MI ALUMNA FAVORITA - CAP 9

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Unidad Okkotsu. Un último beso.
🌙
Ordenando el Desorden.
El eco de las pisadas resonaba hueco en los pasillos agrietados del Colegio Jujutsu. Las paredes todavía olían a ceniza, a energía maldita reciente, como si la maldición que había atacado la víspera hubiese dejado su aliento impregnado en cada rincón.
El sol apenas se filtraba entre los ventanales rotos, y el polvo danzaba en haces dorados, silencioso testigo de la catástrofe. Reika, Kaito y Rin se encontraban entre ruinas, escobas en mano y expresión de fastidio en el rostro.
Kaito, pintando con desgano una de las columnas rajadas, fue el primero en romper el silencio.
—"Considero injusto que tengamos que ser nosotros quienes arreglemos esto, siendo que gran parte del desastre lo provocó la señorita de las llamas rebeldes" —dijo, mirando de reojo a Reika.
Ella lo fulminó con los ojos, gruñó, pero no dijo nada. En su interior, sin embargo, las brasas se avivaban.
Rin, acomodando sus cuchillas como si barrer fuera una guerra, asintió:
—"Sí, me parece injusto. Yo al menos avisé antes de romper cosas."
Gojo apareció entonces, caminando con esa arrogancia etérea que parecía desafiar la gravedad misma. Llevaba una gaseosa en una mano y su celular en la otra. Su voz, sin perder el tono relajado, cortó el aire como una cuchilla envuelta en terciopelo.
—"Esto es trabajo en equipo, mis pequeños destrozalotodo. Además, Kaito, fuiste tú quien desestabilizó a la criatura con tu jueguito de frecuencias, haciendo que cayera rodando como piedra por los salones inferiores. Rin, ni qué decir: tus cuchillas fueron directamente contra una pared estructural. Lo sé porque lo vi todo desde mi palco VIP, arriba."
Kaito protestó, sin dejar de pintar:
—"Quizás si hubieras ayudado, otro gallo cantaría."
Gojo se encogió de hombros, se sentó sobre un montón de escombros como si fuera un banco de parque y encendió un video de gatos en su celular.
—"Sigan trabajando, ustedes pueden. Yo los superviso con amor... y memes."
Reika, con el ceño fruncido, se le acercó.
—"Deberías ayudarnos, al menos un poco."
Gojo se llevó la mano al pecho, fingiendo estar herido.
—"¿Yo? ¿Acaso tú, la causante del apocalipsis flamígero, estás dando órdenes ahora?"
—"¡Pero tú eres el maestro! ¡Se supone que debes guiarnos!" —rebatió Reika, alzando la voz.
Él la imitó en tono burlón:
—"¿Qué más quieres? ¿Que grite desde arriba 'eso no se quema, Reika', 'cuidado con la silla', '¡ese roble tenía familia!'?"
Ella le lanzó una escoba, que él esquivó sin perder la sonrisa. Se alejó con dignidad ofendida y comenzó a barrer una zona llena de cenizas.
—"Así me gusta, una niñita obediente. Ya sabes quién manda aquí" —musitó Gojo con sorna.
Reika, sin mirarlo, respondió con veneno dulce:
—"¿Ah, sí? Bien... no nos ayudes. Pero prepárate para estar sin tu paquetito especial de Reika por dos semanas... o más."
Gojo parpadeó. —"¿A qué te refieres?"
—"Oh, ya sabes... eso que te gusta tanto" —susurró ella, con una sonrisa maliciosa en los labios.
Kaito se volvió con una carcajada.
—"Vamos, maestro, no se haga el tonto. Se refiere a que no le prestará su cueva jugosa."
Reika se sonrojó, y Gojo también, aunque fue más rápido en la reacción: le lanzó una piedra a Kaito, quien no alcanzó a esquivarla.
—"¡Cuida esa boca, mocoso!"
Luego se volvió hacia Reika, alzando una ceja.
—"¿Cómo que no me prestarás tu cueva jugosa?"
—"¡Idiotas!" —se oyó la voz de Rin, que ya estaba cansada de la escena—. "Son todos unos idiotas hormonales."
Justo entonces, como una tormenta repentina, apareció Utahime con expresión fulminante.
—"¿No se supone que tú también deberías estar ayudando?"
Gojo se puso de pie con lentitud dramática.
—"¿Por qué todos me piden ayuda si soy el maestro?"
Utahime le arrojó una escoba con fuerza.
—"¡Justamente por eso, idiota! Si supervisaras como corresponde, nadie habría roto nada. Y encima me dejaste sola haciendo el informe de daños."
Gojo atrapó la escoba con una mano y giró sobre sus talones.
—"Está bien, ayudaré... joder. Pero solo porque quiero mi cuevita."
Todos soltaron una carcajada. Utahime entrecerró los ojos.
—"¿Cuevita?"
Kaito, aún sobándose el golpe en la frente, se puso de pie tambaleante.
—"Creo que necesito ir a la enfermería..."
Pero su tono tenía un matiz oculto. Desde hacía días rondaba a Shoko Ieiri con insistencia juvenil, aunque ella lo trataba como a un niño que juega a ser grande. Sin embargo, Kaito era persistente. Y ahora tenía la excusa perfecta.
Gojo lo miró de reojo y murmuró con una media sonrisa:
—"No sé si le preocupan más los golpes o las enfermeras."
Reika, a lo lejos, soltó una risa ligera.
En medio de ruinas, cenizas y reparaciones forzadas, algo ardía con más fuerza que la destrucción: los secretos, las bromas y ese lazo invisible que cada día parecía tensarse más entre Gojo y Reika. Un juego prohibido, sí... pero exquisitamente inevitable.
La enfermería — Donde las ilusiones van a morir con estilo.
Kaito se arrastró por el pasillo con una mano en la frente y la otra sobre el corazón, exagerando cada paso como si estuviese a punto de desmayarse. Se detuvo frente a la puerta de la enfermería y suspiró profundo, ensayando la expresión de cachorro herido.
Empujó la puerta con delicadeza. La sala olía a alcohol, incienso suave y algo dulzón... ¿jazmín? ¿vainilla? Difícil decirlo, pero el aroma se quedaba en la piel como una caricia que no pediste, y eso solo podía significar una cosa: ella estaba allí.
Shoko Ieiri, la médica de voz calmada y ojos que lo sabían todo sin decir nada, lo miró desde su escritorio sin levantar demasiado la cabeza.
—"¿Qué tienes ahora, Kaito? ¿Otra crisis existencial? ¿Te picó una mariposa maldita?"
Kaito se dejó caer en la camilla más cercana con un gemido dramático.
—"Me arrojaron una piedra. Tengo la frente rota... y el corazón también."
Shoko se levantó con parsimonia, acomodando su bata. Caminaba como si la gravedad fuera opcional, con un cigarro apagado colgando de los labios. Lo miró desde arriba, con la cabeza ladeada.
—"¿El corazón también? Qué grave. Tal vez deberíamos extirparlo."
Kaito sonrió con ese descaro que usaba como escudo.
—"Lo entregaría gustoso si lo sostienes tú."
Shoko le limpió la frente con una gasa y un poco de alcohol, sin dejar de mirarlo.
—"¿Sabes que tengo bisturíes más filosos que tu labia, verdad?"
—"¿Y aún así no me sacas de aquí? Hmm... peligrosa y tentadora. Definitivamente mi tipo."
Ella rió por lo bajo. Su voz sonaba como terciopelo con filo.
—"¿Tu tipo? Pensé que tu tipo era cualquier cosa con pulso."
—"Tú tienes algo más que eso. Tienes... elegancia letal. Belleza decadente. Encanto criminal." —Se incorporó un poco, con los ojos brillando—. "Y cuando te enojas, juro que hasta el oxígeno huye."
Shoko se acercó, apoyó las manos a ambos lados de la camilla y lo dejó entre sus brazos. Su rostro estaba peligrosamente cerca. Kaito se congeló por un instante, tragó saliva y olvidó cómo se respiraba.
—"¿Sabes, Kaito?" —murmuró ella, con voz suave—. "A veces me pregunto qué pasaría si te tomara en serio."
El chico abrió la boca para hablar, pero no alcanzó. Ella tomó un frasco de pomada fría y sin previo aviso se lo estrelló con suavidad en la cara.
—"Pero luego recuerdo que ni soñando."
Kaito parpadeó, cubriéndose la mejilla con expresión de trauma emocional. Shoko le guiñó un ojo, giró sobre sus talones y volvió a su escritorio como si nada.
—"Puedes quedarte hasta que se te pase la vergüenza... o la hinchazón, lo que ocurra primero."
Desde la camilla, Kaito se dejó caer de espaldas con un suspiro dramático, mirando el techo.
—"Estoy completamente enamorado."
Shoko, sin mirarlo, encendió su cigarro y dejó escapar una leve carcajada.
—"Lo estás... de la humillación."
El llamado de Okkotsu.
Mientras en otra ala del Instituto, algo distinto se gestaba.
El sol de la tarde caía inclinado sobre los ventanales del edificio reconstruido, bañando los pasillos con una luz dorada y fatigada. Gojo, reclinado junto a la baranda, recibió un mensaje. La pantalla de su teléfono brilló con un nombre que no veía desde hacía semanas.
Yuta Okkotsu.
Con el pulgar resbaló la notificación y respondió al instante.
—"Hola, Yuta, ¿cómo estás?" —saludó con su voz animada, aunque su alma no lo acompañaba del todo.
Del otro lado, la voz serena y algo más grave del joven respondió.
—"Hola, Gojo."
Una pausa. Luego Yuta fue directo al punto, como siempre.
—"Quería decirte que... una de tus estudiantes podría unirse a mi organización en el extranjero. Creo que puedo ayudarla a pulir su habilidad."
Gojo sintió que algo se revolvía dentro de su estómago.
—"¿Te refieres a Reika?" —preguntó sin adornos, sin rodeos. Porque en su pecho ya lo sabía.
—"Sí, claro. Kuromura Reika. Ella maneja un tipo de fuego maldito que sería extremadamente útil en una misión que tenemos en puerta. Su habilidad es letal en espacios amplios. Puede limpiar zonas enteras sin comprometer la precisión. He estado siguiendo su progreso por los informes que el director Yaga me manda. Solo necesitaba saber tu opinión."
Gojo no respondió de inmediato. El viento sopló leve, agitando su gabardina y el flequillo blanco que cubría apenas sus ojos. Se quedó mirando el horizonte, como si esperara que alguna respuesta se escribiera entre las nubes.
Y entonces lo dijo.
—"Sí... sí, Okkotsu. Ella necesita seguir creciendo. Su habilidad es precisa. Es... útil para limpiar zonas. Será una buena carta para ti."
—"Perfecto. Entonces haré el papeleo. Y luego el director Yaga se lo comunicará. Aunque, claro... todo dependerá de su decisión final."
—"Claro, tienes razón." —Gojo forzó una sonrisa, de esas que no llegan a los ojos—. "Seguimos en contacto."
—"Cuídate, Gojo-sensei."
Y la llamada terminó.
Gojo bajó el brazo, el celular aún entre sus dedos. Cerró los ojos por un instante. El silencio se volvió más denso. Y entonces, apenas un susurro de pensamiento le cruzó como cuchilla:
Así que se irá...
La Última prueba de fuerza.
El Instituto, aunque herido, ya mostraba signos de sanación. La pintura fresca cubría las paredes rotas. El polvo se disipaba, y las risas juveniles volvían a recorrer los patios.
Kaito, con un vendaje en la frente, pintaba murales a brochazos exagerados. Rin lanzaba risas como cuchillos y Reika, más tranquila, se concentraba en delinear detalles.
Desde la sombra de un árbol cercano, Gojo los observaba.
—"Reika, ven un momento." —su voz cortó el aire como campana de iglesia.
Ella dejó la brocha y se acercó, con una chispa en los ojos que solo aparecía cuando lo tenía cerca.
—"¿Sí?"
—"Entrenemos." —Su voz sonaba distinta. Firme. Fría. Como si algo en él estuviera conteniéndose.
—"¿Aquí?"
—"No aquí. Lejos. En un sitio donde no haya nadie. Quiero que me ataques. Sin restricciones. Como si quisieras destruirme."
Reika lo miró sorprendida. Por un instante, dudó si había escuchado bien. Pero la sombra de una sonrisa torcida apareció en sus labios.
—"Hace tiempo que no me pides eso..." —murmuró—. "¿Estás seguro?"
—"Lo necesito."
Ella asintió. No preguntó más. Porque algo en su pecho también temblaba, y en los ojos de él... algo estaba roto.
Ambos desaparecieron entre los portales del Instituto. Nadie supo a dónde fueron, solo que lo hicieron juntos, como si fuera la última vez.

Un campo deshabitado, tierra agrietada y aire denso. Reika se paró a unos metros de él. El viento revolvía su cabello rojo como llamas de su alma. Gojo se quitó la venda de los ojos. Aquellos ojos azules como cristales rotos la miraron sin parpadear.
—"No me midas, Reika."
Ella entrecerró los ojos, la energía maldita ya temblando en el aire como ceniza suspendida.
—"Entonces no me mires así."
Y al siguiente segundo, el suelo tembló. El fuego negro de Reika se alzó como un lamento del inframundo, devorando todo a su paso.
Gojo no esquivó al principio. Quería sentirlo. Quería saber cuánto dolería perderla.
Pero Reika... Reika ya no era la misma niña. Y las llamas no eran un juego.

Las llamas negras cayeron como un presagio, silenciosas, devorando la luz sin ceder un ápice de calor. No cantaban, no crepitaban; eran un vacío que consumía. En el centro del campo, Gojo Satoru permanecía inmóvil, el viento agitando su cabello blanco mientras el fuego lamía los bordes de su haori, incapaz de tocarlo. Sus ojos, ocultos tras la venda, parecían perforar el alma de Reika.
Ella avanzó, paso a paso, envuelta en su maldición. Las llamas malditas danzaban a su alrededor, negras como la medianoche, abrasando la tierra hasta convertirla en cenizas. Su rostro, endurecido por la desconfian za, buscaba respuestas en él.
—"¿Por qué me trajiste aquí, Satoru?" Su voz temblaba, pero no de miedo, sino de una furia contenida. —"¿Es un castigo?"
Gojo ladeó la cabeza, su sonrisa apenas un eco de su usual arrogancia.
—"No es un castigo, Reika." Sus palabras eran suaves, pero cortaban como un filo. —"Es una despedida."
El aire se detuvo. Los ojos de Reika se abrieron de par en par, incrédulos, como si no pudiera procesar lo que acababa de escuchar. Las llamas a su alrededor titubearon, reflejando su confusión.
—"¿Despedida?" repitió, su voz quebrándose. —"¿De qué estás hablando?"
Gojo suspiró, cruzando los brazos con una calma que solo avivó la tormenta en el pecho de Reika.
—"Yuta Okkotsu necesita a alguien como tú en el extranjero. Tus habilidades... han superado lo que puedo enseñarte." Hizo una pausa, y su tono se endureció. "Es hora de que sigas tu propio camino."
Reika dio un paso atrás, como si las palabras la hubieran golpeado físicamente. Su mente se tambaleaba, atrapada en la ingenuidad de quien había creído que su amor era intocable, que Satoru, el hombre que desafiaba al mundo, nunca la dejaría ir.
—"¿Mi propio camino?" Sus manos temblaron, y las llamas se alzaron más alto, oscureciendo el cielo. —"¿Sin ti? ¡No! ¡No es una obligación! ¡Puedo quedarme!"
—"No, Reika." La voz de Gojo era firme ahora, desprovista de su usual ligereza. —"Debes irte. Es tu deber como hechicera. Crecer. Ser más fuerte."
Ella lo miró, suplicante, buscando en él una grieta, un atisbo de duda.
—"¿Y tú? ¿No puedes venir conmigo?" Su voz era casi un ruego, vulnerable, infantil.
Gojo dejó escapar una risa amarga, pero no había alegría en ella.
—"No, cariño. Mi lugar está aquí, en el colegio Jujutsu. Enseñando. Protegiendo." —Hizo una pausa, y su voz bajó a un susurro. —"Esto... nosotros... siempre tuvo un final."
El mundo de Reika se derrumbó en ese instante. Las lágrimas brotaron, pero las contuvo, apretando los dientes hasta que le dolieron. No quería llorar frente a él. No quería darle la satisfacción de verla rota. Pero la furia, esa furia ardiente que siempre había sido su fuerza, comenzó a desbordarse.
—"No..." susurró, su voz temblando de rabia. —"No tiene por qué terminar. ¡No lo acepto!"
Intentó alcanzarlo, sus dedos rozando el borde de su haori, pero Gojo se deslizó fuera de su alcance con una facilidad insultante, su técnica del infinito manteniéndola a raya.
—"Basta, Reika." Su tono era frío ahora, autoritario. —"No eres una niña. Tienes un deber. Acéptalo."
Esas palabras fueron la chispa. La ingenuidad de Reika, su esperanza de que él lucharía por ella, estalló en un incendio de furia pura. Sus ojos brillaron con un fuego negro, y el aire a su alrededor se volvió denso, asfixiante.
—"¡No me hagas esto, Satoru!" —gritó, su voz resonando como un trueno. —"¡No me obligues a odiarte!"
Y entonces, atacó.
Oscurare: Llama del Olvido.
Una ola colosal de fuego maldito se alzó, no como llamas, sino como un océano de sombras vivas que devoraban todo a su paso. El suelo se deshizo en carbón, el aire se volvió veneno, y el cielo mismo pareció retorcerse bajo el peso de su técnica. Gojo se impulsó hacia atrás en el último instante, su infinito deteniendo las llamas a centímetros de su piel. Pero incluso él, el intocable, sintió el calor mortal rozando su barrera.
—"Vaya..." —murmuró, con una sonrisa torcida que no alcanzó sus ojos. —"Esto se puso interesante."
Reika no respondió. Su cuerpo brilló, envuelto en una aura de sombra pura. Soma Nihil. Su técnica definitiva, la que convertía su carne en un canal de destrucción absoluta. Se lanzó hacia él, moviéndose más rápido de lo que el ojo podía seguir, cada golpe suyo una explosión de llamas negras que desintegraban el espacio mismo. Gojo bloqueó con su infinito, pero las barreras crujían, forzadas al límite por la intensidad de su ataque.
—"¡Reika, detente!" —gritó, pero ella no escuchaba. Sus ojos estaban vacíos, consumidos por la rabia y el dolor.
—"¿Miedo, Satoru?" —escupió ella, su voz distorsionada por el poder que la recorría. —"¡Dijiste que eras el más fuerte! ¡Demuéstralo!"
Un puñetazo suyo atravesó el infinito por una fracción de segundo, rozando el rostro de Gojo y dejando una quemadura leve en su mejilla. Él parpadeó, sorprendido, y por primera vez, una sombra de duda cruzó su mente. Reika no era solo fuerte. Era un cataclismo. Como Wanda Maximoff en su apogeo, su poder no conocía límites cuando su corazón estaba roto.
—"Reika..." —comenzó, pero ella lo interrumpió con un rugido.
Crepusculum Aeterna.
El mundo se oscureció. Las llamas malditas se condensaron en una esfera negra que flotaba sobre su mano, un agujero negro de energía maldita que absorbía la luz, el sonido, la vida misma. Gojo sintió cómo su propia energía comenzaba a ser arrastrada hacia ella, como si Reika estuviera arrancándole el alma.
—"No quiero hacerte daño..." —susurró ella, pero su voz estaba rota, mezclada con sollozos. —"Pero no me dejas otra opción."
Gojo alzó una mano, preparándose para usar su técnica más poderosa, el Hollow Purple, pero vaciló. Sus ojos, ahora sin la venda, encontraron los de ella. Y lo que vio no fue solo furia, sino un dolor tan profundo que lo paralizó.
—"Reika... lo siento."
Ella lanzó la esfera. El impacto fue devastador. La tierra se partió, el cielo se desgarró, y Gojo, incluso con su infinito, fue arrojado hacia atrás, su cuerpo estrellándose contra una colina cercana. El polvo se alzó, y por un momento, todo quedó en silencio.
Reika cayó de rodillas, las llamas desvaneciéndose, su cuerpo temblando. Las lágrimas finalmente escaparon, rodando por sus mejillas mientras miraba el cráter donde Gojo había caído.
—"¿Por qué... me hiciste esto?" —susurró.
Pero entonces, una risa suave rompió el silencio. Gojo emergió del polvo, magullado, con sangre corriendo por un corte en su frente, pero vivo. Sus ojos brillaban con una mezcla de orgullo y tristeza.
—"Eres increíble, Reika." —dijo, su voz suave. —"Más fuerte de lo que nunca imaginé. Pero... esto no cambia nada. Tienes que irte."
En la Heladería.
El sol se filtraba por la ventana de la heladería, bañando la mesa en un resplandor cálido que contrastaba con el frío silencio entre ellos. Reika sostenía su helado, la cucharita inmóvil, sus ojos fijos en el vacío más allá del cristal. Su rostro era una máscara de tristeza, pero no dejaba que las lágrimas escaparan. No todavía. Gojo, sentado frente a ella, la observaba con una intensidad que traicionaba su habitual desenfado. Él también estaba roto por dentro, pero su sonrisa, esa armadura que nunca se quitaba, lo ocultaba.
Tomó un bocado de su helado, más por romper la quietud que por hambre, y finalmente habló.
—"Jaja, ¿recuerdas cuando me decías que me creía la reencarnación de Jesucristo?" —Su tono era ligero, pero había un filo de nostalgia en él.
Reika dejó escapar una risa débil, casi mecánica, sin apartar la mirada de la ventana. —"Jajaja, y me atacabas, y ni siquiera sabías cómo." —Su voz era suave, distante, como si estuviera atrapada en un recuerdo que no podía soltar.
Gojo inclinó la cabeza, observándola con más atención. —"Recuerdo cuando quemaste el gimnasio... y tantas cosas." —Hizo una pausa, y su voz se volvió más baja, más íntima. —"Te enseñé a controlar tus habilidades, Reika, pero... sin querer, tú me enseñaste a relajar mi corazón."
Ella finalmente lo miró, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de sorpresa y dolor. Gojo sostuvo su mirada, y por un instante, la fachada del hechicero más fuerte del mundo se resquebrajó.
—"Tengo experiencia, siempre me decías." —Continuó, su voz ahora un murmullo. —"Pero jamás me enamoré, Reika. Jamás sentí esto por nadie que no fueras tú. Por eso me asustaba. Nunca... nunca me había sentido vulnerable en mi vida."
Reika tragó saliva, el helado olvidado en su mano. Sus dedos apretaron la cucharita con tanta fuerza que temblaron. No sabía cómo responder a esa confesión, a esa grieta en el alma de Satoru Gojo, el hombre que parecía intocable. Tomó un bocado de su helado, más para ganar tiempo que por otra cosa.
—"Te agradezco por eso..." —dijo él, su voz casi inaudible. —"Por permitirme ser el primero en tu vida, en cuerpo y alma. Por hacerme sentir humano, real... simplemente yo."
Un suspiro escapó de sus labios, y por un segundo, sus ojos azules, libres de las gafas de sol, reflejaban una tristeza que Reika nunca había visto en él. Ella sintió un nudo en la garganta, pero se obligó a hablar.
—"Gracias a ti, Hisopo." —Su apodo para él salió con un dejo de cariño que dolió más de lo que debería. —"Por enseñarme tantas cosas... Aprendí tanto contigo. De verdad pensé que esto..." —Hizo un gesto vago hacia sí misma, hacia las llamas malditas que siempre la habían definido —"que lo que soy no se podía controlar. Pero contigo aprendí que sí. Es algo que te agradezco, y que te agradeceré siempre."
Se giró completamente hacia él, dudando un instante antes de extender su mano. Sus dedos rozaron los de Gojo, cálidos y firmes, y finalmente los entrelazó con los suyos. El contacto fue eléctrico, un recordatorio de todo lo que estaban a punto de perder.
—"Siempre serás el único en mi corazón," —susurró ella, su voz temblando. —"De eso estoy segura. Pero tienes razón en una cosa... Somos hechiceros. Estamos hechos para vivir así... como armas."
Gojo frunció el ceño, su sonrisa volviendo por un instante, aunque era más triste que burlona. —"No digas eso. No somos armas."
Ella le devolvió una sonrisa amarga, sus ojos brillando con lágrimas que se negaba a derramar. —"Aunque duela admitirlo, es verdad, Satoru."
Él la miró un segundo, sus dedos apretando los de ella con una intensidad que contradecía su expresión calmada. —"No para mí. No contigo."
El momento se congeló, sus manos entrelazadas como un último ancla en un mundo que los arrastraba en direcciones opuestas. Pero entonces, el celular de Gojo vibró sobre la mesa, rompiendo el silencio como un disparo. Él lo miró, y su rostro se endureció al leer el mensaje.
—"Maldición, justo ahora..." —gruñó, claramente enojado. Sus ojos escanearon la pantalla: una misión, lejos, en solitario. Urgente. Como si el destino mismo estuviera decidido a arrancarlos el uno del otro.
Reika soltó su mano lentamente, como si el gesto le costara un esfuerzo físico. —"¿Una misión?" —preguntó, su voz plana, aunque el dolor era evidente en sus ojos.
—"Sí." —Gojo guardó el teléfono, su tono cortante. —"Algo que no puede esperar, al parecer."
Ella asintió, mirando de nuevo por la ventana, como si pudiera escapar de la realidad a través del cristal. —"Siempre es así, ¿verdad? El deber primero."
—"Reika..."— comenzó él, pero ella lo interrumpió, levantándose de la silla con una brusquedad que hizo temblar la mesa.
—"No digas nada, Satoru." —Su voz era firme, pero temblaba en los bordes. —"Solo... vete. Haz lo que tienes que hacer. Yo también lo haré."
Él se puso de pie, su altura imponente llenando el espacio, pero por primera vez, no parecía invencible. —"No quiero que sea así," —murmuró, casi para sí mismo.
—"Pero es como tiene que ser," —respondió ella, dando un paso atrás. Sus manos se cerraron en puños, y por un instante, el aire a su alrededor se calentó, un eco de las llamas malditas que siempre la acompañaban. —"Adiós, Satoru."
Sin esperar su respuesta, salió de la heladería, dejando el helado a medio derretir sobre la mesa. Gojo se quedó allí, solo, mirando la puerta por donde ella había desaparecido. Sus manos se cerraron en puños, y por un momento, sus ojos brillaron con una furia contenida, no contra Reika, sino contra el mundo que los obligaba a separarse.
—"Fue un error enamorarme de ti," —susurró al vacío, sabiendo que era mentira.
Al día siguiente en el salón de clases.
El sol entraba a raudales por las ventanas del salón de clases, bañando las mesas en un resplandor dorado. El aire estaba lleno de risas y charlas animadas, un contraste vibrante con el peso que cargaba Reika en su pecho. Gojo no estaba allí ese día; había partido a una misión urgente, dejando el aula bajo el mando de Utahime Iori. Su ausencia era como un hueco invisible para Reika, pero ella se esforzaba por ocultarlo, sonriendo y asintiendo mientras sus compañeros llenaban el espacio con su energía.
Utahime, de pie frente al pizarrón, golpeó la mesa con una regla para llamar la atención.
—"¡Silencio, todos! ¡No estoy aquí para perder el tiempo!" —exclamó, aunque su tono severo no podía ocultar el brillo de orgullo en sus ojos. —"Antes de empezar, quiero felicitar a Reika. Un ascenso tan rápido no es algo que se vea todos los días. ¡Estás a punto de trabajar con Okkotsu en el extranjero, nada menos!"
El salón estalló en aplausos y silbidos. Rin, sentada cerca de Reika, se inclinó hacia ella con una sonrisa traviesa. —"Wow, Reika, quién lo habría pensado. ¿Así que serás la nueva reina del jujutsu internacional?"
Reika rió, aunque la risa no llegó del todo a sus ojos.
—"No sé si reina, Rin. Solo... voy a hacer lo que pueda."
Kaito, desde el fondo del salón, alzó la voz con su característica energía.
—"¡Vamos, Reika, no seas modesta! ¡Vas a quemar todo allá con tus llamas malditas!" —Hizo un gesto exagerado, como si lanzara fuego, ganándose risas de los demás.
—"¡Kaito, compórtate!" —lo regañó Utahime, cruzándose de brazos. —"Aunque... no está del todo equivocado. Reika, tu talento es excepcional. Estoy segura de que Okkotsu estará impresionado."
—"Gracias, sensei," —murmuró Reika, bajando la mirada hacia su escritorio. Allí, sobre la madera, descansaba una carpeta negra con letras doradas que decían "Okkotsu". Era oficial. La decisión estaba tomada. En pocos días, dejaría el instituto, a sus amigos, a Gojo... y todo lo que había conocido. Su corazón se apretó, pero mantuvo la compostura, escondiendo la tormenta de emociones bajo una sonrisa.
Rin notó su silencio y le dio un codazo suave. —"¿Qué pasa, Reika? ¿Nervios? ¡Oye, vas a estar con Yuta! Ese tipo es una leyenda, aunque un poco raro, ¿no?"
—"¡Rara tú!" —intervino otra compañera, que estaba apoyada contra la pared con su lanza en la mano.
—"Yuta es serio, nada más. Reika, no dejes que estos idiotas te distraigan. Vas a arrasar allá."
—"¡Eso, eso!" —añadió otro compañero, levantando una mano desde su asiento. —"¡Y si alguien te molesta, solo quémalos un poco! Como hiciste con el gimnasio, ¿te acuerdas?"
El salón estalló en risas otra vez, y hasta Utahime no pudo evitar sonreír. —"¡Oye, no le des ideas! Ese incidente fue un desastre."
Reika dejó escapar una risa genuina esta vez, agradecida por el calor de sus amigos. Pero sus ojos volvieron a la carpeta. Estaba emocionada, sí, y nerviosa... pero la tristeza la seguía como una sombra. Sin Gojo allí, el salón se sentía incompleto, como si una parte de su mundo ya se hubiera desvanecido.
—"¿Y dónde está el gran Gojo-sensei, de todos modos?" —preguntó Kaito, recostándose en su silla. —"¿Salvando el mundo otra vez?"
Utahime suspiró, claramente molesta. —"Resolviendo 'asuntos importantes', como siempre. Ese hombre nunca está cuando se le necesita."
—"¡Pobre Reika!" —bromeó Rin, guiñándole un ojo. —"Se va al extranjero y ni siquiera tiene a su sensei favorito para despedirla."
Reika forzó una sonrisa, apretando la carpeta contra su pecho. —"Está bien," —dijo, más para sí misma que para los demás. —"Todo estará bien."
Pero mientras las risas continuaban y Utahime intentaba retomar la clase, Reika no podía evitar sentir que una parte de su corazón ya estaba en otro lugar, con un hombre de cabello blanco que nunca volvería a ser suyo.
Último intento de un galán incomprendido.
Kaito se miró al espejo una última vez, ajustando su chaqueta negra sobre la camisa blanca impecable. Su cabello azul oscuro estaba peinado con un cuidado que no solía dedicarle, y sus ojos ámbar brillaban con una mezcla de determinación y nervios. Había probado todo con Shoko: hacerse el enfermo, el valiente, el servicial... incluso había seguido ese ridículo "libro de conquistas" que Gojo le había confiscado con una risita burlona. Nada había funcionado. Pero esta vez sería diferente. Esta vez, sería directo.
Con un suspiro, enderezó los hombros y caminó hacia la enfermería como si fuera a buscar a su novia, no a intentar conquistarla por enésima vez. El sol del atardecer pintaba el pasillo de tonos cálidos, y Kaito sintió que, por una vez, el universo estaba de su lado.
Entró en la enfermería sin dudar, encontrando a Shoko Ieiri revisando unos papeles en su escritorio. Ella alzó la vista, y una ceja se arqueó al verlo tan arreglado.
—"¿Kaito? Vaya, ¿te equivocaste de lugar o qué?" —bromeó, apoyando la barbilla en su mano. —"¿Esto es una cita o vienes a que te cure algo?"
Kaito sonrió, ignorando el sarcasmo.
—"Shoko Ieiri," —dijo, pronunciando su nombre con una seriedad que la hizo parpadear. Cerró la puerta detrás de él con un movimiento deliberado, el clic resonando en el silencio.
Shoko se recostó en su silla, cruzando los brazos con una sonrisa divertida.
—"Oh, esto se pone interesante. ¿Qué tienes planeado ahora, galán? ¿Otra técnica de tu libro mágico?"
Él dio un paso hacia ella, su expresión firme pero con un toque de vulnerabilidad.
—"No hay libro esta vez. Solo yo. Y tú."
Shoko rió, claramente disfrutando del espectáculo.
—"Vaya, qué dramático. ¿Ensayaste eso frente al espejo?"
—"Quizá," —admitió él, dando otro paso. Ahora estaba a solo un metro de ella, lo bastante cerca como para notar el leve rubor en sus mejillas, aunque Shoko lo ocultaba con su actitud despreocupada.
—"Pero no estoy aquí para jugar, Shoko. Llevo meses intentando que me tomes en serio, y estoy cansado de dar rodeos."
Ella lo miró, su sonrisa desvaneciéndose un poco.
—"¿Y qué quieres que diga, Kaito? ¿Que me tienes loca con tus intentos de conquista? Eres adorable, pero..."
—"No soy adorable," —la interrumpió, su voz baja pero intensa. Dio un paso más, inclinándose ligeramente hacia ella.
—"Soy un hombre que no puede dejar de pensar en ti. Que se arregla como idiota y viene aquí, una y otra vez, porque cree que vale la pena. Porque tú vales la pena."
Shoko parpadeó, claramente descolocada por la intensidad de sus palabras. Por un segundo, su fachada de indiferencia se tambaleó. —"Kaito..."
—"Una oportunidad," —insistió él, su voz casi un susurro. —"Eso es todo lo que pido. Si digo algo estúpido, si la cago, puedes echarme. Pero déjame intentarlo."
El silencio se alargó, cargado de tensión. Shoko lo miró, sus ojos oscuros escudriñando los suyos, buscando alguna señal de que esto era otro de sus juegos. Pero no la encontró. Kaito estaba allí, vulnerable, expuesto, y por primera vez, ella no supo qué decir.
Ella abrió la boca para soltar otro comentario mordaz, pero antes de que pudiera hablar, Kaito la besó. Fue un beso hambriento, urgente, que no dejaba espacio para dudas. Shoko se tensó por una fracción de segundo, sorprendida por la audacia, pero luego sus manos traicionaron su fachada de indiferencia, deslizándose hasta los hombros de él, aferrándose a la tela de su chaqueta. El beso se profundizó, sus lenguas encontrándose en una danza que era tanto desafío como rendición.
Cuando se separaron, ambos jadeaban. Shoko lo miró, sus mejillas encendidas, sus labios hinchados.
—"Eres un idiota," —susurró, pero no había veneno en sus palabras.
—"Y tú eres imposible," —respondió él, sonriendo mientras sus manos bajaban a la cintura de ella, atrayéndola hacia él. La levantó con facilidad, sentándola en el borde del escritorio. Los papeles y un par de bolígrafos cayeron al suelo, pero ninguno de los dos lo notó.
—"Kaito, estamos en la enfermería," —protestó ella, aunque su voz era más un susurro ronco que una objeción real. Sus manos ya estaban desabrochando los primeros botones de la camisa de él, revelando la piel bronceada debajo.
—"Entonces no metas ruido," —murmuró él contra su cuello, sus labios rozando la piel sensible justo debajo de su oreja. Shoko dejó escapar un gemido bajo, sus dedos apretando los brazos de Kaito mientras él besaba y mordisqueaba un camino descendente, desabotonando su blusa con una lentitud deliberada que la hizo estremecerse.
No podía creer que estuviera permitiendo esto. Shoko Ieiri, la mujer que siempre tenía el control, que se burlaba de los intentos de conquista de Kaito, estaba dejando que él la desnudara en su propio escritorio. Pero cada roce de sus manos, cada beso que dejaba una marca ardiente en su piel, hacía que su resistencia se desmoronara. Quería esto. Lo quería a él.
Kaito deslizó la blusa de Shoko por sus hombros, dejándola caer al suelo. Sus manos exploraron su piel, cálidas y firmes, trazando las curvas de su cintura, subiendo hasta rozar los bordes de su sujetador. Ella arqueó la espalda instintivamente, un gemido escapando de sus labios cuando él desabrochó el cierre y sus dedos encontraron su piel desnuda.
—"Kaito..." —jadeó ella, su voz entrecortada mientras él inclinaba la cabeza para besar sus senos, su lengua trazando círculos que la hizo temblar. Sus manos se enredaron en el cabello de él, tirando suavemente, guiándolo más cerca.
Él alzó la vista, sus ojos ámbar brillando con una mezcla de deseo y adoración. —"Dime que pare," —susurró, aunque ambos sabían que no lo haría a menos que ella lo pidiera de verdad.
—"No pares," —respondió ella, su voz apenas audible, pero cargada de una certeza que lo hizo sonreír.
Con un movimiento fluido, Kaito deslizó la falda de Shoko hacia arriba, sus manos fuertes levantándola ligeramente para acomodarla mejor sobre el escritorio. Ella lo ayudó, desabrochando su cinturón con dedos temblorosos, su respiración acelerada mientras él se deshacía de los últimos obstáculos entre ellos. El sonido de la tela cayendo al suelo fue casi inaudible bajo el latido de sus corazones.
Kaito la miró un momento, como si quisiera grabar cada detalle de ella en su memoria: el rubor en sus mejillas, el brillo de sus ojos, la forma en que sus labios se entreabrían con cada respiración. Luego, con una lentitud que era casi tortura, se acercó, tomando firmemente su eje y guiándose hacia ella. Shoko contuvo el aliento, sus uñas clavándose en los hombros de él cuando finalmente la penetró, llenándola con una intensidad que la hizo arquearse contra él.
—"Oh, Dios..." —gimió ella, su voz rompiéndose mientras él comenzaba a moverse, lento al principio, dejando que ella se ajustara a él. Cada embestida era deliberada, profunda, diseñada para hacerla perder el control. Shoko se aferró al escritorio, sus dedos apretando el borde mientras el placer la recorría en oleadas.
Kaito gruñó contra su oído, sus manos sujetando sus caderas con fuerza, manteniéndola en su lugar. —"Shoko..." —jadeó, su voz ronca de deseo. —"Eres... joder, eres perfecta."
Ella rió entre gemidos, un sonido entrecortado que se mezcló con el ritmo de sus cuerpos.
—"¿Perfecta? Sigue... sigue hablando..." —Pero sus palabras se desvanecieron en otro gemido cuando él aceleró, sus movimientos volviéndose más urgentes, más desesperados.
La enfermería, con su olor a antiséptico y su silencio clínico, se transformó en un espacio de pura intimidad. El riesgo de ser descubiertos, la puerta cerrada como única barrera, solo aumentaba la intensidad. Shoko sintió que el mundo se reducía a ellos dos, a la fricción de sus cuerpos, al calor que crecía en su interior. Sus gemidos se volvieron más fuertes, menos controlados, y Kaito respondió con un gruñido, sus labios capturando los de ella en un beso feroz que amortiguó sus sonidos.
—"Silencio... querida, ¿o quieres que alguien entre y nos vea así?" —preguntó con una voz maliciosa. —"Porque a mí me encantaría."
Ella rió por lo bajo. —"Cállate, tonto."
Kaito aumentó el movimiento de sus embestidas, moviéndose en círculos contra ella, buscando ese punto dulce en su interior.
—"Kaito... voy a..." —jadeó ella, sus piernas temblando mientras se aferraba a él, el clímax acercándose como una tormenta.
—"Lo sé," —murmuró él, sin detenerse, sus embestidas volviéndose más rápidas, más profundas. "Déjate ir, córrete, Shoko. Aférrate a mí."
Esas palabras, dichas con una mezcla de ternura y deseo, fueron su perdición. Shoko se arqueó contra él, un grito ahogado escapando de sus labios mientras el placer la atravesaba, su cuerpo temblando en sus brazos. Kaito la siguió momentos después, un gruñido bajo resonando en su pecho mientras se dejaba llevar, sus manos apretándola contra él como si no quisiera soltarla nunca.
Por un momento, solo se escucharon sus respiraciones entrecortadas, el aire cargado con el aroma de sus cuerpos y el eco de lo que acababan de compartir. Shoko, aún sentada en el escritorio, apoyó la frente contra el hombro de Kaito, su cuerpo relajado pero su mente dando vueltas.
—"No puedo creer que dejé que me tomaras..." —murmuró, su voz teñida de incredulidad y diversión.
Kaito rió, un sonido cálido y genuino, mientras deslizaba una mano por su espalda, trazando círculos suaves. —"Yo no puedo creer que me hayas dejado llegar tan lejos," —respondió, besando su frente. —"Pero me encantó."
Ella alzó la vista, sus ojos encontrándose con los de él. Había una chispa de desafío en su mirada, pero también algo más suave, algo que no estaba lista para nombrar. —"Esto no significa que eres mi novio, ¿sabes? ¡Y ni una palabra de esto con nadie!"
—"Por ahora, 'futura novia mía'," —dijo él, sonriendo con esa confianza que la volvía loca, aunque no lo admitiera ni admitiría jamás. —"Y tranquila, cariño, un caballero muere en silencio."
Shoko puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar sonreír. Por primera vez en mucho tiempo, se permitió disfrutar del momento, del calor de sus brazos, del latido de su corazón contra el suyo. La enfermería, con su puerta cerrada, se convirtió en su pequeño mundo, al menos por esa tarde.
Desmayo triunfal.
Kaito salió de la enfermería con el mismo aire de galán con el que había entrado. La puerta se cerró tras él con un suave clic, pero él no miró atrás. Su chaqueta negra colgaba perfectamente sobre sus hombros, su camisa blanca apenas arrugada, y su cabello azul oscuro brillaba bajo la luz del pasillo. Caminaba con un temple masculino que parecía gritar "conquisté el mundo". Su pecho estaba inflado, sus pasos firmes, y una sonrisa de satisfacción curvaba sus labios, como si acabara de ganar una batalla épica.
El pasillo del instituto estaba tranquilo, salvo por el sonido de sus pasos resonando contra el suelo. Pero entonces, una voz familiar lo llamó desde un rincón.
—"¿Kaito?" —Rin, apoyada contra una pared con los brazos cruzados, alzó una ceja. Su cabello rosa brillante destacaba bajo la luz, y su expresión era una mezcla de curiosidad y sospecha.
—"¿Qué te pasa? ¿Por qué caminas como si fueras el protagonista de una película de acción?"
Kaito no respondió. Ni siquiera la miró. Sus ojos ámbar estaban fijos en un punto invisible al final del pasillo, su mentón en alto, su postura impecable. Siguió caminando, como si Rin fuera un mero espectador en su gran momento de gloria. Ella frunció el ceño, confundida, y dio un paso hacia él.
—"¡Oye, te estoy hablando, idiota!" —gritó, pero Kaito ya estaba doblando la esquina, su silueta desapareciendo con una majestuosidad casi ridícula.
—"¿Qué demonios le pasa a este tipo?" —murmuró Rin para sí misma, rascándose la cabeza. Decidió seguirlo, más por curiosidad que por preocupación, manteniendo una distancia prudente.
Kaito llegó a los dormitorios masculinos, su aura de conquista intacta. Abrió la puerta de su habitación con un movimiento teatral, como si estuviera entrando a un escenario. Rin, escondida detrás de una esquina, lo observó con los ojos entrecerrados, esperando alguna explicación. Pero lo que pasó a continuación la dejó boquiabierta.
Kaito dio un paso dentro de la habitación, cerró la puerta tras de sí... y luego se desplomó. Un ruido sordo resonó cuando su cuerpo cayó al suelo, seguido de un silencio absoluto. La sensación de haber estado con Shoko, la mujer que lo había vuelto loco durante meses, había sido demasiado para su pobre corazón. El subidón de adrenalina, el orgullo, el éxtasis... todo colapsó en un desmayo dramático digno de una comedia.
Rin, que había corrido hacia la puerta al escuchar el golpe, la abrió de un empujón y encontró a Kaito tirado boca arriba, con una sonrisa idiota todavía en el rostro, como si estuviera soñando con su victoria. Sus brazos estaban extendidos, su chaqueta arrugada bajo él, y un leve ronquido escapó de su boca.
—"¿Qué... qué rayos?" —exclamó Rin, parpadeando con incredulidad. Se agachó junto a él, dándole un golpecito en la mejilla. —"¡Kaito! ¡Despierta, estúpido! ¿Qué te pasó?"
Pero Kaito no respondió. Estaba en su propio mundo, probablemente reviviendo cada segundo de su encuentro con Shoko en la enfermería. Rin se puso de pie, cruzándose de brazos y sacudiendo la cabeza.
—"Este tipo es un caso perdido," —murmuró, aunque una sonrisa divertida se dibujó en su rostro. —"Sea lo que sea que hizo, parece que valió la pena."
Sin saber si reír o arrastrarlo a la enfermería, Rin decidió dejarlo allí, cerrando la puerta con un suspiro. —"Hombres," —dijo al aire, caminando de vuelta por el pasillo, todavía tratando de descifrar qué demonios había pasado con su amigo.
Un último Beso.
El cielo estaba gris, una sábana opaca que no prometía tormenta ni sol, solo el peso de un cambio irrevocable. En las afueras del Instituto Jujutsu, un autobús negro aguardaba, su presencia imponente como un presagio. Llevaba el sello de la Unidad Okkotsu, grabado en tinta maldita que brillaba bajo la luz apagada. Los estudiantes, reunidos en los jardines, murmuraban con respeto. La llegada de un vehículo de la corporación Okkotsu era un evento raro, un símbolo de que un hechicero excepcional estaba a punto de ascender. Y ese hechicero era Reika.
Ella cruzaba los jardines por última vez, su bolso al hombro, la carpeta sellada con el nombre "Okkotsu" apretada contra su pecho. Los ojos de sus compañeros la seguían: algunos llenos de admiración, otros de envidia, muchos de tristeza. Reika no era solo una hechicera. Era la mejor. La más temida. La llama maldita que había aprendido a arder con propósito, a no consumir ciegamente. Pero bajo su porte firme, su corazón temblaba.
El director Yaga, con su rostro severo suavizado por el orgullo, le estrechó la mano. —"Has hecho un trabajo excepcional, Reika," —dijo, su voz grave resonando en el aire.— "Okkotsu es afortunado de tenerte. Haz que el instituto esté orgulloso."
—"Gracias, director," —respondió ella, inclinando la cabeza con respeto, aunque sus ojos vagaban, buscando algo... o a alguien.
Rin, con su cabello rosa brillando como un faro, se acercó corriendo, seguida de Kaito, cuya sonrisa era más contenida de lo habitual. —"¡Reika, no puedo creer que te vayas!" —exclamó Rin, abrazándola con fuerza.— "¡Promete que nos mandarás fotos! ¡Y que no te olvidarás de nosotros, eh!"
Luego se aproximó más cerca susurrando —"Y si ves un tipo guapo me mandas su Insta" —Reika rió por lo bajo.
Kaito, cruzado de brazos, añadió con un guiño: —"Y no quemes todo allá, ¿de acuerdo? Aunque... siendo tú, no me sorprendería." —Su tono era ligero, pero sus ojos reflejaban una tristeza que no podía ocultar.
Reika rió, un sonido suave que no alcanzó a disipar el nudo en su garganta. —"No los olvidaré. Y prometo no quemar demasiado." Sacaron sus teléfonos, tomándose selfies llenas de sonrisas forzadas, capturando un momento que todos sabían que no volvería.
Pero mientras los estudiantes charlaban y el conductor del autobús le hacía un gesto para que subiera, Reika sentía un vacío. Gojo no estaba. Su misión lo había retenido, y el tiempo se agotaba. Miró alrededor, escudriñando los rostros, los pasillos, los árboles. Nada.
—"Satoru..." susurró para sí misma, el nombre como una herida que no podía ignorar. Había jurado que lo aceptaría, que seguiría adelante. Pero una parte de ella, testaruda y vulnerable, necesitaba verlo. Aunque fuera por última vez.
Sus pasos se ralentizaron, cada metro hacia el autobús una despedida silenciosa. La puerta se abrió, el conductor esperando. Reika alzó la vista, su corazón latiendo con una mezcla de resignación y anhelo.
Y entonces, lo vio.
Entre la multitud de estudiantes, emergiendo de los pasillos como un relámpago, estaba Gojo Satoru. Agitado, con el cabello blanco revuelto, sin vendas ni gafas, sus ojos azules expuestos, crudos, humanos. No había rastro de su arrogancia habitual, solo una urgencia que cortaba el aliento. Corría hacia ella, ignorando las miradas de los estudiantes, los murmullos, incluso la presencia del director Yaga.
Reika se quedó congelada, su bolso deslizándose ligeramente de su hombro. Él no dijo nada. Ella tampoco. Gojo se detuvo frente a ella, su respiración entrecortada, y sin dudar, tomó su rostro entre sus manos. En un instante, la besó.
No fue un beso discreto. No fue un gesto escondido. Fue un acto descarado, desesperado, frente a todo el instituto: alumnos, profesores, el director. Sus labios se encontraron con una intensidad que detuvo el tiempo, un choque de pasión y despedida que decía todo lo que las palabras no podían. Los estudiantes jadearon, algunos rieron, otros apartaron la mirada, pero para Reika y Gojo, el mundo se redujo a ese instante.
Cuando se separaron, sus frentes se tocaron por un segundo, sus respiraciones mezclándose. Los ojos de Gojo estaban rojos, no por maldiciones, sino por una humanidad que rara vez mostraba. Reika tragó saliva, sus manos temblando mientras se aferraba a los bordes de su haori.
—"Sabes que tengo que ir," —susurró ella, su voz quebrándose.
Gojo asintió, un movimiento apenas perceptible. —"Y sé que vas a volver."
Ella sonrió, una sonrisa melancólica que era tanto amor como dolor. —"¿Me esperarás?"
Él rió, un sonido suave, roto. —"Si no lo hago yo, ¿quién va a corregir las estupideces que harás allá afuera?"
Ambos rieron, un eco frágil de los días en que todo parecía posible. Reika dio un paso atrás, memorizando cada detalle de él: el brillo de sus ojos, la curva de su sonrisa, el desorden de su cabello. Luego, con un esfuerzo que le arrancó el aliento, subió al autobús.
Se giró una última vez desde la ventana. Lo miró. Lo grabó en su alma.
El motor rugió, y el autobús se alejó, dejando tras de sí un silencio que pesaba como el plomo. Los estudiantes comenzaron a dispersarse, pero Gojo permaneció inmóvil, sus ojos fijos en el horizonte donde el vehículo había desaparecido.
Yaga se acercó, su expresión una mezcla de exasperación y comprensión. Puso una mano pesada en el hombro de Gojo.
—"Un beso frente a todo el colegio, Satoru. Muy maduro," —dijo, su tono seco. —"Sabes que las relaciones entre maestros y estudiantes están prohibidas."
Go
Nota final de la autora.
"Gracias, querido lector, por acompañarme en cada capítulo de este fanfic que empezó como un juego y terminó robándome el corazón.
Lo que comenzó con la idea de un solo capítulo, pronto creció a tres... y luego a cuatro... hasta que, sin darme cuenta, construí una historia de nueve capítulos llena de emociones, fuego, risas, despedidas y silencios que hablan más que las palabras.
Reescribí escenas una y otra vez. Dudé, corregí, imaginé, borré y volví a escribir. Pero valió la pena. Me encantó cada paso del proceso. Ver crecer a Reika, verla alejarse de la sombra de Gojo y construir su propia identidad, fue un viaje tan personal como profundo. Y ver cómo cada personaje tuvo su propio cierre, su destino, su voz... me dejó con una sensación de plenitud.
Gracias, y mil gracias, por leer, por sentir, por quedarte.
¡Nos encontraremos en una próxima historia... o en algún rincón donde aún arda el fuego!"
Con cariño,
@Marimitral