su cabeza hacia él, sonriendo con la picardía que nunca abandonaba. Los dedos de su mano seguían formando pequeñas espirales de fuego negro, que chisporroteaban y luego se desvanecían al contacto con el aire.
—"¿Qué pasa, Sensei?" —dijo en un tono travieso, sus ojos brillando con diversión—. "¿Tan serio después de todo lo que pasó? ¿No te divertiste?"
Gojo no contestó de inmediato. Se detuvo por un momento, mirándola con una seriedad nueva en su rostro, una que estaba lejos de su habitual sonrisa confiada.
—"Reika..." —dijo, su tono grave y firme, como si hubiera trazado una línea en la arena—. "Sigues siendo mi alumna. Yo soy tu maestro, y eso no cambia. Lo que pasó... no volverá a suceder."
Reika lo observó en silencio, sus llamas titilando en sus dedos, pero su expresión, aunque aún traviesa, se suavizó ligeramente al percatarse de la gravedad en las palabras de Gojo.
—"Oh, ¿de verdad?" —murmuró, su voz aún juguetona, pero con una pizca de desafío—. "¿Qué pasa, Sensei? ¿Te asustó un poco? Pensé que el maestro Gojo no le temía a nada."
Gojo la miró directamente a los ojos, su mirada implacable, pero había algo más. Un suspiro leve escapó de sus labios antes de que hablara nuevamente.
—"No es cuestión de miedo." —su voz era baja, casi fría—. "Es cuestión de control. Y tú tienes que aprender a respetarlo. Hay reglas, Reika. Y no me importa cuántas veces trates de cruzarlas, siempre habrá consecuencias."
Reika se detuvo un momento, observando la intensidad en sus ojos, la seriedad que raramente mostraba. Algo en ella vaciló, pero solo por un instante. Después, una sonrisa desafiante se dibujó en su rostro, como si el reto fuera algo que solo avivaba más su interés.
—"Lo que sea que digas, Sensei. Pero no creo que esto termine tan fácil. El control que hablas... ¿es algo que realmente tienes?" —dijo, soltando una risa ligera antes de encoger sus hombros, como si no le diera demasiada importancia.
Gojo no respondió de inmediato, pero su mirada permaneció fija en ella. Sabía que no podía dejar que esto quedara así. La diferencia entre ellos estaba más clara que nunca, y aunque su mente trataba de ordenar sus pensamientos, había algo en su interior que seguía sin resolverse.
—"No subestimes el control, Reika. A veces, es lo único que puede mantenerte con vida." —su tono se tornó más bajo, casi en un susurro, como si compartiera una verdad que solo él comprendía.
Ella lo observó en silencio, antes de hacer un giro rápido y continuar caminando adelante, como si no estuviera tan interesada en su lección.
—"Bueno, Sensei... supongo que te escucharé... por ahora." —dijo, pero su tono seguía siendo juguetón, tan cargado de desafío como siempre. "Solo que ya sabes... nadie puede controlar todo por siempre."
Y con una pequeña risa, continuó jugando con las llamas, dejándole a Gojo la sensación de que, por más que intentara, nunca podría tener el control total sobre ella. Pero, en el fondo, había algo en esa sensación que lo perturbaba más que cualquier maldición.
Rin y Kaito avanzaban en silencio por los pasillos oscuros, sus pasos ligeros pero firmes, buscando a Gojo. El aire, espeso y cargado, parecía cargar cada uno de sus movimientos con una tensión palpable. La oscuridad envolvía el lugar, pero la luz tenue de los pocos puntos brillantes dejaba entrever una figura al fondo, una presencia familiar.
A medida que se acercaban, Rin frunció el ceño. Detuvo sus pasos de golpe. A pesar de la penumbra, algo en la postura de Reika la inquietó. Se fijó bien en su rostro, y fue entonces cuando lo vio: el leve enrojecimiento de su mentón, el tipo de marca que aparecía después de un beso apremiante, sobre todo si el hombre no se había afeitado correctamente. Un pensamiento instantáneo cruzó por su mente: ¿Qué demonios pasó aquí?
El nudo en su estómago se apretó, y sin pensarlo más, avanzó hacia ellos. Reika, al verla, rápidamente giró la cabeza, pero Rin no podía evitar notar el leve rubor en su rostro, el pequeño gesto de incomodidad que delataba algo más que un simple "ataque de maldiciones".
Rin se detuvo a unos metros de ellos, su mirada fija e inquisitiva. Sus ojos se clavaron en Reika, quien ya no podía disimular la tensión en su rostro. El leve brillo en sus labios no pasaba desapercibido.
—"¿Qué sucedió aquí?" —preguntó Rin, su tono bajo, pero cargado de ironía. Elevó una ceja con sospecha, estudiando a ambos con detenimiento.
Reika se adelantó un paso, sin perder la compostura. Su voz fue rápida, casi demasiado rápida, como si intentara cortar el silencio con una excusa que no terminaba de convencer.
—"Ataque de maldiciones. Nos libramos bien." —respondió con una sonrisa forzada, la mirada ligeramente evasiva.—"Esta área ya está limpia." —
Rin no se movió. La mirada de desconfianza en sus ojos se intensificó. Se acercó un paso más, sin apartar la vista de ella.
—"¿Solo eso?" —preguntó nuevamente, su tono volviendo a ser más incisivo, más directo. Un pequeño destello de duda la atravesó. —"A mí me huele a otra cosa."
Un pesado silencio siguió a sus palabras. La atmósfera parecía volverse aún más densa. Kaito, que observaba en silencio, decidió que ya era suficiente. Pero fue Gojo quien, con una sonrisa juguetona, rompió la tensión.
—"A ver, a ver... ¿Vamos a hacer preguntas todo el día o vamos a terminar la misión?" —dijo con su tono característico, tan despreocupado, como si nada fuera importante.
Pero Rin no lo dejó pasar. Su mirada se desvió hacia él, su voz firme, pero cargada con un matiz que no pudo evitar expresar.
—"Parece que ustedes adelantaban otra misión en conjunto." —exclamó sin ningún filtro, su tono cortante, como si estuviera lanzando un desafío.
Reika le lanzó una mirada fulminante, pero no dijo nada. Sabía lo que Rin insinuaba, y no iba a darle el gusto de una respuesta directa. Sin embargo, la atmósfera entre ellas se tensó aún más.
Rin, en el fondo, sabía que existían reglas, reglas que habían sido impuestas con sangre y esfuerzo. Las relaciones entre maestros y alumnas estaban prohibidas, y si algo había sucedido entre ellos, ya no se trataba solo de un desliz o una mala interpretación. Había algo mucho más profundo, y Rin lo sentía en su pecho, como una presión que la asfixiaba.
Pero lo que más la molestaba, lo que realmente la picaba en lo más profundo, era lo que no podía dejar de reconocer. No era solo la transgresión de las normas lo que la enfurecía, sino la sensación visceral de celos que la había invadido sin previo aviso.
—"Bueno, bueno, ya basta de hacer de detective, ¿a qué han venido a esta zona? Ya está limpia." —preguntó, echándose hacia atrás y metiendo las manos en los bolsillos, desbordando una tranquilidad que contrastaba con la evidente incomodidad de Rin.
Kaito, quien había permanecido en silencio hasta ese momento, reaccionó de manera casi automática ante la pregunta de Gojo.
—"Oh, cierto, encontramos un torii destruido." —dijo, y su voz fue casual, sin importar realmente el contexto. Pero, al parecer, el simple hecho de mencionar algo tan mundano como un torii destruido fue suficiente para que la atmósfera pesada se aligerara un poco.
Gojo suspiró, aliviado de que se hubieran tragado la distracción.
—"Bien, vamos a ver."
Mientras caminaban, Reika lanzaba miradas furtivas a su sensei, su corazón latiendo con una mezcla de cautela y desafío. Intentaba mantener una distancia prudente, consciente de los ojos inquisitivos de Rin, que caminaba a pocos pasos de ellos. Pero su mente se negaba a obedecer: cada rincón de su alma estaba impregnado del recuerdo de lo que había sucedido minutos atrás. El roce de los labios de Gojo, la electricidad de su cercanía, la forma en que el tiempo se había detenido en un instante prohibido. Aquel secreto ardía en su pecho, tan vívido que temía que su rostro la delatara.
Habían estado a punto de ser descubiertos, el peligro rozándolos como una sombra afilada. Y, sin embargo, una sonrisa traviesa se dibujó en los labios de Reika, incapaz de contener la emoción que la embargaba. Se giró ligeramente hacia Gojo, sus ojos brillando con una audacia que él conocía demasiado bien.
—"Nos salimos con la nuestra" —susurró, su voz apenas un murmullo, cargada de una mezcla de inocencia y provocación.
Gojo, con su habitual máscara de despreocupación, sintió que el aire se volvía más denso. Esa muchacha, su alumna, con su candor y su descaro, tenía el poder de desestabilizarlo incluso en un momento como este. Sus pasos se mantuvieron firmes, pero su mente era un torbellino. ¿Cómo podía esa joven, apenas iniciada en los secretos del deseo, tejer una red tan implacable a su alrededor? La frustración lo carcomía: él, el hechicero supremo, estaba atrapado en el juego de una sonrisa, de un susurro, de un recuerdo que no podía —ni quería— borrar.
Ultimo asalto al cementerio
El pasillo se angostaba con cada paso, como si las paredes mismas quisieran engullirlos. La energía maldita impregnaba el aire, oscureciendo las marcas ennegrecidas que las piedras parecían haber absorbido. El ambiente se tornaba denso, casi palpable, como una amenaza inminente acechando en cada rincón. Cada respiración se sentía pesada, cada sonido amplificado en la penumbra. Algo los observaba, algo que no podía ser visto pero cuyo peso era imposible de ignorar.
Kaito avanzaba con su habitual indiferencia, y Reika lo seguía de cerca, pero era ella quien no podía evitar lanzar furtivas miradas hacia Gojo. Su rostro, marcado por una sonrisa calculada, brillaba con una chispa de burla. Recordaba ese momento de debilidad, el instante en que él, el Hechicero Supremo, cedió sin resistencia, dejándose arrastrar por un impulso. La tentación de volver a probar su fortaleza, de empujarlo de nuevo al límite, se tejía en su mente como una sombra inquebrantable.
Gojo, por su parte, parecía no notarla. Su sonrisa, esa sonrisa característica, se mantenía firme, como un eco distante, aunque un destello de conciencia brillaba en su mirada. "Debe estar pensando lo mismo que yo", pensó Reika. "La segunda vez será mejor, mucho mejor".
—"No puedes dejar de pensar en eso, ¿verdad?" —murmuró Reika, su voz un susurro bajo, aunque la tensión en el aire la hacía vibrar como una cuerda tensa.
Gojo ladeó la cabeza ligeramente, sus ojos fijos al frente, sin perder el ritmo. La calma que irradiaba era casi inquietante.
—"Concéntrate, Reika. Esto no es un juego" —respondió, su tono tan suave como de costumbre, pero con una veta de dureza apenas perceptible.
Reika no se dejó amedrentar. Sonrió con desdén, como si todo aquello fuera una danza conocida.
—"Es difícil cuando las distracciones son tan... tentadoras." —sus palabras, cargadas de un subtexto que ninguno de los dos podía negar, flotaron en el aire, pesadas, como la amenaza de un truco por desvelar.
El Torii destruido, una prueba de habilidades y trabajo en equipo.
Cuando finalmente llegaron al lugar, el aire se volvió denso, casi impenetrable. Se acercaron al torii con una cautela palpable, cada paso resonando en un vacío que parecía susurrar antiguos ecos. Sin embargo, al momento de cruzar, el suelo bajo sus pies tembló como si la tierra misma estuviera respondiendo a algo siniestro.
Una presencia oscura emergió de la zona sellada, palpable y venenosa. Antes de que pudieran reaccionar, un sinfín de maldiciones menores surgieron de entre las sombras, corriendo tras ellos con una furia ciega. Eran como una marea de carne retorcida y ojos salvajes, abalanzándose sin piedad.
—"¡Cuidado!" —gritó Kaito, sus ojos fríos pero llenos de alerta mientras retrocedía, preparándose para enfrentar lo que venía.
La barrera que los había mantenido a salvo colapsó con un retumbar sordo, como el sonido de un destino inevitable. De entre los escombros, una figura titánica comenzó a tomar forma: una maldición gigantesca, deformada, con extremidades retorcidas que se movían de manera antinatural. Sus ojos brillaban con una intensidad cegadora, girando en direcciones imposibles, observando todo, todo a su alrededor.
El grupo reaccionó al instante, preparándose para el combate que se avecinaba.
—"Rin, Kaito, encarguen a los rezagos." —La voz de Gojo cortó el aire, firme y autoritaria, como si no hubiera duda alguna en su mente. Luego, sin apartar la mirada del monstruo que se alzaba frente a ellos, giró la cabeza hacia Reika—. "Tú y yo, el grande. Quiero ver cómo te enfrentas a él."
La palabra "gran" resonó en su mente como un desafío, una prueba. Reika no respondió de inmediato. Un escalofrío recorrió su columna mientras la adrenalina comenzaba a recorrer sus venas, pero su sonrisa se curvó con una mezcla de emoción y tensión, como una mariposa que se prepara a volar directamente hacia la llama.
—"No esperaba menos." —Su tono estaba cargado de una emoción cruda, de un deseo profundo de probar su fuerza. Sabía lo que Gojo quería, y sabía que él también deseaba algo de ella en ese combate, algo más que simples habilidades. Algo personal.
La maldición rugió y se lanzó sobre ellos.
Gojo fue el primero en moverse. Se teletransportó en un parpadeo, reapareciendo justo sobre la criatura.
—"No deberías atacar así sin un plan" —comentó con su tono burlón de siempre.
Pero antes de que pudiera dar un golpe, la maldición contraatacó con una serie de zarcillos oscuros que se dispararon en todas direcciones.
Uno de ellos se dirigió directo a ella.
—"¡Tch!"
Esquivó varios ataques con agilidad, pero uno la alcanzó. Unas garras retorcidas se enredaron en su brazo y, con una fuerza brutal, la alzó en el aire como si fuera una muñeca de trapo.
—"¡Maldición! " —gritó, sintiendo la presión aumentar mientras su fuego maldito comenzaba a recorrer su cuerpo. Las llamas ardieron con furia, devorando la carne espectral de la criatura que osaba sujetarla. Pero, para su sorpresa, la bestia no la soltó, se regeneraba a una gran velocidad.
Y en lugar de retroceder, la maldición la agitó con violencia, estrellándola contra las paredes y lanzándola al vacío con la intención de destrozarla. Sus compañeros solo pudieron observar con horror mientras ella se debatía entre el dolor y la lucha. Esta no era una simple maldición de bajo grado. Era más fuerte, más feroz... y mucho más peligrosa de lo que habían imaginado.
—"¡Es de grado 2! " —exclamó Kaito , con el terror reflejado en su rostro.
Las maldiciones de grado 2 eran una amenaza completamente distinta. Eran lo suficientemente poderosas como para asesinar a civiles con facilidad y poner en aprietos a hechiceros promedio.
Se movían con velocidad, tenían resistencia sobrehumana y, en muchos casos, poseían técnicas malditas rudimentarias. Esta, en particular, recordaba a la maldición insectoide que había aparecido en una misión de primer año en Kioto con Yuta Okkotsu: una criatura de extremidades alargadas y exoesqueleto endurecido que podía regenerarse rápidamente y resistir ataques directos de energía maldita.
Si no acababa con ella rápido, la situación podría salirse de control.
Gojo giró levemente la cabeza—"Deberías saber que no haré nada para eliminarlo. Lo harás tú."—Su tono era despreocupado, casi juguetón, pero sus ojos, ocultos tras la venda, reflejaban algo más profundo.
Observación.
Evaluación.
Ella apretó los dientes.
No importaba.
No podía fallar.
La maldición frente a ella era un enemigo formidable.
No era de grado especial, pero estaba cerca. Su mera presencia distorsionaba el aire a su alrededor, y su energía maldita emanaba con una presión sofocante. Era resistente, veloz y lo suficientemente fuerte como para hacer retroceder a cualquier hechicero promedio.
El suelo bajo sus pies se resquebrajó cuando avanzó.
Alzó una mano y, con un chasquido de dedos, su fuego maldito cobró vida.
Llamas negras se arremolinaron en su palma, crepitando con un fulgor siniestro, como si estuvieran hambrientas de consumirlo todo.
Estas no solo quemaban... corroían. Lo físico, lo espiritual, cualquier cosa lo suficientemente desafortunada como para entrar en contacto con ellas.
—"Bien... Si quieres que lo haga yo, entonces no me subestimes."
Las llamas comenzaron a trepar por su brazo, envolviéndola sin dañarla, como si fueran una extensión de su propia voluntad. La maldición lanzó un chillido gutural antes de abalanzarse sobre ella, pero esta vez, ella no retrocedió.
Cerró los ojos por un instante y dejó que su energía maldita fluyera con total libertad. Cuando los abrió de nuevo, su mirada ardía con determinación, reflejando el resplandor de sus propias llamas.
Gojo sonrió con interés.
—"Eso quiero ver."
La maldición se lanzó sobre ella, su silueta distorsionándose con la velocidad. En un abrir y cerrar de ojos, extendió sus zarcillos como lanzas afiladas, dispuestas a atravesarla.
Ella giró sobre su eje, su fuego maldito explotando a su alrededor en un destello de llamas negras. Los zarcillos se quemaron al contacto, deshaciéndose como ceniza en el viento.
El monstruo chilló, retrocediendo por instinto. Pero era demasiado tarde.
Ella ya estaba sobre él.
Golpeó el suelo con una patada y salió disparada, su velocidad aumentando gracias a la presión de su propia energía maldita. Su puño, envuelto en llamas negras, impactó contra el torso de la maldición con una fuerza devastadora.
El aire vibró con la explosión de energía.
El cuerpo de la criatura se arqueó por el impacto, pero no se desmoronó. A pesar del fuego corroyendo su carne maldita, logró atrapar su brazo con sus garras, resistiendo la combustión con una regeneración acelerada.
—"¿Intentas volver a sanar? eso lo veremos..." —murmuró ella con una sonrisa tensa.
La maldición aprovechó su breve distracción y la lanzó con violencia contra una de las columnas del edificio. El impacto hizo crujir el concreto, pero antes de caer al suelo, ella se estabilizó con una voltereta en el aire, aterrizando con una rodilla en el suelo.
Se limpió el labio con el dorso de la mano.
Sangre.
Gojo observaba desde la distancia, con los brazos cruzados y una sonrisa de entretenimiento.
—"Eso fue duro", comentó, inclinando levemente la cabeza. —"¿Necesitas ayuda?"
Ella chasqueó la lengua.
—"No me subestimes."
Se puso de pie, sus llamas rugiendo con aún más intensidad. Sus ojos brillaban con determinación.
Esta vez, no dejaría que la tocara.
Extendió ambas manos, canalizando su energía maldita.
El fuego negro se condensó en esferas giratorias, flotando en el aire como meteoros en miniatura.
La temperatura del ambiente se disparó.
treinta grados, treinta y cinco, cuarenta, cuarenta y cinco, cincuenta, sesenta grados.
Sus compañeros tomaron distancia, alejándose lo suficiente para no sentirse sofocados con su aura maldita, la energía que emanaba de ella era densa, no dejaba respirar.
—"¡Carajo esto es un horno!" —Se quejó Rin, entre cerrando los ojos y tomando su distancia prudente, pero a pesar de ello, aun el calor emanaba en el ambiente, espeso y molesto.
Kaito a su lado, intentaba mantener la concentración e intentaba luchar, pero el peso del calor se le hacía insoportable, Gojo notó esto, frunció el ceño y ordenó a Reika.
—"¡Date prisa, o tus compañeros se quemarán!"
Reika ladeo la cabeza, intentó regular la temperatura, logrando así concentrarla en un radio más próximo a ella, intentando evitar que esta se disipara tanto a su alrededor.
Lo logró.
La temperatura alrededor de ella llegó a los ochenta grados, pero sus compañeros solo sentían unos treinta grados a la distancia.
—"¡No se acerquen a ella!" —Gritó Gojo, ordenándoles mantener su distancia.
La maldición pareció percibir el peligro y se lanzó contra ella con todo su peso, buscando acabar con la pelea antes de que pudiera atacar.
Pero ya era demasiado tarde.
Con un simple gesto, las esferas explotaron en una danza de llamas infernales, envolviendo a la maldición en un vórtice de fuego maldito.
La criatura se retorció, aullando de agonía mientras su carne se corroía, incapaz de regenerarse con la misma rapidez.
Su brazo se desintegró. Luego su torso.
Y finalmente, dejó de gritar.
Cuando el fuego se disipó, solo quedaron cenizas flotando en el aire.
Ella exhaló, bajando lentamente los brazos.
El fuego Maldito se disipó, el calor a su alrededor bajó, su temperatura volvió a la normalidad.
Gojo dio un aplauso teatral, avanzando con arrogancia hacia el grupo, con esa despreocupación que parecía inmune al caos humeante a su alrededor.
—"¡Vaya, Reika, eso fue épico!" — exclamó, ajustándose las gafas oscuras con un gesto exagerado—. "Por un segundo pensé que nos ibas a convertir en barbacoa, pero, oye, ¡qué manera de brillar! Casi me dan ganas de seguir entrenándote más... o de huir, aún no lo decido."
Reika rodó los ojos, jadeando y con el cuerpo gritándole de cansancio, pero por dentro una sonrisa traicionera se le escapó. Había ganado, y lo sabía. El campo de batalla, todavía crepitando con las llamas que ella había desatado, se sumió en un silencio roto sólo por el chisporroteo menguante.
Gojo, con una sonrisa que era mitad orgullo, mitad travesura, se cruzó de brazos.
—"Admito que aprendiste algo en medio de ese desastre." —Hizo una pausa dramática, señalándola con un dedo—. "Pero, pequeño dato: ¡los hechiceros ganamos puntos por no asar a nuestros compañeros!"
Reika, con la respiración aún agitada, le lanzó una mirada desafiante, su propia sonrisa de victoria asomando.
—"Te dije que lo lograría, sensei." —La palabra "sensei" salió con un dejo burlón, como si estuviera probando hasta dónde podía pincharlo.
Gojo se encogió de hombros, fingiendo indiferencia, pero sus ojos traicionaban un destello de admiración. Esta chica había mejorado, y mucho, aunque jamás lo admitiría en voz alta. No todavía. En su mente, sin embargo, una vocecita molesta le recordaba que su talento no era lo único que lo tenía distraído.
Rin, todavía recuperando el aliento, se abanicó exageradamente con la mano.
—"Oye, Reika, la próxima vez avísanos si vas a convertir el campo en un horno, ¿sí?"—jadeó—. "¡Mi cara casi se derrite!"
Kaito, limpiándose el hollín de la frente, soltó una risita.
—"Espera, espera, tengo una teoría." —Se volvió hacia Reika con una expresión de falsa seriedad—. "Tú no gastas en calefón, ¿verdad? Ni en chimeneas, ni en estufas. ¿Haces té con solo mirar el agua? ¿O simplemente la evaporas por diversión?"
Reika soltó una carcajada, sacudiéndose el polvo de la ropa.
—"No, Kaito, nada de eso." —Le guiñó un ojo, juguetona—. "Pero si quieres, te caliento el té la próxima vez... o te quemo las cejas, tú eliges."
Gojo soltó una risita, estirándose con un bostezo tan exagerado que parecía estar posando para una audiencia invisible.
—"Buen trabajo, equipo." —Su mirada recorrió al grupo, pero se detuvo un segundo de más en Reika, un destello cómplice brillando tras sus gafas—. "Peleamos bien juntos. Un debut estelar para las misiones en equipo, ¿no crees, señorita Crematoria?"
Reika alzó una ceja, conteniendo una risa.
—"Bastante bien, sensei." —Su tono era ligero, pero había un matiz en su voz, una chispa que solo él captó, como si estuvieran jugando un juego que los demás no podían ver.
Kaito, ajeno a la corriente subterránea, sacó su celular con un suspiro dramático.
—"Oigan, antes de que otra maldición decida arruinarme el día, ¡selfie time!" —anunció, levantando el teléfono como si fuera un trofeo—. "Vamos, todos, cara de héroes agotados, ¡ya!"
El grupo se apiñó, un desastre glorioso de rostros tiznados, cabello revuelto y ropa hecha jirones. El suelo chamuscado y el aire cargado de humo daban un toque casi apocalíptico a la escena.
—"¡Selfie!" —gritaron al unísono, con Gojo sacando la lengua y Reika haciendo un gesto de victoria con los dedos, mientras Rin y Kaito apenas lograban mantener los ojos abiertos.
Riendo y tropezando, abandonaron el edificio en ruinas, el peso de la batalla aún en sus cuerpos, pero con una energía chispeante en el aire. Para Reika, sin embargo, el calor que sentía no venía solo de las llamas que había invocado. La mirada fugaz de Gojo, ese mensaje silencioso en sus bromas, seguía ardiendo en su piel. La misión había terminado, pero la tensión entre ellos, esa batalla privada, apenas estaba comenzando.
Miradas y Sospechas
El aula estaba llena de energía.
Los diez estudiantes intercambiaban relatos de sus misiones de la noche anterior, cada uno tratando de hacer que su historia sonara más impresionante que la del otro.
—"¡Y entonces aparecieron un sinfín de maldiciones de bajo grado para atacarnos! Luego, de la nada, apareció una de grado 2."
Kaito hablaba con entusiasmo, gesticulando exageradamente, como si estuviera narrando una leyenda épica.
—"¡No, no! Diles lo mejor." —Rin sonrió con diversión antes de añadir: —"Diles cómo el maestro dejó la maldición más grande para la pelirroja."
De inmediato, los ojos de todos se giraron hacia ella.
Ella sonrió con aire triunfal, cruzando los brazos.
—"Bueno, no es para tanto." —Se encogió de hombros, fingiendo modestia. —"Solo fue cuestión de trabajo en equipo y perfecta sincronización."
Rin entrecerró los ojos.
—"¿Perfecta sincronización?"
Rin la observó en silencio, sin hacer ningún gesto.
Había algo extraño en su actitud.
Estaba demasiado tranquila.
Demasiado confiada.
Y cuando Kaito mencionó el nombre de Gojo otra vez, Rin notó el leve cambio en la expresión de Reika. No fue evidente, pero ahí estaba. La forma en que bajó un poco la mirada, como si hubiera algo más detrás de su sonrisa segura.
Interesante.
Rin se recostó contra la pared, cruzando los brazos con una sonrisa que destilaba picardía. Sus ojos, afilados como los de un gato, se clavaron en Reika.
—"¿Entonces, qué tal estuvo Gojo-sensei esta vez?" —preguntó, su tono fingiendo una inocencia que no engañaba a nadie—. "Ahora que has aprendido a canalizar tu técnica en los puntos justos, seguro te mandan a misiones especiales. ¿Una hechicera de grado especial, nada menos? Vaya, Reika, ¡qué ascenso!"
El desdén en su voz era un hilo fino, apenas disimulado, pero suficiente para hacer que Reika alzara la vista, incómoda.
—"Supongo..." —respondió, encogiéndose de hombros, tratando de sonar indiferente—. "No es que me muera por el título."
Rin ladeó la cabeza, sus labios curvándose en una sonrisa que era todo menos sincera. Sus ojos la estudiaron, buscando una grieta en su fachada.
—"Ajá. Y seguro que Gojo-sensei dio su visto bueno para que llegues tan alto, ¿no?" —Hizo una pausa, su voz bajando a un tono conspirador—. "Dime, ¿cómo te fue en esos entrenamientos privados después de clases? ¿Tú y él, solitos, sudando en el dojo?"
Reika giró el rostro, esforzándose por mantener una expresión neutra, pero el calor empezaba a traicionarla, subiéndole por el cuello.
—"Bien" —dijo, con una calma forzada—. "Es un excelente maestro."
Rin soltó una risita, mordiéndose el labio inferior como si acabara de descubrir un secreto jugoso. Se acercó un paso, invadiendo el espacio de Reika con una actitud que gritaba provocación.
—"¿Excelente maestro? ¡Por favor!" — exclamó, sus ojos brillando con malicia—. "No solo es un genio con las maldiciones, es un maldito imán para los ojos. ¿Lo has visto bien, Reika? Ese hombre es un delito andante." —Bajó la voz, casi susurrando, como si compartiera un chisme prohibido—. "Esa camiseta ajustada que usa, marcándole cada músculo del pecho, esos abdominales que parecen tallados para perder la cabeza... ¿Y esa sonrisa suya? Esa mezcla de engreído y seductor que te hace querer arrancarle las gafas y... bueno, ya sabes."
Reika tragó saliva, sus mejillas encendidas a su pesar. Intentó mantener la compostura, pero la imagen que Rin pintaba era demasiado vívida.
—"No me fijo en esas cosas" —replicó, su voz un poco más aguda de lo que quería—. "Solo me importa que sea un buen sensei."
Rin estalló en una carcajada, echando la cabeza hacia atrás.
—"¿Buen sensei? ¡Ja!" —se burló, señalándola con un dedo acusador—. "¿No eras tú la que lo llamaba "creído insufrible" y juraba que sus clases eran una tortura? ¿Qué pasó, Reika? ¿De repente te volviste fan de sus... métodos de enseñanza?"
Reika apretó los labios, sintiendo el calor extenderse por su rostro.
—"Rin, no jodas" —espetó, tratando de sonar firme—. "Las cosas cambiaron, ¿vale? Maduré."
Rin alzó una ceja, su sonrisa volviéndose aún más felina. Se inclinó hacia ella, bajando la voz hasta un susurro cargado de insinuación.
—"Oh, seguro que maduraste." —Hizo una pausa, dejando que el silencio se volviera insoportable—. "Dime, Reika, ¿cómo crees que sería? Ya sabes, probar a Gojo-sensei. Esa boca suya, siempre con esa sonrisita arrogante, debe saber a puro fuego. Apuesto a que besar a un hombre así te derrite hasta los huesos. ¿No te lo has imaginado ni un poquito?"
Reika giró el rostro, su ceño fruncido en una mezcla de molestia y nervios.
—"¡Para, Rin!" —siseó, su voz temblando ligeramente—. "Es nuestro maestro, ten un poco de respeto."
Pero Rin no retrocedió. Sus ojos brillaban con una diversión cruel, y la forma en que la miraba, como si pudiera ver a través de ella, hizo que a Reika se le erizara la piel. Mantuvo su expresión relajada por puro orgullo, pero el nudo en su estómago y el recuerdo de los labios de Gojo, tan recientes, tan prohibidos, amenazaban con traicionarla.
Antes de que pudiera decir algo más, la puerta del aula se abrió de golpe.
—"¡Buenos días, mocosos!"
La voz despreocupada de Gojo llenó el aula, haciendo que todas las miradas se dirigieran a él.
El maestro entró con las manos en los bolsillos, con esa sonrisa de siempre en el rostro y sus característicos lentes oscuros cubriendo sus ojos, dejó escapar un silbido bajo, dirigiendo su mirada hacia el grupo.
—"Vaya, vaya. Parece que alguien está hablando mucho de mí."
Rin miró de reojo a la pelirroja por un segundo.
Ella lo notó.
Y en ese instante supo que no podía bajar la guardia.
Porque, aunque nadie más lo había visto...
Rin estaba empezando a atar los cabos.
Al día siguiente. Pensamientos que dan vuelta.
Reika caminaba por los pasillos desiertos del colegio, el eco de sus pasos resonando en la quietud. La mayoría de los estudiantes ya se habían ido, y el silencio la envolvía como un manto pesado. Rin no había asistido ese día, y Reika vio en ello una oportunidad. Una oportunidad para hacer que las cosas volvieran a su terreno, para seguir provocando, para seguir jugando con la línea entre lo prohibido y lo deseado.
De repente, su mirada se cruzó con la de Gojo. Él estaba allí, apoyado en la pared, con su característica sonrisa despreocupada, pero algo en el aire, en sus ojos, sugería que no era un encuentro casual.
—"Hola, Sensei!" —saludó ella con un tono juguetón, levantando la mano hacia él, como si la situación fuera tan ligera como un suspiro.
Gojo la miró con esa calma característica, la misma que siempre llevaba consigo, pero que en momentos como ese, parecía casi desafiante.
—"Hola, pirómana. ¿Qué tal tu clase de hoy? ¿Con quién te tocó?" —preguntó, como si la pregunta fuera casi una broma, un intercambio rutinario, pero algo en su voz sugería que esperaba algo más.
—"Utahime... es muy buena maestra" —respondió Reika, pero sus palabras se desvanecieron en el aire cuando algo en su mente comenzó a hacer ruido. Recordó las palabras de Rin, su susurro venenoso sobre Gojo, sobre él y su manera de ser... y sin querer, sus ojos comenzaron a recorrer la figura del maestro. Primero, la suavidad de sus pectorales, firmes y definidos, luego descendió lentamente, siguiendo la línea de su abdomen marcado y, casi sin poder evitarlo, se detuvo justo antes del cinturón.
Gojo, que había notado la mirada de Reika, levantó una ceja con una sonrisa ladeada. La tensión entre ellos se hizo palpable, como un juego que ambos sabían jugar.
—"¿Se te perdió algo?" —su voz fue suave, pero la mirada que le lanzó estaba llena de desafío.
Reika se sacudió, como si fuera un jarrón que se hubiera roto, regresando a la realidad con rapidez. Su sonrisa apareció de nuevo, pero esta vez era más retadora, más cargada de algo inexplicable. Gojo notó la chispa en sus ojos, esa mirada que, sin decir nada, decía todo.
—"¿Entonces, sensei, ya no habrá más clases particulares?" preguntó, su voz baja, teñida de una dulzura que era más un anzuelo que una pregunta. Cada palabra parecía calculada, un juego que solo ellos entendían.
Gojo, apoyado contra la pared, cruzó los brazos, su postura relajada contrastando con el destello intenso que cruzó sus ojos tras las gafas oscuras. Contrólate, Satoru, se ordenó, pero la forma en que Reika lo miraba, con esa mezcla de candor y provocación, estaba encendiendo algo que no podía ignorar. Su sonrisa, esa maldita sonrisa suya, era una invitación a perderse.
—"No exactamente... particulares" —respondió, su voz grave, cargada de un tono juguetón que rozaba lo peligroso. —"Ya sabes moverte... bastante bien. Pero si quieres pulir ciertas... técnicas, siempre puedo hacer un espacio para ti." —Se acercó un paso, su altura proyectando una sombra que la envolvió, y añadió, con una ceja alzada: —"Aunque, cuidado, porque ahora mis entrenamientos serán... más intensos."
Reika sintió un cosquilleo recorrerle la piel, pero no retrocedió. En cambio, ladeó la cabeza, dejando que una sonrisa lenta y provocadora se dibujara en sus labios. —"Quiero entrenar... duro, sensei,"—dijo, enfatizando la palabra con una suavidad que era puro veneno dulce. —"Como solo tú sabes enseñarme."— Sus ojos se deslizaron por él, deteniéndose un instante en su pecho, donde la camiseta ajustada marcaba cada línea de sus músculos, antes de volver a su rostro.
El aire se espesó, cargado de una tensión que vibraba como una cuerda a punto de romperse. Gojo sintió su pulso acelerarse, su mente gritándole que pusiera distancia, que recordara su lugar como maestro. Es tu alumna, idiota. Detente. Pero su cuerpo tenía otras ideas. La forma en que Reika pronunció "duro", la curva de sus labios, el desafío en su mirada... todo conspiraba para nublarle el juicio.
—"¿Duro, eh?"— replicó, su voz bajando a un murmullo ronco, incapaz de resistirse al juego.— "Te gusta cuando soy duro, ¿verdad? Cuando te hago... sudar."— Sus labios se curvaron en una sonrisa torcida, y dio otro paso hacia ella, dejando apenas un metro entre ellos. —"Puedo ponerte a prueba, Reika. Pero no sé si estás lista para ese nivel."—
Reika mordió su labio inferior, un gesto que era tanto nervioso como deliberadamente provocador. Sus ojos inquietos en su figura, sin embargo, captaron algo: un leve ajuste en la postura de Gojo, un movimiento casi imperceptible mientras cruzaba una pierna frente a la otra. Su mirada bajó por un instante, y ahí estaba: una sutil evidencia en la tela de sus pantalones, una elevación, una deliciosa elevación, una traición de su cuerpo que no pudo ocultar del todo.
Reika sintió un calor subirle al rostro, pero en lugar de apartar la vista, alzó los ojos hacia él, su sonrisa volviéndose más audaz.
—"Creo que puedo con cualquier nivel, sensei," —susurró, su voz un hilo de seda cargado de insinuación. —"Especialmente si tú eres el que... me empuja."
Gojo captó el cambio en su mirada, el destello de picardía que decía que ella había notado. Maldita sea. Rápidamente, giró el cuerpo hacia un lado, fingiendo ajustar sus gafas para disimular, pero el calor en su rostro lo delataba. Su mente era un torbellino: quería mantener el control, ser el sensei intocable, pero cada palabra de Reika era como gasolina en un incendio.
—"Eres valiente, ¿eh?" —dijo, recuperando su tono burlón, aunque su voz seguía teñida de un deseo que no podía ocultar del todo. —"Entrenar así... requiere mucha resistencia. Pero si insistes, puedo enseñarte a... aguantar un poco más."— Las palabras seariam, se dijo, pero la chispa en su pecho —y el calor más abajo— le decía que no quería escapar. Ajustó su Haori blanco con un movimiento rápido, asegurándose de que cubriera cualquier evidencia traicionera, y la siguió, sabiendo que la biblioteca sería cualquier cosa menos un lugar para estudiar.
La Biblioteca
La biblioteca estaba sumida en una luz tibia, casi hipnótica, que se filtraba por las altas ventanas, bañando los estantes en un resplandor dorado. El murmullo lejano de páginas al pasar y los pasos amortiguados de unos pocos estudiantes se desvanecían en el silencio, interrumpido solo por el ocasional crujido de la silla de la señora bibliotecaria, una anciana cuya indiferencia era una bendición disfrazada. Desde su escritorio, apenas prestaba atención, dejando a Reika y Gojo un espejismo de privacidad.
Reika los guió hacia las entrañas del edificio, sus pasos ligeros resonando apenas sobre la madera pulida. El pasillo al que llegaron era angosto, apenas iluminado por una lámpara polvorienta que titilaba débilmente. Los estantes, cargados de tomos olvidados, cerraban el mundo a su alrededor, creando un rincón donde el silencio era tan denso que parecía vibrar con los latidos de sus corazones.
Gojo la seguía, sus manos en los bolsillos, fingiendo esa despreocupación que era su escudo. Pero su cuerpo aún llevaba las secuelas de la conversación en el pasillo: el calor persistente, la erección que se negaba a ceder, un recordatorio traicionero de lo mucho que Reika lo desarmaba. Contrólate, Satoru, se ordenó, pero cada movimiento de ella, cada roce de su falda contra sus muslos, era una provocación que lo mantenía al filo de un precipicio.
Llegaron al último estante, donde los libros polvorientos parecían esperar un milagro para ser tocados. El tomo que Reika "necesitaba" estaba, por supuesto, en la repisa más alta, fuera de su alcance. Con un suspiro teatral, se alzó sobre las puntas de sus pies, su falda subiendo lo justo para revelar un destello de piel, un gesto que era tanto inocente como descaradamente calculado.
Gojo entrecerró los ojos, su sonrisa torcida atrapada entre la diversión y la exasperación. ¿De verdad, Reika? pensó, consciente de la trampa en la que había caído. Su mirada se deslizó, por un instante, por el vaivén de la tela, la curva tensa de sus piernas, la provocación que ella manejaba con una precisión insolente. Eres su maestro. Aléjate. Pero su cuerpo no obedecía, y el calor que lo recorría era una prueba de que su deseo estaba ganando.
Se acercó, sus pasos casi silenciosos, hasta quedar justo detrás de ella. Sin decir palabra, apoyó una mano en la estantería, su brazo rodeándola en un gesto que era protector y posesivo a la vez. Su pecho rozó la espalda de Reika, un contacto deliberado que hizo que el aire entre ellos se volviera eléctrico. Ella se quedó quieta, pero Gojo pudo sentir el cambio en su respiración, un leve temblor que delataba su propia agitación.
Entonces, en ese instante suspendido, Reika sintió algo más: un roce firme contra su trasero, la evidencia inconfundible de la excitación de Gojo, aún presente, aún traicionándolo.
Su corazón dio un vuelco, y un calor repentino le subió por el cuello. Pero en lugar de retroceder, Reika actuó por instinto, o tal vez por audacia: empujó sus caderas hacia atrás, apenas un movimiento, pero suficiente para presionar contra él, un desafío silencioso que era tanto provocación como invitación.
Gojo dejó escapar un gemido bajo, casi inaudible, un sonido que se le escapó antes de que pudiera contenerlo. El contacto, aunque sutil, fue como un relámpago, y su cuerpo reaccionó sin permiso: sus caderas se movieron hacia adelante, un roce instintivo que intensificó la conexión entre ellos.
Por un instante, se frotaron, un movimiento lento, casi imperceptible, pero cargado de una intensidad que dejaba al descubierto el deseo que ambos intentaban reprimir. El calor de sus cuerpos, la fricción apenas contenida, era una confesión que no necesitaba palabras.
Reika sintió su propia respiración entrecortarse, pero su sonrisa secreta se amplió, sabiendo el poder que tenía sobre él. Gojo, por su parte, estaba al borde de perderse. Es tu alumna. Detente, contrólate. Su mente gritaba advertencias, pero la sensación de Reika contra él, la audacia de su movimiento, era una corriente que lo arrastraba. Intentó recuperar el control, ajustando su postura para disimular, pero el daño estaba hecho: ella lo había sentido, y él lo sabía.
Con una lentitud exasperante, alzó la otra mano y tomó el libro de la repisa, sus dedos rozando el lomo como si quisiera prolongar el momento. No se movió de inmediato, dejando que la fragancia dulce del cabello de Reika lo envolviera, la tentación mordiéndole las entrañas. El silencio era un hilo a punto de romperse, vibrante con lo que no se atrevían a decir.
—"Aquí tienes, desastrosa," —susurró al fin, su voz grave, casi ronca, rozando su oído como una caricia prohibida. Bajó el libro lentamente, deslizándolo entre las manos de Reika, sus dedos rozando los de ella con una intención que no podía disfrazar.
Reika cerró los dedos en torno al volumen, pero no se movió. Se quedó allí, atrapada entre la estantería y el cuerpo de Gojo, su respiración agitada traicionando el efecto que él tenía en ella. Lentamente, giró la cabeza lo justo para mirarlo por encima del hombro, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y fuego. —"Y ahora, sensei," —murmuró, su voz un hilo de seda cargado de provocación, —"¿qué más puedes... enseñarme?"
Gojo tragó saliva, su sonrisa tensa mientras intentaba recuperar la compostura. El roce de sus caderas, el gemido que se le había escapado, lo hacían sentir expuesto, vulnerable, y eso solo avivaba el incendio en su pecho. Ajustó su Haori con un movimiento rápido, asegurándose de ocultar cualquier evidencia traicionera, pero sus ojos no dejaron los de Reika. —"Cuidado con lo que pides, pirómana," —respondió, su tono burlón pero teñido de un deseo que no podía ocultar. —"Algunas lecciones... queman más de lo que esperas."
Ella sonrió, una chispa de victoria en su mirada, y dio un paso atrás, rompiendo el contacto pero dejando el aire cargado de promesas. La biblioteca, con sus estantes polvorientos y su silencio opresivo, era ahora un escenario donde la línea que aún no habían cruzado se sentía más frágil que nunca.
Iba a decir algo, cualquier tontería para romper la magia peligrosa de ese instante, cuando un sonido seco rasgó el aire: pasos apresurados, el rechinar de los zapatos viejos de la bibliotecaria.
—"¡Ah, Gojo-sensei!" —la voz aguda, casi chirriante, los sacudió como un relámpago—. "Lo buscan en la sala de maestros. Recién llamó la señorita Utahime."
Ambos dieron un respingo instintivo, alejándose apenas en un reflejo torpe y culpable.
Gojo se aclaró la garganta con una tos falsa, acomodándose los lentes oscuros como si eso pudiera borrar la escena de segundos atrás. Reika, en cambio, se volteó despacio, abrazando el libro contra su pecho, su expresión la imagen misma de la inocencia fingida.
La señora los miró con su habitual desinterés, demasiado acostumbrada a los jóvenes haciendo tonterías en los pasillos para sospechar de algo realmente grave.
—"Gracias, señora." —murmuró Gojo, forzando una sonrisa.
La bibliotecaria asintió con un gruñido y se alejó arrastrando los pies.
Un silencio tenso quedó entre ellos. Gojo se pasó la mano por el cabello, aún sintiendo el calor de ella en su cuerpo. Reika, con su habitual descaro, ladeó la cabeza y sonrió, como si todo fuera parte de un pequeño juego que apenas acababa de comenzar.
—"Me debes una, sensei..." —susurró ella, como un soplo de brisa caliente.
Gojo soltó una risa breve, incrédula y nerviosa. Luego, dándole un golpecito ligero en la frente con dos dedos, le dijo:
—"Más te vale estudiar ese libro. No siempre tendrás tanta suerte."
Y, sin darle tiempo a replicar, se dio media vuelta y se alejó por el pasillo, no sin sentir aún el peso de su mirada quemándole la espalda.
Ella se quedó allí, abrazando el libro con una sonrisa de medio lado, sabiendo que esa partida apenas era el prólogo de algo más grande.
Gojo en la sala de profesores
El eco de sus propios pasos resonaba en los pasillos del colegio, pero Gojo apenas los oía. Su mente seguía atada al rincón oscuro de la biblioteca, al calor del cuerpo de Reika temblando apenas contra el suyo, a ese instante suspendido en el que había olvidado todo menos el aroma de su cabello y el roce provocador de su figura.
"Maldita sea..."
Se frotó la nuca con la mano, como si quisiera despegar de su piel el recuerdo reciente. Pero era inútil. Su cuerpo aún reaccionaba, tenso, demasiado vivo.
"¿Qué me pasa? ¿Desde cuándo pierdo la cabeza de esta forma?"
Llegó a la sala de maestros. Empujó la puerta con desgano, encontrándose con Utahime y otro par de profesores que hablaban entre ellos. Todo parecía normal, cotidiano, ajeno al terremoto que lo sacudía por dentro.
—"¡Gojo! Te estábamos esperando, necesitamos revisar las asignaciones de la próxima misión." —dijo uno de ellos, tendiéndole unos papeles.
Gojo forzó su sonrisa habitual, esa máscara descarada que siempre usaba, y se dejó caer en una silla como si no tuviera una maldita preocupación en el mundo.
—"Claro, claro... ¿de qué misión hablamos?" —preguntó, tomando los papeles.
Mientras fingía leer, su mirada se desenfocaba. No veía palabras, no veía números. Solo recordaba la sensación de sus caderas rozándose contra las suyas, el breve gemido que ella no llegó a soltar, la leve vibración que sintió a través de su propio cuerpo.
"Está mal... está tan mal..." pensaba. Y sin embargo, otra parte de él, más salvaje y enterrada, susurraba: "Está viva. Ella también lo siente."
Apretó la mandíbula sin querer. No podía seguir así. No podía permitirse caer.
Él era el maestro. Ella su alumna.
Un error... un solo error, y todo su mundo se vendría abajo.
—"¿Gojo?" —Utahime le llamó la atención, frunciendo el ceño.
Parpadeó, sacudiéndose como si despertara de un mal sueño.
—"Perdón, perdón, pensaba en otra cosa..." —murmuró, devolviendo los papeles sin haber leído una sola palabra.
—"Sí, seguro. Como siempre..." —rezongó Utahime.
Gojo se limitó a sonreírle de lado, esa sonrisa suya que no decía nada y lo decía todo.
Pero por dentro, no podía dejar de pensar en ella. En esa biblioteca oscura. En esa falda que se levantaba intencionadamente. En cómo casi, casi había cedido...
Y en el hecho brutal de que, quizás, la próxima vez... no sabría detenerse.
Entrenamiento
El sol de la tarde comenzaba a caer tras los edificios antiguos del Colegio Jujutsu, tiñendo el cielo de un rojo profundo, como si incluso el mismo cielo presintiera lo que estaba por suceder.
En el campo de entrenamiento, el aire era cálido, casi pesado. Gojo llegó primero, apoyado despreocupadamente contra una columna de piedra, las manos en los bolsillos, la cabeza echada hacia atrás como si no tuviera una sola preocupación en el alma. Pero por dentro...
Por dentro, sabía que ese día era distinto.
Y entonces, la vio llegar.
Reika avanzaba hacia él con esa forma de caminar que parecía danzar en lugar de pisar, y vestía ropa de entrenamiento—sí—, pero tan ceñida a su cuerpo que marcaba cada curva, cada latido, cada promesa de su juventud. Una camiseta negra corta, dejando ver un pequeño tramo de su vientre plano, y pantalones deportivos que abrazaban sus caderas como si hubieran sido hechos para eso.
Gojo alzó una ceja, divertido, y sonrió, esa sonrisa ladeada que era tanto burla como confesión.
"Sabe lo que está haciendo..." pensó, y la sangre le ardió un poco más de la cuenta.
—"Vaya... ¿esa es tu ropa de entrenamiento habitual o quieres que me distraiga y pierda?" —comentó con tono ligero, aunque sus ojos azules brillaban como cuchillas recién forjadas.
Reika fingió una inocencia descarada, llevando una mano a su cintura con coquetería.
—"¿Distraerte? Para nada, Sensei... yo vine a entrenar duro, ¿recuerdas? Como a ti te gusta."
El golpe fue directo. Gojo rió entre dientes, esa risa profunda y peligrosa que brotaba cuando sus instintos eran más fuertes que su razón.
—"Ah, sí... duro..." —repitió, arrastrando la palabra, como saboreándola en el aire entre ellos.
Ambos sabían que el hilo que los separaba era ya tan delgado como una brizna de humo. Solo bastaba un soplo... un roce... un susurro... y todo se vendría abajo.
—"Bien." —dijo al fin, estirándose como un felino—. "Muéstrame qué tanto has mejorado, pequeña incendiaria."
Ella sonrió de lado, peligrosa, como si llevara una chispa encendida en el pecho.
Se ubicaron a una distancia prudente. Gojo asumió una postura relajada, dejándole el primer movimiento, dándole a ella el mando. Un gesto casi simbólico: hazlo tú, rompe tú el límite si te atreves.
Y ella se atrevió.
Empezaron el entrenamiento. Movimientos rápidos, ataques medidos, esquivas. Pero cada roce, cada choque accidental de cuerpos, elevaba la temperatura de la atmósfera hasta volverla insoportable.
Un giro mal dado, una zancadilla intencionada quizás —o tal vez un simple error, nadie sabría decirlo luego— y Reika terminó cayendo sobre él. Gojo la sostuvo por la cintura en el último instante, evitando que ambos rodaran por el suelo.
La atrapó contra su pecho, firme, demasiado firme. El calor de sus cuerpos colisionó como un trueno contenido.
Quedaron congelados, respirando el mismo aire, el mismo temblor.
Él la miró, muy de cerca, y supo en ese momento que no habría vuelta atrás.
"El hilo se va a romper. Aquí. Ahora."
—"¿Piromana...?" —murmuró su apodo, casi con un lamento, como quien sabe que está a punto de pecar y no puede detenerse.
Ella no contestó con palabras. Sus manos subieron lentamente, rozando sus costados, sintiendo cada músculo, cada latido acelerado bajo la tela. Sus ojos brillaban de desafío, pero también de hambre.
Gojo apretó la mandíbula. Un suspiro cargado escapó de sus labios, como el crujido previo a una tormenta.
—"No...no deberíamos" —susurró, la voz ronca, quebrada entre el deber y el deseo.
—"Entonces no lo pienses..." —le dijo ella, rozando su mejilla con la suya, como quien incendia un bosque con una chispa.
Y en ese instante, Gojo dejó de pensar.
La abrazó con fuerza, girándola contra la pared más cercana, atrapándola entre su cuerpo y el cemento caliente del atardecer.
La batalla que importaba ya no era de técnicas ni maldiciones. Era una guerra distinta, una que habían perdido desde aquel primer roce en la biblioteca, cuando el hilo que los separaba comenzó a deshacerse. El campo de entrenamiento, bañado por el rojo incendiado del atardecer, era ahora el escenario de su rendición.
El calor que emanaba de Gojo y Reika era casi visible, como hilos de vapor danzando entre sus cuerpos. Pegados contra la pared cálida, sus respiraciones se entrelazaban, un torbellino de deseo que amenazaba con consumirlos. Gojo bajó la cabeza, sus cabellos blancos rozando la frente de Reika, su aliento cálido mezclándose con el de ella.
Sus labios encontraron los suyos en un roce torpe al principio, tembloroso, como si ambos temieran el peso del pecado que estaban a punto de cometer. Pero el segundo beso fue diferente: nació de una necesidad cruda, urgente, un incendio que llevaba demasiado tiempo conteniéndose.
Gojo la abrazó con fuerza, apretándola contra su pecho como si quisiera fundirla con él, como si temiera que ella pudiera desvanecerse. Sus manos, grandes y seguras, recorrieron su espalda, deteniéndose en la curva de su cintura, sus dedos hundidos en la piel expuesta bajo la camiseta recortada. La sensación de su cuerpo, cálido y vibrante a través de la tela fina, era un castigo dulce que lo hacía perder la razón.
Sus labios abandonaron los de ella, descendiendo con hambre hacia su cuello, dejando besos desordenados, casi desesperados, como si quisiera marcarla con cada roce. Reika gimió suavemente, un sonido ahogado contra su hombro que fue como gasolina en el fuego de Gojo. Sus dedos se enredaron en los cabellos blancos de él, tirando con una mezcla de urgencia y desafío, empujándolo aún más contra su piel.
El mundo se desdibujó. Los edificios antiguos, el cielo en llamas, el eco lejano del colegio —todo desapareció. Solo existían ellos, la pared que aún guardaba el calor del sol, y la piel enrojecida por el roce de sus cuerpos. Gojo, con la respiración errática, deslizó una mano por el muslo de Reika, sus dedos trazando un camino lento, deliberado, que encendía cada nervio. La otra mano se aventuró bajo su camiseta, rozando la suavidad de su piel, deteniéndose justo al borde de su pecho, como si pidiera permiso y lo exigiera}\,\
—"Piromana..." —murmuró, su voz ronca, casi un gruñido, mientras sus labios rozaban la curva de su clavícula. —"Eres un maldito incendio... y me estás quemando vivo."—
Ella arqueó la espalda, presionándose más contra él, su cuerpo respondiendo antes que su mente. —"Entonces quémate conmigo, sensei," —susurró, su voz un hilo de seda cargado de provocación, sus manos deslizándose por el pecho de Gojo, sintiendo cada músculo tenso, cada latido acelerado.
El deseo lo cegó. Gojo, con un jadeo entrecortado, dejó que su mano bajo la camiseta, rodeara el pecho de Reika, apretándola suavemente, acariciándola con una mezcla de reverencia y urgencia. Su otra mano, más atrevida, rozó la tela ajustada de sus pantalones, el centro de su intimidad, presionando sus dedos con una precisión que arrancó un gemido más profundo de Reika. El calor que sintió, la humedad que delataba su deseo, fue como un relámpago que lo hizo inclinarse hacia ella, sus labios rozando su oreja. —"Siempre quise tocarte así..." —susurró, su voz grave, cargada de promesas prohibidas. —"¿Sabes cuánto me has torturado con estas curvas? Quiero meterte los dedos, pirómana"
Pero antes de que pudiera ir más lejos, la mano de Reika se posó firme sobre su pecho, deteniéndolo en seco. El mundo pareció detenerse. Ella tragó saliva, su respiración agitada, sus mejillas encendidas por el calor y la intensidad del momento. —"Gojo, espera..."—susurró, su voz trémula pero clara, cortando el aire como un filo. —"Hay algo que debes saber antes de seguir."
Gojo se congeló, como si sus palabras fueran cadenas que lo ataran al suelo. Abrió los ojos, encontrándose con los de ella, y en su mirada había un torbellino: deseo ardiente, culpa punzante, y una ternura que lo desarmó. Respiró hondo, dejando caer su frente contra la de Reika, sus manos aún en su cintura, incapaces de soltarla por completo. —"Maldita sea..." murmuró, una sonrisa amarga curvando sus labios. —"¿Sabes lo jodidamente difícil que es parar ahora?"
Ella sonrió, temblando entre sus brazos, sus dedos aún enredados en su camiseta. —"Lo sé..."— susurró, su voz suavizada por una vulnerabilidad que contrastaba con su audacia. —"Pero... no estoy lista. Notodavía."
Gojo cerró los ojos, su mandíbula apretada mientras luchaba contra el grito de su cuerpo. Apretó a Reika con más fuerza, casi con desesperación, como si en ese abrazo pudiera protegerla no solo del mundo, sino también de sí mismo. No hubo más besos, no hubo más caricias prohibidas. Solo el latido de dos corazones al filo del abismo, resistiendo el impulso de caer.
Y así, abrazados contra la pared del campo de entrenamiento, mientras el cielo se incendiaba sobre sus cabezas, sellaron un pacto tácito: Hoy no. Pero pronto... muy pronto.
Salón de clases
La mañana cayó sobre el colegio como una sábana húmeda, pesada. Todo parecía igual a cualquier otro día... pero no lo era.
El aula olía distinto. A incertidumbre. A fuego contenido.
Reika entró con paso sereno, pero en su pecho, los tambores de guerra golpeaban sin piedad.
Gojo ya estaba ahí, con su sonrisa imperturbable, sus lentes oscuros, su aire de indiferencia que, sin embargo, no engañaba a nadie que supiera mirar de cerca.
Y alguien miraba de cerca.
Muy cerca.
Rin, recostada contra su silla con aire casual, alzó una ceja apenas verla entrar.
Sus ojos de gata brillaron al captar ese temblor casi imperceptible en Reika, ese leve estremecimiento que sólo una mujer atenta podría notar.
Cuando Reika tomó asiento, Rin se movió como una sombra, dejando su mochila sobre el pupitre a su lado.
—"Qué coincidencia..." —murmuró Rin, con una sonrisita afilada— "Hoy quiero sentarme aquí."
Reika no respondió. No podía. El solo hecho de sentirla tan cerca ya la incomodaba, como una daga bajo las costillas.
Gojo notó el movimiento de inmediato. Su mirada, aunque oculta tras los lentes, se aguzó como una espada.
Pensó, fugazmente, en solicitar el traslado de Rin a otro equipo. Alejarla de Reika, de sí mismo, de esa grieta que crecía.
Pero era inútil.
Mover una pieza sin razón visible solo sería el detonante para más sospechas.
Así que resolvió soportarlo. Como un soldado que sabe que la guerra apenas comienza.
La clase siguió su curso. Nombres de técnicas, esquemas, fórmulas para expandir el dominio espiritual.
La voz de Gojo llenaba el aula, segura, luminosa, pero su alma estaba dividida, flotando entre las palabras y las miradas.
Reika fingía tomar notas, pero sus dedos temblaban apenas sobre la hoja.
Y entonces, en un acto de audacia cubierta de inocencia, arrancó un pedazo de papel, escribió unas pocas palabras, y lo ocultó dentro de su cuaderno.
Cuando Gojo giró hacia la pizarra para explicar una fórmula, ella se levantó, caminó hasta su escritorio, el cuaderno contra el pecho.
Se inclinó un poco, como quien busca la ayuda del maestro, y preguntó:
—"Sensei... no entendí esta parte..."
Su voz era melosa, baja, solo para él.
Mientras hablaba, deslizó con sutileza el pequeño papel sobre su escritorio, cubriéndolo con una hoja como quien esconde un secreto a la vista de todos.
Gojo, sin moverse más de lo necesario, la miró sobre el borde de sus gafas.
Ella sostuvo su mirada apenas un segundo, suficiente para que el mundo entero se apagara.
Un destello de complicidad, un golpe de tambor en medio del silencio.
Cuando Reika volvió a su asiento, Rin la siguió con la mirada, ladeando la cabeza, oliendo la sospecha como un sabueso viejo.
Gojo, por su parte, aprovechó un instante para deslizar el papel bajo su palma.
Lo leyó sin expresión alguna.
"Te veo en la azotea al salir."
Un mensaje simple.
Una chispa en la pólvora.
Y él lo entendió todo.
Finalmente, la campana sonó, indicando el fin de la clase. Un alivio momentáneo recorrió el cuerpo de la chica.
Azotea
Reika salió del instituto con paso firme, dejando atrás las paredes cargadas de murmullos y miradas indiscretas. Se dirigía a un lugar apartado, un refugio donde las sombras del Colegio Jujutsu no pudieran alcanzarla. El aire fresco de la tarde la envolvía, y con cada paso, una mezcla de alivio y anticipación se apoderaba de ella. Pero la sensación de ser observada, como una sombra persistente, no la abandonaba del todo.
Llegó al edificio, una estructura alta y aislada, olvidada por el tiempo, perfecta para escapar del peso de los ojos de Rin y las expectativas del instituto. Subió las escaleras con el corazón latiendo más rápido de lo que quería admitir, hasta que alcanzó la azotea. Allí, bajo el cielo que se oscurecía con destellos de estrellas, estaba Gojo.
Apoyado contra la baranda, su silueta recortada contra el crepúsculo, Gojo exudaba esa despreocupación que era su armadura. Pero sus ojos azules, brillando tras las gafas oscuras, traicionaban una diversión contenida, un destello que decía que él también sentía la electricidad de este encuentro.
—"Rin," exclamó, una risa baja escapando de sus labios. —"Sabía que era curiosa, pero esto podría meternos en un lío épico."
Reika se acercó con una media sonrisa, sus pasos seguros pero cargados de una coquetería natural. —"¿Qué hacemos con ella?" —preguntó, su tono más serio de lo habitual, aunque sus ojos brillaban con un toque de picardía.
Gojo pasó una mano por su cabello blanco, desordenándolo con un gesto despreocupado. —"No sé... ¿La ofrecemos como cena a alguna maldición hambrienta?" —respondió, su voz ligera, pero con un filo juguetón que invitaba a seguir el juego.
Ella soltó una risa suave, el sonido como un bálsamo en la tensión del momento.
—"Jaja, no creo que las maldiciones tengan tan mal gusto,"— replicó, acercándose aún más, hasta que la distancia entre ellos era apenas un susurro.
Sin pensarlo demasiado, Reika lo abrazó, rodeando su cintura con los brazos, su rostro presionado contra el pecho de Gojo. El calor de su cuerpo, la firmeza de sus músculos bajo la camiseta, era una tentación que la hacía contener el aliento. Gojo sonrió, inclinándose para relajar el ambiente.
—"Menos mal no sospechaba que estábamos haciendo otra cosa" —dijo, su voz cargada de un doble sentido que hizo que el aire se volviera más denso.
El rostro de Reika se encendió, pero alzó la mirada hacia él, fingiendo una ingenuidad que no engañaba a nadie. —"¿Otra cosa? ¿Como qué, sensei?" —preguntó, sus ojos brillando con un desafío que lo atravesó.
Gojo ladeó la cabeza, su sonrisa volviéndose más pícara, casi peligrosa.
—"Ya sabes... cosas de adultos," —murmuró, su voz grave, dejando que las palabras flotaran entre ellos como una provocación.
El rubor de Reika se intensificó, pero rió, intentando mantener la compostura. —"Oh... jajaja, sí, eso habría sido... terrible," —respondió, aunque su voz tembló ligeramente, traicionando el efecto que él tenía en ella.
Un silencio cómodo se instaló, roto solo por el susurro del viento. Entonces, con un tono más cauteloso, Reika preguntó: —"Imagino que... tú lo has hecho muchas veces, ¿no?"
Gojo soltó una carcajada, su sonrisa amplia y confiada.
—"¡Uff, millones de veces!" —exclamó, claramente exagerando, sus ojos brillando con picardía mientras jugaba con ella.
Ella le dio un codazo suave en el costado, frunciendo el ceño con fingida indignación. —"¡Mentiroso!" —replicó, aunque una risa se le escapó, aligerando el momento.
Pero entonces, Gojo notó un cambio en ella: un leve nerviosismo, una sombra en su mirada. Se inclinó ligeramente, estudiándola con una intensidad que contrastaba con su habitual desenfado. —"Pirómana,"— dijo, su voz más suave, casi tierna. —"¿Lo que pasó ayer... hice algo que no te gustó?"
Reika sonrió, un gesto pequeño pero sincero. —"No, sensei... nada mal. Todo estuvo... bien," —respondió, su voz suavizada por una vulnerabilidad que lo tomó desprevenido. —"Solo que... olvidé mencionarte algo."
Él alzó una ceja, curioso. —"¿Qué cosa?" —preguntó, su tono invitándola a hablar sin presionarla.
El silencio se prolongó, pesado pero no incómodo. Reika tomó aire, su mirada fija en el horizonte antes de volver a él. —"Yo jamás... jamás lo he hecho, nunca me han tocado" —confesó en un susurro, sus mejillas tiñéndose de un rubor que la hacía parecer más joven, más frágil. —"Por eso te pedí que te detuvieras."
Gojo la miró, sorprendido, su mente procesando la revelación. Siempre había asumido que su actitud coqueta, su forma de provocarlo con esa mezcla de inocencia y descaro, era la de alguien más experimentada. La había deseado, sí, con una intensidad que lo consumía: su cuerpo, sus curvas, la forma en que su falda se movía o su risa lo desafiaba. Pero ahora, viéndola allí, vulnerable pero valiente, algo en él cambió. No era solo deseo. Era algo más, algo que lo hacía sentir culpable por quererla tanto, pero también protector, atrapado por la paradoja que era Reika.
Sin decir nada, la abrazó con más fuerza, atrayéndola contra su pecho. —"No es la gran cosa,"— murmuró, su voz baja, tranquilizadora, aunque por dentro su corazón latía con una mezcla de ternura y conflicto. ¿Sería correcto ser su primero? se preguntó. La quería, sí, disfrutaba sus juegos, el filo prohibido de su conexión.
Pero ahora, sabiendo que ella era tan pura en ciertos aspectos, se sentía dividido. No era solo atracción sexual. Su valentía, su fuego, su forma de desarmarlo con una mirada o una palabra... lo estaba enamorando.
Reika, aún en su abrazo, alzó la mirada, sus ojos buscando los de él.—"Quiero... que sepas que estoy lista," —dijo, su voz suave pero firme, cargada de una determinación que lo dejó sin aliento.
Gojo parpadeó, su sonrisa habitual reemplazada por una más tenue, más sincera. —"¿Lista?" —repitió, inclinando la cabeza como si quisiera asegurarse de que no había malinterpretado.
Gojo sintió su garganta apretarse, su corazón dando un vuelco. Ella siempre lo sorprendía, siempre encontraba la manera de desarmarlo sin siquiera intentarlo. —"Sabes que esto no es un juego, ¿verdad?" —murmuró, su tono grave, despojado de su habitual burla, mientras deslizaba una mano hasta su mejilla, acariciando su piel con una ternura que contrastaba con su imagen de hechicero intocable.
Ella asintió, sin apartar la mirada, sus ojos brillando con una resolución que era tan encantadora como peligrosa. —"Lo sé," —respondió, su voz clara. —"Y, aun así, lo quiero contigo."
Gojo suspiró, apoyando su frente contra la de ella, dejando que sus respiraciones se mezclaran en el silencio de la noche.
—"¿Te gusta empujarme al abismo, desastrosa?" —susurró, una leve sonrisa curvando sus labios, aunque su voz temblaba con una emoción genuina.
Ella rió suavemente, colocando una mano sobre la de él, disfrutando el calor de su toque.
—"¿Disfrutas del caos, no?" —replicó, aligerando el momento, pero sus ojos decían todo lo que no se atrevía a pronunciar.
Gojo soltó una risa baja, pero no apartó la mirada. Había algo en sus ojos azules, una profundidad que rara vez mostraba. —"No eres solo mi alumna favorita," —dijo, haciendo una pausa como si buscara las palabras exactas. —"Contigo... es diferente. Me haces querer cosas que no debería."
Reika sintió que el mundo se reducía a ese instante, a la honestidad cruda de sus palabras. —"Satoru..." —murmuró, su nombre escapando de sus labios como una caricia, sin saber qué más decir.
Él sonrió de lado, deslizando una mano hasta su nuca, acercándola hasta que sus frentes volvieron a tocarse. —"Sólo quiero decirte que no hay prisa, pirómana," —susurró, su pulgar rozando la línea de su mandíbula. —"Solo somos tú y yo, aquí, ahora. Y eso... es más que suficiente."
En ese momento, bajo el cielo nocturno, no hubo necesidad de más palabras. Sus corazones latían al unísono, sellando una promesa silenciosa. No era solo deseo, no era solo un juego. Era algo más profundo, una conexión que los había llevado hasta este punto, donde el futuro era incierto pero su certeza era absoluta: estaban juntos, y eso era todo lo que importaba.