MI ALUMNA FAVORITA -CAP 3

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INQUIETUD Y DESEO
🌙
Pensamientos.
La confesión del día anterior aún resonaba en la mente de Gojo, como un eco imposible de silenciar. Las palabras de Reika, su mirada firme, desprovista de dudas, lo perseguían. Por primera vez, él, el intocable Satoru Gojo, se había sentido expuesto, vulnerable ante esos ojos que parecían verlo más allá de su fachada.
Algo en su pecho ardía, inquieto. Lo había intentado todo para distraerse: las clases, las bromas ligeras con sus alumnos, el crujir de un dulce robado de su bolsillo. Pero el asiento vacío al fondo del salón lo arrastraba de vuelta a ella.
No estaba ausente por casualidad. Reika había sido reconocida como hechicera de clase especial. Sus llamas malditas, antes incontrolables, ahora danzaban a su voluntad, aniquilando maldiciones de grado dos con una precisión que rayaba en lo terrorífico. Las misiones la mantendrían lejos, y aunque Gojo sentía un orgullo feroz por su alumna, también había algo más, algo que lo carcomía.
¿Quién era ella para él? ¿Su estudiante? ¿Su igual? ¿Algo más peligroso, algo que no se atrevía a nombrar?
Sacudió la cabeza, molesto consigo mismo.
—"Piensas demasiado, Satoru," —murmuró, cubriendo su rostro con una mano, como si así pudiera ahuyentar el torbellino en su mente.
Pero, ¿cómo no pensar en ella? Reika lo desafiaba, lo desarmaba. Los entrenamientos privados después de clases habían cruzado una línea que él, en su arrogancia, creyó que podía controlar. Cada roce, cada mirada cargada, cada palabra susurrada en la penumbra del gimnasio había derribado las barreras entre maestro y alumna. Y ahora, esa línea rota lo consumía.
Ella sabía lo que provocaba. Con cada movimiento, cada sonrisa calculada, lo encendía, lo reducía a un hombre común, hambriento, atrapado en el deseo por algo prohibido. Su cuerpo, su fuego, su audacia... todo en Reika era una tentación que él había jurado resistir.
Pero las noches lo traicionaban. Solo, en la oscuridad, su mente la invocaba. Sus manos buscaban alivio, y las sábanas húmedas eran testigos mudos de una verdad que nunca admitiría en voz alta. Había sucumbido ante su imagen, una y otra vez, con una mezcla de culpa y éxtasis.
Quería reclamarla, apagar esa llama que lo consumía, poseerla hasta que no quedara nada de su desafío. Pero también quería protegerla, mantenerla a salvo de él mismo, de la bestia que ella despertaba. Porque, por primera vez, Satoru Gojo no estaba seguro de quién tenía el control.
La confesión de Reika seguía quemando en la mente de Gojo. "Quiero que seas tú." Sus palabras, dichas con una certeza que no admitía réplicas, lo habían desarmado. Él, el gran Satoru Gojo, maestro de las evasivas y las bromas, se había quedado sin palabras, expuesto ante una verdad que lo sacudía.
¿Debería ser él? Reika era mayor de edad, sí, pero seguía siendo su alumna, torpe y desafiante a partes iguales. Una parte de él, la que siempre mantuvo bajo control, rugía con deseo. Quería ser el primero, reclamarla, ver su rostro descomponerse bajo él, sentir su calor, escuchar sus gemidos rompiendo el silencio. El solo pensamiento lo encendía, tensaba su cuerpo, y tuvo que morderse el labio, desviando la mirada para no traicionarse.
Estaba tan perdido en sus pensamientos que no notó a Kaito, de pie junto a su escritorio, observándolo con una ceja arqueada mientras jugueteaba con su teléfono.
—"Sensei..." —dijo Kaito, con voz calma.
Silencio. Gojo seguía atrapado en su mente.
—"Sensei," —repitió, un poco más alto.
Gojo dio un respingo, casi tirando el bolígrafo que tenía en la mano.
—"¡Joder, Kaito! ¿Qué pasa? ¿Quieres matarme del susto o qué?" —soltó, forzando una sonrisa para cubrir el nerviosismo que le subía por la garganta.
Kaito ladeó la cabeza, con una sonrisa pícara.
—"¿Interrumpí un sueño subidito de tono, sensei? Estabas como ido."
Gojo se recostó en la silla, cruzando los brazos con su típica pose despreocupada, aunque su risa sonó un pelín forzada.
—"¿Yo? ¿Distraído? Nah, solo estaba planeando cómo hacer que aprendas algo útil por una vez," —bromeó, guiñándole un ojo.
Kaito se acercó un poco más, bajando la voz con complicidad, como si compartieran un secreto de estado.
—"Vamos, profe, aquí entre nosotros... Si necesitas, te paso unos links. Hay unas chicas en internet que, uff, te sacan de cualquier mal rato."
Gojo soltó una carcajada, más genuina esta vez, aunque el calor en sus mejillas lo traicionó. Se inclinó hacia Kaito, bajando el tono con un brillo travieso en los ojos.
—"¿En serio, pequeño pervertido? ¿Crees que el gran Satoru Gojo necesita tus videos de dudosa calidad? Por favor, si quieres, yo te paso un par de recomendaciones. Gratis, porque me das pena."
Kaito abrió los ojos como platos, emocionado.
—"¡Profe, eso es hablar! Mándamelos al correo, pero que no se entere nadie, ¿eh?" —susurró, señalando con la cabeza hacia el resto del salón.
Antes de que Gojo pudiera responder, Rin se acercó con los brazos cruzados, claramente harta.
—"Gojo-sensei, ¿va a seguir la clase o ya podemos irnos? Porque si es para perder el tiempo, prefiero ir a entrenar."
Gojo la miró, recuperando su fachada de profesor despreocupado en un segundo.
—"Tranquila, Rin, la clase sigue. Pero si tan desesperada estás por sudar, puedo ponerte a correr cien vueltas al patio. ¿Qué dices?" —dijo, con una sonrisa burlona que ocultaba el alivio de cambiar de tema.
Rin puso los ojos en blanco y volvió a su asiento, murmurando algo sobre "profesores vagos". Kaito, todavía sonriendo, le lanzó a Gojo una mirada cómplice antes de regresar a su lugar, dejando a Gojo solo con sus pensamientos... y con el eco de la confesión de Reika resonando más fuerte que nunca.
Inquietud y Sospechas.
El olor a tabaco impregnaba el aire cuando Gojo se dejó caer en la silla frente a Shoko. Ella le dedicó una mirada perezosa desde detrás de su taza de café, con el cigarro sostenido entre los dedos. La sala de descanso estaba en su habitual estado de caos controlado: papeles apilados en los escritorios, expedientes abiertos a medio leer y un par de tazas vacías de café repartidas por la mesa.
— "Vaya, qué raro verte aquí sin un paquete de dulces en la mano," comentó ella con una sonrisa sarcástica.
Gojo apoyó el codo en la mesa y dejó caer la cabeza en su mano.
—"Qué cruel, Shoko, me haces ver como un niño con adicción al azúcar."
Ella soltó una risa breve antes de exhalar una bocanada de humo.
—"Si el zapato te queda..."
Normalmente, él respondería con algo aún más exagerado, algo que la haría rodar los ojos y llamarlo idiota. Pero en lugar de eso, solo sonrió de lado, sin el brillo usual de arrogancia en los ojos.
Shoko entrecerró la mirada.
— "¿Algo te preocupa?" —preguntó sin rodeos.
Gojo chasqueó la lengua, mirando al techo como si en él estuviera escrita la respuesta correcta.
— "¿A mí? Para nada. Soy la viva imagen de la tranquilidad."
Shoko levantó una ceja. — "Claro, claro. Y yo soy la imagen de la sobriedad."
Gojo soltó una risa, pero no era del todo genuina. Se inclinó hacia atrás en la silla, cruzando los brazos detrás de la cabeza.
— "Digamos que..." —empezó, eligiendo cuidadosamente sus palabras. — "Hay alguien que me tiene algo confundido."
Shoko apoyó el codo en la mesa y lo miró con renovado interés. — "¿Alguien?"
— "Sí, alguien."
Ella dio otra calada a su cigarro. — "¿Un alguien con curvas?"
Gojo soltó una carcajada breve. — "¿Por qué asumes eso?"
Shoko giró los ojos. — "Porque te conozco. No te ves así de perdido a menos que haya una mujer involucrada."
Gojo sonrió, divertido, pero sin confirmar nada. Se incorporó un poco y tomó la taza de café que Shoko había dejado en la mesa.
— "Hey," —protestó ella.
Él bebió un sorbo sin inmutarse. — "Tal vez solo estoy envejeciendo. Quizás estoy teniendo una crisis existencial."
Shoko dejó escapar un suspiro. — "Gojo, para que eso fuera cierto, primero tendrías que haber madurado."
Él fingió una expresión dolida, llevándose una mano al pecho. — "Eso fue innecesariamente cruel."
Shoko lo observó en silencio por un momento, analizando la forma en que evitaba su mirada por demasiado tiempo. Gojo era un maestro en esconderse tras sus bromas, pero ella podía ver cuando algo lo afectaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
No tenía idea de quién era la mujer que lo tenía así, pero sin duda había alguien.
— "Solo espero que no estés metido en algo que te haga arrepentirte después," —dijo finalmente, con un tono más suave.
Gojo sostuvo la mirada de Shoko por un segundo antes de soltar una sonrisa ladeada.
— "¿Yo? Vamos, ¿cuándo he tomado malas decisiones?"
Ella resopló. — "¿Necesitas la lista en orden alfabético o cronológico?"
Gojo rió, y por un instante, la tensión en su rostro pareció aliviarse. Pero mientras Shoko lo veía salir de la sala, supo que lo que fuera que estaba rondando su mente no se iría tan fácilmente.
Y de alguna manera, ella tenía la sensación de que no era un problema cualquiera.
Reencuentros y Promesas.
Las semanas se habían arrastrado con una lentitud insoportable. Reika apenas podía contener el latido acelerado de su corazón mientras cruzaba la entrada del instituto. Las misiones, las maldiciones, el perfeccionamiento de sus llamas malditas... todo eso palidecía frente a la urgencia que la consumía: verlo. Contarle cada detalle, cada victoria, sabiendo que él la miraría con esa mezcla de orgullo y algo más, algo que la hacía estremecer.
Subió las escaleras a toda prisa, el eco de sus pasos resonando en los pasillos vacíos. Al girar en el último tramo, allí estaba él.
Gojo esperaba, apoyado contra la baranda con esa postura despreocupada que era su sello. Las manos en los bolsillos, sus lentes de sol cubriendo esos ojos que ella soñaba con descifrar. Su sonrisa ladina estaba intacta, pero cuando sus miradas se cruzaron, algo en él se quebró por una fracción de segundo: un leve tensar de los hombros, un cambio casi imperceptible que gritaba que él también la había extrañado.
—"Hey," —dijo él, con esa voz que pretendía ser casual pero que dejaba entrever un filo de anticipación.
—"Es bueno verte, sensei," —respondió ella, su tono suave, pero con un dejo que hizo que la palabra "sensei" sonara como una caricia.
El aire entre ellos vibró, cargado de una tensión que no necesitaba palabras. Reika dio un paso hacia él, apenas suficiente para acortar la distancia, pero lo bastante cerca como para que Gojo lo notara. Su perfume, sutil pero embriagador, lo envolvió, y él tuvo que apretar los puños dentro de los bolsillos para no reaccionar.
Ella ladeó la cabeza, dejando que un mechón de cabello cayera sobre su hombro, un movimiento calculado que lo obligó a tragar saliva.
—"¿Recuerdas lo que te dije en la azotea?" —preguntó, su voz baja, con un matiz que oscilaba entre la inocencia y la provocación.
Gojo inclinó la cabeza, su sonrisa aún en su lugar, pero más tensa, como si luchara por mantener la fachada.
—"Vagamente," —mintió, con un tono que pretendía ser juguetón pero que traicionaba un nerviosismo que no podía ocultar. Su mente, en cambio, reproducía cada palabra de esa confesión con una claridad brutal.
Reika dio otro paso, ahora tan cerca que él podía sentir el calor que emanaba de ella. Sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y deseo, y cuando habló, su voz fue un susurro que pareció deslizarse bajo la piel de Gojo.
—"Ahora que estaré más... libre," —dijo, dejando que la pausa colgara en el aire como una promesa—, "¿qué tal si nos encontramos en un lugar más íntimo? Sin interrupciones. Solo tú y yo."
Gojo sintió un calor subirle por el cuello, y por un instante, el gran Satoru Gojo, el hechicero imbatible, se quedó sin palabras. Su sonrisa se tambaleó, y soltó una risa corta, nerviosa, pasándose una mano por el cabello.
—"¿Íntimo, dices? Vaya, Reika, vas directo al grano, ¿eh?" —bromeó, pero su voz tenía un ligero temblor, y sus dedos tamborileaban inquietos contra la baranda.
Ella no retrocedió. En cambio, se inclinó apenas hacia él, lo suficiente para que su aliento rozara su oído cuando habló.
—"¿No es eso lo que quieres, Satoru?" —susurró, usando su nombre de pila como un arma, cada sílaba cargada de intención.
Gojo dio un paso atrás, más por instinto que por voluntad, chocando ligeramente contra la baranda.
—"Oye, oye, calma, pequeña piromana," —dijo, levantando las manos en un gesto de rendición fingida, aunque su risa sonaba más como un intento desesperado por recuperar el control—. "¿Intentas incendiarme aquí mismo o qué?"
Pero sus palabras no engañaban a nadie. Su cuerpo lo traicionaba: el pulso acelerado, la forma en que sus ojos, ocultos tras sus lentes, buscaban cualquier excusa para no enfrentar la mirada de Reika. Ella lo tenía atrapado, y lo sabía. Con una última sonrisa, tan dulce como peligrosa, Reika se giró, dejando que sus palabras flotaran en el aire como una chispa a punto de encenderlo todo.
—"Piénsalo, sensei," —dijo por encima del hombro, su voz un eco que lo persiguió mientras desaparecía por el pasillo.
Gojo se quedó allí, apoyado contra la baranda, con el corazón latiendo como si hubiera enfrentado una maldición de grado especial.
—"Maldita sea," —murmuró para sí mismo, soltando una risa temblorosa mientras se quitaba los lentes por un segundo, como si necesitara aire para procesar lo que acababa de pasar. Pero no había escapatoria. Reika lo había encendido, y esa llama no se apagaría fácilmente.
Observó a Reika desvanecerse por el pasillo, su silueta grabándose en su mente como una llama que no podía apagar. Por primera vez en mucho tiempo, algo escapaba de su control. Y, contra toda lógica, no le disgustaba.
Tensión y Deseo.
Las palabras de Shoko resonaban como un eco molesto: "No te metas en problemas." Pero él ya estaba demasiado lejos para dar marcha atrás. Camino a un hotel discretamente escondido en las afueras de la ciudad, había planeado todo con cuidado: llegarían en horarios distintos, sin levantar sospechas.
Nadie podía saberlo. Nadie debía saberlo.
En el ascensor, apoyó la cabeza contra la pared, dejando escapar un suspiro que llevaba demasiado peso. Qué ironía. Desde aquel beso robado, aquel momento en que cedió y sus labios encontraron los de Reika, supo que estaba metido en problemas hasta el cuello. Besar a su estudiante había sido cruzar una línea que no tenía vuelta atrás.
Romper las reglas siempre le había divertido. Las normas eran, para él, un juego que podía ignorar con una sonrisa y un guiño. Pero esto... esto era diferente. No era solo el riesgo de ser descubierto, de manchar su reputación o perder su lugar como maestro.
Era ella. Reika. La forma en que lo hacía sentir: expuesto, humano, vulnerable. Como si, por primera vez, no fuera el hechicero intocable, sino solo un hombre atrapado en un deseo que lo consumía.
El ascensor se detuvo con un leve ding, y Gojo salió, ajustándose los lentes con un gesto nervioso.
—"Tranquilo, Satoru, solo es una... cita," —murmuró para sí mismo, con una risa temblorosa que no engañaba a nadie. Pero la palabra "cita" sonaba ridícula, insuficiente para describir lo que estaba a punto de pasar.
Giró la llave en la cerradura y entró en la habitación. El lugar era elegante, sobrio, con una intimidad que no caía en lo vulgar. Un hotel, no un motel de paso. Había elegido cada detalle con cuidado, porque esto no era algo pasajero. No para ella. Y, aunque se negara a admitirlo en voz alta, tampoco para él.
Era ridículo que estuviera tan tenso. Se suponía que esto no era nuevo para él, y, sin embargo, por primera vez en su vida, sentía que no tenía el control absoluto de la situación.
La habitación estaba en penumbra, las cortinas dejando pasar apenas un hilo de luz. Gojo se quitó los lentes, dejando que sus ojos se ajustaran a la suave claridad. Su mirada recorrió el espacio: la cama perfectamente hecha, el aroma limpio del ambiente, el silencio que parecía amplificar el latido de su corazón. Todo estaba listo. Solo faltaba ella.
Se acercó a la ventana, apoyando una mano contra el cristal frío. Su reflejo lo miraba de vuelta, y por un segundo, no reconoció al hombre que veía.
—"¿En qué te has metido, idiota?" —susurró, con una media sonrisa que no llegaba a sus ojos. Pero no había arrepentimiento en su voz, solo una mezcla de anticipación y miedo.
Porque Reika no era solo una tentación. Era un incendio, y él estaba dispuesto a quemarse.
Intentó ordenar sus pensamientos. Pero antes de que pudiera hacerlo...
Sintió su presencia.
Gojo giró la cabeza y el mundo se detuvo.
Reika estaba allí, saliendo del baño como si acabara de surgir de un sueño que él no se atrevía a confesar. Su cabello húmedo caía en suaves ondas sobre sus hombros, brillando bajo la tenue luz de la habitación. Una toalla blanca apenas cubría su cuerpo, aferrándose a sus curvas y terminando a mitad de sus muslos, dejando a la vista una piel aún salpicada de gotas de agua que se deslizaban con una lentitud tortuosa. Y esa sonrisa... pícara, confiada, como si supiera exactamente el incendio que estaba desatando en él.
Gojo sintió que el aire se le atoraba en la garganta. Nunca la había visto así. No tan real, tan cerca, tan... desnuda en todos los sentidos. Sus labios se entreabrieron, buscando palabras que, por primera vez, no llegaban. Él, el gran Satoru Gojo, maestro de las réplicas ingeniosas, estaba mudo, atrapado en la visión de Reika como un adolescente enfrentando su primer amor.
Ella inclinó la cabeza, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y desafío.
—"¿Qué pasa, maestro? ¿Te comió la lengua el gato?" —preguntó, su voz un susurro seductor que parecía envolverlo como el vapor que aún emanaba de su piel.
Gojo parpadeó, soltando una risa nerviosa que sonó más como un jadeo. Se llevó una mano a la nuca, un gesto instintivo para ganar tiempo. ¿Por qué sigue llamándome maestro?, pensó, el título resonando como una provocación en el contexto de lo que estaba a punto de pasar. Era un recordatorio de la línea que ya habían cruzado, y eso solo lo hacía sentir más expuesto.
—"Oye, no te emociones tanto, pequeña piromana," —logró decir, forzando su tono desenfadado—. "Solo... no esperaba que salieras lista para darme un infarto antes de que pudiera prepararme."
Reika dio un paso hacia él, la toalla moviéndose apenas lo suficiente para hacer que Gojo apretara los puños, como si eso pudiera anclarlo a la realidad. Su confianza era magnética, cada movimiento deliberado, como si estuviera midiendo hasta dónde podía empujarlo.
—"¿No me estabas esperando, Satoru?" —preguntó, usando su nombre con una dulzura que era puro veneno, sus ojos fijos en los de él, desarmándolo sin esfuerzo.
Gojo tragó saliva, su sonrisa tambaleándose.
—"Sí, pero... ¿qué tal un poco más de ropa, eh? Digo, no es que me queje, pero..." —Su voz se quebró al final, traicionándolo, y maldijo internamente. ¿Desde cuándo tartamudeo?
Ella rió, un sonido suave pero cargado de poder, y dio otro paso, ahora tan cerca que él podía oler el aroma fresco de su piel, mezclado con el jabón que aún la envolvía.
—"¿Te incomoda?" —susurró, ladeando la cabeza, dejando que una gota de agua se deslizara por su clavícula, atrayendo la mirada de Gojo como un imán.
Él la observó, atrapado en esa chispa traviesa en sus ojos, en la dulzura que escondía una confianza absoluta en él. Y ahí estaba otra vez: esa punzada en su pecho, una mezcla de deseo, culpa y algo más profundo que no se atrevía a nombrar. Sus manos temblaron, los puños apretados para no ceder al impulso de tocarla, de olvidarse de todo y dejar que el incendio los consumiera.
—"Incomodar no es la palabra," —murmuró, su voz más baja, casi ronca, mientras se obligaba a mantener la distancia—. "Digamos que estás haciendo un esfuerzo heroico por volverme un idiota sin remedio."
Reika sonrió, y esa sonrisa fue su sentencia. Se acercó un poco más, la toalla rozando apenas contra su camisa, y Gojo sintió que perdía la razón. Era como si el mundo entero se redujera a ella: su calor, su mirada, la forma en que lo hacía sentir como un adolescente inexperto, con el corazón desbocado y las manos ansiosas por tocar lo que sabía que no debía.
—"Entonces, Satoru," —dijo ella, su voz un susurro que lo atravesó como un relámpago—, "¿vas a seguir hablando... o vas a hacer algo al respecto?"
Gojo cerró los ojos por un segundo, soltando una risa temblorosa.
—"Maldita seas, Reika," —susurró, más para sí mismo que para ella, mientras el último hilo de su autocontrol se deshacía como cenizas.
Gojo se humedeció los labios y finalmente se permitió moverse. Su otra mano se alzó, con una lentitud casi dolorosa, y rozó la piel húmeda de su mejilla. Ella cerró los ojos un instante ante el contacto, disfrutando el calor de su palma contra su piel fría.
—"Sabes que no hay vuelta atrás, ¿verdad?" murmuró él, con la voz más baja de lo habitual.
Ella abrió los ojos y lo miró con determinación. —"Nunca quise retroceder."
Gojo soltó una carcajada ligera, sin poder evitarlo. Era tan valiente. Mucho más que él en ese momento.
—"Siempre has sido una fastidiosa cuando tomas una decisión," —bromeó, intentando aligerar la tensión que lo estaba envolviendo.
—"Y tú siempre hablas demasiado cuando intentas no sentir."
Él se quedó en silencio.
Ella no le estaba dando escapatoria.
Y la verdad era que tampoco quería una.
Con un suspiro profundo, Gojo dejó que su frente chocara suavemente contra la de ella.
—"Me vuelves un desastre," admitió en un murmullo.
Ella sonrió, llevando su mano libre hacia la mejilla de él, acariciándola con la misma ternura con la que él la había tocado antes.
—"Entonces estamos iguales."
El aire entre ambos era tan denso que apenas podían respirar.
Y finalmente, Gojo se rindió.
Porque por primera vez en mucho tiempo... quería perderse en algo real.
Un Beso Irrevocable.
Gojo sintió su respiración entrecortada. No porque estuviera cansado, ni porque el momento lo abrumara físicamente.
Era ella.
Era la manera en que lo miraba, con esa mezcla de confianza y vulnerabilidad. Era el leve temblor de su respiración cuando él rozaba su piel. Era el fuego contenido en su mirada, esperando, invitándolo a cruzar esa última línea.
Y Gojo, que siempre había sido el que decidía el rumbo de las cosas, se dio cuenta de que esta vez... no tenía escapatoria.
Ella lo había atrapado.
Sin dudas, sin pensamientos que lo frenaran, Gojo cerró la distancia entre ellos, como si el mundo entero se hubiera reducido a ese instante. Sus labios rozaron los de Reika en un beso lento, casi reverente, como si quisiera memorizar cada rincón de su boca antes de rendirse al fuego que lo consumía. No era un beso impulsivo, sino profundo, deliberado, cargado de una promesa que ambos habían evadido demasiado tiempo.
Reika respondió con la misma intensidad contenida, sus labios suaves pero firmes, invitándolo a perderse en ella. Sus manos subieron lentamente por su pecho, deteniéndose en su nuca, donde sus dedos se enredaron en el cabello blanco de Gojo, suave como la seda y desordenado por la tensión del momento. El leve tirón que dio fue suficiente para arrancarle un gemido grave, un sonido que vibró en su garganta y lo sorprendió incluso a él.
No esperaba sentir tanto. No esperaba que un simple toque lo desarmara así.
Sus manos, grandes y seguras, encontraron la cintura de Reika, atrayéndola contra él con una urgencia que no pudo disimular. La toalla que la cubría era una barrera frágil, apenas un susurro de tela que se sentía demasiado delgada bajo sus dedos, demasiado fácil de apartar. Podía sentir el calor de su piel a través de ella, el contorno de sus caderas, la suavidad que lo tentaba a olvidar toda razón. Su cuerpo reaccionó al instante, una oleada de deseo que lo golpeó con fuerza. Bajo los pantalones blancos que se ajustaban a sus muslos, su erección creció, tensa y evidente, pulsando contra la tela con una insistencia que lo hizo apretar los dientes. Era imposible ocultarlo, y la sola idea de que ella lo notara lo encendía aún más.
Reika, lejos de retroceder, se acercó más, su cuerpo rozando el de él en un movimiento deliberado. El roce fue eléctrico, y Gojo sintió cómo ella se presionaba contra su dureza, un contacto que envió un escalofrío por su columna. Los ojos de Reika brillaron con una mezcla de satisfacción y deseo, sus mejillas ligeramente sonrojadas, su respiración entrecortada. Estaba excitada, y lo dejaba claro en la forma en que su cuerpo respondía, en cómo sus caderas se movían apenas, buscando más de esa fricción que los estaba volviendo locos a ambos.
—"¿Sientes eso?" —susurró ella, su voz un murmullo seductor contra sus labios, tan cerca que cada palabra era una caricia—. "Eso es por mí, ¿verdad, Satoru?"
Gojo soltó una risa temblorosa, su frente apoyada contra la de ella, sus ojos entrecerrados luchando por mantener la compostura.
—"Maldita seas, Reika," —murmuró, su voz ronca, cargada de un deseo que ya no podía contener—. "Estás jugando sucio, y lo sabes."
Ella sonrió, una curva peligrosa en sus labios que lo hizo querer devorarla. Sus dedos se deslizaron por su nuca, bajando lentamente por su pecho, donde podía sentir los músculos definidos de Gojo bajo la camisa negra, tensos por la anticipación. Su cuerpo era una obra maestra: alto, esculpido, con hombros anchos que parecían hechos para sostener el mundo, y una cintura estrecha que invitaba a explorarla. La tela de su ropa apenas contenía la fuerza de su figura, y Reika no pudo evitar morderse el labio al imaginar lo que había debajo, al sentir la prueba de su deseo presionando contra ella.
—"¿Sucio?" —respondió ella, inclinándose para rozar sus labios contra su mandíbula, su aliento cálido haciéndolo estremecer—. "Solo estoy siendo honesta... Quiero todo de ti."
Gojo cerró los ojos, un gruñido bajo escapando de su pecho mientras sus manos apretaban más su cintura, como si temiera que ella desapareciera. La toalla se deslizó apenas, revelando un poco más de su piel, y él tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no arrancarla en ese instante. Su erección palpitaba, atrapada en los confines de sus pantalones, cada roce de Reika enviando una descarga de placer que lo hacía sentir al borde de la locura. Era un adolescente otra vez, perdido en el deseo, incapaz de pensar más allá del calor de su cuerpo contra el suyo.
—"¿Sabes lo que estás haciendo?" —logró decir, su voz baja, casi un ruego, mientras sus labios buscaban los de ella de nuevo, rozándolos sin llegar a besarla, prolongando la tortura.
Reika lo miró, sus ojos brillando con una certeza que lo desarmó.
—"Siempre lo he sabido," —susurró, y antes de que él pudiera responder, se alzó sobre las puntas de los pies, presionándose completamente contra él, su cuerpo moldeándose al suyo en una danza que era puro fuego.
Gojo perdió el control. Sus manos subieron por su espalda, explorando la piel expuesta, mientras su boca reclamaba la de ella en un beso hambriento, sin reservas. Sus lenguas se encontraron, y el mundo se desvaneció. Solo quedaba ella: su sabor, su calor, la forma en que lo hacía sentir vivo, vulnerable, humano. Y ella, excitada por la evidencia de su deseo, se dejaba llevar, sus gemidos suaves alimentando el incendio que los consumía a ambos.
El aire en la habitación estaba cargado de electricidad, cada mirada entre Gojo y Reika avivando el incendio que los consumía. Él dio un paso atrás, sus ojos azules brillando con una mezcla de desafío y deseo, mientras sus manos comenzaban a moverse con una lentitud deliberada, como si quisiera que cada segundo se grabara en la memoria de ella.
Primero fue el haori blanco, deslizándose por sus hombros anchos con un susurro suave, cayendo al suelo como una nube. La tela reveló la camiseta negra sin mangas que se adhería a su torso, marcando cada línea de sus músculos definidos: los pectorales firmes, los abdominales esculpidos que se contraían ligeramente con cada respiración. Gojo ladeó la cabeza, su sonrisa traviesa creciendo mientras notaba la forma en que Reika lo observaba, sus ojos recorriendo su cuerpo como si quisiera devorarlo.
Con un movimiento fluido, sus dedos encontraron el borde de la camiseta. La levantó lentamente, dejando que la tela se deslizara por su piel, exponiendo primero el contorno de su cintura estrecha, luego los planos de su abdomen, y finalmente los hombros fuertes que parecían tallados por un escultor. La camiseta cayó al suelo, y el cuerpo de Gojo quedó a la vista: una obra maestra de fuerza y elegancia, su piel pálida brillando bajo la tenue luz, cada músculo tenso por la anticipación, su cabello blanco cayendo desordenado sobre su frente.
Reika contuvo el aliento, sus mejillas encendidas, su mirada atrapada en él. Gojo era más que humano en ese momento, un dios terrenal que la dejaba sin palabras. Sus manos se detuvieron en el cinturón de sus pantalones blancos, y por un instante, sus ojos buscaron los de ella, como pidiéndole permiso, aunque ambos sabían que no había vuelta atrás.
El cinturón se soltó con un chasquido suave, y Gojo desabrochó los pantalones con una calma tortuosa, dejando que la tela se deslizara por sus caderas. Los pantalones cayeron, se deslizaron por sus muslos, y él los apartó con un movimiento despreocupado, quedándose solo en unos bóxers negros que no dejaban nada a la imaginación. Su erección era evidente, una silueta prominente que tensaba la tela, pulsando con una urgencia que hacía que el corazón de Reika latiera desbocado.
Con un último movimiento, Gojo deslizó los bóxers hacia abajo, liberando su miembro por completo. Su erección se alzó, dura y orgullosa, la piel tersa brillando bajo la luz, una prueba innegable de cuánto la deseaba. Él la tomó con una mano, agarrando su eje con firmeza, no con timidez, sino con una confianza descarada que era puro Satoru Gojo. La sostuvo como si quisiera que ella la viera, que admirara cada centímetro de lo que le estaba ofreciendo, su pulgar rozando la punta en un gesto que hizo que un gemido bajo escapara de su garganta.
Reika lo miró, sus labios entreabiertos, su respiración entrecortada.
—"Eres... eres increíblemente... tan jodidamente sexy, Satoru," —logró articular, su voz temblorosa pero cargada de una admiración que rayaba en la reverencia. Sus palabras flotaron en el aire, llenas de deseo, mientras sus ojos recorrían cada detalle de él, desde los músculos tensos de sus brazos hasta la curva arrogante de su miembro, incapaz de apartar la vista de su figura casi divina.
El rubor en sus mejillas se intensificó, y una oleada de calor la envolvió, su propio cuerpo reaccionando al verlo así, tan expuesto, tan suyo. Gojo dio un paso hacia ella, acortando la distancia hasta que el calor de su piel desnuda era casi palpable, su aroma masculino llenando sus sentidos. Sus ojos brillaban con esa mezcla de arrogancia y vulnerabilidad que lo hacía irresistible.
—"¿Tan increíblemente sexy, eh?" —dijo, levantando una ceja, su voz baja y cargada de humor, aunque el temblor en ella delataba cuánto lo afectaba su mirada—. "Voy a tener que empezar a cobrar por esos cumplidos, pequeña piromana. Pero si sigues mirándome así, voy a pensar que soy una maldita obra de arte... y ya sabes, el arte se admira, pero tocarlo..." —Hizo una pausa, su sonrisa volviéndose más afilada, más peligrosa—. "Tocar es mucho mejor."
Reika rió suavemente, pero el sonido estaba teñido de deseo. Se acercó, la toalla que aún la cubría rozando apenas contra la piel desnuda de Gojo, y el contacto fue suficiente para hacer que él apretara los dientes, su mano todavía sosteniendo su erección, como si necesitara anclarse a algo. Ella alzó una mano, rozando con las yemas de los dedos el contorno de su pecho, trazando la línea de sus músculos hasta detenerse justo encima de su abdomen, a centímetros de donde él se sostenía.
—"Entonces, Satoru," —susurró, su voz un murmullo seductor que lo atravesó como un relámpago—, "¿vas a dejar que toque la obra de arte... o solo voy a seguir admirando?"
Gojo soltó un gruñido bajo, sus ojos oscureciéndose con un deseo que ya no podía contener.
—"Maldita seas, Reika," —murmuró, soltando su miembro para tomar su rostro con ambas manos, atrayéndola hacia él—. "No tienes idea de lo que me haces."
Y con eso, sus labios se encontraron de nuevo, el beso hambriento, desesperado, mientras sus cuerpos se presionaban uno contra el otro, piel contra piel, deseo contra deseo, listos para consumirse en el fuego que habían encendido.
El beso de Gojo era un torbellino, sus labios reclamando los de Reika con una hambre que amenazaba con consumirlos a ambos. Sus manos, firmes pero gentiles, sostenían su rostro, como si temiera que ella se desvaneciera en el calor del momento. Pero Reika, aunque temblaba por la intensidad, no estaba dispuesta a ser solo una pasajera en este incendio. Era su primera vez, y cada sensación, cada roce, era un mundo nuevo que quería explorar con él.
Cuando sus labios se separaron, sus respiraciones se mezclaron, rápidas y entrecortadas, sus frentes aún tocándose. Los ojos de Reika, brillantes de deseo, bajaron lentamente, atraídos por la visión del cuerpo desnudo de Gojo frente a ella. Su mirada se detuvo en su miembro, erecto y orgulloso, la piel tersa brillando bajo la luz tenue, pulsando con una urgencia que la hacía sentir un calor líquido recorrer su cuerpo. No podía apartar la vista. Era fascinante, intimidante, pero sobre todo, irresistible. La idea de que esto era para ella, que él era para ella, la llenaba de una mezcla de nervios y audacia.
Gojo notó su mirada fija, y една sonrisa traviesa curvó sus labios, aunque el rubor en sus mejillas traicionaba su propia agitación.
—"¿Qué pasa, pequeña piromana? ¿Te hipnotizó la vista o qué?" —bromeó, su voz baja y ligeramente temblorosa, tratando de recuperar el control con su humor característico.
Reika alzó los ojos hacia él, sus labios curvándose en una sonrisa que era puro desafío.
—"Satoru..." —dijo, su voz suave pero cargada de intención, mientras se mordía el labio inferior—. "¿Puedo... besarlo?"
Gojo parpadeó, momentáneamente descolocado, su mente procesando las palabras. Él dio un paso hacia ella, inclinándose para capturar sus labios de nuevo, asumiendo que hablaba de un beso más tradicional. Pero Reika lo detuvo con una risa suave, pícara, sus manos apoyándose en su pecho para mantenerlo a distancia por un segundo.
—"No, no," —dijo, sus ojos brillando con una mezcla de timidez y descaro—. "Quiero besar... tu pene, Satoru."
Gojo levantó una ceja, su sonrisa congelándose por un instante antes de transformarse en una expresión de pura incredulidad y deleite.
—"¿Perdón? ¿Acabas de...?" —Soltó una risa corta, pasándose una mano por el cabello blanco, claramente desarmado por su audacia—. "Maldita seas, Reika, ¿quién te enseñó a decir cosas así? ¿Dónde quedó mi alumna inocente?"
Ella no respondió con palabras. En cambio, con una confianza que sorprendía incluso a sí misma, Reika se arrodilló lentamente frente a él, la toalla aún aferrándose a su cuerpo pero deslizándose apenas, dejando entrever más de su piel. Sus ojos no se apartaron del miembro de Gojo, que parecía aún más imponente desde esa perspectiva. Era grueso, con venas sutiles que recorrían su longitud, la punta brillando con una gota de humedad que la hizo tragar saliva. Su corazón latía con fuerza, pero no era miedo. Era curiosidad, deseo, una necesidad de conocerlo, de saborearlo.
Gojo la observó, su respiración volviéndose más pesada, sus manos abriéndose y cerrándose como si no supiera dónde ponerlas.
—"Reika..." —murmuró, su voz más ronca, casi un ruego—. "No tienes que..."
Pero ella no lo dejó terminar. Con una delicadeza que contrastaba con la audacia de su gesto, Reika acercó los labios a su miembro, rozándolo primero con un beso suave, casi tentativo, como si estuviera probando el terreno. La piel era cálida, tersa, y el contacto envió una descarga de placer a través de Gojo, quien dejó escapar un gemido bajo, sus rodillas temblando por un segundo. Animada por su reacción, Reika continuó, su lengua deslizándose tímidamente por la punta, explorando con lamidas lentas, curiosas, que eran más una caricia que un acto deliberado.
—"Joder..." —susurró Gojo, su cabeza echándose hacia atrás, los músculos de su abdomen contrayéndose mientras luchaba por mantener el control. Sus manos encontraron el cabello de Reika, no para guiarla, sino para anclarse a algo, sus dedos enredándose en las hebras húmedas con una mezcla de reverencia y desesperación.
Reika, sintiendo el poder que tenía sobre él, se volvió más confiada. Sus lamidas se hicieron más largas, más seguras, trazando la longitud de su miembro con una curiosidad que era tan inocente como provocadora. Cada roce de su lengua, cada pequeño sonido que escapaba de sus labios, era una tortura exquisita para Gojo, cuyo cuerpo temblaba bajo su toque. La veía allí, arrodillada, con esa mezcla de timidez y deseo en sus ojos, y no podía creer que esta fuera su primera vez. Era ella quien lo estaba deshaciendo, pieza por pieza.
—"Reika..." —logró decir, su voz quebrándose, sus ojos entrecerrados mientras la miraba—. "Si sigues así, no voy a durar ni un maldito minuto."
Ella alzó la vista, sus labios todavía rozando su piel, y sonrió, una sonrisa que era puro fuego.
—"Entonces no te resistas, Satoru," —susurró, antes de volver a él, sus movimientos más audaces, su lengua explorando con una devoción que los llevó a ambos al borde del abismo.
Gojo cerró los ojos, un gruñido escapando de su pecho mientras se rendía por completo a ella, a su toque, a la certeza de que este momento, este incendio, era algo que ninguno de los dos olvidaría jamás.
El calor en la habitación era sofocante, cada respiración de Gojo y Reika alimentando el incendio que los envolvía. Reika, arrodillada frente a él, no se detuvo en sus lamidas iniciales. Su curiosidad inicial dio paso a una audacia que tomó a Gojo por sorpresa. Con un movimiento decidido, sus manos encontraron las piernas de Gojo, abrazándolas con firmeza, sus dedos clavándose ligeramente en los músculos tensos de sus muslos. Sus ojos, brillantes de deseo, se alzaron hacia él por un instante, y esa mirada fue suficiente para hacer que el corazón de Gojo diera un vuelco.
Sin darle tiempo a procesar, Reika acercó los labios a su miembro, no con la timidez de antes, sino con una determinación que rayaba en la devoción. Lo tomó en su boca, deslizándose lentamente al principio, dejando que su lengua acariciara cada centímetro de su longitud. Pero no se detuvo ahí. Con un movimiento que desafiaba su inexperiencia, lo engulló hasta el fondo, su garganta ajustándose a él mientras llegaba a la base, sus labios rozando la piel sensible en un acto que era tan íntimo como abrumador.
Gojo dejó escapar un gemido ronco, sus manos apretando el cabello de Reika con más fuerza, no para guiarla, sino para anclarse a algo mientras el placer lo golpeaba como una ola.
—"Joder, Reika..." —jadeó, su voz quebrándose, sus rodillas temblando bajo el asalto de sensaciones. No esperaba esto, no de ella, no en su primera vez. La visión de Reika, con su cabello húmedo cayendo en mechones desordenados, sus labios envolviéndolo por completo, era suficiente para llevarlo al borde del abismo.
Ella no se detuvo, moviéndose con una mezcla de instinto y deseo, devorándolo con una intensidad que lo tenía al límite. Cada roce de su lengua, cada succión, era una tortura exquisita, y Gojo sintió el calor acumulándose en su bajo vientre, su cuerpo tensándose mientras el clímax amenazaba con alcanzarlo. Pero no quería rendirse tan pronto, no cuando apenas estaban comenzando.
Con un esfuerzo monumental, Gojo tiró suavemente de su cabello, deteniéndola.
—"Para, para, pequeña piromana," —dijo, su voz entrecortada pero teñida de su humor característico—. "Si sigues así, voy a hacer un desastre antes de que esto se ponga interesante. Y créeme, no quiero ser el único que pierda la cabeza hoy."
Reika alzó la vista, sus labios todavía brillando por el contacto, una sonrisa pícara curvándose en ellos. Sus ojos eran puro fuego, y la forma en que lo miraba, arrodillada frente a él, era suficiente para hacer que Gojo reconsiderara dejarla continuar. Pero él tenía otros planes.
—"Ahora me toca a mí hacerte sentir bien," —murmuró, su voz baja y cargada de promesas. Con una agilidad felina, se inclinó, levantándola del suelo con facilidad, sus manos fuertes sosteniéndola por la cintura como si no pesara nada. Reika soltó una risita sorprendida, pero no protestó cuando él la llevó hasta la cama, depositándola con cuidado sobre las sábanas blancas.
La toalla que aún la cubría era una barrera frágil, y Gojo no perdió tiempo. Sus dedos encontraron el borde de la tela, deslizándola lentamente, dejando que se abriera como un regalo que había esperado demasiado para desempacar. La piel de Reika quedó al descubierto, suave y cálida, sus curvas iluminadas por la tenue luz de la habitación. Sus pechos, firmes y perfectos, se alzaban con cada respiración, y Gojo no pudo resistirse.
Se inclinó sobre ella, sus labios encontrando primero la piel sensible de su cuello, dejando un rastro de besos que la hicieron arquearse bajo él. Bajó lentamente, su boca capturando uno de sus pechos, su lengua rozando el pezón con una delicadeza que contrastaba con la urgencia en sus ojos. Reika dejó escapar un gemido suave, sus manos buscando el cabello de Gojo, enredándose en él mientras su cuerpo respondía a cada caricia.
—"Satoru..." —susurró, su voz temblorosa, cargada de un deseo que era tan nuevo como abrumador.
Gojo sonrió contra su piel, sus manos deslizándose por sus costados, explorando cada curva con una reverencia que ocultaba su propia hambre. Sus dedos encontraron sus muslos, abriéndolos con suavidad pero con firmeza, exponiendo la parte más íntima de Reika por primera vez. Ella contuvo el aliento, un rubor extendiéndose por su pecho, pero no había miedo en sus ojos, solo confianza, deseo, una invitación silenciosa.
Él se tomó un momento para mirarla, su respiración pesada mientras admiraba la visión frente a él: Reika, abierta, vulnerable, pero poderosa en su entrega. Su sexo era una promesa de calor, brillando con la evidencia de su excitación, y Gojo sintió su propia erección palpitar en respuesta, aún dura, aún ansiosa por ella.
—"Eres hermosa," —murmuró, su voz más suave, casi reverente, mientras se inclinaba para besar el interior de su muslo, sus labios rozando la piel sensible con una lentitud que era pura tortura—. "Y voy a hacer que esto sea inolvidable."
Con eso, su boca se acercó más, explorando con besos suaves al principio, dejando que Reika se acostumbrara a la sensación. Luego, su lengua rozó su entrada, un contacto que la hizo jadear, sus caderas alzándose instintivamente hacia él. Gojo sonrió, sus manos manteniendo sus piernas abiertas mientras comenzaba a explorar, su lengua trazando caminos lentos, deliberados, saboreándola como si fuera el único placer que importara en el mundo.
Reika se retorció bajo él, sus gemidos llenando la habitación, y Gojo supo que este momento, esta conexión, era algo que los cambiaría para siempre.
El cuerpo de Reika temblaba bajo las caricias de Gojo, sus gemidos llenando la habitación como una melodía que lo volvía loco. Su lengua seguía explorando su sexo con una mezcla de devoción y hambre, cada roce arrancándole jadeos que hacían que su propia erección palpitara con urgencia. La piel de Reika era cálida, su sabor embriagador, y Gojo no podía tener suficiente. Sus manos mantenían sus muslos abiertos, sus dedos hundidos en la suavidad de su carne mientras su boca trazaba círculos lentos, deliberados, sobre su clítoris, haciéndola arquearse contra él.
—"Mira cómo te retuerces, pequeña piromana," —murmuró contra su piel, su voz baja y cargada de un humor travieso que no ocultaba su deseo—. "Estás tan jodidamente mojada para mí... ¿Sabes lo difícil que es no devorarte entera ahora mismo?"
Reika soltó un gemido, sus manos aferrándose a las sábanas, sus mejillas encendidas por el rubor. Las palabras de Gojo, sucias pero juguetonas, la encendían aún más, cada sílaba enviando un nuevo torrente de calor a su centro.
—"Satoru..." —jadeó, su voz temblorosa, apenas un susurro entre el placer que la abrumaba.
Él sonrió contra su sexo, sus labios rozándola mientras levantaba la vista para mirarla.
—"Eso es, di mi nombre," —susurró, antes de lamerla de nuevo, más lento, más profundo, dejando que su lengua se deslizara por cada rincón de su intimidad—. "Quiero que grites por mí, Reika. Vamos a hacer que esta primera vez sea... inolvidable."
Sin dejar de lamerla, Gojo llevó una mano a su entrada, su dedo índice rozando suavemente la humedad que la envolvía. Con cuidado, deslizó el dedo en su interior, sintiendo la calidez y la estrechez que lo acogían. Pero entonces, lo sintió: una fina barrera, la prueba de su virginidad, deteniendo su avance. Reika dejó escapar un gemido, una mezcla de placer y una leve incomodidad, pero sus caderas se alzaron instintivamente hacia él, pidiéndole más.
—"Tranquila, mi amor," —murmuró Gojo, su voz más suave ahora, aunque seguía cargada de esa chispa juguetona—. "Voy a cuidarte... pero, joder, estás tan apretada que me estás matando."
No se detuvo. Su dedo se movió con cuidado, entrando y saliendo lentamente, dejando que ella se acostumbrara a la sensación. Los gemidos de Reika se volvieron más fuertes, su cuerpo relajándose bajo su toque, y Gojo supo que estaba lista para más. Añadió un segundo dedo, deslizándolos juntos con una delicadeza que contrastaba con la urgencia en sus ojos. Sintió cómo su interior lo apretaba, tan cálido, tan húmedo, que tuvo que morderse el labio para no perder el control. Con movimientos precisos, comenzó a tijeretear dentro de ella, estirándola con cuidado, preparando su cuerpo para lo que vendría.
—"Mira esto," —dijo, su voz ronca, mientras sus dedos se movían en su interior, su lengua dando un último roce a su clítoris antes de alzar la vista—. "Estás tan lista para mí, Reika... Tan mojada, tan perfecta. ¿Lo sientes?"
Reika asintió, incapaz de formar palabras, sus gemidos convirtiéndose en pequeños gritos mientras el placer la llevaba al borde. Su cuerpo estaba empapado, su sexo brillando con la evidencia de su deseo, y Gojo sabía que era el momento. Se alzó sobre ella, su cuerpo desnudo brillando con un leve sudor, sus músculos tensos mientras se posicionaba entre sus piernas. Su erección, dura y pulsante, rozó su entrada, y ambos contuvieron el aliento ante el contacto.
Gojo se inclinó, capturando los labios de Reika en un beso profundo, sus lenguas entrelazándose mientras sus manos acariciaban sus mejillas, sus costados, cualquier parte de ella que pudiera alcanzar.
—"Voy a ir despacio," —susurró contra su boca, su voz cargada de una ternura que no ocultaba su hambre—. "Pero, joder, Reika, no tienes idea de lo mucho que te deseo."
Con una delicadeza infinita, comenzó a empujar, la punta de su miembro deslizándose en su interior. Reika gimió, sus uñas clavándose en los hombros de Gojo, su rostro ruborizado por la mezcla de placer y la leve punzada de dolor. Él se detuvo, dándole tiempo para ajustarse, sus ojos fijos en los de ella, buscando cualquier señal de incomodidad. Pero Reika, a pesar del rubor y los jadeos, lo miró con una confianza que lo deshizo.
—"Sigue..." —susurró, su voz temblorosa pero decidida, sus caderas moviéndose ligeramente para animarlo.
Gojo asintió, su respiración pesada, y empujó un poco más, sintiendo cómo su cuerpo lo acogía, tan apretado que casi lo mareaba. La barrera de su virginidad cedió con un pequeño estiramiento, y Reika dejó escapar un gemido más agudo, sus manos apretando con más fuerza. Él se quedó inmóvil, besando su frente, su nariz, sus labios, murmurando palabras de aliento mientras ella se adaptaba.
—"Estás haciéndolo tan bien," —susurró, su voz ronca pero suave, sus manos acariciando sus muslos para relajarla—. "Eres increíble, Reika... tan jodidamente perfecta."
Lentamente, comenzó a moverse, entrando y saliendo con cuidado, cada movimiento más fácil gracias a la humedad que los envolvía. Reika estaba apretada, su interior abrazándolo como si estuviera hecha para él, y Gojo tuvo que cerrar los ojos por un momento, luchando por mantener el control. Cada gemido de ella, cada roce de sus cuerpos, era una tortura exquisita, un placer que amenazaba con consumirlo.
Reika, perdida en las sensaciones, se arqueó contra él, sus pechos rozando su torso, sus piernas envolviéndolo para acercarlo más. El dolor inicial se desvanecía, reemplazado por un placer que la hacía temblar, sus gemidos volviéndose más desesperados.
—"Satoru... por favor..." —jadeó, sus ojos entrecerrados, su cuerpo rogándole que no se detuviera.
Gojo sonrió, un destello de su arrogancia regresando mientras se inclinaba para besar su cuello, sus movimientos volviéndose más seguros, más profundos.
—"Eso es, mi amor," —susurró, su voz cargada de deseo—. "Déjate llevar... Voy a hacerte sentir tan bien que no querrás que esto termine nunca."
Y con eso, sus cuerpos encontraron un ritmo, una danza de placer y conexión que los llevó más allá de las palabras, cada embestida sellando la promesa de que este momento, esta primera vez, sería suyo para siempre.
El cuerpo de Reika se había convertido en un mapa de sensaciones, cada embestida de Gojo encendiendo un nuevo rincón de placer que la hacía temblar. El dolor inicial de su primera vez se desvanecía, reemplazado por una necesidad ardiente que crecía con cada movimiento. Sus gemidos se volvieron más audaces, sus manos aferrándose a los hombros de Gojo, sus uñas dejando pequeñas marcas en su piel pálida. Ella ya no era solo una participante; estaba exigiendo, su cuerpo respondiendo con una avidez que sorprendía incluso a sí misma.
Gojo lo sintió: la forma en que sus caderas comenzaron a moverse contra él, buscando más, pidiéndole sin palabras que no se contuviera. Sus ojos azules brillaron con una mezcla de asombro y deleite, su sonrisa curvándose en algo más salvaje, más peligroso. Él se inclinó, capturando sus labios en un beso hambriento, sus lenguas entrelazándose mientras sus movimientos se volvían más profundos, más duros. La cama crujía bajo ellos, el ritmo de sus cuerpos marcando un compás que resonaba en la habitación.
—"¿Querías entrenar duro, no?" —murmuró contra su boca, su voz ronca, cargada de ese humor arrogante que lo definía. Sus labios rozaron los de ella, su sonrisa afilada mientras se apartaba lo justo para mirarla a los ojos—. "¿Te gusta así de duro, pequeña piromana? ¿O lo quieres más duro?"
Reika, perdida en el placer pero nunca dispuesta a ceder el control, le devolvió una sonrisa desafiante entre gemidos. Sus mejillas estaban encendidas, su cabello desordenado cayendo sobre las sábanas, pero sus ojos brillaban con una determinación que lo volvía loco.
—"Más duro, Satoru," —jadeó, su voz entrecortada pero cargada de provocación. Elevó sus caderas, encontrándolo a medio camino, recibiéndolo con una profundidad que arrancó un gruñido bajo de la garganta de Gojo.
Ese desafío fue todo lo que él necesitaba. Sus manos encontraron las caderas de Reika, sus dedos hundiéndose en la suavidad de su piel mientras la sujetaba con firmeza, anclándola contra él.
—"Eso es, mi amor," —gruñó, su voz cargada de deseo mientras comenzaba a desatarse—. "Sigue pidiéndolo así, y no voy a parar hasta que no puedas ni caminar."
Con un movimiento fluido, Gojo incrementó el ritmo, sus embestidas volviéndose más intensas, más rápidas, cada una golpeando justo donde Reika lo necesitaba. Su cuerpo, esculpido y brillante con un leve sudor, se movía con una precisión que era casi inhumana, sus músculos tensándose con cada impulso. Su miembro, grueso y pulsante, llenaba a Reika por completo, su estrechez abrazándolo con una presión que lo hacía apretar los dientes, luchando por no perderse en el placer.
Reika estaba en llamas, sus gemidos convirtiéndose en gritos ahogados mientras sus caderas se alzaban para recibirlo, sus piernas envolviéndolo para acercarlo más. Cada embestida era una explosión de sensaciones, su cuerpo adaptándose a él, abriéndose a un placer que nunca había conocido. La fricción, el calor, la forma en que Gojo la miraba como si fuera la única cosa que importaba en el mundo... todo la llevaba al borde de la locura.
—"Satoru... no pares..." —jadeó, sus manos deslizándose por su espalda, sus uñas trazando líneas que lo hacían sisear de placer. Su voz era una súplica, pero también un desafío, y Gojo no podía resistirse.
Él se inclinó, besando su cuello, mordiendo suavemente la piel sensible mientras sus manos levantaban sus caderas, cambiando el ángulo para hundirse aún más profundo.
—"No voy a parar, Reika," —susurró, su voz un gruñido bajo que vibró contra su piel—. "Voy a hacer que sientas cada maldito centímetro de mí hasta que no puedas pensar en nada más."
El ritmo se volvió implacable, sus cuerpos chocando con una urgencia que era pura necesidad. Reika estaba tan húmeda que cada movimiento era suave, pero su estrechez seguía siendo una tortura exquisita para Gojo, su calor envolviéndolo como si quisiera retenerlo para siempre. Él podía sentir el placer acumulándose, el borde del clímax acercándose, pero se negaba a ceder antes de llevarla a ella al límite.
Reika, atrapada en la tormenta de sensaciones, sintió una presión crecer en su interior, un calor que amenazaba con romperla en mil pedazos. Sus gemidos se volvieron más desesperados, sus caderas moviéndose al encuentro de cada embestida, sus ojos entrecerrados mientras se perdía en él.
—"Satoru... estoy..." —logró decir, su voz quebrándose mientras el placer la llevaba al borde.
—"Eso es, mi amor," —gruñó Gojo, sus labios rozando su oído, su ritmo sin vacilar—. "Déjate ir para mí. Quiero sentirte deshacerte."
Y con esas palabras, el mundo de Reika explotó, su cuerpo temblando mientras el orgasmo la atravesaba, sus gritos llenando la habitación mientras se aferraba a Gojo como si fuera su ancla. Él no se detuvo, prolongando su placer con embestidas profundas, su propio control colgando de un hilo mientras la sentía apretarlo aún más, su calor y su liberación llevándolo al límite de su resistencia.
El ritmo entre Gojo y Reika era una danza frenética, sus cuerpos moviéndose en perfecta sincronía mientras el placer los llevaba al límite. Reika, aún temblando por la intensidad de su orgasmo, se aferraba a él, sus gemidos resonando en la habitación como una súplica silenciosa para que no se detuviera. Pero Gojo, con los músculos tensos y la respiración entrecortada, sentía el calor acumularse en su interior, el borde del clímax acercándose con una urgencia que no podía ignorar.
Cada embestida era una tortura exquisita, la estrechez de Reika envolviéndolo como un guante, su calor y su humedad llevándolo al borde de la locura. Él quería quedarse dentro de ella, perderse en la sensación, pero una parte de su mente, la que aún mantenía un hilo de control, lo detuvo. No era el momento, no todavía. Con un gruñido bajo, Gojo se retiró de su interior en el último segundo, su mano encontrando su miembro mientras se corría con un jadeo ronco, su liberación derramándose en cálidos hilos sobre el vientre y los pechos de Reika.
Reika, aún jadeando, con el eco de su propio orgasmo vibrando en cada rincón de su cuerpo, lo miró con los ojos entrecerrados, su pecho subiendo y bajando rápidamente. La sensación de su calor sobre su piel la hizo estremecerse, pero una chispa de confusión cruzó su rostro.
—"Satoru..." —susurró, su voz temblorosa, cargada de una mezcla de satisfacción y curiosidad—. "¿Por qué... por qué no dentro? Quería sentirte..."
Gojo, todavía recuperando el aliento, dejó escapar una risa suave, esa sonrisa arrogante y encantadora regresando a sus labios mientras se inclinaba para rozar su frente con la de ella.
—"Oh, pequeña piromana," —dijo, su voz baja y juguetona, aunque había una nota de ternura en ella—. "Créeme, nada me gustaría más que llenarte por completo... pero es un poco pronto para eso, ¿no? Digamos que no quiero que terminemos con un mini-Gojo corriendo por ahí antes de que estemos listos."
Reika parpadeó, procesando sus palabras, y luego soltó una risita, el sonido ligero y genuino rompiendo la tensión del momento.
—"¿Un mini-Gojo?" —repitió, sus mejillas aún ruborizadas, pero ahora con un brillo de diversión en los ojos—. "Eres imposible, Satoru."
—"Imposiblemente irresistible, querrás decir," —bromeó él, guiñándole un ojo mientras se limpiaba con una esquina de la sábana antes de recostarse a su lado. Sus movimientos eran relajados ahora, el frenesí del deseo dando paso a una calma cálida. Se giró hacia ella, envolviéndola en sus brazos, su pecho firme y cálido contra su espalda mientras la atraía hacia él.
Reika se dejó abrazar, su cuerpo aún vibrando con las secuelas del placer, su mente nublada por el torbellino de sensaciones que había experimentado. Estaba perdida, flotando en la calidez de su primera vez, en la forma en que Gojo la había llevado al borde y la había sostenido después. Su piel estaba sensibilizada, cada roce de sus dedos contra su brazo enviando pequeños escalofríos por su columna. Pero también había una paz en ese momento, una intimidad que iba más allá de lo físico.
—"¿Estás bien?" —preguntó Gojo, su voz más suave ahora, casi un susurro contra su oído. Sus dedos trazaban círculos perezosos en su cintura, un gesto tan tierno que contrastaba con la intensidad de minutos antes.
Reika asintió, girando la cabeza para mirarlo, sus ojos encontrando los suyos, brillantes y llenos de algo que no se atrevía a nombrar.
—"Más que bien," —murmuró, una sonrisa tímida curvando sus labios—. "Solo... no esperaba que fuera... así."
Gojo rió, el sonido vibrando en su pecho mientras la apretaba un poco más contra él.
—"¿Así de increíble? Sí, bueno, eso es lo que pasa cuando tienes al gran Satoru Gojo como tu... entrenador personal," —bromeó, pero había una calidez en su tono que dejaba claro que esto era más que un juego para él.
Reika puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar reír, acurrucándose más en su abrazo. Sus cuerpos encajaban perfectamente, como si siempre hubieran estado destinados a estar así. El calor de la habitación, el aroma mezclado de sus pieles, el latido constante del corazón de Gojo contra su espalda... todo era perfecto, un momento que ninguno de los dos quería que terminara.
—"Descansa, mi amor," —susurró Gojo, besando suavemente su hombro, sus labios rozando su piel con una reverencia que la hizo suspirar—. "Porque esto es solo el comienzo."
Y con esas palabras, Reika cerró los ojos, dejándose llevar por la calidez de su abrazo, sabiendo que, sin importar lo que viniera después, este momento era suyo, y de nadie más.
En los dormitorios del colegio Jujutsu.
En la penumbra del hotel, la calma envolvía a Gojo y Reika como una manta suave. Reika dormía profundamente a su lado, su respiración lenta y tranquila, su cuerpo acurrucado contra las sábanas, aún marcado por el calor de lo que habían compartido. Gojo, recostado con un brazo bajo la cabeza, miraba el techo, una sonrisa satisfecha jugando en sus labios.
Por un momento, todo parecía perfecto, un mundo donde solo existían ellos dos.
Hasta que su teléfono vibró en la mesita de noche, rompiendo el hechizo.
Gojo frunció el ceño, estirándose con cuidado para no despertar a Reika. Tomó el celular y desbloqueó la pantalla, sus ojos entrecerrándose al ver el mensaje de Rin:
"Gojo-sensei, voy a tu dormitorio. Necesito consultar algo."
—"Joder, Rin, ¿en serio?" —murmuró para sí mismo, su voz apenas un susurro mientras su mente se disparaba.
El corazón le dio un pequeño vuelco, no por miedo, sino por la molestia de que alguien, especialmente Rin, la detective aficionada del instituto, estuviera husmeando justo ahora.
Sabía que Rin no era de las que dejaban pasar un misterio, y si no manejaba esto con cuidado, podía meterlo en un lío.
Con un suspiro, tecleó una respuesta rápida, intentando sonar lo más despreocupado posible:
"Mañana, Rin. Te respondo lo que quieras mañana. Ahora no estoy disponible, y, oye, es tarde. ¿No deberías estar estudiando o algo?"
Presionó enviar y dejó el teléfono en la mesita, pero apenas un segundo después, volvió a vibrar. Gojo gruñó, tomando el celular de nuevo. Otro mensaje de Rin:
"Es urgente, sensei. Necesito practicar una técnica para el examen de mañana. ¿Dónde estás? No me digas que estás durmiendo, porque no te creo."
Gojo se pasó una mano por el cabello blanco, su sonrisa habitual reemplazada por una mueca de frustración.
—"Maldita sea, Rin, ¿por qué tan persistente?" —susurró, lanzando una mirada a Reika, que seguía dormida, ajena al caos que se avecinaba. Sabía que si no le daba una excusa creíble, Rin no se detendría. Y lo último que necesitaba era que empezara a atar cabos.
Mientras tanto, en los dormitorios del Instituto Jujutsu, Rin estaba sentada en su cama, rodeada de libros abiertos que apenas había tocado.
El aburrimiento la había llevado a levantarse, y su plan inicial era pedirle un favor a Reika practicar inicialmente la técnica con ella. Pero al llegar a la habitación y encontrar la puerta cerrada, sin respuesta, una chispa de curiosidad se encendió en su mente.
Reika había estado más responsable últimamente, dejando atrás sus escapadas nocturnas. Que no estuviera en su cuarto a estas horas era... sospechoso.
—"¿Así que la pirómana tampoco está?" —murmuró Rin, frunciendo el ceño mientras tamborileaba los dedos contra su teléfono.
Decidió ir directamente a la fuente más probable: Gojo-sensei. Pero su respuesta cortante solo avivó sus sospechas. ¿No está disponible? ¿Gojo, el tipo que nunca duerme, diciendo que es tarde? Algo no cuadraba.
Sin pensarlo dos veces, caminó hacia el dormitorio de Gojo, sus pasos decididos resonando en los pasillos vacíos. Golpeó la puerta con insistencia, primero suavemente, luego con más fuerza.
—"¡Sensei! ¿Estás ahí? ¡Vamos, sé que no estás dormido!" —llamó, su voz cargada de una mezcla de impaciencia y curiosidad. Pero no hubo respuesta. El silencio al otro lado de la puerta era ensordecedor.
Rin cruzó los brazos, entrecerrando los ojos.
—"Oh, ya veo..." —dijo para sí misma, una sonrisa astuta formándose en sus labios—. "Reika no está, Gojo no está... ¿Qué tan conveniente, eh?"
Se apoyó contra la pared, sacando su teléfono para enviarle otro mensaje a Gojo, esta vez con un tono más incisivo:
"Sensei, si estás entrenando con Reika, podrías decirlo, ¿sabes? No es que me importe, pero necesito tu ayuda con esta técnica. ¿Dónde estás realmente?"
En el hotel, el teléfono de Gojo vibró de nuevo, y él soltó un gemido exasperado, cubriéndose el rostro con una mano.
—"Esta chica va a ser mi muerte," —masculló, mirando la pantalla. El mensaje de Rin era como una flecha directa a su fachada despreocupada.
Sabía que si no le daba algo convincente, Rin empezaría a investigar hasta quemarse las pestañas, y con su suerte, encontraría más de lo que él quería.
Tecleó una respuesta, forzando su tono habitual de broma para ocultar el nerviosismo que empezaba a trepar por su pecho:
"Oye, Rin, relaja. Estoy en una misión ultra secreta, ¿vale? Top secret, nivel Gojo. Reika está... ocupada con sus cosas. Mañana te ayudo con esa técnica, palabra de sensei. Ahora ve a dormir antes de que te ponga a limpiar el dojo como castigo."
Presionó enviar y dejó el teléfono boca abajo, esperando que eso fuera suficiente para calmar a Rin. Pero en el fondo, sabía que no lo sería. Rin era como un sabueso con un hueso: una vez que olía algo, no soltaba.
En el instituto, Rin leyó el mensaje, sus ojos entrecerrándose aún más.
—"¿Misión ultra secreta? ¿En serio, sensei?" —dijo en voz alta, su tono cargado de escepticismo. Guardó el teléfono en su bolsillo, pero la idea ya había echado raíces en su mente. Reika y Gojo juntos, esquivando, sin dar explicaciones claras... No era solo una coincidencia.
Podía ser un entrenamiento, claro, pero algo en su instinto le decía que había más. ¿Algo inapropiado? La posibilidad la hizo sonreír con picardía, aunque una parte de ella se debatía entre la curiosidad y la preocupación.
—"Si están haciendo algo que no deben, lo voy a descubrir," —murmuró, volviendo a su dormitorio con una determinación renovada. Toda la noche, su mente dio vueltas, atando cabos, imaginando escenarios, desde entrenamientos nocturnos hasta... bueno, cosas que no se atrevía a decir en voz alta. Pero una cosa era segura: Rin no descansaría hasta tener respuestas.
En el hotel, Gojo dejó escapar un suspiro, girándose para mirar a Reika, que seguía dormida, ajena al torbellino que Rin estaba a punto de desatar.
—"Eres un imán para los problemas, ¿lo sabías?" —susurró, rozando suavemente su mejilla con los dedos, una sonrisa tierna curvando sus labios. Pero mientras se recostaba a su lado, abrazándola de nuevo, no pudo evitar sentir un pequeño nudo en el estómago. Rin era una amenaza, y si no jugaba bien sus cartas, este pequeño paraíso que habían construido podía desmoronarse más rápido de lo que le gustaría.
Comienza la investigación.
El sol de la mañana apenas lograba calentar los pasillos del Instituto Jujutsu, donde las clases transcurrían con la monotonía habitual. Los estudiantes tomaban apuntes, practicaban técnicas, y el murmullo de la rutina llenaba el aire. Pero Rin, que había terminado su examen antes que el resto, no estaba interesada en las lecciones del día. Su mente estaba en otra parte, tejiendo una red de sospechas que se volvía más intrincada con cada hora.
No era estúpida. Había notado las señales desde hacía semanas: las miradas furtivas entre Gojo y Reika, esos instantes en que sus ojos se encontraban un segundo de más, cargados de algo que no era solo camaradería. Las sonrisas tontas que se dedicaban, las ausencias que coincidían con una precisión casi insultante. No tenía pruebas, solo corazonadas, pero Rin sabía que una corazonada bien dirigida podía ser más afilada que cualquier espada.
Esa tarde, mientras el resto de los estudiantes se dispersaba, Rin encontró la oportunidad perfecta para avanzar en su investigación. Shoko, la amiga de confianza de Gojo y la médica del instituto, estaba en la enfermería, como siempre, rodeada de papeles y con un cigarro apagado entre los dedos, un hábito que nunca parecía abandonar. Rin se acercó con pasos ligeros, una sonrisa encantadora curvando sus labios, de esas que ocultaban intenciones más oscuras.
—"Hola, señorita Shoko," —saludó, su voz dulce como la miel, pero con un trasfondo que hacía que cualquiera arqueara una ceja.
Shoko levantó la vista, apenas apartando los ojos de los informes.
—"¿Te cortaste un dedo o solo vienes a perder el tiempo?" —respondió, su tono seco, aunque un destello de curiosidad cruzó su mirada.
Rin se rió, sentándose frente a ella sin pedir permiso, cruzando las piernas con una desenvoltura estudiada.
—"Nada de sangre hoy, tranquila. Solo quería charlar un poco. ¿Mucho trabajo?"
Shoko suspiró, dejando el cigarro sobre la mesa y reclinándose en su silla.
—"Siempre hay trabajo. Pero no me digas que viniste a hablar del clima, Rin. Suéltalo, ¿qué quieres?"
Por unos minutos, la conversación fluyó con una trivialidad engañosa. Rin habló de misiones recientes, de técnicas que estaba perfeccionando, incluso dejó caer un par de rumores inofensivos sobre los alumnos. Shoko respondía con monosílabos o comentarios sarcásticos, pero no apartaba la vista de ella, como si supiera que algo se avecinaba.
Entonces, con la precisión de un francotirador, Rin dejó caer la bomba, envuelta en una inocencia fingida.
—"Oye, señorita Shoko..." —empezó, inclinándose ligeramente, sus ojos brillando con una curiosidad que no era tan ingenua como parecía—. "¿Qué pasaría si, no sé, un maestro tuviera una relación personal con una estudiante? ¿Eso no está como... súper prohibido?"
El aire en la enfermería se volvió más pesado. Shoko no reaccionó de inmediato, sus dedos deteniéndose en el borde de un papel. Inhaló lentamente, dejando que el silencio se estirara como una cuerda tensa antes de responder.
—"Está prohibido," —dijo, su voz neutra, pero con un filo que delataba su cautela—. "Las reglas del instituto son claras. Nada de enredos entre profesores y alumnos. ¿Por qué lo preguntas?"
Rin ladeó la cabeza, jugando con un mechón de su cabello, su sonrisa nunca vacilando.
—"Oh, solo curiosidad," —respondió, encogiéndose de hombros como si la pregunta no tuviera peso—. "Es que, no sé, a veces me pongo a pensar... ¿Y si alguien rompiera esas reglas? Digo, ¿qué tan grave sería? ¿Los echarían? ¿Los castigarían?"
Shoko entrecerró los ojos, su mirada fija en Rin, como si intentara descifrar un rompecabezas. La imagen de Gojo cruzó por su cabeza, lo conocía desde hacía años, y aunque él era un maestro en ignorar las reglas, también sabía que Rin no preguntaba cosas así por casualidad.
—"Depende," —respondió con cuidado, cruzando los brazos—. "Si es algo serio, el profesor podría perder su puesto. Pero, Rin, esto no es un juego de chismes. Si tienes algo que decir, dilo de una vez."
Rin rió, un sonido ligero que contrastaba con la tensión en el aire.
—"¡Ay, no, no! Nada de eso," —dijo, levantando las manos en un gesto de fingida rendición—. "Solo estoy divagando. Aunque..." —Hizo una pausa, sus ojos brillando con malicia contenida—. "No me negarás que Gojo-sensei es el tipo de hombre que podría meterse en un lío así, ¿verdad? Es guapo, carismático, y siempre anda con esa sonrisa que derrite a cualquiera."
Shoko soltó un resoplido, rodando los ojos.
—"Por favor, no alimentes su ego más de lo que ya está," —dijo, aunque una pequeña sonrisa traicionó su fachada de indiferencia—. "Gojo es un dolor de cabeza, pero no es estúpido."
—"¿Segura?" —insistió Rin, inclinándose un poco más, su voz bajando a un murmullo conspirador—. "Porque últimamente lo he notado... raro. Más distraído, ausente, como si tuviera algo en la cabeza. Y, no sé, ¿no te parece curioso que Reika también esté desapareciendo a las mismas horas?"
El silencio que siguió fue casi palpable. Shoko tomó el cigarro apagado y lo giró entre sus dedos, sus ojos fijos en Rin, evaluándola. Conocía a Gojo lo suficiente como para saber que algo lo tenía inquieto últimamente, pero nunca había pensado en eso. Sin embargo, la forma en que Rin dejaba caer las insinuaciones, como migajas que llevaban a un camino peligroso, era suficiente para sembrar la duda.
—"¿Y qué estás insinuando, exactamente?" —preguntó Shoko, su tono más afilado ahora, aunque seguía fingiendo desinterés—. "Porque si tienes algo concreto, más vale que lo digas. Los rumores sin pruebas son solo ruido."
Rin sonrió, esa sonrisa que decía que sabía más de lo que estaba dispuesta a admitir.
—"Nada, nada," —dijo, encogiéndose de hombros de nuevo—. "Solo pienso en voz alta. Pero, vamos, tú conoces a Gojo mejor que nadie. Si estuviera ocultando algo, ¿no te darías cuenta?"
Shoko no respondió de inmediato. Sus dedos tamborilearon sobre la mesa, y por un instante, su mente viajó a las veces recientes en que Gojo había actuado más evasivo de lo normal. Las ausencias, las bromas que parecían cubrir algo más, las miradas que ella había atribuido a su habitual excentricidad. Pero ahora, con las palabras de Rin resonando en su cabeza, no podía evitar preguntarse...
—"Sabes, Rin," —dijo finalmente, levantándose y tomando su bata con un movimiento deliberado—. "Eres buena para hacer preguntas, pero no tan buena para disimular lo que buscas. Si estás jugando a detective, ten cuidado. Meterte con Gojo es como jugar con fuego, y no quiero estar limpiando las cenizas."
Rin parpadeó, pero su sonrisa no se desvaneció.
—"Solo soy curiosa, señorita Shoko," —respondió, su voz tan dulce que casi parecía sincera—. "Los rumores vuelan, y a veces una no puede evitar preguntarse qué hay de verdad en ellos."
Shoko la observó un momento más, su expresión indescifrable, antes de salir de la enfermería sin decir otra palabra. Pero mientras caminaba por los pasillos, la duda que Rin había plantado se aferró a su mente como una enredadera. ¿Podría ser posible? ¿Gojo, con una estudiante? No quería creerlo, pero la semilla estaba allí, y una vez sembrada, era difícil ignorarla.
Rin, aún sentada en la enfermería, dejó escapar un suspiro satisfecho, tamborileando los dedos contra la mesa.
—"Esto se está poniendo interesante," —musitó para sí misma, una chispa de emoción en los ojos. No tenía pruebas, no todavía, pero sabía que estaba cerca. Y si Gojo y Reika estaban ocultando algo, ella lo descubriría, aunque tuviera que quemarse las pestañas en el proceso.
Al finalizar las clases
La luz del atardecer se filtraba por las ventanas del aula, bañando el suelo de madera en tonos dorados y proyectando sombras que danzaban con la quietud de la tarde. Las clases habían terminado, y el bullicio de los estudiantes se desvanecía en los pasillos, dejando un silencio que parecía amplificar cada sonido, cada respiración. Gojo, apoyado contra el escritorio del profesor, se ajustó las gafas oscuras con un gesto despreocupado, su sonrisa ladina intacta mientras despedía al grupo.
—"No olviden, mañana hay misión especial. Nada de hacerse los desaparecidos, ¿eh? Hoy pueden relajarse... si es que saben cómo."
Su tono ligero arrancó risas y murmullos antes de que el último estudiante cruzara la puerta. O casi el último.
Reika seguía allí, una presencia que llenaba la habitación como un incendio a punto de desatarse. Su falda, más corta de lo que el uniforme del instituto permitía, abrazaba sus muslos de una manera que era puro desafío. Su cabello rojo caía en ondas rebeldes sobre sus hombros, y cuando cerró la puerta con un suave clic, el sonido resonó como un disparo en el silencio. Sus pasos eran lentos, deliberados, cada tacón marcando un ritmo que hacía que el pulso de Gojo se acelerara, aunque su expresión permanecía imperturbable.
Ella se detuvo frente al escritorio, sus ojos traviesos buscando los de él tras las gafas. Sin romper el contacto visual, se sentó sobre la superficie de madera, cruzando las piernas con una lentitud provocadora, dejando que la falda subiera lo justo para ofrecerle un vistazo tentador a la piel que apenas cubría.
—"¿Te gusta lo que ves, sensei?" —preguntó, su voz melosa, cargada de una dulzura que era puro veneno.
Gojo ladeó la cabeza, su sonrisa ampliándose, un destello de deseo cruzando su rostro.
—"¿Esa es una pregunta seria, Reika?" —respondió, su tono burlón pero con un filo que delataba cuánto lo estaba afectando—. "Porque si lo es, me estás subestimando, y eso me ofende."
Sin previo aviso, sus manos encontraron los muslos de Reika, sus dedos fuertes presionando la carne suave con una seguridad que la hizo contener el aliento. El calor de su piel bajo sus palmas era embriagador, y Gojo apretó ligeramente, dejando que sus pulgares trazaran círculos lentos, subiendo peligrosamente cerca del borde de su falda.
—"Hmm..." —Reika dejó escapar un suspiro, inclinándose hacia él, sus labios a centímetros de los suyos, provocándolo sin un ápice de vergüenza—. "¿Y qué vas a hacer al respecto, Satoru?"
La forma en que pronunció su nombre, como una caricia cargada de intención, hizo que un gruñido bajo escapara de la garganta de Gojo. Sus ojos, ocultos tras las gafas, brillaron con un hambre que no se molestó en disimular.
—"¿Sabes cuántas veces te pillé mirando mis piernas?" —continuó ella, ladeando la cabeza, su sonrisa traviesa creciendo—. "No eres tan sutil como crees, sensei."
Gojo rió, un sonido grave que reverberó en el aula vacía.
—"Oh, cariño, si supieras todo lo que he mirado, ya estarías denunciándome," —replicó, su voz baja, cargada de una promesa que la hizo estremecer.
Sin darle tiempo a responder, sus manos se deslizaron bajo la falda, subiendo por sus muslos con una audacia que rayaba en la insolencia. Sus dedos se hundieron en la piel suave, apretando con más fuerza, sintiendo cómo ella respondía, sus caderas moviéndose ligeramente hacia él. La tela de la falda se arrugó bajo su toque, y Gojo sintió el calor de su cuerpo, la suavidad de sus curvas, volviéndolo loco con cada segundo que pasaba.
—"Tsk, tsk," —murmuró, inclinándose hasta que sus labios rozaron su oreja, su aliento cálido enviando escalofríos por la columna de Reika—. "Qué alumna tan traviesa, tentando a su pobre profesor así. ¿No sabes que estás jugando con fuego?"
Reika jadeó, sus uñas clavándose en los hombros de Gojo, su cuerpo arqueándose instintivamente hacia él.
—"Quizás quiero quemarme," —susurró, su voz un desafío que lo hizo apretar los dientes.
Eso fue todo lo que necesitó. Con un movimiento rápido, Gojo la tomó de la cintura, girándola con una fuerza controlada pero implacable. La recostó sobre el escritorio, su pecho presionando contra la madera mientras su mano se deslizaba por su espalda, manteniéndola firme en su lugar. La falda se alzó, dejando al descubierto la curva de su trasero, apenas cubierto por la ropa interior, y Gojo no pudo resistir la tentación.
Se acercó más, su cuerpo alineándose con el de ella, y Reika sintió la presión de su erección, dura y pulsante, rozando contra su trasero a través de la tela de sus pantalones. El contacto fue eléctrico, una fricción deliciosa que la hizo gemir suavemente, sus caderas moviéndose por instinto para buscar más. Gojo gruñó, su mano en la espalda de Reika ejerciendo justo la presión necesaria para no dejarla moverse, su dominio absoluto en cada gesto.
—"¿Sientes eso, Reika?" —susurró, su voz grave, dominante, mientras se inclinaba sobre ella, sus labios rozando la nuca de ella—. "Eso es lo que me haces. Y ahora no vas a moverte hasta que yo lo diga."
Él se frotó contra ella, lento, deliberado, cada movimiento intensificando el calor entre ellos. La tela de su ropa interior era una barrera frágil, y la sensación de su dureza presionando contra ella, caliente y exigente, la hizo jadear, sus manos aferrándose al borde del escritorio. Gojo mantuvo el control, su mano libre deslizándose bajo la falda para apretar su cadera, guiando sus movimientos mientras la mantenía inmovilizada.
—"Eres una maldita tentación," —gruñó, su tono cargado de deseo mientras sus caderas se movían contra ella, la fricción volviéndolos a ambos locos—. "¿Querías provocarme? Bien, ahora lidia con las consecuencias."
Reika rió, un sonido entrecortado por el placer, girando la cabeza lo suficiente para mirarlo por encima del hombro, sus ojos brillando con desafío.
—"¿Esto es todo lo que tienes, Satoru?" —provocó, su voz temblorosa pero cargada de audacia—. "Porque puedo soportar mucho más."
Gojo soltó una risa oscura, sus dedos apretando más su cadera mientras se presionaba con más fuerza contra ella, el roce de su erección enviando una oleada de calor a través de ambos.
—"Oh, pequeña piromana," —murmuró, su voz un ronroneo peligroso—. "No me tientes, porque no tienes idea de lo que soy capaz de hacerte aquí mismo."
Y con eso, sus labios encontraron su cuello, mordiendo suavemente la piel sensible mientras sus caderas seguían moviéndose, el escritorio crujiendo bajo el peso de su deseo, cada roce llevándolos más cerca del borde de algo que ninguno de los dos podía controlar.
El aula estaba impregnada de un calor que no tenía nada que ver con el atardecer que se filtraba por las ventanas. Gojo y Reika eran un torbellino de deseo, sus cuerpos moviéndose en una danza peligrosa que desafiaba todas las reglas del Instituto Jujutsu. La falda de Reika, ya arrugada y subida hasta sus caderas, dejaba al descubierto la curva de sus muslos, mientras Gojo, con su cuerpo pegado al de ella, seguía frotando su erección contra su trasero, cada roce arrancándole un gemido suave que resonaba en el silencio del aula vacía.
—"Eres una maldita provocación," —gruñó Gojo, su voz grave y dominante, sus labios rozando la nuca de Reika mientras mordía suavemente la piel sensible, dejando una marca roja que era tanto una reclamación como una promesa. Sus manos, grandes y seguras, se deslizaron bajo la falda, apretando sus muslos con una posesividad que la hacía arquearse contra él, buscando más de esa fricción deliciosa.
Reika rió, un sonido entrecortado por el placer, girando la cabeza para mirarlo con ojos brillantes de desafío.
—"¿Y tú qué, sensei?" —susurró, su voz temblorosa pero cargada de audacia—. "No pareces estar quejándote."
Gojo gruñó de nuevo, incapaz de resistirse. Con un movimiento fluido, se apartó apenas, solo lo suficiente para levantarla y pegarla contra su pecho, su espalda moldeándose perfectamente contra él. Una mano se enredó en su cabello rojo, tirando suavemente para inclinar su cabeza hacia atrás, exponiendo su cuello a más de sus besos y mordiscos.
La otra mano subió por su camisa, deslizándose bajo la tela del uniforme escolar hasta encontrar sus pechos, apretándolos con una mezcla de reverencia y hambre sobre la tela de su sostén.
Los pezones de Reika, duros bajo sus dedos, respondieron al instante, y ella dejó escapar un jadeo que lo volvió loco.
—"Mira lo que me haces, Reika," —murmuró contra su piel, su voz un ronroneo oscuro mientras sus caderas se presionaban contra ella, su erección evidente incluso a través de los pantalones, rozando su trasero con una urgencia que amenazaba con deshacerlo—. "Voy a tener que castigarte por ser tan jodidamente irresistible."
Justo cuando sus dedos comenzaban a desabotonar la camisa de Reika, dejando al descubierto más de su piel suave y las marcas rojas que él había dejado en su cuello, un sonido abrupto cortó el aire como un cuchillo. La puerta del aula se abrió de golpe, y la voz despreocupada de Shoko resonó, rompiendo el hechizo.
—"¿Por qué demonios cierras la puerta con llave, Gojo? ¿Qué estás tramando ahora?"
Shoko entró con su habitual aire de indiferencia, sus botas resonando contra el suelo de madera, un cigarro apagado colgando de sus labios. No levantó la vista de inmediato, ocupada con los papeles que llevaba en la mano, pero cuando finalmente lo hizo, su mirada chocó con una escena que la dejó petrificada.
Gojo, con una mano aún enredada en el cabello de Reika, la otra apretando uno de sus pechos sobre el uniforme desabotonado. Reika, con la falda subida hasta las caderas, el cuello cubierto de marcas rojas, los labios entreabiertos por la sorpresa, pero con una chispa de descaro en los ojos que no se apagaba ni siquiera en ese momento.
Sus cuerpos estaban tan pegados que no dejaban lugar a dudas sobre lo que estaba pasando.
Un silencio sepulcral cayó sobre el aula, tan denso que parecía que el tiempo se había detenido.
Shoko parpadeó lentamente, su expresión pasando de la sorpresa a una mezcla de incredulidad y resignación. Luego, chasqueó la lengua, cruzándose de brazos con una calma que contrastaba con la tormenta que se desataba en su mente.
—"Vaya, vaya..." —dijo, su voz cargada de sarcasmo mientras arqueaba una ceja—. "Así que las sospechas de Rin no eran solo chismes de pasillo. Qué sorpresa, Gojo."
Reika, lejos de mostrar vergüenza, soltó una risa suave, acomodándose el cabello con una calma que rayaba en la insolencia. Se enderezó ligeramente, aunque no hizo ningún esfuerzo por cubrirse, su camisa aún abierta y la falda arrugada.
—"Bueno, supongo que el secreto se acabó," —dijo, su tono juguetón, como si ser descubierta fuera solo una molestia menor.
Gojo, por su parte, se limitó a soltar a Reika con una lentitud deliberada, retrocediendo un paso y encogiéndose de hombros con esa sonrisa de niño travieso que siempre lo sacaba de problemas. O al menos, lo intentaba.
—"Ups," —dijo, levantando las manos en un gesto de fingida inocencia, aunque el brillo nervioso en sus ojos delataba que sabía que estaba en terreno peligroso.
Habían sido descubiertos por Shoko, ¿qué les depararía de ahora en adelante? ¿Qué haría Shoko con tal información?