MI ALUMNA FAVORITA - CAP 4

DESCUBIERTOS
🌙
Descubiertos por Shoko.
Estaban tan perdidos en el torbellino de sus propios deseos que no escucharon el chirrido de la puerta al abrirse. Shoko Ieiri entró sin ceremonias, con la misma actitud de quien interrumpe una reunión aburrida, no un escándalo en potencia. Sus ojos se encontraron con la escena: Gojo, con una mano enredada en el cabello de Reika, la otra peligrosamente cerca del borde de su falda; Reika, con las mejillas encendidas, el uniforme desaliñado y una sonrisa que gritaba culpabilidad. No estaban a punto de cruzar la línea. Ya la habían cruzado, y con entusiasmo.
Shoko se detuvo en seco, arqueando una ceja con una mezcla de diversión y hastío. Encendió un cigarrillo con la calma de quien ha visto cosas peores, exhalando una nube de humo que parecía burlarse de la situación.
—"Vaya, vaya. Así que las apuestas de Rin no eran solo chismes de pasillo," —dijo, su voz cargada de un sarcasmo afilado como bisturí.
Gojo, sin soltar a Reika, alzó la vista con esa maldita sonrisa suya, esa que desarmaba a cualquiera. Sus dedos seguían rozando la piel de ella, como si Shoko no fuera más que un inconveniente menor.
—"Oye, Shoko, ¿no sabes que está prohibido fumar en el aula?" —respondió, su tono ligero, casi juguetón, como si no estuviera a punto de ser denunciado por conducta inapropiada.
Shoko soltó una risa seca, apoyándose contra el marco de la puerta con una postura que decía 'no tengo tiempo para esto'.
—"¿Prohibido? Qué curioso, Satoru, porque estoy bastante segura de que manosear a tus estudiantes también está en la lista de 'no se hace'. Y, sorpresa, aquí estás, rompiendo récords de imprudencia."
Reika, con el pulso acelerado, intentó recomponerse. Se apartó un paso de Gojo, alisando su falda con dedos temblorosos, aunque no pudo evitar que una sonrisa traviesa se colara en sus labios.
Debería estar aterrada. Debería estar rogando que Shoko no abriera la boca. Pero había algo en la adrenalina de ser atrapada, en la forma en que Gojo la miraba como si el mundo entero pudiera desmoronarse y él seguiría allí, provocándola, que la hacía sentir invencible.
Shoko la fulminó con la mirada, dando una calada profunda al cigarrillo.
—"Y tú, pelirroja, borra esa sonrisa de 'me pillaron y me encanta'. No estás ayudando a tu caso."
Reika se mordió el labio, bajando la mirada con fingida sumisión, aunque sus ojos brillaban con una chispa rebelde.
—"Lo siento, Shoko. No es... no es lo que parece," —intentó, su voz un poco demasiado dulce para ser creíble.
Shoko puso los ojos en blanco, exhalando otro anillo de humo.
—"¿No? ¿Entonces qué es? ¿Gojo te estaba ayudando a ajustar el uniforme por pura bondad? Porque, créeme, esa mano suya no parecía estar buscando botones perdidos."
Gojo soltó una carcajada baja, inclinándose hacia Reika con una mirada que era puro pecado. Sus dedos, aún cerca de su cintura, rozaron la curva de su cadera en un gesto que era tanto desafío como provocación.
—"Vamos, Shoko, no seas dramática. Solo estábamos... discutiendo la importancia de la confianza entre maestro y alumna. Muy educativo, ¿sabes?"
Reika tuvo que morderse el interior de la mejilla para no reír. La audacia de ese hombre era insoportable. Y, maldita sea, también era irresistible.
Shoko bufó, lanzándole un fajo de papeles que llevaba bajo el brazo. Gojo los atrapó con un movimiento grácil, sin apartar los ojos de Reika ni por un segundo.
—"Estos los dejaste en mi oficina, genio. Supongo que estabas demasiado ocupado con tus 'clases particulares' para acordarte," —dijo Shoko, su tono goteando desdén—. "Y, por cierto, Satoru, empieza a usar la cabeza que tienes sobre los hombros. La otra te está metiendo en problemas."
Gojo soltó otra risa, esta vez más suave, casi íntima, mientras hojeaba los papeles con fingido interés.
—"Siempre tan sabia, Shoko. ¿Qué haríamos sin ti?"
Ella no respondió. Simplemente giró sobre sus talones, dejando la puerta abierta de par en par como una advertencia silenciosa. Antes de desaparecer por el pasillo, lanzó una última frase por encima del hombro:
—"Tienen suerte de que fuera yo y no Yaga. Pero no tienten a la suerte, idiotas."
El eco de sus pasos se desvaneció, dejando el aula en un silencio cargado. Reika exhaló, relajando los hombros, aunque el calor en su piel no se desvanecía. Giró hacia Gojo, sus ojos oscilando entre la preocupación y una diversión que no podía reprimir.
—"¿Crees que nos delatará?" —preguntó, su voz baja, casi un susurro, como si temiera que alguien más pudiera estar escuchando.
Gojo, con las manos en los bolsillos y esa maldita sonrisa que prometía problemas, se acercó un paso más. Demasiado cerca. El aroma de su colonia, mezclado con algo más cálido, más suyo, la envolvió como una caricia.
—"Shoko? Nah. Es una tumba. Además, creo que en el fondo le encanta el drama," —dijo, su voz un ronroneo que hizo que el estómago de Reika diera un vuelco—. "Pero... tienes razón en una cosa. Esto pudo haber sido un desastre."
Reika alzó una ceja, cruzándose de brazos para mantener las apariencias, aunque su cuerpo traicionaba su deseo de acercarse más.
—"¿Un desastre? ¿Y por qué sigues viéndome como si quisieras causar otro?"
Gojo inclinó la cabeza, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y algo más oscuro, más peligroso.
—"Porque, Reika, tú haces que valga la pena el riesgo," —murmuró, su voz baja, íntima, mientras su dedo índice rozaba el borde de su mandíbula, trazando una línea que encendió cada nervio de su cuerpo.
Ella tragó saliva, atrapada entre el deseo de lanzarse a sus brazos y la vocecita en su cabeza que le recordaba lo cerca que habían estado de ser descubiertos. Pero esa vocecita era débil, ahogada por el latido frenético de su corazón.
—"La próxima vez," —dijo, su voz un poco más ronca de lo que pretendía—, "busquemos un lugar donde no puedan atraparnos."
Gojo dejó escapar una risa suave, inclinándose hasta que sus labios estuvieron a un suspiro de los suyos.
—"Trato hecho, pelirroja. Pero algo me dice que el peligro es lo que te gusta de esto."
Y, maldita sea, tenía razón.
Shoko se detuvo en seco, arqueando una ceja con una mezcla de diversión y hastío. Encendió un cigarrillo con la calma de quien ha visto cosas peores, exhalando una nube de humo que parecía burlarse de la situación.
—"Vaya, vaya. Así que las apuestas de Rin no eran solo chismes de pasillo," —dijo, su voz cargada de un sarcasmo afilado como bisturí.
Gojo, sin soltar a Reika, alzó la vista con esa maldita sonrisa suya, esa que desarmaba a cualquiera. Sus dedos seguían rozando la piel de ella, como si Shoko no fuera más que un inconveniente menor.
—"Oye, Shoko, ¿no sabes que está prohibido fumar en el aula?" —respondió, su tono ligero, casi juguetón, como si no estuviera a punto de ser denunciado por conducta inapropiada.
Shoko soltó una risa seca, apoyándose contra el marco de la puerta con una postura que decía 'no tengo tiempo para esto'.
—"¿Prohibido? Qué curioso, Satoru, porque estoy bastante segura de que manosear a tus estudiantes también está en la lista de 'no se hace'. Y, sorpresa, aquí estás, rompiendo récords de imprudencia."
Reika, con el pulso acelerado, intentó recomponerse. Se apartó un paso de Gojo, alisando su falda con dedos temblorosos, aunque no pudo evitar que una sonrisa traviesa se colara en sus labios.
Debería estar aterrada. Debería estar rogando que Shoko no abriera la boca. Pero había algo en la adrenalina de ser atrapada, en la forma en que Gojo la miraba como si el mundo entero pudiera desmoronarse y él seguiría allí, provocándola, que la hacía sentir invencible.
Shoko la fulminó con la mirada, dando una calada profunda al cigarrillo.
—"Y tú, pelirroja, borra esa sonrisa de 'me pillaron y me encanta'. No estás ayudando a tu caso."
Reika se mordió el labio, bajando la mirada con fingida sumisión, aunque sus ojos brillaban con una chispa rebelde.
—"Lo siento, Shoko. No es... no es lo que parece," —intentó, su voz un poco demasiado dulce para ser creíble.
Shoko puso los ojos en blanco, exhalando otro anillo de humo.
—"¿No? ¿Entonces qué es? ¿Gojo te estaba ayudando a ajustar el uniforme por pura bondad? Porque, créeme, esa mano suya no parecía estar buscando botones perdidos."
Gojo soltó una carcajada baja, inclinándose hacia Reika con una mirada que era puro pecado. Sus dedos, aún cerca de su cintura, rozaron la curva de su cadera en un gesto que era tanto desafío como provocación.
—"Vamos, Shoko, no seas dramática. Solo estábamos... discutiendo la importancia de la confianza entre maestro y alumna. Muy educativo, ¿sabes?"
Reika tuvo que morderse el interior de la mejilla para no reír. La audacia de ese hombre era insoportable. Y, maldita sea, también era irresistible.
Shoko bufó, lanzándole un fajo de papeles que llevaba bajo el brazo. Gojo los atrapó con un movimiento grácil, sin apartar los ojos de Reika ni por un segundo.
—"Estos los dejaste en mi oficina, genio. Supongo que estabas demasiado ocupado con tus 'clases particulares' para acordarte," —dijo Shoko, su tono goteando desdén—. "Y, por cierto, Satoru, empieza a usar la cabeza que tienes sobre los hombros. La otra te está metiendo en problemas."
Gojo soltó otra risa, esta vez más suave, casi íntima, mientras hojeaba los papeles con fingido interés.
—"Siempre tan sabia, Shoko. ¿Qué haríamos sin ti?"
Ella no respondió. Simplemente giró sobre sus talones, dejando la puerta abierta de par en par como una advertencia silenciosa. Antes de desaparecer por el pasillo, lanzó una última frase por encima del hombro:
—"Tienen suerte de que fuera yo y no Yaga. Pero no tienten a la suerte, idiotas."
El eco de sus pasos se desvaneció, dejando el aula en un silencio cargado. Reika exhaló, relajando los hombros, aunque el calor en su piel no se desvanecía. Giró hacia Gojo, sus ojos oscilando entre la preocupación y una diversión que no podía reprimir.
—"¿Crees que nos delatará?" —preguntó, su voz baja, casi un susurro, como si temiera que alguien más pudiera estar escuchando.
Gojo, con las manos en los bolsillos y esa maldita sonrisa que prometía problemas, se acercó un paso más. Demasiado cerca. El aroma de su colonia, mezclado con algo más cálido, más suyo, la envolvió como una caricia.
—"Shoko? Nah. Es una tumba. Además, creo que en el fondo le encanta el drama," —dijo, su voz un ronroneo que hizo que el estómago de Reika diera un vuelco—. "Pero... tienes razón en una cosa. Esto pudo haber sido un desastre."
Reika alzó una ceja, cruzándose de brazos para mantener las apariencias, aunque su cuerpo traicionaba su deseo de acercarse más.
—"¿Un desastre? ¿Y por qué sigues viéndome como si quisieras causar otro?"
Gojo inclinó la cabeza, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y algo más oscuro, más peligroso.
—"Porque, Reika, tú haces que valga la pena el riesgo," —murmuró, su voz baja, íntima, mientras su dedo índice rozaba el borde de su mandíbula, trazando una línea que encendió cada nervio de su cuerpo.
Ella tragó saliva, atrapada entre el deseo de lanzarse a sus brazos y la vocecita en su cabeza que le recordaba lo cerca que habían estado de ser descubiertos. Pero esa vocecita era débil, ahogada por el latido frenético de su corazón.
—"La próxima vez," —dijo, su voz un poco más ronca de lo que pretendía—, "busquemos un lugar donde no puedan atraparnos."
Gojo dejó escapar una risa suave, inclinándose hasta que sus labios estuvieron a un suspiro de los suyos.
—"Trato hecho, pelirroja. Pero algo me dice que el peligro es lo que te gusta de esto."
Y, maldita sea, tenía razón.
Atrapados.
El aire del pasillo estaba cargado de una electricidad que parecía vibrar entre ellos. Gojo Satoru y Reika caminaban hombro con hombro, sus risas resonando como un eco travieso en los corredores vacíos de la academia. La adrenalina de haber sido atrapados por Shoko no los había frenado; al contrario, había encendido algo más salvaje, más imprudente. Gojo, con esa sonrisa que era mitad burla, mitad promesa, sentía el cosquilleo del desafío correr por sus venas. La idea de un romance prohibido, de jugar con fuego bajo las narices de todos, lo excitaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. Y Reika... Reika lo sabía.
Ella caminaba con un contoneo deliberado, dejando que el borde de su falda rozara la pierna de Gojo con cada paso, un recordatorio sutil pero intencionado de su cercanía. Sabía que este juego era más peligroso para él, el hechicero más poderoso, el intocable Satoru Gojo, que para ella, una simple estudiante con más audacia que sentido común. Y, maldita sea, le encantaba tenerlo en la palma de su mano. Cada mirada, cada roce, era una prueba de cuánto podía empujarlo antes de que él perdiera ese control que tanto presumía.
—"¿Sabes, Satoru?" —dijo Reika, girándose hacia él con una sonrisa que era puro veneno dulce—. "Creo que Shoko nos hizo un favor al no delatarnos. Esto acaba de ponerse... interesante."
Gojo arqueó una ceja, deteniéndose en seco para mirarla. Sus ojos, ocultos tras las gafas oscuras, brillaban con una intensidad que hacía que el corazón de Reika diera un vuelco.
—"¿Interesante, dices? Pelirroja, si sigues provocándome así, no va a ser Shoko quien nos meta en problemas. Voy a ser yo." —Su voz era un ronroneo bajo, cargado de una promesa que hizo que la piel de Reika se erizara.
Ella soltó una risa baja, inclinándose hacia él hasta que sus labios estuvieron a un suspiro de los suyos. El pasillo estaba vacío, pero la sensación de estar expuestos, de que alguien podría aparecer en cualquier momento, solo avivaba el fuego.
—"¿Eso es una amenaza, sensei?" —preguntó, su tono juguetón pero con un filo que desafiaba cada fibra de su autocontrol.
Gojo inclinó la cabeza, dejando que sus dedos rozaran el borde de su muñeca, un toque tan ligero que era casi cruel.
—"Es una advertencia, Reika. Sigue jugando, y no voy a ser tan caballero la próxima vez."
Antes de que ella pudiera responder, Reika se giró con una risita traviesa y, con un movimiento exagerado, le lanzó un beso en el aire. El gesto era tan descarado, tan abiertamente provocador, que Gojo no pudo evitar soltar una carcajada.
—"¿Eso es para mí?" —preguntó, deteniéndose de nuevo, una ceja arqueada y esa sonrisa suya que prometía caos.
—"¿Para quién más, Satoru?" —respondió ella, su voz goteando miel y desafío. Se mordió el labio inferior, sabiendo exactamente el efecto que eso tenía en él.
Gojo fingió atrapar el beso con un movimiento teatral, llevándoselo a los labios con una reverencia exagerada que no hacía más que resaltar su encanto arrogante.
—"Mmm, sabe a peligro..." —dijo, relamiéndose los labios como si pudiera saborearla desde allí—. "Mi sabor favorito."
Reika soltó una risa que era pura provocación, acercándose un paso más hasta que sus cuerpos casi se tocaban. El calor que emanaba de él era embriagador, y por un momento, ella olvidó que estaban en un pasillo donde cualquiera podría verlos.
—"No digas que no te advertí," —susurró, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y deseo.
Pero no estaban tan solos como creían.
Desde el otro extremo del pasillo, oculta tras una columna, Rin los observaba con el corazón latiéndole en los oídos. Había visto a Shoko salir del aula minutos antes, con esa expresión indescifrable que siempre llevaba cuando sabía más de lo que decía. Rin no había planeado espiar, pero algo en la forma en que Gojo y Reika salieron del aula, riendo, tocándose con una familiaridad que no correspondía a un maestro y su estudiante, la hizo detenerse. Y ahora, esto.
El beso en el aire. La respuesta descarada de Gojo. La forma en que sus cuerpos parecían orbitar el uno al otro, como si el resto del mundo no existiera. Rin sintió un nudo en el estómago, una mezcla de incredulidad y algo más oscuro, algo que se parecía demasiado a la traición.
—"Lo sabía..." —susurró para sí misma, su voz apenas un hilo de sonido. Sus manos se cerraron en puños, las uñas clavándose en las palmas—. "Y Shoko también lo sabía... por eso evadió mis preguntas en la enfermería."
Su mente giraba a toda velocidad. Había sospechado algo, sí, pero verlo con sus propios ojos era diferente. Gojo, el intocable, el hombre que parecía estar por encima de todo, cayendo en algo tan humano, tan estúpido, como un romance prohibido con una estudiante. Y Reika... Reika, con su sonrisa insolente y su descaro, jugando con fuego como si no tuviera nada que perder.
Rin retrocedió un paso, asegurándose de que no la vieran. Su primer instinto fue correr hacia Shoko, exigirle que le contara todo. Pero algo la detuvo. Si Shoko no había dicho nada, tal vez había una razón. Tal vez... tal vez podía usar esto a su favor. La idea la hizo estremecerse, no de miedo, sino de una extraña emoción. Si Gojo y Reika creían que podían salirse con la suya, estaban a punto de descubrir que no eran los únicos jugando un juego peligroso.
Mientras tanto, Gojo y Reika seguían caminando por el pasillo, ajenos a la tormenta que se gestaba a sus espaldas. Él le lanzó una mirada de reojo, su sonrisa torcida llena de intenciones.
—"Sabes, pelirroja, si sigues lanzándome besos así, voy a tener que cobrarlos en persona," —dijo, su voz baja, casi un gruñido.
Reika alzó la barbilla, desafiante.
—"¿Cobrarlos? Satoru, no creo que puedas manejar el precio."
Él soltó una carcajada, deteniéndose para atraparla contra la pared con un movimiento rápido, sus manos a ambos lados de su cabeza. No la tocaba, pero la cercanía era suficiente para hacer que el aire entre ellos crepitara.
—"Oh, Reika," —murmuró, inclinándose hasta que sus labios rozaron el lóbulo de su oreja—. "Desafíame una vez más, y veremos quién termina rogando."
Ella contuvo el aliento, atrapada entre el deseo de ceder y la necesidad de mantener el control. Pero antes de que pudiera responder, el sonido de pasos distantes los obligó a separarse. Gojo retrocedió con una risa baja, como si nada hubiera pasado, pero sus ojos prometían que esto estaba lejos de terminar.
Y en las sombras, Rin tomó una decisión. Este secreto no iba a quedarse enterrado por mucho tiempo.
Ella caminaba con un contoneo deliberado, dejando que el borde de su falda rozara la pierna de Gojo con cada paso, un recordatorio sutil pero intencionado de su cercanía. Sabía que este juego era más peligroso para él, el hechicero más poderoso, el intocable Satoru Gojo, que para ella, una simple estudiante con más audacia que sentido común. Y, maldita sea, le encantaba tenerlo en la palma de su mano. Cada mirada, cada roce, era una prueba de cuánto podía empujarlo antes de que él perdiera ese control que tanto presumía.
—"¿Sabes, Satoru?" —dijo Reika, girándose hacia él con una sonrisa que era puro veneno dulce—. "Creo que Shoko nos hizo un favor al no delatarnos. Esto acaba de ponerse... interesante."
Gojo arqueó una ceja, deteniéndose en seco para mirarla. Sus ojos, ocultos tras las gafas oscuras, brillaban con una intensidad que hacía que el corazón de Reika diera un vuelco.
—"¿Interesante, dices? Pelirroja, si sigues provocándome así, no va a ser Shoko quien nos meta en problemas. Voy a ser yo." —Su voz era un ronroneo bajo, cargado de una promesa que hizo que la piel de Reika se erizara.
Ella soltó una risa baja, inclinándose hacia él hasta que sus labios estuvieron a un suspiro de los suyos. El pasillo estaba vacío, pero la sensación de estar expuestos, de que alguien podría aparecer en cualquier momento, solo avivaba el fuego.
—"¿Eso es una amenaza, sensei?" —preguntó, su tono juguetón pero con un filo que desafiaba cada fibra de su autocontrol.
Gojo inclinó la cabeza, dejando que sus dedos rozaran el borde de su muñeca, un toque tan ligero que era casi cruel.
—"Es una advertencia, Reika. Sigue jugando, y no voy a ser tan caballero la próxima vez."
Antes de que ella pudiera responder, Reika se giró con una risita traviesa y, con un movimiento exagerado, le lanzó un beso en el aire. El gesto era tan descarado, tan abiertamente provocador, que Gojo no pudo evitar soltar una carcajada.
—"¿Eso es para mí?" —preguntó, deteniéndose de nuevo, una ceja arqueada y esa sonrisa suya que prometía caos.
—"¿Para quién más, Satoru?" —respondió ella, su voz goteando miel y desafío. Se mordió el labio inferior, sabiendo exactamente el efecto que eso tenía en él.
Gojo fingió atrapar el beso con un movimiento teatral, llevándoselo a los labios con una reverencia exagerada que no hacía más que resaltar su encanto arrogante.
—"Mmm, sabe a peligro..." —dijo, relamiéndose los labios como si pudiera saborearla desde allí—. "Mi sabor favorito."
Reika soltó una risa que era pura provocación, acercándose un paso más hasta que sus cuerpos casi se tocaban. El calor que emanaba de él era embriagador, y por un momento, ella olvidó que estaban en un pasillo donde cualquiera podría verlos.
—"No digas que no te advertí," —susurró, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y deseo.
Pero no estaban tan solos como creían.
Desde el otro extremo del pasillo, oculta tras una columna, Rin los observaba con el corazón latiéndole en los oídos. Había visto a Shoko salir del aula minutos antes, con esa expresión indescifrable que siempre llevaba cuando sabía más de lo que decía. Rin no había planeado espiar, pero algo en la forma en que Gojo y Reika salieron del aula, riendo, tocándose con una familiaridad que no correspondía a un maestro y su estudiante, la hizo detenerse. Y ahora, esto.
El beso en el aire. La respuesta descarada de Gojo. La forma en que sus cuerpos parecían orbitar el uno al otro, como si el resto del mundo no existiera. Rin sintió un nudo en el estómago, una mezcla de incredulidad y algo más oscuro, algo que se parecía demasiado a la traición.
—"Lo sabía..." —susurró para sí misma, su voz apenas un hilo de sonido. Sus manos se cerraron en puños, las uñas clavándose en las palmas—. "Y Shoko también lo sabía... por eso evadió mis preguntas en la enfermería."
Su mente giraba a toda velocidad. Había sospechado algo, sí, pero verlo con sus propios ojos era diferente. Gojo, el intocable, el hombre que parecía estar por encima de todo, cayendo en algo tan humano, tan estúpido, como un romance prohibido con una estudiante. Y Reika... Reika, con su sonrisa insolente y su descaro, jugando con fuego como si no tuviera nada que perder.
Rin retrocedió un paso, asegurándose de que no la vieran. Su primer instinto fue correr hacia Shoko, exigirle que le contara todo. Pero algo la detuvo. Si Shoko no había dicho nada, tal vez había una razón. Tal vez... tal vez podía usar esto a su favor. La idea la hizo estremecerse, no de miedo, sino de una extraña emoción. Si Gojo y Reika creían que podían salirse con la suya, estaban a punto de descubrir que no eran los únicos jugando un juego peligroso.
Mientras tanto, Gojo y Reika seguían caminando por el pasillo, ajenos a la tormenta que se gestaba a sus espaldas. Él le lanzó una mirada de reojo, su sonrisa torcida llena de intenciones.
—"Sabes, pelirroja, si sigues lanzándome besos así, voy a tener que cobrarlos en persona," —dijo, su voz baja, casi un gruñido.
Reika alzó la barbilla, desafiante.
—"¿Cobrarlos? Satoru, no creo que puedas manejar el precio."
Él soltó una carcajada, deteniéndose para atraparla contra la pared con un movimiento rápido, sus manos a ambos lados de su cabeza. No la tocaba, pero la cercanía era suficiente para hacer que el aire entre ellos crepitara.
—"Oh, Reika," —murmuró, inclinándose hasta que sus labios rozaron el lóbulo de su oreja—. "Desafíame una vez más, y veremos quién termina rogando."
Ella contuvo el aliento, atrapada entre el deseo de ceder y la necesidad de mantener el control. Pero antes de que pudiera responder, el sonido de pasos distantes los obligó a separarse. Gojo retrocedió con una risa baja, como si nada hubiera pasado, pero sus ojos prometían que esto estaba lejos de terminar.
Y en las sombras, Rin tomó una decisión. Este secreto no iba a quedarse enterrado por mucho tiempo.
En el salon de clases
El aula olía a tiza y a la brisa fresca que se colaba por las ventanas entreabiertas. La luz de la mañana bañaba los pupitres, pero no alcanzaba a disipar la tensión que flotaba en el aire, invisible para todos excepto para quienes sabían dónde mirar. Reika, sentada en su lugar habitual cerca de la ventana, garabateaba distraídamente en su cuaderno, su cabello pelirrojo cayendo en mechones rebeldes que atrapaban el sol. Parecía la estudiante modelo, atenta y serena, como si la noche anterior no hubiera estado a punto de ser atrapada en los brazos de su maestro. Pero sus labios, curvados en una sonrisa apenas perceptible, contaban otra historia.
Gojo Satoru, fiel a su estilo, entró al aula con una energía que llenaba el espacio. Sus gafas oscuras reflejaban los rayos del sol, y su postura, apoyada despreocupadamente contra el escritorio, era la de alguien que no tiene una sola preocupación en el mundo.
—"Bien, pequeños prodigios, hoy vamos a hablar sobre cómo canalizar la energía maldita en combate," —anunció, su voz cargada de esa mezcla irresistible de arrogancia y encanto—. "Sé que algunos de ustedes todavía pelean como si estuvieran espantando moscas, pero no se preocupen... la paciencia es una virtud. No la mía, obviamente."
Un coro de risas llenó el aula, rompiendo el silencio matutino. Pero Rin, sentada en la segunda fila, no se unió a la diversión. Sus ojos, afilados como cuchillas, saltaban de Gojo a Reika, buscando cualquier indicio, por mínimo que fuera, que confirmara lo que había visto la noche anterior. La forma en que Reika inclinaba la cabeza, dejando que un mechón de cabello rozara su mejilla, le parecía calculada. Provocadora. Y Gojo... Gojo, con su maldita sonrisa, parecía disfrutar demasiado de su propio espectáculo.
Justo entonces, un golpe seco en la puerta interrumpió la lección.
—"Adelante," —dijo Gojo, sin molestarse en apartar la vista del pizarrón, donde garabateaba un diagrama con una caligrafía sorprendentemente pulcra.
La puerta se abrió, y Utahime Iori entró con su característica expresión de fastidio, los brazos cruzados y el ceño fruncido. El aire pareció enfriarse un grado con su presencia, como si trajera consigo una tormenta contenida.
—"Necesito hablar contigo, Gojo," —espetó, su tono cortante dejando claro que no estaba de humor para juegos.
Gojo giró la cabeza, inclinándola con una sonrisa que era puro desafío.
—"¿En serio, Utahime? ¿No puedes esperar a que termine de iluminar estas mentes jóvenes? Estoy en medio de una lección magistral, ¿sabes?"
—"No me hagas perder el tiempo," —replicó ella, su voz goteando desprecio—. "Es importante."
Reika alzó la vista por un instante, sus ojos encontrándose con los de Gojo en una fracción de segundo. Fue un intercambio fugaz, casi imperceptible, pero cargado de una intimidad que hizo que el estómago de Rin se retorciera. ¿Cómo nadie más lo ve?, pensó, sus manos apretándose en puños bajo el pupitre. Utahime, con su aversión crónica por Gojo, era la aliada perfecta. No como Shoko, que parecía dispuesta a encubrirlos. Utahime no tendría piedad.
—"Debo hablar con ella," —murmuró Rin para sí misma, su voz apenas un susurro. Sus uñas se clavaron en las palmas, dejando medias lunas rojizas—. "Ella me creerá. Y juntos, lo desenmascararemos."
Gojo se encogió de hombros, lanzando una última mirada al aula antes de seguir a Utahime al pasillo.
—"No hagan nada que yo no haría," —dijo con una risa, guiñando un ojo en dirección a nadie en particular. Pero Reika, inclinada sobre su cuaderno, dejó escapar una risita baja que solo él podría haber interpretado.
Tan pronto como la puerta se cerró, el aula estalló en un caos controlado. Los estudiantes se giraron en sus asientos, sus voces mezclándose en un murmullo de chismes y risas. Reika sacó su celular, deslizando el dedo por la pantalla con una calma que parecía estudiada. Sus labios seguían curvados en esa sonrisa suya, esa que decía sé algo que tú no sabes. Y para Rin, era insoportable.
Rin no podía apartar los ojos de ella. No era envidia, se repetía. No era personal. Pero el peso del secreto que cargaba desde la noche anterior le quemaba el pecho. Gojo, el hechicero más poderoso, el intocable, rompiendo todas las reglas por una estudiante. Y Reika, con su descaro, su risa, su forma de moverse como si el mundo le perteneciera, era la culpable de todo. Rin quería creer que su indignación era por justicia, por proteger la integridad de la academia. Pero en el fondo, una vocecita le susurraba que tal vez, solo tal vez, era porque no soportaba que alguien como Reika tuviera tanto poder sobre alguien como Gojo.
La puerta se abrió de nuevo, y Gojo regresó con la misma despreocupación de siempre, ajustándose las gafas con un movimiento casi teatral.
—"Bueno, crisis resuelta. ¿Dónde nos quedamos? Ah, sí, energía maldita. Intenten no dormirse, que esto se pone bueno."
La lección continuó, pero Rin apenas escuchaba. Su mente estaba en otro lugar, planeando, calculando. Cuando sonó el timbre que marcaba el final de la jornada, fue la primera en levantarse, recogiendo sus cosas con movimientos bruscos. Sus pasos resonaron en el suelo mientras salía del aula, su figura desapareciendo por el pasillo como una sombra decidida.
Reika alzó la vista, notando su salida apresurada. Sus cejas se arquearon ligeramente, pero no dijo nada. Gojo, apoyado contra el escritorio, dejó escapar una risa baja.
—"Vaya, parece que alguien tiene prisa por llegar al baño," —bromeó, su tono ligero pero con un filo de diversión que hizo que varios estudiantes rieran.
Uno a uno, los alumnos fueron abandonando el aula, sus voces desvaneciéndose en el pasillo. Pronto, solo quedaron Gojo y Reika, como si el universo conspirara para darles esos momentos robados.
Reika se levantó de su asiento, estirándose con una lentitud deliberada que hacía que el borde de su falda subiera un poco más de lo necesario. Se acercó al escritorio de Gojo, apoyando las manos en la madera y inclinándose hacia él con una sonrisa que era puro desafío.
—"¿Sabes, sensei? Creo que hoy estabas particularmente... inspirado," —dijo, su voz baja, casi un ronroneo.
Gojo alzó una ceja, recostándose en su silla con una postura que exudaba confianza. Sus dedos tamborilearon en el escritorio, un ritmo lento y provocador.
—"¿Inspirado? Pelirroja, si sigues mirándome así, voy a tener que darte una lección privada sobre 'energía maldita'... y no creo que estés lista para eso."
Ella rió, un sonido suave pero cargado de intención, y se inclinó un poco más, dejando que su cabello rozara el borde del escritorio.
—"Oh, Satoru, creo que soy más que capaz de manejar cualquier lección que quieras darme."
Por un momento, el aire entre ellos se volvió denso, cargado de una tensión que era casi tangible. Gojo se inclinó hacia adelante, sus labios curvándose en una sonrisa que prometía problemas.
—"Cuidado, Reika," —murmuró, su voz un susurro peligroso—. "Estás jugando con fuego, y yo no soy de los que se queman."
Ella se mordió el labio, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y deseo. Pero antes de que pudiera responder, el sonido de pasos en el pasillo los obligó a separarse. Gojo se recostó en su silla con una risa baja, mientras Reika regresaba a su pupitre para recoger sus cosas, lanzándole una última mirada que decía esto no termina aquí.
Y en algún lugar, más allá de las paredes del aula, Rin ya estaba planeando su próximo movimiento. El secreto que guardaba no podía esperar mucho más.
El aula estaba casi en penumbra, con los últimos rayos del sol filtrándose por las cortinas y pintando sombras largas sobre los pupitres vacíos. El eco de las risas de los estudiantes se desvanecía en el pasillo, dejando a Gojo y Reika en un silencio que vibraba con posibilidades. Ella, con su mochila colgando despreocupadamente de un hombro, se dirigió hacia la puerta con pasos lentos, como si quisiera alargar el momento. Pero Reika nunca se iba sin dejar una marca.
Justo antes de cruzar el umbral, se detuvo. Con un movimiento deliberado, apoyó ambas manos contra el marco de la puerta, inclinándose hacia adelante hasta que su falda, indecentemente corta, se alzó lo suficiente para revelar un destello de encaje negro. El gesto era descarado, calculado, una provocación diseñada para romper cualquier rastro de autocontrol que Gojo aún pudiera tener. Giró la cabeza hacia él, su cabello pelirrojo cayendo en cascada sobre un hombro, y con un tono agudo, teatral y cargado de insinuación, exclamó:
—"¡Oh, sí, sensei! ¡Más duro, por favor!"
El aire se detuvo. Por una fracción de segundo, incluso Gojo Satoru, el hombre que parecía inmune a todo, se quedó sin palabras. Sus mejillas se tiñeron de un rubor leve, casi imperceptible, y sus ojos, normalmente ocultos tras las gafas, se abrieron con una mezcla de incredulidad y deseo crudo. Pero él no era de los que se dejaban superar tan fácilmente.
—"Jajaja, ¿en serio, pelirroja?" —respondió, recuperando su compostura con una risa que era mitad diversión, mitad advertencia—. "Buen intento, pero si sigues jugando así, no voy a ser yo quien termine rogando."
Reika soltó una carcajada, una risa baja y traviesa que resonó como un desafío. Sin darle tiempo a replicar, salió corriendo por el pasillo, sus pasos ligeros acompañados por el eco de su risa, dejando tras de sí una estela de provocación que era casi tangible.
Gojo se quedó solo en el aula, todavía apoyado contra el escritorio, su sonrisa torcida no del todo capaz de ocultar el efecto que ella había tenido. Bajo la madera del escritorio, su mano se cerró en un puño, los nudillos blanqueándose mientras intentaba recuperar el control. Pero su cuerpo lo traicionaba. El calor que lo recorría era insistente, y con un gruñido frustrado, se ajustó discretamente su entrepierna endurecida, murmurando para sí mismo:
—"Maldita sea, Reika. Cálmate, hombre..."
Se pasó una mano por el cabello, exhalando un suspiro que era tanto risa como rendición. Ella sabía exactamente lo que hacía. Cada gesto, cada palabra, era una cuerda que tensaba un poco más, y él, por mucho que lo negara, estaba encantado de dejarse atrapar. Pero también sabía que este juego era un filo de navaja. Un paso en falso, y no sería solo Shoko o Rin quienes los pillarían. Sería el fin.
Aún así, la idea de detenerse no cruzó su mente ni por un segundo. No cuando Reika lo miraba como si fuera el único hombre en el mundo. No cuando cada provocación suya era una invitación a perderse en ella.
Gojo Satoru, fiel a su estilo, entró al aula con una energía que llenaba el espacio. Sus gafas oscuras reflejaban los rayos del sol, y su postura, apoyada despreocupadamente contra el escritorio, era la de alguien que no tiene una sola preocupación en el mundo.
—"Bien, pequeños prodigios, hoy vamos a hablar sobre cómo canalizar la energía maldita en combate," —anunció, su voz cargada de esa mezcla irresistible de arrogancia y encanto—. "Sé que algunos de ustedes todavía pelean como si estuvieran espantando moscas, pero no se preocupen... la paciencia es una virtud. No la mía, obviamente."
Un coro de risas llenó el aula, rompiendo el silencio matutino. Pero Rin, sentada en la segunda fila, no se unió a la diversión. Sus ojos, afilados como cuchillas, saltaban de Gojo a Reika, buscando cualquier indicio, por mínimo que fuera, que confirmara lo que había visto la noche anterior. La forma en que Reika inclinaba la cabeza, dejando que un mechón de cabello rozara su mejilla, le parecía calculada. Provocadora. Y Gojo... Gojo, con su maldita sonrisa, parecía disfrutar demasiado de su propio espectáculo.
Justo entonces, un golpe seco en la puerta interrumpió la lección.
—"Adelante," —dijo Gojo, sin molestarse en apartar la vista del pizarrón, donde garabateaba un diagrama con una caligrafía sorprendentemente pulcra.
La puerta se abrió, y Utahime Iori entró con su característica expresión de fastidio, los brazos cruzados y el ceño fruncido. El aire pareció enfriarse un grado con su presencia, como si trajera consigo una tormenta contenida.
—"Necesito hablar contigo, Gojo," —espetó, su tono cortante dejando claro que no estaba de humor para juegos.
Gojo giró la cabeza, inclinándola con una sonrisa que era puro desafío.
—"¿En serio, Utahime? ¿No puedes esperar a que termine de iluminar estas mentes jóvenes? Estoy en medio de una lección magistral, ¿sabes?"
—"No me hagas perder el tiempo," —replicó ella, su voz goteando desprecio—. "Es importante."
Reika alzó la vista por un instante, sus ojos encontrándose con los de Gojo en una fracción de segundo. Fue un intercambio fugaz, casi imperceptible, pero cargado de una intimidad que hizo que el estómago de Rin se retorciera. ¿Cómo nadie más lo ve?, pensó, sus manos apretándose en puños bajo el pupitre. Utahime, con su aversión crónica por Gojo, era la aliada perfecta. No como Shoko, que parecía dispuesta a encubrirlos. Utahime no tendría piedad.
—"Debo hablar con ella," —murmuró Rin para sí misma, su voz apenas un susurro. Sus uñas se clavaron en las palmas, dejando medias lunas rojizas—. "Ella me creerá. Y juntos, lo desenmascararemos."
Gojo se encogió de hombros, lanzando una última mirada al aula antes de seguir a Utahime al pasillo.
—"No hagan nada que yo no haría," —dijo con una risa, guiñando un ojo en dirección a nadie en particular. Pero Reika, inclinada sobre su cuaderno, dejó escapar una risita baja que solo él podría haber interpretado.
Tan pronto como la puerta se cerró, el aula estalló en un caos controlado. Los estudiantes se giraron en sus asientos, sus voces mezclándose en un murmullo de chismes y risas. Reika sacó su celular, deslizando el dedo por la pantalla con una calma que parecía estudiada. Sus labios seguían curvados en esa sonrisa suya, esa que decía sé algo que tú no sabes. Y para Rin, era insoportable.
Rin no podía apartar los ojos de ella. No era envidia, se repetía. No era personal. Pero el peso del secreto que cargaba desde la noche anterior le quemaba el pecho. Gojo, el hechicero más poderoso, el intocable, rompiendo todas las reglas por una estudiante. Y Reika, con su descaro, su risa, su forma de moverse como si el mundo le perteneciera, era la culpable de todo. Rin quería creer que su indignación era por justicia, por proteger la integridad de la academia. Pero en el fondo, una vocecita le susurraba que tal vez, solo tal vez, era porque no soportaba que alguien como Reika tuviera tanto poder sobre alguien como Gojo.
La puerta se abrió de nuevo, y Gojo regresó con la misma despreocupación de siempre, ajustándose las gafas con un movimiento casi teatral.
—"Bueno, crisis resuelta. ¿Dónde nos quedamos? Ah, sí, energía maldita. Intenten no dormirse, que esto se pone bueno."
La lección continuó, pero Rin apenas escuchaba. Su mente estaba en otro lugar, planeando, calculando. Cuando sonó el timbre que marcaba el final de la jornada, fue la primera en levantarse, recogiendo sus cosas con movimientos bruscos. Sus pasos resonaron en el suelo mientras salía del aula, su figura desapareciendo por el pasillo como una sombra decidida.
Reika alzó la vista, notando su salida apresurada. Sus cejas se arquearon ligeramente, pero no dijo nada. Gojo, apoyado contra el escritorio, dejó escapar una risa baja.
—"Vaya, parece que alguien tiene prisa por llegar al baño," —bromeó, su tono ligero pero con un filo de diversión que hizo que varios estudiantes rieran.
Uno a uno, los alumnos fueron abandonando el aula, sus voces desvaneciéndose en el pasillo. Pronto, solo quedaron Gojo y Reika, como si el universo conspirara para darles esos momentos robados.
Reika se levantó de su asiento, estirándose con una lentitud deliberada que hacía que el borde de su falda subiera un poco más de lo necesario. Se acercó al escritorio de Gojo, apoyando las manos en la madera y inclinándose hacia él con una sonrisa que era puro desafío.
—"¿Sabes, sensei? Creo que hoy estabas particularmente... inspirado," —dijo, su voz baja, casi un ronroneo.
Gojo alzó una ceja, recostándose en su silla con una postura que exudaba confianza. Sus dedos tamborilearon en el escritorio, un ritmo lento y provocador.
—"¿Inspirado? Pelirroja, si sigues mirándome así, voy a tener que darte una lección privada sobre 'energía maldita'... y no creo que estés lista para eso."
Ella rió, un sonido suave pero cargado de intención, y se inclinó un poco más, dejando que su cabello rozara el borde del escritorio.
—"Oh, Satoru, creo que soy más que capaz de manejar cualquier lección que quieras darme."
Por un momento, el aire entre ellos se volvió denso, cargado de una tensión que era casi tangible. Gojo se inclinó hacia adelante, sus labios curvándose en una sonrisa que prometía problemas.
—"Cuidado, Reika," —murmuró, su voz un susurro peligroso—. "Estás jugando con fuego, y yo no soy de los que se queman."
Ella se mordió el labio, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y deseo. Pero antes de que pudiera responder, el sonido de pasos en el pasillo los obligó a separarse. Gojo se recostó en su silla con una risa baja, mientras Reika regresaba a su pupitre para recoger sus cosas, lanzándole una última mirada que decía esto no termina aquí.
Y en algún lugar, más allá de las paredes del aula, Rin ya estaba planeando su próximo movimiento. El secreto que guardaba no podía esperar mucho más.
El aula estaba casi en penumbra, con los últimos rayos del sol filtrándose por las cortinas y pintando sombras largas sobre los pupitres vacíos. El eco de las risas de los estudiantes se desvanecía en el pasillo, dejando a Gojo y Reika en un silencio que vibraba con posibilidades. Ella, con su mochila colgando despreocupadamente de un hombro, se dirigió hacia la puerta con pasos lentos, como si quisiera alargar el momento. Pero Reika nunca se iba sin dejar una marca.
Justo antes de cruzar el umbral, se detuvo. Con un movimiento deliberado, apoyó ambas manos contra el marco de la puerta, inclinándose hacia adelante hasta que su falda, indecentemente corta, se alzó lo suficiente para revelar un destello de encaje negro. El gesto era descarado, calculado, una provocación diseñada para romper cualquier rastro de autocontrol que Gojo aún pudiera tener. Giró la cabeza hacia él, su cabello pelirrojo cayendo en cascada sobre un hombro, y con un tono agudo, teatral y cargado de insinuación, exclamó:
—"¡Oh, sí, sensei! ¡Más duro, por favor!"
El aire se detuvo. Por una fracción de segundo, incluso Gojo Satoru, el hombre que parecía inmune a todo, se quedó sin palabras. Sus mejillas se tiñeron de un rubor leve, casi imperceptible, y sus ojos, normalmente ocultos tras las gafas, se abrieron con una mezcla de incredulidad y deseo crudo. Pero él no era de los que se dejaban superar tan fácilmente.
—"Jajaja, ¿en serio, pelirroja?" —respondió, recuperando su compostura con una risa que era mitad diversión, mitad advertencia—. "Buen intento, pero si sigues jugando así, no voy a ser yo quien termine rogando."
Reika soltó una carcajada, una risa baja y traviesa que resonó como un desafío. Sin darle tiempo a replicar, salió corriendo por el pasillo, sus pasos ligeros acompañados por el eco de su risa, dejando tras de sí una estela de provocación que era casi tangible.
Gojo se quedó solo en el aula, todavía apoyado contra el escritorio, su sonrisa torcida no del todo capaz de ocultar el efecto que ella había tenido. Bajo la madera del escritorio, su mano se cerró en un puño, los nudillos blanqueándose mientras intentaba recuperar el control. Pero su cuerpo lo traicionaba. El calor que lo recorría era insistente, y con un gruñido frustrado, se ajustó discretamente su entrepierna endurecida, murmurando para sí mismo:
—"Maldita sea, Reika. Cálmate, hombre..."
Se pasó una mano por el cabello, exhalando un suspiro que era tanto risa como rendición. Ella sabía exactamente lo que hacía. Cada gesto, cada palabra, era una cuerda que tensaba un poco más, y él, por mucho que lo negara, estaba encantado de dejarse atrapar. Pero también sabía que este juego era un filo de navaja. Un paso en falso, y no sería solo Shoko o Rin quienes los pillarían. Sería el fin.
Aún así, la idea de detenerse no cruzó su mente ni por un segundo. No cuando Reika lo miraba como si fuera el único hombre en el mundo. No cuando cada provocación suya era una invitación a perderse en ella.
Oficina de Utahime.
El pasillo estaba tranquilo, salvo por el eco de los pasos apresurados de Rin, que resonaban como un tambor en su propia cabeza. Su corazón latía con una mezcla de ansiedad y determinación mientras se dirigía al salón de Utahime. No se permitió dudar, no ahora que había encontrado el coraje para actuar. Si alguien podía ponerle un freno a Gojo, era Utahime. Ella no era como Shoko, con su indiferencia sarcástica y su lealtad tácita hacia Gojo. Utahime lo despreciaba, y eso la convertía en la aliada perfecta.
Justo cuando doblaba la esquina, Reika, con su mochila colgando despreocupadamente de un hombro, alcanzó a ver la figura de Rin desaparecer tras la puerta de la oficina de Utahime. Sus cejas se arquearon ligeramente, un destello de curiosidad cruzando sus ojos.
—"¿Rin?" —murmuró para sí misma, frunciendo el ceño. Por un momento, se detuvo, como si su instinto le susurrara que algo no estaba bien. Pero luego se encogió de hombros, una sonrisa traviesa curvando sus labios. Probablemente solo está pidiéndole apuntes o algo aburrido, pensó, y continuó su camino hacia los dormitorios, el balanceo de su falda marcando el ritmo de su despreocupación.
Dentro de la oficina, el aire era más pesado. Utahime estaba sentada tras su escritorio, organizando un montón de papeles con una expresión que oscilaba entre la concentración y el fastidio crónico. Alzó la vista cuando Rin entró sin llamar, sus ojos evaluándola con una mezcla de curiosidad y cautela.
—"¿Sí? ¿Qué necesitas, Rin?" —preguntó, su tono seco pero no hostil, como si estuviera acostumbrada a que los estudiantes la interrumpieran con problemas triviales.
Rin cerró la puerta tras de sí, un gesto que hizo que Utahime arqueara una ceja. La estudiante respiró hondo, tratando de calmar los nervios que le apretaban el pecho. Sabía que debía ser cuidadosa, pero también directa. Utahime no era de las que toleraban rodeos.
—"Señorita Utahime, necesito contarle algo... extraño. Sobre Gojo," —comenzó, su voz firme pero con un leve temblor que delataba su urgencia.
El nombre de Gojo hizo que Utahime se detuviera, sus manos congelándose sobre los papeles. Sus ojos se entrecerraron, y una sombra de desconfianza cruzó su rostro.
—"¿Gojo?" —repitió, su tono goteando desdén—. "¿Qué hizo ahora ese idiota?"
Rin se acercó un paso, inclinándose ligeramente como si temiera que alguien más pudiera escuchar. Sus manos se retorcían frente a ella, un hábito nervioso que contrastaba con la determinación en sus ojos.
—"Ayer... los vi. A él y a la hechicera de clase especial. Ella le lanzó un beso en el aire, y él... él lo atrapó. Como si fuera un juego, pero no lo era. Había algo más."
Utahime cruzó los brazos, su expresión endureciéndose. El nombre de Reika no había sido pronunciado, pero no hacía falta. Sabía exactamente de quién hablaba Rin.
—"¿Ella? ¿La pelirroja?" —preguntó, su voz baja, casi un gruñido.
Rin asintió, sintiendo que el nudo en su estómago se aflojaba ahora que Utahime parecía tomarla en serio.
—"Sí. Y no es solo eso. Los he visto actuar extraño varias veces. Riendo, tocándose, quedándose a solas después de clases. Y Shoko... Shoko sabe algo, pero no dice nada. La vi salir de un aula ayer, justo antes de que ellos salieran riendo como si nada."
Utahime se reclinó en su silla, masajeándose la sien con un suspiro que era puro agotamiento. La sola mención de Gojo siempre parecía provocarle un dolor de cabeza.
—"Por supuesto que Shoko no dice nada. Esa mujer es demasiado leal a él, aunque lo niegue," —masculló, más para sí misma que para Rin. Luego fijó su mirada en la estudiante, sus ojos afilados como si intentara leerle el alma—. "¿Estás segura de lo que viste? Porque acusar a Gojo de algo así no es un juego, Rin. Si estás equivocada, esto podría volverse contra ti."
Rin tragó saliva, pero no vaciló. La imagen de Reika inclinada en la puerta, provocándolo con esa voz melosa, y la sonrisa de Gojo, esa maldita sonrisa que parecía burlarse del mundo entero, estaban grabadas en su mente.
—"Estoy segura. No es solo un juego. Hay algo entre ellos. Algo... inapropiado."
La palabra colgó en el aire como una sentencia. Utahime se quedó en silencio, procesando la información. Su rostro era una máscara de contención, pero sus dedos tamborileaban en el escritorio, un signo de que su paciencia con Gojo estaba a punto de agotarse.
—"Ese imbécil..." —murmuró, su voz cargada de una furia contenida—. "Si está haciendo lo que creo, esto es más que un problema. Es un desastre."
Rin se inclinó un poco más, su voz bajando a un susurro conspirador.
—"¿Qué hacemos, señorita Utahime? No puedo quedarme de brazos cruzados."
Utahime la miró fijamente, evaluándola. Había algo en la intensidad de Rin, en la forma en que sus ojos brillaban con una mezcla de indignación y algo más, algo que Utahime no podía identificar del todo, que la hizo detenerse. Pero la idea de atrapar a Gojo en algo que finalmente lo bajara de su pedestal era demasiado tentadora.
—"Déjamelo a mí," —dijo al fin, su tono firme pero calculado—. "Si hay algo que desenmascarar, lo haré a mi manera. Pero tú mantén los ojos abiertos. Si ves algo más, cualquier cosa, me lo dices. ¿Entendido?"
Rin asintió, una oleada de alivio mezclada con triunfo recorriéndola. Había dado el primer paso. La verdad, o al menos la versión que ella quería contar, estaba en marcha.
—"Entendido," —respondió, su voz más firme ahora.
Utahime desvió la mirada, volviendo a sus papeles como si quisiera cerrar la conversación.
—"Ahora vete. Y no hagas de esto un circo, Rin. Si esto es tan grave como dices, hay que manejarlo con cuidado."
Rin salió de la oficina con el corazón acelerado, una extraña mezcla de satisfacción y ansiedad instalándose en su pecho. Mientras caminaba por el pasillo, no pudo evitar imaginar la caída de Gojo, la expresión en su rostro cuando finalmente enfrentara las consecuencias. Y Reika... Reika también pagaría por su descaro.
Lo que Rin no sabía era que, en su afán por exponer la verdad, estaba a punto de desatar una tormenta mucho mayor de lo que podía imaginar.
Justo cuando doblaba la esquina, Reika, con su mochila colgando despreocupadamente de un hombro, alcanzó a ver la figura de Rin desaparecer tras la puerta de la oficina de Utahime. Sus cejas se arquearon ligeramente, un destello de curiosidad cruzando sus ojos.
—"¿Rin?" —murmuró para sí misma, frunciendo el ceño. Por un momento, se detuvo, como si su instinto le susurrara que algo no estaba bien. Pero luego se encogió de hombros, una sonrisa traviesa curvando sus labios. Probablemente solo está pidiéndole apuntes o algo aburrido, pensó, y continuó su camino hacia los dormitorios, el balanceo de su falda marcando el ritmo de su despreocupación.
Dentro de la oficina, el aire era más pesado. Utahime estaba sentada tras su escritorio, organizando un montón de papeles con una expresión que oscilaba entre la concentración y el fastidio crónico. Alzó la vista cuando Rin entró sin llamar, sus ojos evaluándola con una mezcla de curiosidad y cautela.
—"¿Sí? ¿Qué necesitas, Rin?" —preguntó, su tono seco pero no hostil, como si estuviera acostumbrada a que los estudiantes la interrumpieran con problemas triviales.
Rin cerró la puerta tras de sí, un gesto que hizo que Utahime arqueara una ceja. La estudiante respiró hondo, tratando de calmar los nervios que le apretaban el pecho. Sabía que debía ser cuidadosa, pero también directa. Utahime no era de las que toleraban rodeos.
—"Señorita Utahime, necesito contarle algo... extraño. Sobre Gojo," —comenzó, su voz firme pero con un leve temblor que delataba su urgencia.
El nombre de Gojo hizo que Utahime se detuviera, sus manos congelándose sobre los papeles. Sus ojos se entrecerraron, y una sombra de desconfianza cruzó su rostro.
—"¿Gojo?" —repitió, su tono goteando desdén—. "¿Qué hizo ahora ese idiota?"
Rin se acercó un paso, inclinándose ligeramente como si temiera que alguien más pudiera escuchar. Sus manos se retorcían frente a ella, un hábito nervioso que contrastaba con la determinación en sus ojos.
—"Ayer... los vi. A él y a la hechicera de clase especial. Ella le lanzó un beso en el aire, y él... él lo atrapó. Como si fuera un juego, pero no lo era. Había algo más."
Utahime cruzó los brazos, su expresión endureciéndose. El nombre de Reika no había sido pronunciado, pero no hacía falta. Sabía exactamente de quién hablaba Rin.
—"¿Ella? ¿La pelirroja?" —preguntó, su voz baja, casi un gruñido.
Rin asintió, sintiendo que el nudo en su estómago se aflojaba ahora que Utahime parecía tomarla en serio.
—"Sí. Y no es solo eso. Los he visto actuar extraño varias veces. Riendo, tocándose, quedándose a solas después de clases. Y Shoko... Shoko sabe algo, pero no dice nada. La vi salir de un aula ayer, justo antes de que ellos salieran riendo como si nada."
Utahime se reclinó en su silla, masajeándose la sien con un suspiro que era puro agotamiento. La sola mención de Gojo siempre parecía provocarle un dolor de cabeza.
—"Por supuesto que Shoko no dice nada. Esa mujer es demasiado leal a él, aunque lo niegue," —masculló, más para sí misma que para Rin. Luego fijó su mirada en la estudiante, sus ojos afilados como si intentara leerle el alma—. "¿Estás segura de lo que viste? Porque acusar a Gojo de algo así no es un juego, Rin. Si estás equivocada, esto podría volverse contra ti."
Rin tragó saliva, pero no vaciló. La imagen de Reika inclinada en la puerta, provocándolo con esa voz melosa, y la sonrisa de Gojo, esa maldita sonrisa que parecía burlarse del mundo entero, estaban grabadas en su mente.
—"Estoy segura. No es solo un juego. Hay algo entre ellos. Algo... inapropiado."
La palabra colgó en el aire como una sentencia. Utahime se quedó en silencio, procesando la información. Su rostro era una máscara de contención, pero sus dedos tamborileaban en el escritorio, un signo de que su paciencia con Gojo estaba a punto de agotarse.
—"Ese imbécil..." —murmuró, su voz cargada de una furia contenida—. "Si está haciendo lo que creo, esto es más que un problema. Es un desastre."
Rin se inclinó un poco más, su voz bajando a un susurro conspirador.
—"¿Qué hacemos, señorita Utahime? No puedo quedarme de brazos cruzados."
Utahime la miró fijamente, evaluándola. Había algo en la intensidad de Rin, en la forma en que sus ojos brillaban con una mezcla de indignación y algo más, algo que Utahime no podía identificar del todo, que la hizo detenerse. Pero la idea de atrapar a Gojo en algo que finalmente lo bajara de su pedestal era demasiado tentadora.
—"Déjamelo a mí," —dijo al fin, su tono firme pero calculado—. "Si hay algo que desenmascarar, lo haré a mi manera. Pero tú mantén los ojos abiertos. Si ves algo más, cualquier cosa, me lo dices. ¿Entendido?"
Rin asintió, una oleada de alivio mezclada con triunfo recorriéndola. Había dado el primer paso. La verdad, o al menos la versión que ella quería contar, estaba en marcha.
—"Entendido," —respondió, su voz más firme ahora.
Utahime desvió la mirada, volviendo a sus papeles como si quisiera cerrar la conversación.
—"Ahora vete. Y no hagas de esto un circo, Rin. Si esto es tan grave como dices, hay que manejarlo con cuidado."
Rin salió de la oficina con el corazón acelerado, una extraña mezcla de satisfacción y ansiedad instalándose en su pecho. Mientras caminaba por el pasillo, no pudo evitar imaginar la caída de Gojo, la expresión en su rostro cuando finalmente enfrentara las consecuencias. Y Reika... Reika también pagaría por su descaro.
Lo que Rin no sabía era que, en su afán por exponer la verdad, estaba a punto de desatar una tormenta mucho mayor de lo que podía imaginar.
Solos.
La noche había envuelto Tokio en un manto de luces titilantes y sombras suaves. En la azotea de un rascacielos olvidado, el aire fresco danzaba con un susurro que olía a libertad. Reika estaba sentada en el borde, sus piernas balanceándose sobre el abismo de la ciudad. Pequeñas llamas danzaban entre sus dedos, cambiantes como su estado de ánimo, ora naranjas, ora azules, moviéndose al compás de la brisa. Sus ojos seguían el juego del fuego, pero su mente estaba en otra parte, enredada en el hombre que sabía que no tardaría en aparecer.
Un silbido suave cortó el silencio, seguido por el sonido de botas aterrizando con una elegancia imposible en el borde de la azotea. Gojo Satoru, con su característica arrogancia, se irguió como si saltar entre edificios fuera tan natural como respirar.
—"¡Vaya, qué bonitas lenguas malditas!" — exclamó, su voz cargada de ese tono juguetón que hacía que el corazón de Reika diera un vuelco—. "¿Ensayando para un espectáculo o solo tratando de incendiarme el alma?"
Reika alzó la vista, una sonrisa traviesa curvando sus labios. Sin decir una palabra, se puso de pie con una gracia felina y se acercó a él, sus pasos lentos pero decididos. Antes de que Gojo pudiera soltar otra de sus bromas, ella se alzó sobre las puntas de los pies y le robó un beso, uno rápido pero ardiente, que sabía a desafío y deseo.
Gojo no se resistió; sus manos encontraron instintivamente la curva de su cintura, atrayéndola mientras sus labios se movían contra los de ella con una pasión que rara vez dejaba salir. Pero, fiel a su naturaleza, fue él quien rompió el contacto, separándose apenas lo suficiente para que sus alientos se mezclaran.
—"Oye, oye, pelirroja, calma esa hambre," —bromeó, su sonrisa torcida brillando bajo la luz de la luna—. "Necesito estos labios para seguir siendo el tipo más ingenioso de Tokio."
Reika rió, un sonido bajo y seductor que hizo que los ojos de Gojo se oscurecieran. Pero antes de que ella pudiera retroceder, él la atrajo con más fuerza, sus dedos apretando su cintura como si temiera que se desvaneciera en la noche.
—"Lo siento, Satoru," —dijo ella, su voz un murmullo divertido pero con un filo de sinceridad—. "No me resisto cuando estás tan... accesible."
Gojo inclinó la cabeza, su pulgar trazando un camino lento por la mejilla de Reika. Por un momento, sus ojos, aún cubiertos por la venda, parecieron desnudarla de todas sus defensas, y cuando habló, había una ternura en su voz que contrastaba con su habitual burla.
—"¿Sabes? Siempre pensé que nadie podría hacerme perder el control," —murmuró, su tono más suave, casi íntimo—. "Pero tú, Reika... tú lo haces sin siquiera intentarlo."
Ella ladeó la cabeza, sus labios curvándose en una sonrisa pícara que ocultaba el calor que sus palabras encendían en su pecho.
—"¿Eso es una confesión, sensei?" —preguntó, su voz goteando provocación.
Gojo soltó una risa baja, inclinándose hasta que sus frentes casi se tocaron.
—"Digamos que es una verdad a medias," —respondió, sus dedos deslizándose por el borde de su mandíbula—. "Me gusta verte aquí, jugando con fuego como si el mundo no pudiera tocarte. Me gusta cómo me miras, como si no fuera el hechicero más fuerte, sino solo... Satoru."
Reika sintió un nudo en la garganta, pero no dejó que la emoción la traicionara. Con un movimiento delicado, sus dedos encontraron la venda que cubría sus ojos y, con una lentitud que era casi reverente, la deslizó hacia abajo. Los ojos de Gojo, de un azul imposible, brillaron bajo las luces de la ciudad, tan intensos que parecían contener galaxias enteras. Ella sostuvo su mirada, sin retroceder.
—"Porque eso es lo que eres para mí, Satoru," —susurró, su voz apenas audible sobre el rumor del viento—. "Solo un hombre."
Por un instante, el mundo se detuvo. Luego, Gojo la besó, esta vez sin reservas, sus labios reclamándola con una profundidad que hablaba de todo lo que no podía decir. Sus manos se deslizaron por su espalda, atrayéndola hasta que no quedó espacio entre ellos, y ella respondió con la misma urgencia, sus dedos enredándose en su cabello.
En ese momento, en lo alto de la ciudad, no eran maestro y estudiante, no eran el intocable Gojo y la hechicera rebelde. Eran solo ellos, dos almas atrapadas en un deseo que amenazaba con consumirlos.
Cuando finalmente se separaron, jadeantes, se sentaron en el borde de la azotea, sus pies colgando sobre el vacío. La ciudad se extendía bajo ellos como un océano de luces, brillante e indiferente. Reika rompió el silencio, una pequeña llama danzando entre sus dedos.
—"Somos tan distintos y a la vez tan parecidos," —dijo, su voz suave pero cargada de una certeza que no solía mostrar—. "De ti siempre se esperó todo. De mí... nunca esperaron nada."
Hizo una pausa, observando cómo la brisa avivaba la llama en su piel, haciéndola parpadear en tonos violetas y dorados.
—"Siempre he querido creer que puedo ser una hechicera hoy y mañana dejarlo todo atrás. Que puedo desaparecer, aprender algo nuevo, ser alguien más. Pero tú..." —Lo miró de reojo, su expresión suavizándose—. "Tú no tienes esa libertad."
Gojo ladeó la cabeza, su ceja arqueándose con esa mezcla de curiosidad y diversión que lo definía.
—"¿A qué viene tanta filosofía, pelirroja? ¿Intentas psicoanalizarme?" —bromeó, pero había un matiz en su voz que sugería que sus palabras lo habían tocado más de lo que admitiría.
Ella negó con la cabeza, una pequeña mueca curvando sus labios, como si le costara poner sus pensamientos en palabras.
—"No es eso. Es solo que... a veces pienso que todos creen que lo tienes todo. Poder, prestigio, esa maldita confianza tuya. Pero estás atrapado, ¿verdad? En un título que nunca pediste."
Gojo desvió la mirada hacia la ciudad, su sonrisa desvaneciéndose por un momento. El silencio que siguió fue inusual para él, como si estuviera sopesando cuánto revelar.
—"¿Y si te digo que a veces me pregunto cómo sería desaparecer?" —dijo al fin, su voz más baja, casi melancólica—. "No para siempre, claro. Solo por un rato. Ser alguien que no tenga que cargar con el peso del mundo. Alguien que pueda... no sé, tomarse un café sin que todos esperen que salve el día."
Reika lo observó, sorprendida por la vulnerabilidad en sus palabras. Por un momento, el gran Satoru Gojo parecía casi humano, y eso la desarmó más de lo que esperaba.
—"Qué ironía," —dijo ella, su voz suave pero con un toque de burla—. "Tú quieres mi libertad, y yo a veces quiero tu certeza. Saber quién soy, aunque sea solo por un título."
Gojo soltó una risa sincera, girándose para mirarla con esa chispa familiar en los ojos.
—"¿Quieres mi título? Adelante, tómalo," —dijo, extendiendo los brazos como si le ofreciera el mundo—. "Pero te advierto, viene con un montón de enemigos, reuniones aburridas y la presión de no fallar nunca. ¿Te apuntas?"
Ella rió, negando con la cabeza.
—"No, gracias. Prefiero mi caos. Pero..." —Hizo una pausa, sus ojos encontrándose con los de él—. "Me gusta pensar que aquí, contigo, puedes ser solo Satoru. Aunque sea por una noche."
Gojo la miró con una intensidad que hizo que el aire entre ellos se volviera más denso. Sin previo aviso, tomó su muñeca y la guió hasta que quedó frente a él, sus rodillas rozándose. Sus dedos se deslizaron por su brazo, dejando un rastro de calor que hizo que Reika contuviera el aliento.
—"¿Sabes qué es lo más gracioso?" —murmuró, su voz un ronroneo que era tanto promesa como desafío—. "Que tú, que puedes desaparecer cuando quieras, eres la única persona de la que no quiero alejarme."
Reika sintió su pulso acelerarse, pero mantuvo su fachada de confianza, inclinándose hacia él con una sonrisa que era puro desafío.
—"¿Otra de tus líneas ensayadas, Satoru?" —preguntó, aunque su voz tembló ligeramente.
Él rió, pero en lugar de responder, la besó de nuevo, esta vez con una lentitud deliberada, como si quisiera memorizar cada rincón de sus labios. Sus manos encontraron la curva de su espalda, atrayéndola hasta que sus cuerpos se moldearon el uno contra el otro. Cuando se separaron, sus frentes se apoyaron juntas, sus respiraciones mezclándose en la noche.
—"Desaparece conmigo," —susurró ella, sus ojos brillando con una mezcla de audacia y vulnerabilidad—. "Solo por esta noche."
Gojo acarició su mejilla, su sonrisa torcida pero cargada de una emoción que no podía ocultar.
—"Peligroso, pelirroja. Muy peligroso," —respondió, pero la forma en que sus dedos se enredaron en su cabello decía que ya estaba perdido.
Sin embargo, en algún rincón de su mente, una vocecita le recordaba que esta libertad tenía un precio. En las sombras de la academia, Rin y Utahime estaban tejiendo una red que pronto podría atraparlos. Pero esa noche, en la azotea, con Tokio a sus pies y Reika en sus brazos, Gojo decidió que valía la pena arriesgarlo todo.
Un silbido suave cortó el silencio, seguido por el sonido de botas aterrizando con una elegancia imposible en el borde de la azotea. Gojo Satoru, con su característica arrogancia, se irguió como si saltar entre edificios fuera tan natural como respirar.
—"¡Vaya, qué bonitas lenguas malditas!" — exclamó, su voz cargada de ese tono juguetón que hacía que el corazón de Reika diera un vuelco—. "¿Ensayando para un espectáculo o solo tratando de incendiarme el alma?"
Reika alzó la vista, una sonrisa traviesa curvando sus labios. Sin decir una palabra, se puso de pie con una gracia felina y se acercó a él, sus pasos lentos pero decididos. Antes de que Gojo pudiera soltar otra de sus bromas, ella se alzó sobre las puntas de los pies y le robó un beso, uno rápido pero ardiente, que sabía a desafío y deseo.
Gojo no se resistió; sus manos encontraron instintivamente la curva de su cintura, atrayéndola mientras sus labios se movían contra los de ella con una pasión que rara vez dejaba salir. Pero, fiel a su naturaleza, fue él quien rompió el contacto, separándose apenas lo suficiente para que sus alientos se mezclaran.
—"Oye, oye, pelirroja, calma esa hambre," —bromeó, su sonrisa torcida brillando bajo la luz de la luna—. "Necesito estos labios para seguir siendo el tipo más ingenioso de Tokio."
Reika rió, un sonido bajo y seductor que hizo que los ojos de Gojo se oscurecieran. Pero antes de que ella pudiera retroceder, él la atrajo con más fuerza, sus dedos apretando su cintura como si temiera que se desvaneciera en la noche.
—"Lo siento, Satoru," —dijo ella, su voz un murmullo divertido pero con un filo de sinceridad—. "No me resisto cuando estás tan... accesible."
Gojo inclinó la cabeza, su pulgar trazando un camino lento por la mejilla de Reika. Por un momento, sus ojos, aún cubiertos por la venda, parecieron desnudarla de todas sus defensas, y cuando habló, había una ternura en su voz que contrastaba con su habitual burla.
—"¿Sabes? Siempre pensé que nadie podría hacerme perder el control," —murmuró, su tono más suave, casi íntimo—. "Pero tú, Reika... tú lo haces sin siquiera intentarlo."
Ella ladeó la cabeza, sus labios curvándose en una sonrisa pícara que ocultaba el calor que sus palabras encendían en su pecho.
—"¿Eso es una confesión, sensei?" —preguntó, su voz goteando provocación.
Gojo soltó una risa baja, inclinándose hasta que sus frentes casi se tocaron.
—"Digamos que es una verdad a medias," —respondió, sus dedos deslizándose por el borde de su mandíbula—. "Me gusta verte aquí, jugando con fuego como si el mundo no pudiera tocarte. Me gusta cómo me miras, como si no fuera el hechicero más fuerte, sino solo... Satoru."
Reika sintió un nudo en la garganta, pero no dejó que la emoción la traicionara. Con un movimiento delicado, sus dedos encontraron la venda que cubría sus ojos y, con una lentitud que era casi reverente, la deslizó hacia abajo. Los ojos de Gojo, de un azul imposible, brillaron bajo las luces de la ciudad, tan intensos que parecían contener galaxias enteras. Ella sostuvo su mirada, sin retroceder.
—"Porque eso es lo que eres para mí, Satoru," —susurró, su voz apenas audible sobre el rumor del viento—. "Solo un hombre."
Por un instante, el mundo se detuvo. Luego, Gojo la besó, esta vez sin reservas, sus labios reclamándola con una profundidad que hablaba de todo lo que no podía decir. Sus manos se deslizaron por su espalda, atrayéndola hasta que no quedó espacio entre ellos, y ella respondió con la misma urgencia, sus dedos enredándose en su cabello.
En ese momento, en lo alto de la ciudad, no eran maestro y estudiante, no eran el intocable Gojo y la hechicera rebelde. Eran solo ellos, dos almas atrapadas en un deseo que amenazaba con consumirlos.
Cuando finalmente se separaron, jadeantes, se sentaron en el borde de la azotea, sus pies colgando sobre el vacío. La ciudad se extendía bajo ellos como un océano de luces, brillante e indiferente. Reika rompió el silencio, una pequeña llama danzando entre sus dedos.
—"Somos tan distintos y a la vez tan parecidos," —dijo, su voz suave pero cargada de una certeza que no solía mostrar—. "De ti siempre se esperó todo. De mí... nunca esperaron nada."
Hizo una pausa, observando cómo la brisa avivaba la llama en su piel, haciéndola parpadear en tonos violetas y dorados.
—"Siempre he querido creer que puedo ser una hechicera hoy y mañana dejarlo todo atrás. Que puedo desaparecer, aprender algo nuevo, ser alguien más. Pero tú..." —Lo miró de reojo, su expresión suavizándose—. "Tú no tienes esa libertad."
Gojo ladeó la cabeza, su ceja arqueándose con esa mezcla de curiosidad y diversión que lo definía.
—"¿A qué viene tanta filosofía, pelirroja? ¿Intentas psicoanalizarme?" —bromeó, pero había un matiz en su voz que sugería que sus palabras lo habían tocado más de lo que admitiría.
Ella negó con la cabeza, una pequeña mueca curvando sus labios, como si le costara poner sus pensamientos en palabras.
—"No es eso. Es solo que... a veces pienso que todos creen que lo tienes todo. Poder, prestigio, esa maldita confianza tuya. Pero estás atrapado, ¿verdad? En un título que nunca pediste."
Gojo desvió la mirada hacia la ciudad, su sonrisa desvaneciéndose por un momento. El silencio que siguió fue inusual para él, como si estuviera sopesando cuánto revelar.
—"¿Y si te digo que a veces me pregunto cómo sería desaparecer?" —dijo al fin, su voz más baja, casi melancólica—. "No para siempre, claro. Solo por un rato. Ser alguien que no tenga que cargar con el peso del mundo. Alguien que pueda... no sé, tomarse un café sin que todos esperen que salve el día."
Reika lo observó, sorprendida por la vulnerabilidad en sus palabras. Por un momento, el gran Satoru Gojo parecía casi humano, y eso la desarmó más de lo que esperaba.
—"Qué ironía," —dijo ella, su voz suave pero con un toque de burla—. "Tú quieres mi libertad, y yo a veces quiero tu certeza. Saber quién soy, aunque sea solo por un título."
Gojo soltó una risa sincera, girándose para mirarla con esa chispa familiar en los ojos.
—"¿Quieres mi título? Adelante, tómalo," —dijo, extendiendo los brazos como si le ofreciera el mundo—. "Pero te advierto, viene con un montón de enemigos, reuniones aburridas y la presión de no fallar nunca. ¿Te apuntas?"
Ella rió, negando con la cabeza.
—"No, gracias. Prefiero mi caos. Pero..." —Hizo una pausa, sus ojos encontrándose con los de él—. "Me gusta pensar que aquí, contigo, puedes ser solo Satoru. Aunque sea por una noche."
Gojo la miró con una intensidad que hizo que el aire entre ellos se volviera más denso. Sin previo aviso, tomó su muñeca y la guió hasta que quedó frente a él, sus rodillas rozándose. Sus dedos se deslizaron por su brazo, dejando un rastro de calor que hizo que Reika contuviera el aliento.
—"¿Sabes qué es lo más gracioso?" —murmuró, su voz un ronroneo que era tanto promesa como desafío—. "Que tú, que puedes desaparecer cuando quieras, eres la única persona de la que no quiero alejarme."
Reika sintió su pulso acelerarse, pero mantuvo su fachada de confianza, inclinándose hacia él con una sonrisa que era puro desafío.
—"¿Otra de tus líneas ensayadas, Satoru?" —preguntó, aunque su voz tembló ligeramente.
Él rió, pero en lugar de responder, la besó de nuevo, esta vez con una lentitud deliberada, como si quisiera memorizar cada rincón de sus labios. Sus manos encontraron la curva de su espalda, atrayéndola hasta que sus cuerpos se moldearon el uno contra el otro. Cuando se separaron, sus frentes se apoyaron juntas, sus respiraciones mezclándose en la noche.
—"Desaparece conmigo," —susurró ella, sus ojos brillando con una mezcla de audacia y vulnerabilidad—. "Solo por esta noche."
Gojo acarició su mejilla, su sonrisa torcida pero cargada de una emoción que no podía ocultar.
—"Peligroso, pelirroja. Muy peligroso," —respondió, pero la forma en que sus dedos se enredaron en su cabello decía que ya estaba perdido.
Sin embargo, en algún rincón de su mente, una vocecita le recordaba que esta libertad tenía un precio. En las sombras de la academia, Rin y Utahime estaban tejiendo una red que pronto podría atraparlos. Pero esa noche, en la azotea, con Tokio a sus pies y Reika en sus brazos, Gojo decidió que valía la pena arriesgarlo todo.
Bajo la luz de la luna.
La playa desierta se extendía ante ellos como un secreto robado al mundo. Las olas rompían suavemente contra la orilla, sus susurros mezclándose con el canto del viento, fresco y salado. La luna colgaba baja en el cielo, bañando la arena en un resplandor plateado que hacía que todo pareciera irreal, como si Gojo y Reika hubieran escapado a un rincón donde el tiempo no existía. Él la había traído aquí en un parpadeo, un capricho de su poder que los arrancó de la azotea de Tokio y los depositó en esta refugio donde nadie podía encontrarlos.
Reika dejó escapar una risa suave, sus pies descalzos hundiéndose en la arena fría mientras giraba sobre sí misma, los brazos extendidos como si quisiera abrazar la noche. Su cabello rojo ondeaba como llamas descontroladas, atrapando la luz de la luna en destellos que parecían incendiar el aire.
—"¿Qué tal? ¿No es mejor que estar encerrados en un aula?" —preguntó, su voz cargada de diversión, pero con un matiz de desafío que era puro Reika.
Gojo la observaba desde unos pasos de distancia, las manos en los bolsillos, su figura recortada contra el horizonte. Sus ojos, libres de la venda, brillaban con una intensidad que no podía ocultar. Cuando todo esto comenzó, cuando la vio por primera vez, había sido fácil reducirlo a atracción. Su piel pálida, suave como el alabastro, lo había cautivado. Su cabello, un torrente de fuego que parecía desafiar las leyes de la naturaleza, lo había hipnotizado. Y esos ojos, profundos y azules como el océano en una tormenta, lo habían atrapado en una corriente de la que no quería escapar. Había admirado su cuerpo —la curva delicada de su cintura, el contorno de sus pechos bajo el uniforme, esa falda indecentemente corta que parecía burlarse de la gravedad— y se había deleitado en su caminar, en su coquetería, en la forma en que lo desafiaba con cada mirada, cada palabra.
Pero ahora, viéndola girar en la arena, riendo como si el mundo entero le perteneciera, Gojo sentía algo más. Algo que lo inquietaba y lo atraía a partes iguales. No era solo su cuerpo, aunque maldita sea, seguía siendo una tentación constante. Era ella. La forma en que lo miraba, como si pudiera ver más allá del título, más allá del hechicero intocable. La forma en que lo hacía sentir vivo, humano, vulnerable de una manera que nunca había permitido antes. Por primera vez, se encontró preguntándose qué haría si despertara un día y ella no estuviera allí. La idea lo golpeó como un puñetazo, dejándolo sin aire por un instante.
—"Tienes razón," —dijo al fin, su voz relajada pero con un trasfondo de algo más profundo, algo que ni él mismo quería nombrar—. "Esto es mucho mejor. Pero no creas que te dejaré ganar tan fácil."
Reika se detuvo, girándose hacia él con una sonrisa que era puro veneno dulce. Se acercó con pasos lentos, deliberados, la arena crujiendo bajo sus pies. Sin romper el contacto visual, rodeó su cuello con los brazos, sus dedos rozando la nuca de Gojo con una suavidad que contrastaba con la audacia de su mirada.
—"¿Quién dijo que quiero algo de ti?" —susurró, su tono juguetón pero cargado de intenciones que hacían que el pulso de Gojo se acelerara—. "Tal vez solo quiero... divertirme un poco."
Gojo arqueó una ceja, su sonrisa curvándose con esa mezcla de arrogancia y deseo que lo definía. Sus manos encontraron su cintura, atrayéndola hasta que sus cuerpos quedaron separados por apenas un suspiro.
—"¿Divertirte? ¿Conmigo?" —respondió, su voz baja, casi un gruñido—. "Cuidado, pelirroja. No soy un hombre fácil de complacer."
Ella rió, un sonido suave pero cargado de desafío, y se inclinó hacia él, rozando su nariz con la suya. Sus alientos se mezclaron, cálidos y tentadores, y sus ojos brillaron con una promesa que hacía que el aire entre ellos crepitara.
—"¿Quién dijo que quiero complacerte?" —susurró, sus labios a un suspiro de los de él—. "Quizás soy yo la que quiere ser complacida."
Gojo soltó una risa baja, una que vibraba con diversión y un deseo que ya no podía contener. Sin previo aviso, la levantó con un movimiento fluido, sus manos firmes bajo sus muslos mientras ella rodeaba su cintura con las piernas, atrapándose en sus brazos. El calor de sus cuerpos se fundió, y por un momento, el mundo entero se redujo a ellos dos.
—"Oh, Reika," —murmuró, su voz más grave, más íntima, mientras la miraba con una intensidad que la hizo estremecer—. "Eso suena como un desafío que no puedo rechazar."
Ella enredó los dedos en su cabello, tirando suavemente mientras acercaba su rostro al suyo, sus labios rozándose sin llegar a tocarse. La tensión entre ellos era casi insoportable, un juego de poder que ambos disfrutaban demasiado para detenerlo.
—"Entonces no lo hagas," —respondió, su voz un susurro seductor que envió un escalofrío por la espalda de Gojo.
En un movimiento rápido, él la tumbó en la arena, su cuerpo cubriendo el de ella con una mezcla de urgencia y reverencia. La arena fría contrastaba con el calor de sus pieles, y el sonido de las olas parecía acompasar los latidos de sus corazones. Gojo se apoyó en un codo, su otra mano trazando un camino lento por la curva de su cadera, sus dedos deteniéndose justo donde su falda se arrugaba contra su piel.
—"Voy a complacerte, pelirroja," —dijo, su voz un ronroneo cargado de promesas—. "Pero no porque tú lo quieras. Sino porque no puedo evitarlo."
Reika sintió su respiración entrecortarse, pero no apartó la mirada. Sus manos encontraron el pecho de Gojo, deslizándose bajo la tela de su camisa para sentir la calidez de su piel. Cada toque era una chispa, cada roce una declaración. Pero más allá del deseo, había algo en la forma en que él la miraba, en la suavidad con que sus dedos recorrían su cuerpo, que la hacía sentir vista, deseada, importante.
Para Gojo, este momento era una revelación. Cada caricia, cada susurro, le confirmaba lo que había intentado ignorar. No era solo atracción física. No era solo el placer de su desafío, de su audacia, de la forma en que lo hacía tambalearse. Era ella. Reika, con su risa que iluminaba la noche, con su valentía para enfrentarlo, con su capacidad para hacerlo sentir como si no tuviera que ser el hechicero más fuerte, sino solo un hombre que podía amarla. La idea de perderla, de un mañana sin su presencia, era un vacío que no estaba dispuesto a enfrentar.
—"Satoru," —susurró ella, su voz rompiendo el silencio mientras sus dedos se enredaban en su cabello, atrayéndolo hacia ella—. "Quédate conmigo esta noche. Solo tú y yo."
Él la miró, sus ojos azules brillando con una emoción que no podía ocultar. Por primera vez, no había burla, no había juegos. Solo verdad.
—"Siempre," —murmuró, antes de besarla con una intensidad que era tanto rendición como reclamo.
Bajo la luz de la luna, con el océano como único testigo, se permitieron ser solo ellos. Pero en el fondo, Gojo sabía que este momento, por perfecto que fuera, estaba construido sobre arenas movedizas. La amenaza de Rin, de Utahime, de las reglas que habían roto, acechaba en las sombras. Pero por ahora, con Reika en sus brazos, decidió que valía la pena arriesgarlo todo.
La playa desierta era un santuario bajo la mirada plateada de la luna, un rincón del mundo donde Gojo Satoru y Reika podían ser solo ellos, libres de las cadenas de la academia, de los títulos, de las miradas que los juzgaban. Las olas susurraban contra la orilla, un canto suave que se mezclaba con el latido acelerado de sus corazones. El viento marino, fresco y salado, acariciaba sus pieles, pero no podía apagar el incendio que ardía entre ellos.
Reika gimió contra los labios de Gojo, un sonido que vibró en su pecho como una corriente eléctrica. Sus dedos se deslizaron por la espalda de él, las uñas clavándose ligeramente en su piel, dejando marcas que eran tanto desafío como rendición. Gojo respondió con un gruñido bajo, un eco de deseo que resonó en la noche. Sus manos, seguras y audaces, se deslizaron bajo la tela de su ropa, encontrando la suavidad de su piel pálida, cálida y viva bajo sus dedos. Cada roce era una chispa, cada caricia una promesa de que esta noche no habría límites.
Él rompió el beso, solo para trazar un sendero de besos húmedos y mordidas suaves por su cuello, descendiendo hasta su hombro. El sabor salado de su piel, mezclado con el aroma dulce que era únicamente suyo, lo embriagaba. Pero incluso en medio de la fiebre, una pregunta lo detuvo, una sombra de duda que no podía ignorar.
—"¿De verdad quieres que te tome aquí?" —preguntó, su voz ronca, cargada de un deseo que apenas contenía. Había una nota de preocupación en su tono, una vulnerabilidad que lo sorprendía incluso a él. No era un novato, no era un adolescente torpe deslumbrado por el placer. Pero con Reika... con ella, todo era diferente. Ella lo hacía sentir expuesto, como si cada toque, cada mirada, pudiera desarmarlo por completo.
Reika sonrió, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y ternura. Sus dedos se enredaron en el cabello blanco de Gojo, acariciándolo con una delicadeza que contrastaba con la urgencia de sus cuerpos.
—"Hazlo, Satoru," —susurró, su voz firme pero cargada de una intimidad que lo atravesó como un rayo—. "Todo es perfecto cuando estamos juntos."
Esas palabras lo golpearon con más fuerza de lo que esperaba. Gojo la miró, realmente la miró, y por un momento, el mundo se desvaneció. Cuando la vio por primera vez, había sido fácil reducirlo todo a deseo. Su piel pálida, suave como el pétalo de una flor, lo había atraído. Su cabello rojo, un torrente de fuego que parecía desafiar la gravedad, lo había hechizado. Sus ojos, profundos y azules como el océano en su furia, lo habían atrapado. Había admirado su cuerpo —la curva de su cintura, el contorno de sus pechos bajo el uniforme, esa falda que era un delito en sí misma— y se había deleitado en su caminar, en su coquetería, en la forma en que lo provocaba con cada gesto. Había pensado que era solo atracción, un juego de poder y placer.
Pero ahora, con ella temblando bajo sus manos, con su risa resonando en su pecho, Gojo sabía que estaba equivocado. No era solo su cuerpo. Era ella. La forma en que lo desafiaba, lo hacía reír, lo hacía sentir vivo de una manera que nunca había conocido. La idea de un mañana sin ella era un vacío que lo aterrorizaba, un peso que no estaba preparado para cargar. Reika no era solo una tentación; era su ancla, su refugio, la única persona que lo veía como Satoru, no como el hechicero intocable. Y eso, más que cualquier deseo físico, lo tenía completamente a su merced.
—"Así me gusta," —dijo, su voz un murmullo arrogante pero cargado de una devoción que no podía ocultar. Sus ojos destellaban con pasión, con un hambre que iba más allá de la carne.
Con un movimiento fluido, despojó a ambos de sus ropas, la tela cayendo como hojas en la arena. Reika jadeó, una mezcla de sorpresa y deleite, y una sonrisa traviesa curvó sus labios. Antes de que pudiera hablar, Gojo la besó de nuevo, un beso profundo, casi desesperado, su cuerpo presionándose contra el de ella hasta que no quedó espacio entre ellos. La brisa marina acariciaba sus pieles desnudas, pero el calor que emanaban era un incendio que nada podía apagar.
Sus manos exploraron cada centímetro de su cuerpo, trazando las curvas de su cintura, la suavidad de sus muslos, la delicadeza de su piel que parecía brillar bajo la luna. Reika se retorció bajo sus caricias, pequeños granos de arena deslizándose con cada movimiento, añadiendo una textura áspera y exquisita a la sensación. Ella era un lienzo, y él, un artista perdido en su creación, cada toque una declaración de lo que no podía decir con palabras.
Gojo descendió por su cuello, dejando un rastro de besos que eran tanto adoración como reclamo. Cuando llegó a su pecho, tomó uno de sus senos con la boca, succionando suavemente, su lengua trazando círculos que arrancaron un gemido de los labios de Reika. Su otra mano acariciaba el otro con una devoción casi reverente, como si quisiera memorizar cada rincón de ella. Ella arqueó la espalda, sus dedos enredándose en su cabello, atrayéndolo más cerca, como si temiera que este momento pudiera desvanecerse.
—"Satoru..." —gimió, su voz temblando de deseo mientras empujaba su cabeza contra su pecho, buscando más de esa exquisita tortura.
Él sonrió contra su piel, una sonrisa ladina que hablaba de su placer en dominarla, aunque sabía que ella lo tenía igual de atrapado. Su lengua se deslizó sobre su pezón, cálida y precisa, antes de cerrarse sobre él, succionando con una intensidad que la hizo jadear. El contraste entre la suavidad de sus labios y la aspereza de la arena bajo su espalda era embriagador, y Reika se rindió por completo, su cuerpo temblando bajo el asalto de sensaciones.
—"Quiero... más... dame más," —susurró, su voz quebrada por el placer, cada palabra una súplica que avivaba el fuego en Gojo.
Él alzó la vista, sus ojos azules brillando con una mezcla de arrogancia y adoración. Sin romper el contacto visual, deslizó una mano por su abdomen, sus dedos grandes y seguros encontrando el calor de su intimidad. Ella arqueó la espalda, un gemido escapando de sus labios mientras él trazaba círculos lentos y deliberados sobre su piel más sensible, cada movimiento diseñado para llevarla al borde.
—"Oh, pelirroja," —murmuró, su voz un ronroneo cargado de deseo—. "No tienes idea de lo que me haces."
Pero él sí lo sabía. Con cada gemido, cada estremecimiento, Gojo sentía que ella se volvía más esencial, más imposible de dejar ir. Esto no era solo sexo, no era solo placer. Era una entrega mutua, una conexión que iba más allá de la carne. Reika lo hacía sentir vivo, humano, libre de las cadenas de su título. Y en ese momento, con ella temblando bajo sus manos, supo que no podía imaginar un mundo sin ella. No quería hacerlo.
La luna, testigo silencioso de su amor prohibido, iluminaba sus cuerpos entrelazados, mientras las olas cantaban una melodía que parecía aprobar su pecado.
La playa desierta era un templo de deseo, un lugar donde Gojo Satoru y Reika podían rendirse al fuego que los consumía. Las olas cantaban su aprobación, un murmullo suave que se mezclaba con los gemidos de ella, cada vez más intensos, mientras la lengua traviesa de Gojo seguía danzando sobre sus senos. Rodeaba su pezón con círculos lentos, deliberados, saboreándola como si fuera un manjar que no podía saciar. Reika se retorcía bajo él, su cuerpo arqueándose en la arena, los granos fríos adhiriéndose a su piel pálida mientras el placer la llevaba al borde de la locura.
—"¡Oh, Satoru... por favor..." —gimió, su voz quebrada, un ruego desesperado que vibró en el pecho de Gojo como una corriente eléctrica.
Él alzó la cabeza, dejando que su pezón escapara de sus labios con un roce final, húmedo y ardiente. Sus ojos, de un azul sobrenatural, brillaban con una mezcla de desafío y deseo, y una sonrisa maliciosa curvó sus labios, tan arrogante como irresistible.
—"¿Por favor, qué, pelirroja?" —susurró, su voz grave, seductora, cargada de un dominio que la hacía temblar—. "Dime exactamente qué quieres."
Detuvo el movimiento de sus dedos, que hasta ese momento habían estado trazando círculos exquisitos sobre su clítoris, dejándola suspendida en un dulce tormento. La miró, expectante, disfrutando de la forma en que su respiración entrecortada llenaba el silencio, de la manera en que su cuerpo suplicaba lo que sus palabras aún no confesaban.
Reika bajó la mirada hacia él, sus ojos oscurecidos por el deseo, su pecho subiendo y bajando con cada aliento tembloroso. Mordió su labio inferior, un gesto que casi deshizo el control de Gojo, antes de rendirse por completo.
—"A ti..." —confesó, su voz un susurro vulnerable pero cargado de necesidad—. "Te quiero a ti... te necesito dentro de mí."
Esas palabras fueron un incendio que consumió cualquier resto de resistencia en Gojo. Su sonrisa se amplió, una mezcla de satisfacción y adoración, y por un momento, su fachada de arrogancia se desvaneció, dejando ver al hombre que estaba cayendo irremediablemente por ella.
—"No tienes que pedírmelo dos veces, cariño," —murmuró, su voz más suave, más íntima, mientras subía por su cuerpo con una gracia felina.
Apoyó sus antebrazos a cada lado de su cabeza, sus músculos definidos tensándose bajo la luz de la luna. Su cuerpo era una obra maestra esculpida, cada línea de su torso, cada curva de sus hombros, iluminada por el resplandor plateado que parecía adorarlo. La luna trazaba sombras suaves sobre sus abdominales, destacando la fuerza contenida en cada movimiento, y su piel pálida brillaba como si estuviera hecha de mármol pulido, cálida y viva bajo el toque de Reika.
Con una delicadeza que contrastaba con la urgencia de su deseo, Gojo separó las piernas de ella con las suyas, posicionándose entre sus muslos. Su miembro, imponente y orgulloso, se alzó ante ella, capturando la luz de la luna en un espectáculo que era tanto poder como promesa. Era largo, gloriosamente grueso, con venas prominentes que palpitaban bajo su piel, como ríos de vida que recorrían su longitud. La cabeza, hinchada y jugosa, brillaba con un líquido preseminal que destellaba bajo la luz, su tono rosado oscuro contrastando con la palidez de su cuerpo. Era una visión de perfección masculina, diseñada para provocar y satisfacer, y Reika sintió su respiración detenerse al contemplarlo.
Gojo, consciente del efecto que tenía en ella, sonrió con una arrogancia que era puro él. Sostuvo su miembro con una mano, guiándolo con una precisión que hablaba de experiencia, pero también de una devoción que era solo para ella. El extremo, cálido y húmedo, se deslizó entre sus pliegues, rozando su entrada con una lentitud que era tanto desafío como caricia. Reika mordió su labio, sus manos empuñándose en la arena, preparándose para la invasión que sabía que vendría.
—"Satoru..." —susurró, su voz temblando de anticipación mientras sus ojos se encontraban con los de él.
Él la miró, sus ojos azules brillando con una intensidad que iba más allá del deseo. En ese momento, Gojo sintió algo más profundo, algo que lo sacudió hasta el alma. No era solo el placer de su cuerpo, aunque maldita sea, ella era un paraíso que lo volvía loco. Era la forma en que ella lo miraba, como si él fuera suficiente, como si no necesitara ser el hechicero más fuerte, solo Satoru. Cada gemido, cada roce, le recordaba que Reika no era solo una amante; era su refugio, su razón para querer más que el peso de su título.
Con un movimiento lento, casi reverente, comenzó a abrirse paso en su interior. El calor de ella lo envolvió, apretándolo como un guante de terciopelo, y Gojo dejó escapar un gruñido bajo, su rostro contorsionándose por el placer abrumador.
—"¡Joder, Reika... estás tan apretada!" — exclamó, su voz quebrada por la intensidad de la sensación. Ella era un vicio, tan estrecha como la primera vez, cuando él había sido el primero en reclamarla, y la memoria de ese momento solo avivó su deseo.
Reika jadeó, su ceño frunciéndose mientras se adaptaba a su grosor, sus manos aferrándose a la arena como si necesitara anclarse al mundo. Él se movió con una lentitud deliberada, retirándose casi por completo solo para deslizarse de nuevo, centímetro a centímetro, llenándola hasta que sus cuerpos se fundieron en uno. Cada embestida era profunda, medida, diseñada para hacerla sentir cada pulgada de él, para recordarle que este momento, esta conexión, era solo de ellos.
—"Satoru..." —gimió ella, sus piernas rodeándolo, atrayéndolo más cerca, como si temiera que él pudiera desvanecerse.
Gojo bajó la mirada hacia ella, su cabello blanco cayendo en mechones desordenados sobre su frente, sus ojos brillando con una emoción que no podía ocultar. En cada movimiento, en cada roce, sentía que se entregaba a ella, no solo con su cuerpo, sino con algo más profundo, algo que lo asustaba y lo liberaba a la vez. Reika era su salvación, la única persona que lo hacía sentir vivo, humano, amado. Y en ese instante, mientras sus cuerpos se movían al ritmo de las olas, supo que no podía dejarla ir. No ahora, no nunca.
La luna, testigo de su amor prohibido, iluminaba sus cuerpos entrelazados, sus sombras danzando en la arena como un cuadro vivo.
La playa desierta era un santuario de pasión, un refugio donde Gojo Satoru y Reika podían arder sin restricciones. La luna, suspendida en un cielo tachonado de estrellas, derramaba su luz plateada sobre sus cuerpos entrelazados, iluminando cada curva, cada músculo, como si el universo mismo celebrara su unión. Las olas cantaban una melodía suave, pero el verdadero ritmo era el de sus cuerpos, chocando en una danza frenética de deseo y necesidad. El sonido de su unión, húmedo y ardiente, resonaba en la noche, mezclado con los jadeos entrecortados y los gemidos que escapaban de sus labios, una sinfonía íntima que solo ellos podían componer.
Gojo captó la súplica silenciosa en los ojos de Reika, en la forma en que su cuerpo se arqueaba hacia él, rogando por más. Con una sonrisa satisfecha, aceleró el compás, sus embestidas tornándose más intensas, más demandantes.
Cada movimiento era una reclamación, una promesa de que ella era suya, y él, irrevocablemente, de ella. Su cuerpo, esculpido por años de entrenamiento, brillaba bajo la luz de la luna, sus músculos definidos tensándose con cada impulso.
Los contornos de sus hombros, la línea dura de sus abdominales, la fuerza contenida en sus brazos, todo parecía tallado en mármol, pero cálido, vivo, vibrante bajo el toque de Reika. Su miembro, gloriosamente largo y grueso, palpitaba dentro de ella, sus venas prominentes marcando un ritmo que ella sentía en cada rincón de su ser. La cabeza, hinchada y rosada, chocando contra lo más profundo de su intimidad.
—"Mmm, me encanta que ahora puedo hacerte mía con más libertad," —murmuró Gojo, su aliento cálido chocando contra su oído mientras se inclinaba hacia ella. Su voz, ronca y cargada de deseo, era un arma tan potente como sus caricias—. "Me encantas... eres tan exquisita."
Cada palabra estaba impregnada de una posesividad que no era control, sino devoción, una confesión de lo mucho que ella lo había cambiado. Gojo, el intocable, el hechicero más fuerte, estaba perdido en ella, y no había lugar en el mundo donde quisiera estar más que allí, con Reika temblando bajo su toque.
—"Puedo tenerte donde sea, cuando sea," —añadió, sus movimientos volviéndose más profundos, más intensos, como si quisiera grabar su presencia en cada rincón de su alma.
Reika arqueó la espalda, sus uñas clavándose en la piel de él, dejando líneas rojas que eran tanto súplica como desafío. Sus gemidos llenaban el aire, cada uno más desesperado, más entregado, mientras su cuerpo respondía a cada embestida con una necesidad que la consumía.
—"Sí... ¡Ah! ¡Siempre... por favor!" —jadeó, sus ojos cerrados, su rostro ruborizado bajo la luz de la luna, completamente rendida al torbellino de sensaciones que él le provocaba.
La brisa marina acariciaba sus pieles febriles, un contraste fresco contra el incendio que los consumía. La luna, eterna testigo de su amor prohibido, iluminaba sus cuerpos como si quisiera bendecir su pecado. En un movimiento fluido, Gojo cruzó sus brazos por la cintura de Reika y la levantó, girándola con una gracia que desafiaba la urgencia de su deseo. Sin salir de su interior, la posicionó encima de él, sus cuerpos aún unidos en una danza que no admitía pausas.
—"Muévete," —le ordenó, su voz baja, sensual, un murmullo que era tanto mandato como súplica.
Reika, con la inexperiencia de quien aún está aprendiendo los secretos de su propio placer, comenzó a mover sus caderas. Primero en círculos suaves, explorando la sensación de tenerlo dentro de ella desde este nuevo ángulo, luego en pequeños saltos que le permitían tomar el control. Sus cabellos rojos caían en cascada sobre el pecho de Gojo, destellos de fuego bajo la luz de la luna, y su rostro, ruborizado y sonriente, era una visión de pura entrega. Ella se dejaba llevar, sus movimientos volviéndose más seguros, más audaces, mientras el placer la envolvía como una marea.
Gojo la observaba, sus ojos azules brillando con una mezcla de asombro y adoración. La forma en que ella se movía, tan libre, tan suya, lo deshacía. Sus manos encontraron sus caderas, guiándola con una firmeza que era tanto apoyo como posesión, ayudándola a encontrar el ritmo que los llevaba a ambos al éxtasis. Su cuerpo, iluminado por la luna, era un espectáculo de fuerza y vulnerabilidad, sus músculos tensándose con cada movimiento de ella, su piel pálida brillando como si absorbiera la luz del cielo.
—"Eres perfecta," —murmuró, su voz temblando ligeramente, una confesión que escapó sin que pudiera detenerla—. "No sabes cuánto te necesito."
Reika lo miró, sus ojos oscurecidos por el deseo pero suavizados por algo más profundo, algo que hablaba de un amor que ninguno de los dos había esperado encontrar. Ella se inclinó hacia él, sus labios rozando los suyos en un beso que era tanto pasión como promesa, mientras sus caderas seguían moviéndose, llevándolos más cerca del borde.
—"Entonces quédate conmigo, Satoru," —susurró contra su boca, su voz un hilo de sonido que se mezcló con el canto de las olas—. "Siempre."
Gojo sintió su corazón apretarse, un dolor dulce que confirmaba lo que ya sabía: Reika no era solo una aventura, no era solo deseo. Era su todo. Y en ese momento, con sus cuerpos entrelazados, sus almas desnudas bajo la luna, se permitió creer que podían tener un futuro, aunque el mundo entero estuviera en su contra.
Gojo continuó moviéndose dentro de ella, sus embestidas cada vez más rápidas, más profundas, cada una un reclamo de su cuerpo y su alma. Reika podía sentir cada centímetro de él, la textura de sus venas, la curva perfecta de su longitud, mientras la llenaba una y otra vez con una intensidad que la hacía temblar. Sus músculos internos se contraían a su alrededor, un abrazo desesperado que buscaba retenerlo, mantenerlo dentro de ella para siempre. Gojo gruñó, su control deslizándose como arena entre sus dedos, su rostro contorsionado por un placer que era casi dolor.
—"¡Ah, Reika... estás tan apretada..." —susurró, su voz entrecortada, quebrada por la tensión que lo consumía—. "No creo que pueda... aguantar mucho más."
Ella, perdida en el torbellino de sensaciones, empujó sus caderas contra él con más fuerza, un desafío silencioso que lo llevaba al límite. Su cabello rojo caía en cascada sobre la arena, destellos de fuego bajo la luna, y sus ojos, oscurecidos por el deseo, lo buscaron con una intensidad que lo deshacía.
—"No te resistas," —jadeó, su voz temblando de necesidad—. "Córrete... lléname toda..."
Esas palabras fueron un disparo al corazón de Gojo. Con un último empujón, se enterró hasta el fondo, su miembro chocando contra lo más profundo de ella, y con un gruñido ronco, primal, se dejó llevar por completo. Su esencia se derramó en largos chorros, espesos y cálidos, llenándola con una fuerza que Reika podía sentir en cada rincón de su ser. Cada pulsación era una marca, una declaración de que ella era suya, y él, irrevocablemente, de ella. La sensación de su liberación, caliente y abundante, fue suficiente para empujarla al borde.
Reika gritó, su propio orgasmo golpeándola como una marea. Sus músculos internos se contrajeron alrededor de Gojo, ordeñando hasta la última gota de él, mientras olas de placer recorrían su cuerpo, incansables, devastadoras. Sus uñas se clavaron en la arena, su espalda arqueándose bajo la luz de la luna, y por un momento, el mundo entero desapareció, reducido a la unión de sus cuerpos, a la fusión de sus almas.
Gojo gruñó, sus músculos tensándose mientras continuaba derramándose dentro de ella, su miembro pulsando con cada oleada de placer. Su pecho subía y bajaba con rapidez, su cabello blanco pegado a su frente por el sudor, y sus ojos azules, brillando con una mezcla de satisfacción y algo más profundo, no se apartaban de ella. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, el clímax comenzó a desvanecerse, dejando tras de sí un silencio roto solo por sus respiraciones entrecortadas y el murmullo de las olas.
Reika, con el rostro aún ruborizado, sonrió, una chispa juguetona en sus ojos mientras se relajaban en la arena. Rodó a un lado, su cuerpo todavía temblando por las réplicas del placer, y apoyó la cabeza en su brazo, mirándolo con una mezcla de diversión y ternura.
—"La primera vez no acabaste dentro de mí, ¿y ahora sí?" —dijo, su voz ligera pero cargada de picardía—. "¿No temes que haya un 'Gojo chiquito' corriendo por ahí?"
Gojo soltó una risa baja, genuina, y la atrajo hacia su pecho con una fuerza que era tanto posesiva como protectora. Su piel, aún cálida bajo la luz de la luna, era un refugio que ella no quería abandonar. Él inclinó la cabeza, rozando sus labios contra su frente antes de responder, su tono juguetón pero con un matiz de sinceridad que la sorprendió.
—"Un 'Gojo chiquito' con tu cabello rojo y mi encanto? El mundo no está listo para eso," —bromeó, pero luego su voz se suavizó, sus dedos trazando círculos lentos en la espalda de ella—. "Pero si eso pasara... no me importaría. No contigo."
Reika alzó la vista, sus ojos encontrándose con los de él, y por un momento, el aire entre ellos se volvió más denso, cargado de una emoción que ninguno de los dos estaba listo para nombrar. Gojo sintió su corazón apretarse, un dolor dulce que confirmaba lo que ya sabía: Reika no era solo una aventura, no era solo deseo. Era su todo. Cada gemido, cada caricia, cada mirada le había mostrado que ella era su hogar, la única persona que lo veía como Satoru, no como el hechicero intocable. La idea de perderla era un abismo que no podía enfrentar, y en ese momento, con su cuerpo aún vibrando por la intensidad de su unión, supo que estaba dispuesto a arriesgarlo todo por ella.
—"Eres un idiota," —murmuró Reika, pero su sonrisa era suave, sus dedos acariciando el contorno de su mandíbula—. "Pero eres mi idiota."
Gojo rió, un sonido que resonó en la noche, y la abrazó más fuerte, como si quisiera fundirla con él. Bajo la luz de la luna, sus cuerpos entrelazados eran una obra maestra, una promesa de amor en un mundo que los juzgaría. Pero en ese instante, con la arena bajo sus pieles y el océano cantando su aprobación, eran invencibles.
Gojo fue el primero en romper el silencio, soltando una carcajada profunda, gutural, que reverberó en su pecho y sacudió la quietud de la noche. Se pasó una mano por el cabello, intentando sin éxito deshacerse de la arena que se había enredado en sus mechones blancos, ahora un desastre glorioso.
—"Mierda, pelirroja, parecemos dos salvajes revolcándonos en la playa como animales," —dijo, su voz cargada de diversión mientras señalaba su estado con un gesto amplio de la mano.
Reika rió con él, sentándose en la arena mientras intentaba sacudirse los granos pegajosos de su cabello rojo, que caía en ondas desordenadas sobre sus hombros. Sus ojos brillaban con una chispa traviesa, y la curva de su sonrisa era puro desafío.
—"Bueno, supongo que eso es exactamente lo que hicimos," —respondió, ladeando la cabeza con una mirada que prometía más problemas—. "Y no me quejo."
Gojo se recostó sobre un codo, su cuerpo relajado pero imponente, la luna trazando sombras suaves sobre los contornos de su torso y sus brazos. La arena adherida a su piel solo acentuaba su belleza, dándole un aire primitivo, casi divino. Él le devolvió la sonrisa, sus ojos azules destellando con picardía mientras dejaba caer una confesión que pretendía ser ligera.
—"Debo admitir que nunca había tenido sexo en la playa," —dijo, su tono juguetón pero con un toque de arrogancia—. "Es... una experiencia interesante. Claro, lo he hecho con otras en otros lugares, pero en la playa? Eso es nuevo."
El comentario, dicho con la despreocupación típica de Gojo, fue como una piedra en el agua tranquila. La sonrisa de Reika vaciló, apenas un instante, pero suficiente para que una punzada de celos inesperados la atravesara. La idea de él con otras mujeres, de su experiencia vasta y confiada, despertó una inseguridad que no había esperado sentir. Ella, que siempre se había enorgullecido de su audacia, de su fuego, sintió por un momento que no podía competir con las sombras de su pasado.
Se mordió el labio inferior, desviando la mirada hacia el océano, donde las olas lamían la orilla con una calma que contrastaba con el torbellino en su pecho.
—"Sí, bueno..." —dijo, forzando un tono ligero que no llegaba del todo a sus ojos—. "Supongo que ahora tenemos algo en común. Ambos estamos experimentando cosas nuevas hoy."
Gojo, siempre atento a los detalles que otros ignoraban, notó el cambio en su expresión, el leve apagarse de su brillo. Frunció el ceño, su sonrisa desvaneciéndose mientras se inclinaba hacia ella, su cuerpo aún cubierto de arena pero ahora cargado de una suavidad que era solo para Reika.
—"Oye, pelirroja, ¿estás bien?" —preguntó, su voz baja, impregnada de una preocupación genuina que la tomó por sorpresa—. "No quise decir nada con eso. Tú eres la única con la que quiero estar, aquí o en cualquier maldito lugar."
Reika alzó la vista, sus ojos encontrándose con los de él, y la sinceridad en su mirada la desarmó. Antes de que pudiera responder, Gojo la atrajo hacia él, sus manos firmes pero gentiles, y la besó profundamente, un beso que era tanto disculpa como promesa. Sus labios se movieron contra los de ella con una intensidad que hablaba de todo lo que no podía decir, y cuando se separaron, ella sonrió contra su boca, aunque su voz aún llevaba un matiz de vulnerabilidad.
—"Lo sé..." —murmuró, sus dedos trazando el contorno de su mandíbula, todavía cubierto de granos de arena—. "Es solo que... tú tienes tanta experiencia, y yo... no tengo nada que ofrecer."
Gojo se apartó lo suficiente para mirarla, su ceño frunciéndose con una mezcla de incredulidad y ternura. Sus manos, grandes y cálidas, tomaron su rostro, obligándola a sostener su mirada, esos ojos azules que parecían contener galaxias enteras.
—"¿Qué quieres decir con que no tienes nada que ofrecer?" —preguntó, su tono serio, casi indignado—. "Reika, tú me das cosas que nadie más podría. Tu risa, tu forma de desafiarme, la manera en que me haces sentir como si no tuviera que ser el maldito Satoru Gojo todo el tiempo... Eso es más de lo que cualquier 'experiencia' podría darme."
Hizo una pausa, su pulgar acariciando su mejilla, limpiando un grano de arena con una delicadeza que contrastaba con la intensidad de sus palabras.
—"Tú eres lo que hace que esto sea especial," —añadió, su voz más suave, más íntima—. "No hay nadie más, pelirroja. Solo tú."
Reika sintió un nudo en la garganta, pero la calidez de sus palabras, la forma en que él la miraba como si fuera lo único que importaba, disolvió sus inseguridades. Ella sonrió, esta vez de verdad, y se inclinó para besarlo, un beso lento, suave, que era tanto gratitud como amor. Cuando se separaron, sus frentes se apoyaron juntas, sus respiraciones mezclándose en la noche.
—"Eres un idiota, Satoru," —dijo, su voz ligera pero cargada de afecto—. "Pero eres mi idiota."
Gojo rió, un sonido que resonó en la playa, y la abrazó con fuerza, atrayéndola contra su pecho. Sus cuerpos, todavía cubiertos de arena, se entrelazaron en la arena, y por un momento, el mundo entero se redujo a ellos dos, riendo, tocándose, siendo simplemente humanos bajo la luz de la luna.
Reika se apartó de Gojo con una sonrisa traviesa, sus ojos brillando con esa chispa que siempre lo desafiaba. Se levantó de un salto, su cuerpo desnudo capturando la luz de la luna en cada curva, su piel pálida reluciendo como si estuviera hecha de perlas. El cabello rojo, desordenado y salpicado de arena, caía en ondas rebeldes sobre sus hombros, un fuego que contrastaba con la frescura del mar.
—"Voy a darme un baño," —anunció, su voz cargada de desafío, antes de correr hacia el agua oscura, sus risas llenando la noche como campanillas.
Gojo se quedó un momento en la arena, recostado sobre un codo, observándola con una mezcla de diversión y un deseo que nunca parecía saciarse. Su mirada recorrió el contorno de su figura, la forma en que sus caderas se balanceaban con cada paso, la gracia felina de sus movimientos. Bajo la luz de la luna, Reika era una visión, una sirena que lo atraía hacia aguas profundas.
Reika se adentró en el mar con un grito ahogado, riendo cuando el agua fría golpeó su piel. El contraste entre el frescor del océano y el calor que aún vibraba en su cuerpo la hizo estremecer, y su risa resonó, pura y despreocupada.
Gojo se levantó, su cuerpo imponente alzándose como una estatua bajo la luna. Sus músculos definidos, todavía salpicados de arena. Avanzó hacia el agua sin prisa, una sonrisa traviesa curvando sus labios.
—"¿Necesitas ayuda, piromana?" —preguntó, su voz grave, baja, cargada de una insinuación que era más cálida que el frío del mar.
Reika se volvió hacia él, el agua lamiendo sus muslos, y levantó una mano para salpicarlo, el gesto juguetón acompañado de una sonrisa que era puro desafío.
—"¿Tienes miedo de un poco de agua fría, sensei?" —lo provocó, nadando hacia atrás con una gracia que lo hipnotizaba, sus ojos brillando con diversión.
Gojo soltó una risa profunda, un sonido que resonó en la noche y calentó el pecho de Reika. Entró en el agua sin titubear, su cuerpo cortando las olas con una facilidad que hablaba de su fuerza. El agua fría no parecía afectarlo, o quizás era que el calor de su deseo por ella lo hacía inmune.
—"No tengo miedo de nada," —respondió, su tono suave pero lleno de promesas, cada palabra un desafío silencioso—. "Especialmente cuando se trata de ti."
Reika nadó un poco más lejos, el agua ahora cubriendo su cintura, su piel brillando bajo la luna como si estuviera hecha de luz líquida. Ella lo miró, sus labios curvándose en una sonrisa que era tanto burla como invitación.
—"¿Seguro que no tienes miedo?" —lo provocó de nuevo, lanzándole otro salpicón de agua que lo alcanzó en el pecho.
Gojo rió, sus ojos destellando con diversión mientras se movía con una agilidad imposible, alcanzándola en segundos. El agua apenas frenó su avance, y antes de que Reika pudiera escapar, sus manos encontraron su cintura, levantándola suavemente del agua con una fuerza que era tanto juguetona como posesiva. Ella soltó una risa, sus brazos rodeando su cuello, su piel resbaladiza y brillante bajo la luna.
—"¿Así que eres un tramposo?" —dijo, entrecerrando los ojos con una sonrisa traviesa, intentando zafarse de su abrazo sin mucha convicción.
—"Solo soy demasiado rápido para ti," —respondió Gojo, su voz cargada de esa arrogancia que la fascinaba, pero sus ojos se suavizaron, brillando con una ternura que no podía ocultar—. "Pero te advierto, pelirroja, no me voy a quedar atrás, aunque sea un juego."
Se inclinó hacia ella, rozando su nariz contra la suya en un gesto tan tierno que Reika sintió su corazón dar un vuelco.
El agua fría lamía sus cuerpos, pero el calor de su cercanía era un incendio que nada podía apagar. Ella cerró los ojos, dejando que el momento la envolviera, el aliento cálido de Gojo contra su piel, el roce de sus cuerpos en el agua, la sensación de estar exactamente donde pertenecía.
Por primera vez, no era solo un desafío, no era solo deseo. Era algo más profundo, una conexión que la hacía sentir vista, amada, completa.
Gojo la miró, sus manos aún en su cintura, y por un instante, el mundo entero se desvaneció. Reika, con su risa, su fuego, su valentía para enfrentarlo, era todo lo que él nunca había sabido que necesitaba.
Cada juego, cada provocación, era una prueba de que ella era su igual, su hogar. Y en ese momento, con el mar abrazándolos y la luna como testigo, supo que haría cualquier cosa para proteger esto, para protegerla.
—"Eres un problema, ¿lo sabías?" —murmuró, su voz baja, pero sus labios curvándose en una sonrisa que era tanto burla como adoración.
Reika rió, salpicándolo de nuevo antes de apoyar su frente contra la suya, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y algo más suave, más vulnerable.
—"Y tú eres el único que puede seguirme el paso," —respondió, su voz un susurro que se mezcló con el canto de las olas.
Pero en las sombras de su felicidad, la amenaza de Rin y Utahime seguía creciendo, una tormenta que pronto podría arrancarlos de este sueño. Por ahora, sin embargo, Gojo y Reika eran invencibles, jugando en el mar, riendo bajo la luna, y el mundo podía esperar.
Reika dejó escapar una risa suave, sus pies descalzos hundiéndose en la arena fría mientras giraba sobre sí misma, los brazos extendidos como si quisiera abrazar la noche. Su cabello rojo ondeaba como llamas descontroladas, atrapando la luz de la luna en destellos que parecían incendiar el aire.
—"¿Qué tal? ¿No es mejor que estar encerrados en un aula?" —preguntó, su voz cargada de diversión, pero con un matiz de desafío que era puro Reika.
Gojo la observaba desde unos pasos de distancia, las manos en los bolsillos, su figura recortada contra el horizonte. Sus ojos, libres de la venda, brillaban con una intensidad que no podía ocultar. Cuando todo esto comenzó, cuando la vio por primera vez, había sido fácil reducirlo a atracción. Su piel pálida, suave como el alabastro, lo había cautivado. Su cabello, un torrente de fuego que parecía desafiar las leyes de la naturaleza, lo había hipnotizado. Y esos ojos, profundos y azules como el océano en una tormenta, lo habían atrapado en una corriente de la que no quería escapar. Había admirado su cuerpo —la curva delicada de su cintura, el contorno de sus pechos bajo el uniforme, esa falda indecentemente corta que parecía burlarse de la gravedad— y se había deleitado en su caminar, en su coquetería, en la forma en que lo desafiaba con cada mirada, cada palabra.
Pero ahora, viéndola girar en la arena, riendo como si el mundo entero le perteneciera, Gojo sentía algo más. Algo que lo inquietaba y lo atraía a partes iguales. No era solo su cuerpo, aunque maldita sea, seguía siendo una tentación constante. Era ella. La forma en que lo miraba, como si pudiera ver más allá del título, más allá del hechicero intocable. La forma en que lo hacía sentir vivo, humano, vulnerable de una manera que nunca había permitido antes. Por primera vez, se encontró preguntándose qué haría si despertara un día y ella no estuviera allí. La idea lo golpeó como un puñetazo, dejándolo sin aire por un instante.
—"Tienes razón," —dijo al fin, su voz relajada pero con un trasfondo de algo más profundo, algo que ni él mismo quería nombrar—. "Esto es mucho mejor. Pero no creas que te dejaré ganar tan fácil."
Reika se detuvo, girándose hacia él con una sonrisa que era puro veneno dulce. Se acercó con pasos lentos, deliberados, la arena crujiendo bajo sus pies. Sin romper el contacto visual, rodeó su cuello con los brazos, sus dedos rozando la nuca de Gojo con una suavidad que contrastaba con la audacia de su mirada.
—"¿Quién dijo que quiero algo de ti?" —susurró, su tono juguetón pero cargado de intenciones que hacían que el pulso de Gojo se acelerara—. "Tal vez solo quiero... divertirme un poco."
Gojo arqueó una ceja, su sonrisa curvándose con esa mezcla de arrogancia y deseo que lo definía. Sus manos encontraron su cintura, atrayéndola hasta que sus cuerpos quedaron separados por apenas un suspiro.
—"¿Divertirte? ¿Conmigo?" —respondió, su voz baja, casi un gruñido—. "Cuidado, pelirroja. No soy un hombre fácil de complacer."
Ella rió, un sonido suave pero cargado de desafío, y se inclinó hacia él, rozando su nariz con la suya. Sus alientos se mezclaron, cálidos y tentadores, y sus ojos brillaron con una promesa que hacía que el aire entre ellos crepitara.
—"¿Quién dijo que quiero complacerte?" —susurró, sus labios a un suspiro de los de él—. "Quizás soy yo la que quiere ser complacida."
Gojo soltó una risa baja, una que vibraba con diversión y un deseo que ya no podía contener. Sin previo aviso, la levantó con un movimiento fluido, sus manos firmes bajo sus muslos mientras ella rodeaba su cintura con las piernas, atrapándose en sus brazos. El calor de sus cuerpos se fundió, y por un momento, el mundo entero se redujo a ellos dos.
—"Oh, Reika," —murmuró, su voz más grave, más íntima, mientras la miraba con una intensidad que la hizo estremecer—. "Eso suena como un desafío que no puedo rechazar."
Ella enredó los dedos en su cabello, tirando suavemente mientras acercaba su rostro al suyo, sus labios rozándose sin llegar a tocarse. La tensión entre ellos era casi insoportable, un juego de poder que ambos disfrutaban demasiado para detenerlo.
—"Entonces no lo hagas," —respondió, su voz un susurro seductor que envió un escalofrío por la espalda de Gojo.
En un movimiento rápido, él la tumbó en la arena, su cuerpo cubriendo el de ella con una mezcla de urgencia y reverencia. La arena fría contrastaba con el calor de sus pieles, y el sonido de las olas parecía acompasar los latidos de sus corazones. Gojo se apoyó en un codo, su otra mano trazando un camino lento por la curva de su cadera, sus dedos deteniéndose justo donde su falda se arrugaba contra su piel.
—"Voy a complacerte, pelirroja," —dijo, su voz un ronroneo cargado de promesas—. "Pero no porque tú lo quieras. Sino porque no puedo evitarlo."
Reika sintió su respiración entrecortarse, pero no apartó la mirada. Sus manos encontraron el pecho de Gojo, deslizándose bajo la tela de su camisa para sentir la calidez de su piel. Cada toque era una chispa, cada roce una declaración. Pero más allá del deseo, había algo en la forma en que él la miraba, en la suavidad con que sus dedos recorrían su cuerpo, que la hacía sentir vista, deseada, importante.
Para Gojo, este momento era una revelación. Cada caricia, cada susurro, le confirmaba lo que había intentado ignorar. No era solo atracción física. No era solo el placer de su desafío, de su audacia, de la forma en que lo hacía tambalearse. Era ella. Reika, con su risa que iluminaba la noche, con su valentía para enfrentarlo, con su capacidad para hacerlo sentir como si no tuviera que ser el hechicero más fuerte, sino solo un hombre que podía amarla. La idea de perderla, de un mañana sin su presencia, era un vacío que no estaba dispuesto a enfrentar.
—"Satoru," —susurró ella, su voz rompiendo el silencio mientras sus dedos se enredaban en su cabello, atrayéndolo hacia ella—. "Quédate conmigo esta noche. Solo tú y yo."
Él la miró, sus ojos azules brillando con una emoción que no podía ocultar. Por primera vez, no había burla, no había juegos. Solo verdad.
—"Siempre," —murmuró, antes de besarla con una intensidad que era tanto rendición como reclamo.
Bajo la luz de la luna, con el océano como único testigo, se permitieron ser solo ellos. Pero en el fondo, Gojo sabía que este momento, por perfecto que fuera, estaba construido sobre arenas movedizas. La amenaza de Rin, de Utahime, de las reglas que habían roto, acechaba en las sombras. Pero por ahora, con Reika en sus brazos, decidió que valía la pena arriesgarlo todo.
La playa desierta era un santuario bajo la mirada plateada de la luna, un rincón del mundo donde Gojo Satoru y Reika podían ser solo ellos, libres de las cadenas de la academia, de los títulos, de las miradas que los juzgaban. Las olas susurraban contra la orilla, un canto suave que se mezclaba con el latido acelerado de sus corazones. El viento marino, fresco y salado, acariciaba sus pieles, pero no podía apagar el incendio que ardía entre ellos.
Reika gimió contra los labios de Gojo, un sonido que vibró en su pecho como una corriente eléctrica. Sus dedos se deslizaron por la espalda de él, las uñas clavándose ligeramente en su piel, dejando marcas que eran tanto desafío como rendición. Gojo respondió con un gruñido bajo, un eco de deseo que resonó en la noche. Sus manos, seguras y audaces, se deslizaron bajo la tela de su ropa, encontrando la suavidad de su piel pálida, cálida y viva bajo sus dedos. Cada roce era una chispa, cada caricia una promesa de que esta noche no habría límites.
Él rompió el beso, solo para trazar un sendero de besos húmedos y mordidas suaves por su cuello, descendiendo hasta su hombro. El sabor salado de su piel, mezclado con el aroma dulce que era únicamente suyo, lo embriagaba. Pero incluso en medio de la fiebre, una pregunta lo detuvo, una sombra de duda que no podía ignorar.
—"¿De verdad quieres que te tome aquí?" —preguntó, su voz ronca, cargada de un deseo que apenas contenía. Había una nota de preocupación en su tono, una vulnerabilidad que lo sorprendía incluso a él. No era un novato, no era un adolescente torpe deslumbrado por el placer. Pero con Reika... con ella, todo era diferente. Ella lo hacía sentir expuesto, como si cada toque, cada mirada, pudiera desarmarlo por completo.
Reika sonrió, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y ternura. Sus dedos se enredaron en el cabello blanco de Gojo, acariciándolo con una delicadeza que contrastaba con la urgencia de sus cuerpos.
—"Hazlo, Satoru," —susurró, su voz firme pero cargada de una intimidad que lo atravesó como un rayo—. "Todo es perfecto cuando estamos juntos."
Esas palabras lo golpearon con más fuerza de lo que esperaba. Gojo la miró, realmente la miró, y por un momento, el mundo se desvaneció. Cuando la vio por primera vez, había sido fácil reducirlo todo a deseo. Su piel pálida, suave como el pétalo de una flor, lo había atraído. Su cabello rojo, un torrente de fuego que parecía desafiar la gravedad, lo había hechizado. Sus ojos, profundos y azules como el océano en su furia, lo habían atrapado. Había admirado su cuerpo —la curva de su cintura, el contorno de sus pechos bajo el uniforme, esa falda que era un delito en sí misma— y se había deleitado en su caminar, en su coquetería, en la forma en que lo provocaba con cada gesto. Había pensado que era solo atracción, un juego de poder y placer.
Pero ahora, con ella temblando bajo sus manos, con su risa resonando en su pecho, Gojo sabía que estaba equivocado. No era solo su cuerpo. Era ella. La forma en que lo desafiaba, lo hacía reír, lo hacía sentir vivo de una manera que nunca había conocido. La idea de un mañana sin ella era un vacío que lo aterrorizaba, un peso que no estaba preparado para cargar. Reika no era solo una tentación; era su ancla, su refugio, la única persona que lo veía como Satoru, no como el hechicero intocable. Y eso, más que cualquier deseo físico, lo tenía completamente a su merced.
—"Así me gusta," —dijo, su voz un murmullo arrogante pero cargado de una devoción que no podía ocultar. Sus ojos destellaban con pasión, con un hambre que iba más allá de la carne.
Con un movimiento fluido, despojó a ambos de sus ropas, la tela cayendo como hojas en la arena. Reika jadeó, una mezcla de sorpresa y deleite, y una sonrisa traviesa curvó sus labios. Antes de que pudiera hablar, Gojo la besó de nuevo, un beso profundo, casi desesperado, su cuerpo presionándose contra el de ella hasta que no quedó espacio entre ellos. La brisa marina acariciaba sus pieles desnudas, pero el calor que emanaban era un incendio que nada podía apagar.
Sus manos exploraron cada centímetro de su cuerpo, trazando las curvas de su cintura, la suavidad de sus muslos, la delicadeza de su piel que parecía brillar bajo la luna. Reika se retorció bajo sus caricias, pequeños granos de arena deslizándose con cada movimiento, añadiendo una textura áspera y exquisita a la sensación. Ella era un lienzo, y él, un artista perdido en su creación, cada toque una declaración de lo que no podía decir con palabras.
Gojo descendió por su cuello, dejando un rastro de besos que eran tanto adoración como reclamo. Cuando llegó a su pecho, tomó uno de sus senos con la boca, succionando suavemente, su lengua trazando círculos que arrancaron un gemido de los labios de Reika. Su otra mano acariciaba el otro con una devoción casi reverente, como si quisiera memorizar cada rincón de ella. Ella arqueó la espalda, sus dedos enredándose en su cabello, atrayéndolo más cerca, como si temiera que este momento pudiera desvanecerse.
—"Satoru..." —gimió, su voz temblando de deseo mientras empujaba su cabeza contra su pecho, buscando más de esa exquisita tortura.
Él sonrió contra su piel, una sonrisa ladina que hablaba de su placer en dominarla, aunque sabía que ella lo tenía igual de atrapado. Su lengua se deslizó sobre su pezón, cálida y precisa, antes de cerrarse sobre él, succionando con una intensidad que la hizo jadear. El contraste entre la suavidad de sus labios y la aspereza de la arena bajo su espalda era embriagador, y Reika se rindió por completo, su cuerpo temblando bajo el asalto de sensaciones.
—"Quiero... más... dame más," —susurró, su voz quebrada por el placer, cada palabra una súplica que avivaba el fuego en Gojo.
Él alzó la vista, sus ojos azules brillando con una mezcla de arrogancia y adoración. Sin romper el contacto visual, deslizó una mano por su abdomen, sus dedos grandes y seguros encontrando el calor de su intimidad. Ella arqueó la espalda, un gemido escapando de sus labios mientras él trazaba círculos lentos y deliberados sobre su piel más sensible, cada movimiento diseñado para llevarla al borde.
—"Oh, pelirroja," —murmuró, su voz un ronroneo cargado de deseo—. "No tienes idea de lo que me haces."
Pero él sí lo sabía. Con cada gemido, cada estremecimiento, Gojo sentía que ella se volvía más esencial, más imposible de dejar ir. Esto no era solo sexo, no era solo placer. Era una entrega mutua, una conexión que iba más allá de la carne. Reika lo hacía sentir vivo, humano, libre de las cadenas de su título. Y en ese momento, con ella temblando bajo sus manos, supo que no podía imaginar un mundo sin ella. No quería hacerlo.
La luna, testigo silencioso de su amor prohibido, iluminaba sus cuerpos entrelazados, mientras las olas cantaban una melodía que parecía aprobar su pecado.
La playa desierta era un templo de deseo, un lugar donde Gojo Satoru y Reika podían rendirse al fuego que los consumía. Las olas cantaban su aprobación, un murmullo suave que se mezclaba con los gemidos de ella, cada vez más intensos, mientras la lengua traviesa de Gojo seguía danzando sobre sus senos. Rodeaba su pezón con círculos lentos, deliberados, saboreándola como si fuera un manjar que no podía saciar. Reika se retorcía bajo él, su cuerpo arqueándose en la arena, los granos fríos adhiriéndose a su piel pálida mientras el placer la llevaba al borde de la locura.
—"¡Oh, Satoru... por favor..." —gimió, su voz quebrada, un ruego desesperado que vibró en el pecho de Gojo como una corriente eléctrica.
Él alzó la cabeza, dejando que su pezón escapara de sus labios con un roce final, húmedo y ardiente. Sus ojos, de un azul sobrenatural, brillaban con una mezcla de desafío y deseo, y una sonrisa maliciosa curvó sus labios, tan arrogante como irresistible.
—"¿Por favor, qué, pelirroja?" —susurró, su voz grave, seductora, cargada de un dominio que la hacía temblar—. "Dime exactamente qué quieres."
Detuvo el movimiento de sus dedos, que hasta ese momento habían estado trazando círculos exquisitos sobre su clítoris, dejándola suspendida en un dulce tormento. La miró, expectante, disfrutando de la forma en que su respiración entrecortada llenaba el silencio, de la manera en que su cuerpo suplicaba lo que sus palabras aún no confesaban.
Reika bajó la mirada hacia él, sus ojos oscurecidos por el deseo, su pecho subiendo y bajando con cada aliento tembloroso. Mordió su labio inferior, un gesto que casi deshizo el control de Gojo, antes de rendirse por completo.
—"A ti..." —confesó, su voz un susurro vulnerable pero cargado de necesidad—. "Te quiero a ti... te necesito dentro de mí."
Esas palabras fueron un incendio que consumió cualquier resto de resistencia en Gojo. Su sonrisa se amplió, una mezcla de satisfacción y adoración, y por un momento, su fachada de arrogancia se desvaneció, dejando ver al hombre que estaba cayendo irremediablemente por ella.
—"No tienes que pedírmelo dos veces, cariño," —murmuró, su voz más suave, más íntima, mientras subía por su cuerpo con una gracia felina.
Apoyó sus antebrazos a cada lado de su cabeza, sus músculos definidos tensándose bajo la luz de la luna. Su cuerpo era una obra maestra esculpida, cada línea de su torso, cada curva de sus hombros, iluminada por el resplandor plateado que parecía adorarlo. La luna trazaba sombras suaves sobre sus abdominales, destacando la fuerza contenida en cada movimiento, y su piel pálida brillaba como si estuviera hecha de mármol pulido, cálida y viva bajo el toque de Reika.
Con una delicadeza que contrastaba con la urgencia de su deseo, Gojo separó las piernas de ella con las suyas, posicionándose entre sus muslos. Su miembro, imponente y orgulloso, se alzó ante ella, capturando la luz de la luna en un espectáculo que era tanto poder como promesa. Era largo, gloriosamente grueso, con venas prominentes que palpitaban bajo su piel, como ríos de vida que recorrían su longitud. La cabeza, hinchada y jugosa, brillaba con un líquido preseminal que destellaba bajo la luz, su tono rosado oscuro contrastando con la palidez de su cuerpo. Era una visión de perfección masculina, diseñada para provocar y satisfacer, y Reika sintió su respiración detenerse al contemplarlo.
Gojo, consciente del efecto que tenía en ella, sonrió con una arrogancia que era puro él. Sostuvo su miembro con una mano, guiándolo con una precisión que hablaba de experiencia, pero también de una devoción que era solo para ella. El extremo, cálido y húmedo, se deslizó entre sus pliegues, rozando su entrada con una lentitud que era tanto desafío como caricia. Reika mordió su labio, sus manos empuñándose en la arena, preparándose para la invasión que sabía que vendría.
—"Satoru..." —susurró, su voz temblando de anticipación mientras sus ojos se encontraban con los de él.
Él la miró, sus ojos azules brillando con una intensidad que iba más allá del deseo. En ese momento, Gojo sintió algo más profundo, algo que lo sacudió hasta el alma. No era solo el placer de su cuerpo, aunque maldita sea, ella era un paraíso que lo volvía loco. Era la forma en que ella lo miraba, como si él fuera suficiente, como si no necesitara ser el hechicero más fuerte, solo Satoru. Cada gemido, cada roce, le recordaba que Reika no era solo una amante; era su refugio, su razón para querer más que el peso de su título.
Con un movimiento lento, casi reverente, comenzó a abrirse paso en su interior. El calor de ella lo envolvió, apretándolo como un guante de terciopelo, y Gojo dejó escapar un gruñido bajo, su rostro contorsionándose por el placer abrumador.
—"¡Joder, Reika... estás tan apretada!" — exclamó, su voz quebrada por la intensidad de la sensación. Ella era un vicio, tan estrecha como la primera vez, cuando él había sido el primero en reclamarla, y la memoria de ese momento solo avivó su deseo.
Reika jadeó, su ceño frunciéndose mientras se adaptaba a su grosor, sus manos aferrándose a la arena como si necesitara anclarse al mundo. Él se movió con una lentitud deliberada, retirándose casi por completo solo para deslizarse de nuevo, centímetro a centímetro, llenándola hasta que sus cuerpos se fundieron en uno. Cada embestida era profunda, medida, diseñada para hacerla sentir cada pulgada de él, para recordarle que este momento, esta conexión, era solo de ellos.
—"Satoru..." —gimió ella, sus piernas rodeándolo, atrayéndolo más cerca, como si temiera que él pudiera desvanecerse.
Gojo bajó la mirada hacia ella, su cabello blanco cayendo en mechones desordenados sobre su frente, sus ojos brillando con una emoción que no podía ocultar. En cada movimiento, en cada roce, sentía que se entregaba a ella, no solo con su cuerpo, sino con algo más profundo, algo que lo asustaba y lo liberaba a la vez. Reika era su salvación, la única persona que lo hacía sentir vivo, humano, amado. Y en ese instante, mientras sus cuerpos se movían al ritmo de las olas, supo que no podía dejarla ir. No ahora, no nunca.
La luna, testigo de su amor prohibido, iluminaba sus cuerpos entrelazados, sus sombras danzando en la arena como un cuadro vivo.
La playa desierta era un santuario de pasión, un refugio donde Gojo Satoru y Reika podían arder sin restricciones. La luna, suspendida en un cielo tachonado de estrellas, derramaba su luz plateada sobre sus cuerpos entrelazados, iluminando cada curva, cada músculo, como si el universo mismo celebrara su unión. Las olas cantaban una melodía suave, pero el verdadero ritmo era el de sus cuerpos, chocando en una danza frenética de deseo y necesidad. El sonido de su unión, húmedo y ardiente, resonaba en la noche, mezclado con los jadeos entrecortados y los gemidos que escapaban de sus labios, una sinfonía íntima que solo ellos podían componer.
Gojo captó la súplica silenciosa en los ojos de Reika, en la forma en que su cuerpo se arqueaba hacia él, rogando por más. Con una sonrisa satisfecha, aceleró el compás, sus embestidas tornándose más intensas, más demandantes.
Cada movimiento era una reclamación, una promesa de que ella era suya, y él, irrevocablemente, de ella. Su cuerpo, esculpido por años de entrenamiento, brillaba bajo la luz de la luna, sus músculos definidos tensándose con cada impulso.
Los contornos de sus hombros, la línea dura de sus abdominales, la fuerza contenida en sus brazos, todo parecía tallado en mármol, pero cálido, vivo, vibrante bajo el toque de Reika. Su miembro, gloriosamente largo y grueso, palpitaba dentro de ella, sus venas prominentes marcando un ritmo que ella sentía en cada rincón de su ser. La cabeza, hinchada y rosada, chocando contra lo más profundo de su intimidad.
—"Mmm, me encanta que ahora puedo hacerte mía con más libertad," —murmuró Gojo, su aliento cálido chocando contra su oído mientras se inclinaba hacia ella. Su voz, ronca y cargada de deseo, era un arma tan potente como sus caricias—. "Me encantas... eres tan exquisita."
Cada palabra estaba impregnada de una posesividad que no era control, sino devoción, una confesión de lo mucho que ella lo había cambiado. Gojo, el intocable, el hechicero más fuerte, estaba perdido en ella, y no había lugar en el mundo donde quisiera estar más que allí, con Reika temblando bajo su toque.
—"Puedo tenerte donde sea, cuando sea," —añadió, sus movimientos volviéndose más profundos, más intensos, como si quisiera grabar su presencia en cada rincón de su alma.
Reika arqueó la espalda, sus uñas clavándose en la piel de él, dejando líneas rojas que eran tanto súplica como desafío. Sus gemidos llenaban el aire, cada uno más desesperado, más entregado, mientras su cuerpo respondía a cada embestida con una necesidad que la consumía.
—"Sí... ¡Ah! ¡Siempre... por favor!" —jadeó, sus ojos cerrados, su rostro ruborizado bajo la luz de la luna, completamente rendida al torbellino de sensaciones que él le provocaba.
La brisa marina acariciaba sus pieles febriles, un contraste fresco contra el incendio que los consumía. La luna, eterna testigo de su amor prohibido, iluminaba sus cuerpos como si quisiera bendecir su pecado. En un movimiento fluido, Gojo cruzó sus brazos por la cintura de Reika y la levantó, girándola con una gracia que desafiaba la urgencia de su deseo. Sin salir de su interior, la posicionó encima de él, sus cuerpos aún unidos en una danza que no admitía pausas.
—"Muévete," —le ordenó, su voz baja, sensual, un murmullo que era tanto mandato como súplica.
Reika, con la inexperiencia de quien aún está aprendiendo los secretos de su propio placer, comenzó a mover sus caderas. Primero en círculos suaves, explorando la sensación de tenerlo dentro de ella desde este nuevo ángulo, luego en pequeños saltos que le permitían tomar el control. Sus cabellos rojos caían en cascada sobre el pecho de Gojo, destellos de fuego bajo la luz de la luna, y su rostro, ruborizado y sonriente, era una visión de pura entrega. Ella se dejaba llevar, sus movimientos volviéndose más seguros, más audaces, mientras el placer la envolvía como una marea.
Gojo la observaba, sus ojos azules brillando con una mezcla de asombro y adoración. La forma en que ella se movía, tan libre, tan suya, lo deshacía. Sus manos encontraron sus caderas, guiándola con una firmeza que era tanto apoyo como posesión, ayudándola a encontrar el ritmo que los llevaba a ambos al éxtasis. Su cuerpo, iluminado por la luna, era un espectáculo de fuerza y vulnerabilidad, sus músculos tensándose con cada movimiento de ella, su piel pálida brillando como si absorbiera la luz del cielo.
—"Eres perfecta," —murmuró, su voz temblando ligeramente, una confesión que escapó sin que pudiera detenerla—. "No sabes cuánto te necesito."
Reika lo miró, sus ojos oscurecidos por el deseo pero suavizados por algo más profundo, algo que hablaba de un amor que ninguno de los dos había esperado encontrar. Ella se inclinó hacia él, sus labios rozando los suyos en un beso que era tanto pasión como promesa, mientras sus caderas seguían moviéndose, llevándolos más cerca del borde.
—"Entonces quédate conmigo, Satoru," —susurró contra su boca, su voz un hilo de sonido que se mezcló con el canto de las olas—. "Siempre."
Gojo sintió su corazón apretarse, un dolor dulce que confirmaba lo que ya sabía: Reika no era solo una aventura, no era solo deseo. Era su todo. Y en ese momento, con sus cuerpos entrelazados, sus almas desnudas bajo la luna, se permitió creer que podían tener un futuro, aunque el mundo entero estuviera en su contra.
Gojo continuó moviéndose dentro de ella, sus embestidas cada vez más rápidas, más profundas, cada una un reclamo de su cuerpo y su alma. Reika podía sentir cada centímetro de él, la textura de sus venas, la curva perfecta de su longitud, mientras la llenaba una y otra vez con una intensidad que la hacía temblar. Sus músculos internos se contraían a su alrededor, un abrazo desesperado que buscaba retenerlo, mantenerlo dentro de ella para siempre. Gojo gruñó, su control deslizándose como arena entre sus dedos, su rostro contorsionado por un placer que era casi dolor.
—"¡Ah, Reika... estás tan apretada..." —susurró, su voz entrecortada, quebrada por la tensión que lo consumía—. "No creo que pueda... aguantar mucho más."
Ella, perdida en el torbellino de sensaciones, empujó sus caderas contra él con más fuerza, un desafío silencioso que lo llevaba al límite. Su cabello rojo caía en cascada sobre la arena, destellos de fuego bajo la luna, y sus ojos, oscurecidos por el deseo, lo buscaron con una intensidad que lo deshacía.
—"No te resistas," —jadeó, su voz temblando de necesidad—. "Córrete... lléname toda..."
Esas palabras fueron un disparo al corazón de Gojo. Con un último empujón, se enterró hasta el fondo, su miembro chocando contra lo más profundo de ella, y con un gruñido ronco, primal, se dejó llevar por completo. Su esencia se derramó en largos chorros, espesos y cálidos, llenándola con una fuerza que Reika podía sentir en cada rincón de su ser. Cada pulsación era una marca, una declaración de que ella era suya, y él, irrevocablemente, de ella. La sensación de su liberación, caliente y abundante, fue suficiente para empujarla al borde.
Reika gritó, su propio orgasmo golpeándola como una marea. Sus músculos internos se contrajeron alrededor de Gojo, ordeñando hasta la última gota de él, mientras olas de placer recorrían su cuerpo, incansables, devastadoras. Sus uñas se clavaron en la arena, su espalda arqueándose bajo la luz de la luna, y por un momento, el mundo entero desapareció, reducido a la unión de sus cuerpos, a la fusión de sus almas.
Gojo gruñó, sus músculos tensándose mientras continuaba derramándose dentro de ella, su miembro pulsando con cada oleada de placer. Su pecho subía y bajaba con rapidez, su cabello blanco pegado a su frente por el sudor, y sus ojos azules, brillando con una mezcla de satisfacción y algo más profundo, no se apartaban de ella. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, el clímax comenzó a desvanecerse, dejando tras de sí un silencio roto solo por sus respiraciones entrecortadas y el murmullo de las olas.
Reika, con el rostro aún ruborizado, sonrió, una chispa juguetona en sus ojos mientras se relajaban en la arena. Rodó a un lado, su cuerpo todavía temblando por las réplicas del placer, y apoyó la cabeza en su brazo, mirándolo con una mezcla de diversión y ternura.
—"La primera vez no acabaste dentro de mí, ¿y ahora sí?" —dijo, su voz ligera pero cargada de picardía—. "¿No temes que haya un 'Gojo chiquito' corriendo por ahí?"
Gojo soltó una risa baja, genuina, y la atrajo hacia su pecho con una fuerza que era tanto posesiva como protectora. Su piel, aún cálida bajo la luz de la luna, era un refugio que ella no quería abandonar. Él inclinó la cabeza, rozando sus labios contra su frente antes de responder, su tono juguetón pero con un matiz de sinceridad que la sorprendió.
—"Un 'Gojo chiquito' con tu cabello rojo y mi encanto? El mundo no está listo para eso," —bromeó, pero luego su voz se suavizó, sus dedos trazando círculos lentos en la espalda de ella—. "Pero si eso pasara... no me importaría. No contigo."
Reika alzó la vista, sus ojos encontrándose con los de él, y por un momento, el aire entre ellos se volvió más denso, cargado de una emoción que ninguno de los dos estaba listo para nombrar. Gojo sintió su corazón apretarse, un dolor dulce que confirmaba lo que ya sabía: Reika no era solo una aventura, no era solo deseo. Era su todo. Cada gemido, cada caricia, cada mirada le había mostrado que ella era su hogar, la única persona que lo veía como Satoru, no como el hechicero intocable. La idea de perderla era un abismo que no podía enfrentar, y en ese momento, con su cuerpo aún vibrando por la intensidad de su unión, supo que estaba dispuesto a arriesgarlo todo por ella.
—"Eres un idiota," —murmuró Reika, pero su sonrisa era suave, sus dedos acariciando el contorno de su mandíbula—. "Pero eres mi idiota."
Gojo rió, un sonido que resonó en la noche, y la abrazó más fuerte, como si quisiera fundirla con él. Bajo la luz de la luna, sus cuerpos entrelazados eran una obra maestra, una promesa de amor en un mundo que los juzgaría. Pero en ese instante, con la arena bajo sus pieles y el océano cantando su aprobación, eran invencibles.
Gojo fue el primero en romper el silencio, soltando una carcajada profunda, gutural, que reverberó en su pecho y sacudió la quietud de la noche. Se pasó una mano por el cabello, intentando sin éxito deshacerse de la arena que se había enredado en sus mechones blancos, ahora un desastre glorioso.
—"Mierda, pelirroja, parecemos dos salvajes revolcándonos en la playa como animales," —dijo, su voz cargada de diversión mientras señalaba su estado con un gesto amplio de la mano.
Reika rió con él, sentándose en la arena mientras intentaba sacudirse los granos pegajosos de su cabello rojo, que caía en ondas desordenadas sobre sus hombros. Sus ojos brillaban con una chispa traviesa, y la curva de su sonrisa era puro desafío.
—"Bueno, supongo que eso es exactamente lo que hicimos," —respondió, ladeando la cabeza con una mirada que prometía más problemas—. "Y no me quejo."
Gojo se recostó sobre un codo, su cuerpo relajado pero imponente, la luna trazando sombras suaves sobre los contornos de su torso y sus brazos. La arena adherida a su piel solo acentuaba su belleza, dándole un aire primitivo, casi divino. Él le devolvió la sonrisa, sus ojos azules destellando con picardía mientras dejaba caer una confesión que pretendía ser ligera.
—"Debo admitir que nunca había tenido sexo en la playa," —dijo, su tono juguetón pero con un toque de arrogancia—. "Es... una experiencia interesante. Claro, lo he hecho con otras en otros lugares, pero en la playa? Eso es nuevo."
El comentario, dicho con la despreocupación típica de Gojo, fue como una piedra en el agua tranquila. La sonrisa de Reika vaciló, apenas un instante, pero suficiente para que una punzada de celos inesperados la atravesara. La idea de él con otras mujeres, de su experiencia vasta y confiada, despertó una inseguridad que no había esperado sentir. Ella, que siempre se había enorgullecido de su audacia, de su fuego, sintió por un momento que no podía competir con las sombras de su pasado.
Se mordió el labio inferior, desviando la mirada hacia el océano, donde las olas lamían la orilla con una calma que contrastaba con el torbellino en su pecho.
—"Sí, bueno..." —dijo, forzando un tono ligero que no llegaba del todo a sus ojos—. "Supongo que ahora tenemos algo en común. Ambos estamos experimentando cosas nuevas hoy."
Gojo, siempre atento a los detalles que otros ignoraban, notó el cambio en su expresión, el leve apagarse de su brillo. Frunció el ceño, su sonrisa desvaneciéndose mientras se inclinaba hacia ella, su cuerpo aún cubierto de arena pero ahora cargado de una suavidad que era solo para Reika.
—"Oye, pelirroja, ¿estás bien?" —preguntó, su voz baja, impregnada de una preocupación genuina que la tomó por sorpresa—. "No quise decir nada con eso. Tú eres la única con la que quiero estar, aquí o en cualquier maldito lugar."
Reika alzó la vista, sus ojos encontrándose con los de él, y la sinceridad en su mirada la desarmó. Antes de que pudiera responder, Gojo la atrajo hacia él, sus manos firmes pero gentiles, y la besó profundamente, un beso que era tanto disculpa como promesa. Sus labios se movieron contra los de ella con una intensidad que hablaba de todo lo que no podía decir, y cuando se separaron, ella sonrió contra su boca, aunque su voz aún llevaba un matiz de vulnerabilidad.
—"Lo sé..." —murmuró, sus dedos trazando el contorno de su mandíbula, todavía cubierto de granos de arena—. "Es solo que... tú tienes tanta experiencia, y yo... no tengo nada que ofrecer."
Gojo se apartó lo suficiente para mirarla, su ceño frunciéndose con una mezcla de incredulidad y ternura. Sus manos, grandes y cálidas, tomaron su rostro, obligándola a sostener su mirada, esos ojos azules que parecían contener galaxias enteras.
—"¿Qué quieres decir con que no tienes nada que ofrecer?" —preguntó, su tono serio, casi indignado—. "Reika, tú me das cosas que nadie más podría. Tu risa, tu forma de desafiarme, la manera en que me haces sentir como si no tuviera que ser el maldito Satoru Gojo todo el tiempo... Eso es más de lo que cualquier 'experiencia' podría darme."
Hizo una pausa, su pulgar acariciando su mejilla, limpiando un grano de arena con una delicadeza que contrastaba con la intensidad de sus palabras.
—"Tú eres lo que hace que esto sea especial," —añadió, su voz más suave, más íntima—. "No hay nadie más, pelirroja. Solo tú."
Reika sintió un nudo en la garganta, pero la calidez de sus palabras, la forma en que él la miraba como si fuera lo único que importaba, disolvió sus inseguridades. Ella sonrió, esta vez de verdad, y se inclinó para besarlo, un beso lento, suave, que era tanto gratitud como amor. Cuando se separaron, sus frentes se apoyaron juntas, sus respiraciones mezclándose en la noche.
—"Eres un idiota, Satoru," —dijo, su voz ligera pero cargada de afecto—. "Pero eres mi idiota."
Gojo rió, un sonido que resonó en la playa, y la abrazó con fuerza, atrayéndola contra su pecho. Sus cuerpos, todavía cubiertos de arena, se entrelazaron en la arena, y por un momento, el mundo entero se redujo a ellos dos, riendo, tocándose, siendo simplemente humanos bajo la luz de la luna.
Reika se apartó de Gojo con una sonrisa traviesa, sus ojos brillando con esa chispa que siempre lo desafiaba. Se levantó de un salto, su cuerpo desnudo capturando la luz de la luna en cada curva, su piel pálida reluciendo como si estuviera hecha de perlas. El cabello rojo, desordenado y salpicado de arena, caía en ondas rebeldes sobre sus hombros, un fuego que contrastaba con la frescura del mar.
—"Voy a darme un baño," —anunció, su voz cargada de desafío, antes de correr hacia el agua oscura, sus risas llenando la noche como campanillas.
Gojo se quedó un momento en la arena, recostado sobre un codo, observándola con una mezcla de diversión y un deseo que nunca parecía saciarse. Su mirada recorrió el contorno de su figura, la forma en que sus caderas se balanceaban con cada paso, la gracia felina de sus movimientos. Bajo la luz de la luna, Reika era una visión, una sirena que lo atraía hacia aguas profundas.
Reika se adentró en el mar con un grito ahogado, riendo cuando el agua fría golpeó su piel. El contraste entre el frescor del océano y el calor que aún vibraba en su cuerpo la hizo estremecer, y su risa resonó, pura y despreocupada.
Gojo se levantó, su cuerpo imponente alzándose como una estatua bajo la luna. Sus músculos definidos, todavía salpicados de arena. Avanzó hacia el agua sin prisa, una sonrisa traviesa curvando sus labios.
—"¿Necesitas ayuda, piromana?" —preguntó, su voz grave, baja, cargada de una insinuación que era más cálida que el frío del mar.
Reika se volvió hacia él, el agua lamiendo sus muslos, y levantó una mano para salpicarlo, el gesto juguetón acompañado de una sonrisa que era puro desafío.
—"¿Tienes miedo de un poco de agua fría, sensei?" —lo provocó, nadando hacia atrás con una gracia que lo hipnotizaba, sus ojos brillando con diversión.
Gojo soltó una risa profunda, un sonido que resonó en la noche y calentó el pecho de Reika. Entró en el agua sin titubear, su cuerpo cortando las olas con una facilidad que hablaba de su fuerza. El agua fría no parecía afectarlo, o quizás era que el calor de su deseo por ella lo hacía inmune.
—"No tengo miedo de nada," —respondió, su tono suave pero lleno de promesas, cada palabra un desafío silencioso—. "Especialmente cuando se trata de ti."
Reika nadó un poco más lejos, el agua ahora cubriendo su cintura, su piel brillando bajo la luna como si estuviera hecha de luz líquida. Ella lo miró, sus labios curvándose en una sonrisa que era tanto burla como invitación.
—"¿Seguro que no tienes miedo?" —lo provocó de nuevo, lanzándole otro salpicón de agua que lo alcanzó en el pecho.
Gojo rió, sus ojos destellando con diversión mientras se movía con una agilidad imposible, alcanzándola en segundos. El agua apenas frenó su avance, y antes de que Reika pudiera escapar, sus manos encontraron su cintura, levantándola suavemente del agua con una fuerza que era tanto juguetona como posesiva. Ella soltó una risa, sus brazos rodeando su cuello, su piel resbaladiza y brillante bajo la luna.
—"¿Así que eres un tramposo?" —dijo, entrecerrando los ojos con una sonrisa traviesa, intentando zafarse de su abrazo sin mucha convicción.
—"Solo soy demasiado rápido para ti," —respondió Gojo, su voz cargada de esa arrogancia que la fascinaba, pero sus ojos se suavizaron, brillando con una ternura que no podía ocultar—. "Pero te advierto, pelirroja, no me voy a quedar atrás, aunque sea un juego."
Se inclinó hacia ella, rozando su nariz contra la suya en un gesto tan tierno que Reika sintió su corazón dar un vuelco.
El agua fría lamía sus cuerpos, pero el calor de su cercanía era un incendio que nada podía apagar. Ella cerró los ojos, dejando que el momento la envolviera, el aliento cálido de Gojo contra su piel, el roce de sus cuerpos en el agua, la sensación de estar exactamente donde pertenecía.
Por primera vez, no era solo un desafío, no era solo deseo. Era algo más profundo, una conexión que la hacía sentir vista, amada, completa.
Gojo la miró, sus manos aún en su cintura, y por un instante, el mundo entero se desvaneció. Reika, con su risa, su fuego, su valentía para enfrentarlo, era todo lo que él nunca había sabido que necesitaba.
Cada juego, cada provocación, era una prueba de que ella era su igual, su hogar. Y en ese momento, con el mar abrazándolos y la luna como testigo, supo que haría cualquier cosa para proteger esto, para protegerla.
—"Eres un problema, ¿lo sabías?" —murmuró, su voz baja, pero sus labios curvándose en una sonrisa que era tanto burla como adoración.
Reika rió, salpicándolo de nuevo antes de apoyar su frente contra la suya, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y algo más suave, más vulnerable.
—"Y tú eres el único que puede seguirme el paso," —respondió, su voz un susurro que se mezcló con el canto de las olas.
Pero en las sombras de su felicidad, la amenaza de Rin y Utahime seguía creciendo, una tormenta que pronto podría arrancarlos de este sueño. Por ahora, sin embargo, Gojo y Reika eran invencibles, jugando en el mar, riendo bajo la luna, y el mundo podía esperar.
La oficina al anochecer.
Mientras Gojo y su alumna favorita se encontraban en un lugar casi irreal, lejos de todos, en la academia algo muy distinto estaba sucediendo en esas horas altas de la noche.
Shoko caminaba por los pasillos, su bata blanca ondeando ligeramente con cada paso, cuando notó una luz encendida en la oficina de Gojo. Frunció el ceño.
—"Él no está aquí..." —pensó, deteniéndose unos segundos. La curiosidad la empujó a acercarse.
A medida que se aproximaba, un sonido seco la alertó. Algo había golpeado la puerta desde adentro.
Sin dudarlo, abrió la puerta de un empujón solo para encontrar a Utahime revolviendo las cosas de Gojo con furia.
—"¿Se te perdió algo?" —preguntó Shoko con su característico tono sarcástico, apoyándose en el marco de la puerta con los brazos cruzados.
Utahime sintió un escalofrío al ser descubierta, pero su rabia era más fuerte. Se giró con el ceño fruncido y exclamó:
—"¿Sabes que ese degenerado de Gojo se está revolcando con una de sus estudiantes?"
Shoko arqueó una ceja.
—"No... y no sé quién te metió eso en la cabeza."
Sin embargo, apenas pronunció esas palabras, el nombre de Rin apareció en su mente.
Utahime ignoró su comentario y continuó revolviendo los cajones y estanterías con una determinación feroz. Hasta que, finalmente, su mirada se iluminó al encontrar algo.
Sacó un pequeño broche de cabello femenino, sujetándolo entre sus dedos con triunfo, y se lo restregó a Shoko en la cara.
—"¡De esto estoy hablando!" — exclamó con furia—. "¿Qué hace él con esto aquí?"
Shoko dio un paso atrás, apartando el objeto de su rostro con una mueca de fastidio.
—"Eso no es prueba de nada. Y, por favor, deja de meterme cosas en la cara."
—"¿Ah, no? ¿Entonces qué crees que significa? ¿Que ahora Gojo usa broches?" —Utahime la miró con una mezcla de exasperación y rabia contenida—. "Ese idiota... siempre ha sido un mujeriego, pero esto es otro nivel."
Shoko suspiró.
—"Mira, no digo que no tengas razón en desconfiar de Gojo, porque si alguien es capaz de algo así, es él, pero revolver su oficina no va a darte respuestas. Y te aviso... no se va a tomar nada bien que hayas hecho este desastre."
Utahime apretó los labios, mirando a su alrededor. Sí, la oficina estaba patas arriba, pero no le importaba.
—"Voy a atraparlo en algo. Te lo aseguro."
Dicho esto, salió del lugar con los puños cerrados a sus costados, dejando a Shoko de pie entre todo el caos.
Shoko la observó irse, frotándose la sien con resignación.
—"Genial. Ahora el idiota de Gojo va a hacerme un escándalo..."
Suspiró mirando el desastre de la oficina.
—"...aunque, pensándolo bien, esto va a ser entretenido."
Shoko caminaba por los pasillos, su bata blanca ondeando ligeramente con cada paso, cuando notó una luz encendida en la oficina de Gojo. Frunció el ceño.
—"Él no está aquí..." —pensó, deteniéndose unos segundos. La curiosidad la empujó a acercarse.
A medida que se aproximaba, un sonido seco la alertó. Algo había golpeado la puerta desde adentro.
Sin dudarlo, abrió la puerta de un empujón solo para encontrar a Utahime revolviendo las cosas de Gojo con furia.
—"¿Se te perdió algo?" —preguntó Shoko con su característico tono sarcástico, apoyándose en el marco de la puerta con los brazos cruzados.
Utahime sintió un escalofrío al ser descubierta, pero su rabia era más fuerte. Se giró con el ceño fruncido y exclamó:
—"¿Sabes que ese degenerado de Gojo se está revolcando con una de sus estudiantes?"
Shoko arqueó una ceja.
—"No... y no sé quién te metió eso en la cabeza."
Sin embargo, apenas pronunció esas palabras, el nombre de Rin apareció en su mente.
Utahime ignoró su comentario y continuó revolviendo los cajones y estanterías con una determinación feroz. Hasta que, finalmente, su mirada se iluminó al encontrar algo.
Sacó un pequeño broche de cabello femenino, sujetándolo entre sus dedos con triunfo, y se lo restregó a Shoko en la cara.
—"¡De esto estoy hablando!" — exclamó con furia—. "¿Qué hace él con esto aquí?"
Shoko dio un paso atrás, apartando el objeto de su rostro con una mueca de fastidio.
—"Eso no es prueba de nada. Y, por favor, deja de meterme cosas en la cara."
—"¿Ah, no? ¿Entonces qué crees que significa? ¿Que ahora Gojo usa broches?" —Utahime la miró con una mezcla de exasperación y rabia contenida—. "Ese idiota... siempre ha sido un mujeriego, pero esto es otro nivel."
Shoko suspiró.
—"Mira, no digo que no tengas razón en desconfiar de Gojo, porque si alguien es capaz de algo así, es él, pero revolver su oficina no va a darte respuestas. Y te aviso... no se va a tomar nada bien que hayas hecho este desastre."
Utahime apretó los labios, mirando a su alrededor. Sí, la oficina estaba patas arriba, pero no le importaba.
—"Voy a atraparlo en algo. Te lo aseguro."
Dicho esto, salió del lugar con los puños cerrados a sus costados, dejando a Shoko de pie entre todo el caos.
Shoko la observó irse, frotándose la sien con resignación.
—"Genial. Ahora el idiota de Gojo va a hacerme un escándalo..."
Suspiró mirando el desastre de la oficina.
—"...aunque, pensándolo bien, esto va a ser entretenido."
La Mañana Siguiente: Gojo y el Desastre.
El sol de la mañana bañaba los pasillos de la Academia de Hechicería de Tokio, tiñendo las paredes de un dorado cálido que contrastaba con el caos que aguardaba. Gojo Satoru caminaba con su característica despreocupación, las manos en los bolsillos, una sonrisa de oreja a oreja que delataba que su mente aún estaba perdida en la playa, en la risa de Reika, en el calor de su cuerpo bajo la luna. Su cabello blanco, todavía un poco desordenado, brillaba bajo la luz, y sus gafas oscuras reflejaban el mundo con un aire de invencibilidad.
Antes de dirigirse a su clase, decidió pasar por su oficina, un hábito que solía ser más rutina que necesidad. Al llegar, encontró a Shoko Ieiri esperándolo, recostada contra la pared con su cigarro encendido, el humo formando volutas perezosas en el aire.
—"Buenos días, Gojo," —dijo, su voz seca pero con un matiz de diversión que no pasó desapercibido.
—"Buenos días, Shoko~" —respondió él, su tono alegre, casi cantarín—. "¿Qué te trae por aquí tan temprano? ¿Me extrañabas?"
Shoko soltó una risa corta, exhalando una nube de humo mientras lo miraba de reojo.
—"Digamos que quería verte antes de que entres... y te dé un infarto."
Gojo ladeó la cabeza, una ceja arqueándose con curiosidad.
—"¿Ah?"
Metió la mano en su bolsillo, sacó la llave y giró la cerradura con la misma despreocupación que llevaba en cada paso. Pero cuando abrió la puerta, su sonrisa se congeló.
—"¡¿Pero qué demonios?!"
Su oficina era un campo de batalla. Papeles desparramados cubrían el suelo como hojas caídas, libros abiertos y carpetas volcadas formaban montañas caóticas, y los cajones de su escritorio colgaban abiertos, vomitando documentos en un desorden absoluto. Era como si un huracán hubiera decidido redecorar su espacio personal.
Gojo se quedó en la entrada, pestañeando varias veces, su cerebro luchando por procesar la escena. Shoko, apoyada en el marco de la puerta, observaba su reacción con una sonrisa burlona, dando una calada lenta a su cigarro.
—"¿Tienes ganas de ordenar?" —preguntó, su sarcasmo tan afilado como siempre.
Gojo cerró la puerta de golpe, apoyó la frente contra la madera y dejó escapar un suspiro dramático.
—"Voy a matar a quien haya hecho esto," —masculló, aunque el brillo en sus ojos sugería que ya tenía una idea de los culpables.
Shoko se encogió de hombros, exhalando otra nube de humo.
—"Oh, por favor. Tú has hecho peores cosas."
Gojo se giró hacia ella, alzando una ceja con una mezcla de diversión y desafío.
—"¿Quién fue?"
Shoko sonrió, sus ojos brillando con malicia.
—"Vamos, seguro que puedes adivinarlo."
No le tomó ni un segundo. Sus labios se curvaron en una sonrisa que era tanto divertida como peligrosa.
—"Utahime..."
Shoko chasqueó los dedos, como si premiara a un estudiante aplicado.
—"Bingo."
Gojo suspiró, pasando una mano por su cabello, desordenándolo aún más.
—"Déjame adivinar... ¿Rin le metió ideas en la cabeza?"
Shoko asintió, su sonrisa ampliándose.
—"Al parecer. Y Utahime está decidida a atraparte en algo. Creo que tu pequeño romance secreto está empezando a oler a escándalo."
Gojo soltó una risa baja, pero había un filo en su expresión, un destello de calculada arrogancia que prometía que no se dejaría atrapar tan fácilmente.
—"Qué problemáticas son algunas mujeres," —dijo, su tono ligero pero cargado de intención.
Shoko soltó una carcajada, apagando su cigarro contra la pared.
—"Bueno, querido Gojo, parece que tu diversión nocturna viene con factura. Buena suerte. La vas a necesitar."
Le dio una palmada en el hombro y se marchó, dejando a Gojo solo frente al caos. Él suspiró, sacándose las gafas y frotándose el puente de la nariz, su sonrisa volviendo a curvarse con un toque de picardía.
—"Maravilloso," —murmuró, metiendo las manos en los bolsillos—. "Pero bueno... nadie dijo que la diversión no tuviera consecuencias."
Antes de dirigirse a su clase, decidió pasar por su oficina, un hábito que solía ser más rutina que necesidad. Al llegar, encontró a Shoko Ieiri esperándolo, recostada contra la pared con su cigarro encendido, el humo formando volutas perezosas en el aire.
—"Buenos días, Gojo," —dijo, su voz seca pero con un matiz de diversión que no pasó desapercibido.
—"Buenos días, Shoko~" —respondió él, su tono alegre, casi cantarín—. "¿Qué te trae por aquí tan temprano? ¿Me extrañabas?"
Shoko soltó una risa corta, exhalando una nube de humo mientras lo miraba de reojo.
—"Digamos que quería verte antes de que entres... y te dé un infarto."
Gojo ladeó la cabeza, una ceja arqueándose con curiosidad.
—"¿Ah?"
Metió la mano en su bolsillo, sacó la llave y giró la cerradura con la misma despreocupación que llevaba en cada paso. Pero cuando abrió la puerta, su sonrisa se congeló.
—"¡¿Pero qué demonios?!"
Su oficina era un campo de batalla. Papeles desparramados cubrían el suelo como hojas caídas, libros abiertos y carpetas volcadas formaban montañas caóticas, y los cajones de su escritorio colgaban abiertos, vomitando documentos en un desorden absoluto. Era como si un huracán hubiera decidido redecorar su espacio personal.
Gojo se quedó en la entrada, pestañeando varias veces, su cerebro luchando por procesar la escena. Shoko, apoyada en el marco de la puerta, observaba su reacción con una sonrisa burlona, dando una calada lenta a su cigarro.
—"¿Tienes ganas de ordenar?" —preguntó, su sarcasmo tan afilado como siempre.
Gojo cerró la puerta de golpe, apoyó la frente contra la madera y dejó escapar un suspiro dramático.
—"Voy a matar a quien haya hecho esto," —masculló, aunque el brillo en sus ojos sugería que ya tenía una idea de los culpables.
Shoko se encogió de hombros, exhalando otra nube de humo.
—"Oh, por favor. Tú has hecho peores cosas."
Gojo se giró hacia ella, alzando una ceja con una mezcla de diversión y desafío.
—"¿Quién fue?"
Shoko sonrió, sus ojos brillando con malicia.
—"Vamos, seguro que puedes adivinarlo."
No le tomó ni un segundo. Sus labios se curvaron en una sonrisa que era tanto divertida como peligrosa.
—"Utahime..."
Shoko chasqueó los dedos, como si premiara a un estudiante aplicado.
—"Bingo."
Gojo suspiró, pasando una mano por su cabello, desordenándolo aún más.
—"Déjame adivinar... ¿Rin le metió ideas en la cabeza?"
Shoko asintió, su sonrisa ampliándose.
—"Al parecer. Y Utahime está decidida a atraparte en algo. Creo que tu pequeño romance secreto está empezando a oler a escándalo."
Gojo soltó una risa baja, pero había un filo en su expresión, un destello de calculada arrogancia que prometía que no se dejaría atrapar tan fácilmente.
—"Qué problemáticas son algunas mujeres," —dijo, su tono ligero pero cargado de intención.
Shoko soltó una carcajada, apagando su cigarro contra la pared.
—"Bueno, querido Gojo, parece que tu diversión nocturna viene con factura. Buena suerte. La vas a necesitar."
Le dio una palmada en el hombro y se marchó, dejando a Gojo solo frente al caos. Él suspiró, sacándose las gafas y frotándose el puente de la nariz, su sonrisa volviendo a curvarse con un toque de picardía.
—"Maravilloso," —murmuró, metiendo las manos en los bolsillos—. "Pero bueno... nadie dijo que la diversión no tuviera consecuencias."
Choque de voluntades.
Reika caminaba por los pasillos de la academia, su cabello rojo aún un poco desordenado pero brillante bajo la luz del sol que se filtraba por las ventanas. Su mente estaba dividida entre la euforia de la noche anterior —el mar, la risa, el cuerpo de Gojo contra el suyo— y la necesidad de mantener las apariencias en este mundo de reglas y sospechas. Pero una risa contenida la sacó de sus pensamientos.
Se detuvo, sus ojos entrecerrándose al ver a Rin al final del pasillo, cubriéndose la boca con una mano, su sonrisa maliciosa destilando satisfacción. Reika arqueó una ceja, su instinto alertándola.
¿Y a esta qué le pasa? pensó, su expresión endureciéndose.
Rin se acercó con una falsa amabilidad que no engañaba a nadie, sus pasos lentos, casi teatrales.
—"¿Viste la oficina de Gojo?" —preguntó, su voz goteando diversión—. "¿Sabes qué pasó?"
Reika frunció el ceño, manteniendo su fachada de indiferencia.
—"No. ¿Qué pasó con el maestro?"
La palabra "maestro" hizo que Rin soltara una carcajada ligera, como si hubiera atrapado a Reika en una mentira. Su sonrisa se amplió, cargada de una satisfacción que hizo que Reika apretara los puños.
—"No es solo tu maestro," —dijo Rin, inclinándose ligeramente, su voz baja pero venenosa—. "Admítelo de una vez. Utahime encontró algo que les pertenece a los dos."
Reika no mostró reacción externa, pero por dentro suspiró con fastidio. Sabía que Rin estaba pescando, lanzando anzuelos para ver si picaba. No tenía pruebas, solo sospechas, y Reika no iba a darle la satisfacción de una respuesta. Dio un paso adelante, acortando la distancia hasta que sus palabras fueran un murmullo que solo Rin pudiera escuchar.
—"¿Sabes, Rin? Siento que... te mueres de celos."
Rin abrió los ojos de par en par, claramente descolocada por la calma y la audacia de Reika. No esperaba una confrontación tan directa, y menos con esa sonrisa peligrosa que curvaba los labios de la pelirroja.
—"Te mueres de celos porque soy más fuerte que tú," —continuó Reika, sus ojos brillando con una chispa que era tanto burla como desafío—. "Fui considerada una hechicera de clase especial, tengo misiones importantes a mi cargo, y algún día, quién sabe, podría ser tan fuerte como Satoru Gojo."
Se inclinó un poco más, su voz bajando a un susurro cortante.
—"En cambio tú... eres mediocre. Tu poder no sirve para más que lanzar cositas estúpidas."
El rostro de Rin se deformó en una mueca de rabia, sus mejillas enrojeciendo de humillación. Los estudiantes que pasaban cerca comenzaron a detenerse, atraídos por la tensión creciente, sus susurros formando un coro de expectación.
—"¡¿Qué dijiste?!" —espetó Rin, su voz temblando de furia.
Reika no retrocedió, su sonrisa ampliándose con una calma que era más intimidante que cualquier grito.
—"Ya me escuchaste."
Rin, incapaz de contener su orgullo herido, alzó la mano con la intención de abofetearla, un gesto impulsivo que nunca llegó a completarse. En un movimiento rápido, Reika atrapó su muñeca en el aire, sus dedos cerrándose con una precisión letal. Un ardor repentino hizo que Rin jadeara de dolor, su piel quemándose bajo el toque del fuego maldito de Reika, una quemadura ligera pero lo suficientemente intensa como para hacerla retroceder.
—"¡Agh!" —Rin se sujetó la muñeca, maldiciendo entre dientes, sus ojos brillando con una mezcla de dolor y rabia.
—"Deja de meterte en mis cosas," —dijo Reika, su voz baja, gélida, cargada de una amenaza que hizo que los estudiantes contuvieran el aliento—. "O haré que desaparezcas."
Los murmullos se convirtieron en un rugido, los estudiantes acercándose, sus voces llenas de emoción.
—"¡Pelea, pelea!"
—"¡Esto se va a poner bueno!"
Rin, con el orgullo herido y la muñeca aún palpitando, no estaba dispuesta a retroceder. Con una exhalación furiosa, canalizó su energía maldita y lanzó un ataque directo, ráfagas de energía cortando el aire hacia Reika.
Pero Reika ni siquiera parpadeó. Levantó una mano con un movimiento perezoso, y una barrera de llamas negras se alzó a su alrededor, evaporando los ataques de Rin como si fueran meros suspiros. El calor distorsionó el aire, y los estudiantes soltaron exclamaciones de asombro.
—"¡Eso es trampa!" —gritó Rin, su frustración palpable.
—"¿Trampa?" —Reika inclinó la cabeza, su sonrisa burlona—. "Solo estoy usando mi técnica de manera eficiente. No es mi culpa que la tuya sea débil."
Rin rechinó los dientes, sus mejillas ardiendo de humillación. Con un grito, concentró su energía en un solo punto, lanzando un ataque más poderoso. Pero Reika, con un suspiro de fingido aburrimiento, chasqueó los dedos. Su fuego maldito se arremolinó a su alrededor, un torbellino de llamas negras que se disparó hacia Rin con una velocidad aterradora.
Rin saltó hacia atrás, apenas esquivando el ataque. Las llamas rozaron su uniforme, el calor abrasador haciéndola sudar, y los estudiantes jadearon, sus ojos abiertos de par en par.
—"Mierda... no hay comparación," —murmuró uno.
—"Rin está perdida," —añadió otro.
Reika giró una llama en su mano, observándola con una indiferencia que era más intimidante que cualquier alarde.
—"¿Eso es todo lo que tienes?" —preguntó, su voz goteando desdén.
Rin, temblando de rabia, se preparó para cargar de nuevo, su orgullo superando cualquier lógica. Pero antes de que pudiera dar un paso, un estallido de energía abrumadora llenó el pasillo, deteniendo el tiempo mismo.
El aire se volvió pesado, y todos los presentes se quedaron en silencio, sus corazones latiendo con fuerza. Unos pasos tranquilos resonaron, acompañados por una voz despreocupada que cortó la tensión como un cuchillo.
—"Vaya, vaya... ¿pelea de chicas?"
Gojo Satoru.
Los estudiantes se apartaron de inmediato, abriendo paso al hechicero más fuerte, que avanzaba con su típica sonrisa despreocupada, las manos en los bolsillos, sus gafas oscuras brillando bajo la luz. Su presencia era una fuerza de la naturaleza, y aunque su tono era ligero, había una advertencia implícita que nadie podía ignorar.
—"Gojo..." —murmuró Rin, tragando saliva, su furia vacilando ante la llegada del maestro.
Reika cruzó los brazos, una ceja arqueada, su expresión una mezcla de diversión y fastidio.
—"Justo cuando empezaba a divertirme," —dijo, su voz cargada de sarcasmo.
Gojo inclinó la cabeza, sus labios curvándose en una sonrisa que era tanto burla como advertencia.
—"Sí, me di cuenta. Especialmente con esas llamitas tuyas. Pensé que estábamos en una escuela, no en un campo de batalla."
Sus ojos azules, apenas visibles tras las gafas, brillaban con diversión, pero su tono tenía un filo que hizo que los estudiantes contuvieran el aliento.
—"¿Sabes cuánto cuesta reparar este lugar?" —continuó, llevándose una mano al pecho con fingida indignación—. "No quiero que me descuenten del sueldo."
Los estudiantes rieron nerviosamente, aliviados por el cambio de tono. Reika rodó los ojos, incapaz de contener una sonrisa.
—"Dudo que necesites tu sueldo para vivir," —replicó, su voz cargada de desafío.
Gojo soltó una risa baja, su mirada fija en ella por un instante más de lo necesario, un destello de complicidad que solo ellos entendieron.
—"Tal vez," —dijo, encogiéndose de hombros—. "Pero eso no es lo importante ahora."
Sin previo aviso, alzó una mano y chasqueó los dedos. La energía maldita de Gojo envolvió el pasillo, y Rin sintió su cuerpo paralizarse, sus movimientos detenidos por una fuerza invisible. Reika también sintió una presión sutil, pero no lo suficiente para inmovilizarla; era más una advertencia, un recordatorio de quién estaba a cargo.
—"Bien, ya fue suficiente por hoy," —dijo Gojo, su tono ligero pero firme—. "No quiero reportes de peleas en los pasillos... otra vez."
Volvió la mirada a Reika, su sonrisa ladeada cargada de un brillo travieso.
—"Tú... te pasaste un poquito, ¿no crees, pequeña pirómana?"
Ella se encogió de hombros, su expresión desafiante pero con un toque de diversión.
—"No es mi culpa si me provocan."
Gojo rió, un sonido que resonó en el pasillo y relajó la tensión.
—"Sí, claro. Y yo soy el director de la academia."
Dio unos pasos y colocó una mano en la cabeza de Rin, quien todavía temblaba de furia, su muñeca palpitando por la quemadura.
—"Tú... vete a curarte esa muñeca," —dijo, su tono casual pero con una advertencia implícita—. "No es tan grave, pero no quiero escándalos innecesarios."
Luego miró a Reika, señalándola con un dedo y una sonrisa que era puro Gojo.
—"Y tú, mi querida alborotadora, ven conmigo."
Reika alzó una ceja, cruzando los brazos.
—"¿Para qué?"
—"Para que me cuentes qué tan divertido fue todo esto~" —respondió, guiñándole un ojo antes de girarse y caminar por el pasillo, haciendo un gesto para que lo siguiera.
Los estudiantes soltaron risitas nerviosas, sus susurros llenando el aire mientras Reika suspiraba y lo seguía, sus manos en los bolsillos, su expresión una mezcla de fastidio y diversión. Rin, todavía sujetando su muñeca, apretó los dientes, su rabia contenida pero lejos de apagarse.
El combate había terminado. Pero la rivalidad... estaba apenas comenzando.
El Gran Castigo de Gojo Satoru
Los pasillos de la academia vibraban con los susurros de los estudiantes, sus ojos siguiendo a Gojo y Reika mientras caminaban juntos, la tensión del enfrentamiento aún fresca en el aire.
—"¿Creen que la castigará en serio?" —preguntó uno, su voz baja pero cargada de curiosidad.
—"Pfff, como si Gojo fuera de los que castigan," —respondió otro, riendo por lo bajo.
—"Sí, pero esta vez se armó un escándalo. Hasta Utahime y Shoko se enteraron," —añadió una tercera voz, mirando de reojo a Rin, que seguía a la distancia, sosteniendo su muñeca con una expresión de furia contenida.
Reika, con las manos en los bolsillos, lanzó una mirada de reojo a Gojo, su paso relajado pero su mente alerta. La noche anterior aún ardía en su memoria, pero aquí, bajo las miradas de los estudiantes y las sospechas de Rin, debía mantener las apariencias.
—"¿De verdad vas a castigarme?" —preguntó, su tono burlón pero con un matiz de curiosidad.
Gojo no dejó de caminar, pero giró ligeramente la cabeza hacia ella, su expresión de una seriedad tan exagerada que casi parecía una parodia.
—"Por supuesto," —dijo, su voz solemne, como si estuviera pronunciando un veredicto histórico.
Los estudiantes cercanos contuvieron el aliento, sus ojos abiertos de par en par. Reika entrecerró los suyos, analizándolo, buscando el truco detrás de su fachada.
—"No te creo," —replicó, su sonrisa curvándose con desafío.
—"Oh, pero deberías," —dijo Gojo, deteniéndose en medio del pasillo con un suspiro dramático que hizo que los estudiantes se acercaran, expectantes—. "Tu comportamiento de hoy ha sido inaceptable. Como tu maestro, no puedo permitir que esto pase por alto."
Rin, todavía cerca, sonrió con satisfacción, sus ojos brillando con un triunfo que creía asegurado.
—"Al fin alguien le pone un alto... aunque sea Gojo," —murmuró, su voz cargada de veneno.
Gojo se volvió hacia Reika, cruzando los brazos con una expresión que era la definición de teatralidad.
—"Voy a tener que tomar medidas drásticas contigo," —anunció, su tono tan serio que algunos estudiantes sintieron un escalofrío.
Los murmullos crecieron, un coro de especulaciones.
—"¿Castigo serio? ¿De verdad?"
Reika lo miró, su burla apenas contenida.
—"¿Medidas drásticas?" —repitió, alzando una ceja.
Gojo suspiró, quitándose las gafas lentamente, sus ojos azules destellando con una mezcla de diversión y algo más, un brillo que solo Reika reconoció. Se inclinó hacia ella, su voz baja, teatral, resonando en el pasillo.
—"¡Serás obligada a limpiar mi oficina! ¡Con tus propias manos!"
El silencio que siguió fue casi cómico. Los estudiantes se miraron entre sí, procesando la "sentencia". Luego, una risa contenida rompió el aire, seguida por un coro de murmullos decepcionados.
—"¡¿Qué?!"
Reika parpadeó, incrédula, antes de soltar un bufido.
—"¿Me estás jodiendo?"
Gojo negó con la cabeza, su expresión solemne pero con un brillo travieso en los ojos.
—"Para nada. Como castigo ejemplar, limpiarás mi oficina, que misteriosamente quedó hecha un desastre anoche," —dijo, lanzando una mirada de reojo a Rin, cuya sonrisa se desvaneció, reemplazada por una mueca de furia—. "No sé quién podría haber hecho semejante cosa..."
Reika contuvo una risa, llevándose una mano a la frente.
—"Esto es una broma."
—"No, no, no. ¿Acaso crees que esto es un juego?" —Gojo llevó una mano a su corazón, fingiendo indignación—. "El estado de mi oficina es un problema serio. Así que considérate castigada."
Reika suspiró, negando con la cabeza, pero una sonrisa traicionera curvó sus labios.
—"Como sea."
—"Bien. Vamos," —dijo Gojo, girando sobre sus talones con una floritura, como si fuera el protagonista de su propia obra. Antes de desaparecer por el pasillo, lanzó una última frase a los estudiantes, su voz resonando con un tono cantarín—. "¡Recuerden, niños! El castigo es esencial para el crecimiento personal~"
Los estudiantes suspiraron, algunos riendo, otros sacudiendo la cabeza.
—"Este tipo nunca cambia," —murmuró uno.
Rin, en cambio, estaba roja de ira, sus puños apretados.
—"¡Maldito Gojo!" —siseó, su orgullo herido ardiendo más que la quemadura en su muñeca.
Se detuvo, sus ojos entrecerrándose al ver a Rin al final del pasillo, cubriéndose la boca con una mano, su sonrisa maliciosa destilando satisfacción. Reika arqueó una ceja, su instinto alertándola.
¿Y a esta qué le pasa? pensó, su expresión endureciéndose.
Rin se acercó con una falsa amabilidad que no engañaba a nadie, sus pasos lentos, casi teatrales.
—"¿Viste la oficina de Gojo?" —preguntó, su voz goteando diversión—. "¿Sabes qué pasó?"
Reika frunció el ceño, manteniendo su fachada de indiferencia.
—"No. ¿Qué pasó con el maestro?"
La palabra "maestro" hizo que Rin soltara una carcajada ligera, como si hubiera atrapado a Reika en una mentira. Su sonrisa se amplió, cargada de una satisfacción que hizo que Reika apretara los puños.
—"No es solo tu maestro," —dijo Rin, inclinándose ligeramente, su voz baja pero venenosa—. "Admítelo de una vez. Utahime encontró algo que les pertenece a los dos."
Reika no mostró reacción externa, pero por dentro suspiró con fastidio. Sabía que Rin estaba pescando, lanzando anzuelos para ver si picaba. No tenía pruebas, solo sospechas, y Reika no iba a darle la satisfacción de una respuesta. Dio un paso adelante, acortando la distancia hasta que sus palabras fueran un murmullo que solo Rin pudiera escuchar.
—"¿Sabes, Rin? Siento que... te mueres de celos."
Rin abrió los ojos de par en par, claramente descolocada por la calma y la audacia de Reika. No esperaba una confrontación tan directa, y menos con esa sonrisa peligrosa que curvaba los labios de la pelirroja.
—"Te mueres de celos porque soy más fuerte que tú," —continuó Reika, sus ojos brillando con una chispa que era tanto burla como desafío—. "Fui considerada una hechicera de clase especial, tengo misiones importantes a mi cargo, y algún día, quién sabe, podría ser tan fuerte como Satoru Gojo."
Se inclinó un poco más, su voz bajando a un susurro cortante.
—"En cambio tú... eres mediocre. Tu poder no sirve para más que lanzar cositas estúpidas."
El rostro de Rin se deformó en una mueca de rabia, sus mejillas enrojeciendo de humillación. Los estudiantes que pasaban cerca comenzaron a detenerse, atraídos por la tensión creciente, sus susurros formando un coro de expectación.
—"¡¿Qué dijiste?!" —espetó Rin, su voz temblando de furia.
Reika no retrocedió, su sonrisa ampliándose con una calma que era más intimidante que cualquier grito.
—"Ya me escuchaste."
Rin, incapaz de contener su orgullo herido, alzó la mano con la intención de abofetearla, un gesto impulsivo que nunca llegó a completarse. En un movimiento rápido, Reika atrapó su muñeca en el aire, sus dedos cerrándose con una precisión letal. Un ardor repentino hizo que Rin jadeara de dolor, su piel quemándose bajo el toque del fuego maldito de Reika, una quemadura ligera pero lo suficientemente intensa como para hacerla retroceder.
—"¡Agh!" —Rin se sujetó la muñeca, maldiciendo entre dientes, sus ojos brillando con una mezcla de dolor y rabia.
—"Deja de meterte en mis cosas," —dijo Reika, su voz baja, gélida, cargada de una amenaza que hizo que los estudiantes contuvieran el aliento—. "O haré que desaparezcas."
Los murmullos se convirtieron en un rugido, los estudiantes acercándose, sus voces llenas de emoción.
—"¡Pelea, pelea!"
—"¡Esto se va a poner bueno!"
Rin, con el orgullo herido y la muñeca aún palpitando, no estaba dispuesta a retroceder. Con una exhalación furiosa, canalizó su energía maldita y lanzó un ataque directo, ráfagas de energía cortando el aire hacia Reika.
Pero Reika ni siquiera parpadeó. Levantó una mano con un movimiento perezoso, y una barrera de llamas negras se alzó a su alrededor, evaporando los ataques de Rin como si fueran meros suspiros. El calor distorsionó el aire, y los estudiantes soltaron exclamaciones de asombro.
—"¡Eso es trampa!" —gritó Rin, su frustración palpable.
—"¿Trampa?" —Reika inclinó la cabeza, su sonrisa burlona—. "Solo estoy usando mi técnica de manera eficiente. No es mi culpa que la tuya sea débil."
Rin rechinó los dientes, sus mejillas ardiendo de humillación. Con un grito, concentró su energía en un solo punto, lanzando un ataque más poderoso. Pero Reika, con un suspiro de fingido aburrimiento, chasqueó los dedos. Su fuego maldito se arremolinó a su alrededor, un torbellino de llamas negras que se disparó hacia Rin con una velocidad aterradora.
Rin saltó hacia atrás, apenas esquivando el ataque. Las llamas rozaron su uniforme, el calor abrasador haciéndola sudar, y los estudiantes jadearon, sus ojos abiertos de par en par.
—"Mierda... no hay comparación," —murmuró uno.
—"Rin está perdida," —añadió otro.
Reika giró una llama en su mano, observándola con una indiferencia que era más intimidante que cualquier alarde.
—"¿Eso es todo lo que tienes?" —preguntó, su voz goteando desdén.
Rin, temblando de rabia, se preparó para cargar de nuevo, su orgullo superando cualquier lógica. Pero antes de que pudiera dar un paso, un estallido de energía abrumadora llenó el pasillo, deteniendo el tiempo mismo.
El aire se volvió pesado, y todos los presentes se quedaron en silencio, sus corazones latiendo con fuerza. Unos pasos tranquilos resonaron, acompañados por una voz despreocupada que cortó la tensión como un cuchillo.
—"Vaya, vaya... ¿pelea de chicas?"
Gojo Satoru.
Los estudiantes se apartaron de inmediato, abriendo paso al hechicero más fuerte, que avanzaba con su típica sonrisa despreocupada, las manos en los bolsillos, sus gafas oscuras brillando bajo la luz. Su presencia era una fuerza de la naturaleza, y aunque su tono era ligero, había una advertencia implícita que nadie podía ignorar.
—"Gojo..." —murmuró Rin, tragando saliva, su furia vacilando ante la llegada del maestro.
Reika cruzó los brazos, una ceja arqueada, su expresión una mezcla de diversión y fastidio.
—"Justo cuando empezaba a divertirme," —dijo, su voz cargada de sarcasmo.
Gojo inclinó la cabeza, sus labios curvándose en una sonrisa que era tanto burla como advertencia.
—"Sí, me di cuenta. Especialmente con esas llamitas tuyas. Pensé que estábamos en una escuela, no en un campo de batalla."
Sus ojos azules, apenas visibles tras las gafas, brillaban con diversión, pero su tono tenía un filo que hizo que los estudiantes contuvieran el aliento.
—"¿Sabes cuánto cuesta reparar este lugar?" —continuó, llevándose una mano al pecho con fingida indignación—. "No quiero que me descuenten del sueldo."
Los estudiantes rieron nerviosamente, aliviados por el cambio de tono. Reika rodó los ojos, incapaz de contener una sonrisa.
—"Dudo que necesites tu sueldo para vivir," —replicó, su voz cargada de desafío.
Gojo soltó una risa baja, su mirada fija en ella por un instante más de lo necesario, un destello de complicidad que solo ellos entendieron.
—"Tal vez," —dijo, encogiéndose de hombros—. "Pero eso no es lo importante ahora."
Sin previo aviso, alzó una mano y chasqueó los dedos. La energía maldita de Gojo envolvió el pasillo, y Rin sintió su cuerpo paralizarse, sus movimientos detenidos por una fuerza invisible. Reika también sintió una presión sutil, pero no lo suficiente para inmovilizarla; era más una advertencia, un recordatorio de quién estaba a cargo.
—"Bien, ya fue suficiente por hoy," —dijo Gojo, su tono ligero pero firme—. "No quiero reportes de peleas en los pasillos... otra vez."
Volvió la mirada a Reika, su sonrisa ladeada cargada de un brillo travieso.
—"Tú... te pasaste un poquito, ¿no crees, pequeña pirómana?"
Ella se encogió de hombros, su expresión desafiante pero con un toque de diversión.
—"No es mi culpa si me provocan."
Gojo rió, un sonido que resonó en el pasillo y relajó la tensión.
—"Sí, claro. Y yo soy el director de la academia."
Dio unos pasos y colocó una mano en la cabeza de Rin, quien todavía temblaba de furia, su muñeca palpitando por la quemadura.
—"Tú... vete a curarte esa muñeca," —dijo, su tono casual pero con una advertencia implícita—. "No es tan grave, pero no quiero escándalos innecesarios."
Luego miró a Reika, señalándola con un dedo y una sonrisa que era puro Gojo.
—"Y tú, mi querida alborotadora, ven conmigo."
Reika alzó una ceja, cruzando los brazos.
—"¿Para qué?"
—"Para que me cuentes qué tan divertido fue todo esto~" —respondió, guiñándole un ojo antes de girarse y caminar por el pasillo, haciendo un gesto para que lo siguiera.
Los estudiantes soltaron risitas nerviosas, sus susurros llenando el aire mientras Reika suspiraba y lo seguía, sus manos en los bolsillos, su expresión una mezcla de fastidio y diversión. Rin, todavía sujetando su muñeca, apretó los dientes, su rabia contenida pero lejos de apagarse.
El combate había terminado. Pero la rivalidad... estaba apenas comenzando.
El Gran Castigo de Gojo Satoru
Los pasillos de la academia vibraban con los susurros de los estudiantes, sus ojos siguiendo a Gojo y Reika mientras caminaban juntos, la tensión del enfrentamiento aún fresca en el aire.
—"¿Creen que la castigará en serio?" —preguntó uno, su voz baja pero cargada de curiosidad.
—"Pfff, como si Gojo fuera de los que castigan," —respondió otro, riendo por lo bajo.
—"Sí, pero esta vez se armó un escándalo. Hasta Utahime y Shoko se enteraron," —añadió una tercera voz, mirando de reojo a Rin, que seguía a la distancia, sosteniendo su muñeca con una expresión de furia contenida.
Reika, con las manos en los bolsillos, lanzó una mirada de reojo a Gojo, su paso relajado pero su mente alerta. La noche anterior aún ardía en su memoria, pero aquí, bajo las miradas de los estudiantes y las sospechas de Rin, debía mantener las apariencias.
—"¿De verdad vas a castigarme?" —preguntó, su tono burlón pero con un matiz de curiosidad.
Gojo no dejó de caminar, pero giró ligeramente la cabeza hacia ella, su expresión de una seriedad tan exagerada que casi parecía una parodia.
—"Por supuesto," —dijo, su voz solemne, como si estuviera pronunciando un veredicto histórico.
Los estudiantes cercanos contuvieron el aliento, sus ojos abiertos de par en par. Reika entrecerró los suyos, analizándolo, buscando el truco detrás de su fachada.
—"No te creo," —replicó, su sonrisa curvándose con desafío.
—"Oh, pero deberías," —dijo Gojo, deteniéndose en medio del pasillo con un suspiro dramático que hizo que los estudiantes se acercaran, expectantes—. "Tu comportamiento de hoy ha sido inaceptable. Como tu maestro, no puedo permitir que esto pase por alto."
Rin, todavía cerca, sonrió con satisfacción, sus ojos brillando con un triunfo que creía asegurado.
—"Al fin alguien le pone un alto... aunque sea Gojo," —murmuró, su voz cargada de veneno.
Gojo se volvió hacia Reika, cruzando los brazos con una expresión que era la definición de teatralidad.
—"Voy a tener que tomar medidas drásticas contigo," —anunció, su tono tan serio que algunos estudiantes sintieron un escalofrío.
Los murmullos crecieron, un coro de especulaciones.
—"¿Castigo serio? ¿De verdad?"
Reika lo miró, su burla apenas contenida.
—"¿Medidas drásticas?" —repitió, alzando una ceja.
Gojo suspiró, quitándose las gafas lentamente, sus ojos azules destellando con una mezcla de diversión y algo más, un brillo que solo Reika reconoció. Se inclinó hacia ella, su voz baja, teatral, resonando en el pasillo.
—"¡Serás obligada a limpiar mi oficina! ¡Con tus propias manos!"
El silencio que siguió fue casi cómico. Los estudiantes se miraron entre sí, procesando la "sentencia". Luego, una risa contenida rompió el aire, seguida por un coro de murmullos decepcionados.
—"¡¿Qué?!"
Reika parpadeó, incrédula, antes de soltar un bufido.
—"¿Me estás jodiendo?"
Gojo negó con la cabeza, su expresión solemne pero con un brillo travieso en los ojos.
—"Para nada. Como castigo ejemplar, limpiarás mi oficina, que misteriosamente quedó hecha un desastre anoche," —dijo, lanzando una mirada de reojo a Rin, cuya sonrisa se desvaneció, reemplazada por una mueca de furia—. "No sé quién podría haber hecho semejante cosa..."
Reika contuvo una risa, llevándose una mano a la frente.
—"Esto es una broma."
—"No, no, no. ¿Acaso crees que esto es un juego?" —Gojo llevó una mano a su corazón, fingiendo indignación—. "El estado de mi oficina es un problema serio. Así que considérate castigada."
Reika suspiró, negando con la cabeza, pero una sonrisa traicionera curvó sus labios.
—"Como sea."
—"Bien. Vamos," —dijo Gojo, girando sobre sus talones con una floritura, como si fuera el protagonista de su propia obra. Antes de desaparecer por el pasillo, lanzó una última frase a los estudiantes, su voz resonando con un tono cantarín—. "¡Recuerden, niños! El castigo es esencial para el crecimiento personal~"
Los estudiantes suspiraron, algunos riendo, otros sacudiendo la cabeza.
—"Este tipo nunca cambia," —murmuró uno.
Rin, en cambio, estaba roja de ira, sus puños apretados.
—"¡Maldito Gojo!" —siseó, su orgullo herido ardiendo más que la quemadura en su muñeca.
Oficina de Gojo.
La puerta de la oficina se cerró con un clic suave, aislando a Gojo y Reika del bullicio del pasillo. El desastre los recibió: papeles esparcidos, libros volcados, carpetas abiertas como si alguien hubiera intentado descifrar los secretos de Gojo a la fuerza. Reika cruzó los brazos, alzando una ceja mientras observaba el caos.
—"Vaya, Utahime se lució," —dijo, su tono seco pero con un matiz de diversión.
Gojo no respondió de inmediato. En cambio, se inclinó hacia adelante, apoyando las manos en las rodillas, y soltó una carcajada tan fuerte que su cuerpo se sacudió, el sonido llenando la oficina como una explosión.
—"¡JAJAJAJAJAJA!"
Reika lo miró, su expresión oscilando entre fastidio y diversión.
—"¿Terminaste?" —preguntó, cruzando los brazos con más fuerza.
Gojo se enderezó, limpiándose una lágrima imaginaria del ojo mientras intentaba recuperar el aliento.
—"Dios... ¡no podía aguantarme más!" —dijo, dejándose caer en su silla, que crujió bajo su peso—. "La cara de Rin fue oro puro. Seguro pensó que te iba a expulsar o algo así."
Reika bufó, apoyándose contra el escritorio, su cabello rojo cayendo en mechones rebeldes sobre sus hombros.
—"¿Y todo esto solo para molestar a Rin?"
—"Oh, sí. Absolutamente," —respondió Gojo, reclinándose en la silla, sus manos detrás de la cabeza, su sonrisa amplia y traviesa—. "No es que haya sido la mejor manera de encarar el problema, pero admitámoslo, Rin siempre ha traído problemas. Y tú le diste un buen susto."
Reika sonrió de lado, una chispa de orgullo en sus ojos.
—"No fue mi culpa," —dijo, encogiéndose de hombros—. "Ella empezó."
—"Ajá, claro," —replicó Gojo, alzando las manos en fingida rendición. Luego señaló el desastre en su escritorio, su tono volviéndose más juguetón—. "Pero bueno, ya que estás aquí... ¿quieres empezar por los libros o por la montaña de papeles?"
Reika puso los ojos en blanco, empujándose del escritorio con un movimiento grácil.
—"Limpia tú solo," —dijo, su voz cargada de burla—. "Ya recibí suficiente castigo peleando con Rin."
Gojo soltó una risa, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y algo más, un calor que recordaba la noche anterior.
—"Eres la mejor alumna de todas," —dijo, su tono goteando sarcasmo pero también afecto.
Reika le lanzó un libro, que él atrapó con una sola mano sin siquiera mirar, su sonrisa ampliándose. La risa de Gojo volvió a llenar la oficina, un sonido que disolvió cualquier resto de tensión.
—"Vamos, no te enojes," —dijo, levantándose de la silla y acercándose a ella, su presencia llenando el espacio—. "Al menos fue un espectáculo divertido, ¿no?"
Reika intentó mantener el ceño fruncido, pero una pequeña sonrisa traicionó su fachada. Lo miró, sus ojos encontrándose con los de él, y por un instante, el caos de la oficina, las sospechas de Rin, la furia de Utahime, todo se desvaneció. Eran solo ellos, compartiendo un momento de complicidad, un recordatorio de por qué valía la pena arriesgarlo todo.
—"Idiota," —murmuró, pero su voz era cálida, sus labios curvándose en una sonrisa genuina.
Gojo le guiñó un ojo, inclinándose ligeramente hacia ella, su voz baja, íntima.
—"Encantado de serlo, pelirroja."
Pero en el fondo, ambos sabían que el juego se estaba volviendo más peligroso. Rin y Utahime no se detendrían, y cada paso que daban juntos los acercaba más a un escándalo que podría cambiarlo todo.
—"Vaya, Utahime se lució," —dijo, su tono seco pero con un matiz de diversión.
Gojo no respondió de inmediato. En cambio, se inclinó hacia adelante, apoyando las manos en las rodillas, y soltó una carcajada tan fuerte que su cuerpo se sacudió, el sonido llenando la oficina como una explosión.
—"¡JAJAJAJAJAJA!"
Reika lo miró, su expresión oscilando entre fastidio y diversión.
—"¿Terminaste?" —preguntó, cruzando los brazos con más fuerza.
Gojo se enderezó, limpiándose una lágrima imaginaria del ojo mientras intentaba recuperar el aliento.
—"Dios... ¡no podía aguantarme más!" —dijo, dejándose caer en su silla, que crujió bajo su peso—. "La cara de Rin fue oro puro. Seguro pensó que te iba a expulsar o algo así."
Reika bufó, apoyándose contra el escritorio, su cabello rojo cayendo en mechones rebeldes sobre sus hombros.
—"¿Y todo esto solo para molestar a Rin?"
—"Oh, sí. Absolutamente," —respondió Gojo, reclinándose en la silla, sus manos detrás de la cabeza, su sonrisa amplia y traviesa—. "No es que haya sido la mejor manera de encarar el problema, pero admitámoslo, Rin siempre ha traído problemas. Y tú le diste un buen susto."
Reika sonrió de lado, una chispa de orgullo en sus ojos.
—"No fue mi culpa," —dijo, encogiéndose de hombros—. "Ella empezó."
—"Ajá, claro," —replicó Gojo, alzando las manos en fingida rendición. Luego señaló el desastre en su escritorio, su tono volviéndose más juguetón—. "Pero bueno, ya que estás aquí... ¿quieres empezar por los libros o por la montaña de papeles?"
Reika puso los ojos en blanco, empujándose del escritorio con un movimiento grácil.
—"Limpia tú solo," —dijo, su voz cargada de burla—. "Ya recibí suficiente castigo peleando con Rin."
Gojo soltó una risa, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y algo más, un calor que recordaba la noche anterior.
—"Eres la mejor alumna de todas," —dijo, su tono goteando sarcasmo pero también afecto.
Reika le lanzó un libro, que él atrapó con una sola mano sin siquiera mirar, su sonrisa ampliándose. La risa de Gojo volvió a llenar la oficina, un sonido que disolvió cualquier resto de tensión.
—"Vamos, no te enojes," —dijo, levantándose de la silla y acercándose a ella, su presencia llenando el espacio—. "Al menos fue un espectáculo divertido, ¿no?"
Reika intentó mantener el ceño fruncido, pero una pequeña sonrisa traicionó su fachada. Lo miró, sus ojos encontrándose con los de él, y por un instante, el caos de la oficina, las sospechas de Rin, la furia de Utahime, todo se desvaneció. Eran solo ellos, compartiendo un momento de complicidad, un recordatorio de por qué valía la pena arriesgarlo todo.
—"Idiota," —murmuró, pero su voz era cálida, sus labios curvándose en una sonrisa genuina.
Gojo le guiñó un ojo, inclinándose ligeramente hacia ella, su voz baja, íntima.
—"Encantado de serlo, pelirroja."
Pero en el fondo, ambos sabían que el juego se estaba volviendo más peligroso. Rin y Utahime no se detendrían, y cada paso que daban juntos los acercaba más a un escándalo que podría cambiarlo todo.
Utahime en soledad.
En la soledad de su propia habitación, lejos de los pasillos bulliciosos de la Academia de Hechicería de Tokio, Utahime permanecía de pie bajo la luz tenue de una lámpara. El resplandor ámbar apenas iluminaba la mitad de su rostro, dejando la otra sumida en sombras, un reflejo de la dualidad que la consumía: furia contenida y una determinación fría como el acero.
En sus manos, sostenía un pequeño broche de cabello, delicado, con un diseño sencillo pero distintivo, su superficie metálica capturando la luz en destellos que parecían burlarse de ella. Lo observaba con una intensidad que rayaba en la obsesión, girándolo entre sus dedos como si pudiera extraer de él las respuestas que tanto anhelaba. Este no era un objeto cualquiera. Lo había encontrado en la oficina de Gojo, medio escondido entre los papeles revueltos, un detalle que podría haber pasado desapercibido para cualquiera menos para ella. Utahime no creía en las casualidades, no cuando se trataba de Satoru Gojo.
Su mente era un torbellino, repitiendo cada momento, cada pista, cada interacción que había presenciado. ¿Cómo podía Gojo ser tan... exasperantemente despreocupado? Caminaba por la academia con esa sonrisa arrogante, como si el mundo entero estuviera a sus pies, como si sus secretos estuvieran a salvo detrás de esos ojos azules impenetrables. Pero Utahime no era de las que se dejaban engañar. Había visto las miradas, los gestos, las ausencias inexplicables. Y ahora, este broche, un objeto tan pequeño pero tan condenatorio, era la prueba tangible de que algo estaba mal.
—"No van a hacerme pasar por tonta..." —murmuró, su voz un susurro cargado de rabia contenida, sus...
La furia que ardía en su pecho era más que personal. Era un deber, una responsabilidad hacia la academia, hacia los estudiantes, hacia el equilibrio que mantenía el mundo de los hechiceros. Gojo, con su talento sobrenatural y su actitud insolente, siempre había sido una espina en su lado, pero esto era diferente. Esto era un desafío directo, una burla a su autoridad, a su capacidad para mantener el orden. Y el broche en sus manos no era solo un objeto; era un vínculo, una conexión con alguien que compartía los secretos de Gojo. Su mente susurraba un nombre, uno que no quería pronunciar pero que se volvía más claro con cada latido: Reika.
La pelirroja, con su fuego maldito y su actitud desafiante, había estado demasiado cerca de Gojo. Utahime había visto las miradas, los gestos, las sonrisas que duraban un segundo de más. Había notado cómo Reika llegaba tarde a clases, cómo Gojo la defendía con una ligereza que no usaba con nadie más. Y ahora, este broche, con su diseño de pétalos que recordaba vagamente el rojo de su cabello, era una pieza del rompecabezas que no podía ignorar. ¿Era de ella? ¿Era una marca de su presencia en la vida de Gojo, en su oficina, en lugares donde no debería estar?
—"Voy a averiguarlo todo... de una vez por todas," —dijo, su voz fría, firme, cortando el silencio como un cuchillo. Sus ojos, reflejados en el broche, eran un incendio de determinación.
Se acercó a su escritorio, el broche aún en su mano, y lo colocó con cuidado en una caja pequeña junto a su libreta de notas. Cada página estaba llena de observaciones, de detalles que había recopilado: horarios, encuentros, comentarios de Rin. La estudiante había sido la chispa que encendió esta investigación, con sus sospechas y su rabia, pero Utahime sabía que necesitaba más que rumores. Necesitaba pruebas irrefutables, algo que ni Gojo, con todo su carisma, pudiera esquivar.
Se sentó, sus dedos tamborileando sobre la madera, su mente trabajando a toda velocidad. No podía actuar impulsivamente; un movimiento en falso y Gojo se escabulliría, como siempre lo hacía. Pero tampoco podía esperar demasiado. Si Gojo y Reika estaban cruzando líneas prohibidas, si estaban poniendo en riesgo la academia con su relación, las consecuencias serían devastadoras. No solo para ellos, sino para todos los que dependían de la estabilidad que Utahime protegía.
La noche se adentraba en su punto más oscuro, las sombras en la habitación alargándose como presagios de un futuro incierto. Utahime alzó la mirada hacia la ventana, donde la luna, testigo de los secretos de la noche anterior, brillaba con una indiferencia cruel. Cerró los ojos, respirando profundamente, dejando que la furia se transformara en un plan. Cuando los abrió, su mirada era un faro de resolución, implacable, decidida.
—"Nadie juega con Utahime Iori," —susurró, su voz un juramento que resonó en la oscuridad.
Apagó la lámpara, sumiendo la habitación en sombras, pero el brillo del broche, apenas visible, parecía pulsar con vida propia. Afuera, la academia dormía, ajena a la tormenta que se gestaba. Pero en las sombras, las piezas del tablero comenzaban a moverse, y lo que Utahime descubriera a continuación cambiaría el juego para siempre.
En sus manos, sostenía un pequeño broche de cabello, delicado, con un diseño sencillo pero distintivo, su superficie metálica capturando la luz en destellos que parecían burlarse de ella. Lo observaba con una intensidad que rayaba en la obsesión, girándolo entre sus dedos como si pudiera extraer de él las respuestas que tanto anhelaba. Este no era un objeto cualquiera. Lo había encontrado en la oficina de Gojo, medio escondido entre los papeles revueltos, un detalle que podría haber pasado desapercibido para cualquiera menos para ella. Utahime no creía en las casualidades, no cuando se trataba de Satoru Gojo.
Su mente era un torbellino, repitiendo cada momento, cada pista, cada interacción que había presenciado. ¿Cómo podía Gojo ser tan... exasperantemente despreocupado? Caminaba por la academia con esa sonrisa arrogante, como si el mundo entero estuviera a sus pies, como si sus secretos estuvieran a salvo detrás de esos ojos azules impenetrables. Pero Utahime no era de las que se dejaban engañar. Había visto las miradas, los gestos, las ausencias inexplicables. Y ahora, este broche, un objeto tan pequeño pero tan condenatorio, era la prueba tangible de que algo estaba mal.
—"No van a hacerme pasar por tonta..." —murmuró, su voz un susurro cargado de rabia contenida, sus...
La furia que ardía en su pecho era más que personal. Era un deber, una responsabilidad hacia la academia, hacia los estudiantes, hacia el equilibrio que mantenía el mundo de los hechiceros. Gojo, con su talento sobrenatural y su actitud insolente, siempre había sido una espina en su lado, pero esto era diferente. Esto era un desafío directo, una burla a su autoridad, a su capacidad para mantener el orden. Y el broche en sus manos no era solo un objeto; era un vínculo, una conexión con alguien que compartía los secretos de Gojo. Su mente susurraba un nombre, uno que no quería pronunciar pero que se volvía más claro con cada latido: Reika.
La pelirroja, con su fuego maldito y su actitud desafiante, había estado demasiado cerca de Gojo. Utahime había visto las miradas, los gestos, las sonrisas que duraban un segundo de más. Había notado cómo Reika llegaba tarde a clases, cómo Gojo la defendía con una ligereza que no usaba con nadie más. Y ahora, este broche, con su diseño de pétalos que recordaba vagamente el rojo de su cabello, era una pieza del rompecabezas que no podía ignorar. ¿Era de ella? ¿Era una marca de su presencia en la vida de Gojo, en su oficina, en lugares donde no debería estar?
—"Voy a averiguarlo todo... de una vez por todas," —dijo, su voz fría, firme, cortando el silencio como un cuchillo. Sus ojos, reflejados en el broche, eran un incendio de determinación.
Se acercó a su escritorio, el broche aún en su mano, y lo colocó con cuidado en una caja pequeña junto a su libreta de notas. Cada página estaba llena de observaciones, de detalles que había recopilado: horarios, encuentros, comentarios de Rin. La estudiante había sido la chispa que encendió esta investigación, con sus sospechas y su rabia, pero Utahime sabía que necesitaba más que rumores. Necesitaba pruebas irrefutables, algo que ni Gojo, con todo su carisma, pudiera esquivar.
Se sentó, sus dedos tamborileando sobre la madera, su mente trabajando a toda velocidad. No podía actuar impulsivamente; un movimiento en falso y Gojo se escabulliría, como siempre lo hacía. Pero tampoco podía esperar demasiado. Si Gojo y Reika estaban cruzando líneas prohibidas, si estaban poniendo en riesgo la academia con su relación, las consecuencias serían devastadoras. No solo para ellos, sino para todos los que dependían de la estabilidad que Utahime protegía.
La noche se adentraba en su punto más oscuro, las sombras en la habitación alargándose como presagios de un futuro incierto. Utahime alzó la mirada hacia la ventana, donde la luna, testigo de los secretos de la noche anterior, brillaba con una indiferencia cruel. Cerró los ojos, respirando profundamente, dejando que la furia se transformara en un plan. Cuando los abrió, su mirada era un faro de resolución, implacable, decidida.
—"Nadie juega con Utahime Iori," —susurró, su voz un juramento que resonó en la oscuridad.
Apagó la lámpara, sumiendo la habitación en sombras, pero el brillo del broche, apenas visible, parecía pulsar con vida propia. Afuera, la academia dormía, ajena a la tormenta que se gestaba. Pero en las sombras, las piezas del tablero comenzaban a moverse, y lo que Utahime descubriera a continuación cambiaría el juego para siempre.