不知火 Shiranui - Cap 2

それは死そのものだ。Eso es la muerte misma
🌙
Capítulo 2: Una sombra que arde.
Capítulo 2: Una sombra que arde.
Los días siguientes fueron un cristal quebradizo, a punto de estallar bajo los pasos de Yuta Okkotsu. Entrenaba, comía, dormía, pero cada movimiento era un eco vacío, perseguido por una melodía imposible de silenciar: Shiranui. Su nombre vibraba en los intersticios de su mente, un susurro que se filtraba en la penumbra, dibujando su rostro en las sombras de su visión. Sus ojos ámbar con vetas rosadas, su cabello de tinta danzando con pétalos negros, su voz como un canto de cenizas y flores marchitas. No era un sueño. No podía serlo.
Una noche, incapaz de soportar el peso de su ausencia, abrió su portátil con dedos temblorosos. Tecleó “Shiranui” en foros oscuros, en archivos olvidados que olían a polvo y secretos. Nada. Ni un mito, ni una leyenda, ni un susurro en la red. No existe, pensó, apretando los puños hasta que las uñas se clavaron en su piel. Pero su respiración, acelerada, traicionaba la mentira. El corte en su mejilla, ya cicatrizado, ardía como una marca viva. No era un sueño.
Días después, se sumergió en la biblioteca secreta de Jujutsu, hojeando pergaminos y grimorios que olían a tiempo y sangre seca. Buscó entre nombres de maldiciones que habían acechado Japón por siglos, pero Shiranui era un vacío, un espectro sin historia. Ese vacío lo devoraba más que cualquier maldición. Rechazó misiones, algo inusual en él, buscando un respiro que no llegaba. Su alma estaba atrapada, enredada en un beso que aún quemaba sus labios, un pacto que no podía nombrar.
Los días siguientes fueron un cristal quebradizo, a punto de estallar bajo los pasos de Yuta Okkotsu. Entrenaba, comía, dormía, pero cada movimiento era un eco vacío, perseguido por una melodía imposible de silenciar: Shiranui. Su nombre vibraba en los intersticios de su mente, un susurro que se filtraba en la penumbra, dibujando su rostro en las sombras de su visión. Sus ojos ámbar con vetas rosadas, su cabello de tinta danzando con pétalos negros, su voz como un canto de cenizas y flores marchitas. No era un sueño. No podía serlo.
Una noche, incapaz de soportar el peso de su ausencia, abrió su portátil con dedos temblorosos. Tecleó “Shiranui” en foros oscuros, en archivos olvidados que olían a polvo y secretos. Nada. Ni un mito, ni una leyenda, ni un susurro en la red. No existe, pensó, apretando los puños hasta que las uñas se clavaron en su piel. Pero su respiración, acelerada, traicionaba la mentira. El corte en su mejilla, ya cicatrizado, ardía como una marca viva. No era un sueño.
Días después, se sumergió en la biblioteca secreta de Jujutsu, hojeando pergaminos y grimorios que olían a tiempo y sangre seca. Buscó entre nombres de maldiciones que habían acechado Japón por siglos, pero Shiranui era un vacío, un espectro sin historia. Ese vacío lo devoraba más que cualquier maldición. Rechazó misiones, algo inusual en él, buscando un respiro que no llegaba. Su alma estaba atrapada, enredada en un beso que aún quemaba sus labios, un pacto que no podía nombrar.
Ecos de Risas
Un atardecer, entrenando con Panda y Toge como en los viejos tiempos, intentó anclarse a la realidad. Los tres cayeron exhaustos en las escaleras de piedra del dojo, sudorosos, compartiendo botellas de agua bajo un cielo que se teñía de sangre. La camaradería era un refugio frágil, pero Yuta no podía escapar de sí mismo.
—“¿Sabes, Yuta?” —bromeó Panda, golpeándole el hombro con una garra amistosa—. “Entrenas como si estuvieras enamorado. ¿O es que ahora tienes citas secretas con alguna maldición sexy?”
Toge soltó una risa contenida, sus ojos brillando con picardía. —“Shake… shake…” —murmuró, como si confirmara la broma.
Yuta bajó la vista, el corazón repicando en su pecho. Las palabras escaparon antes de que pudiera detenerlas: —“Chicos… ¿alguna vez han pensado cómo sería… besar una maldición?”
El silencio cayó como una losa. Panda lo miró con ojos desorbitados, Toge arqueó las cejas. Luego, las carcajadas estallaron, rompiendo la tensión como vidrio.
—“¡Estás enfermo, Yuta!” —rugió Panda, doblándose de la risa—. “¿Quieres que te arranquen el alma con lengua incluida?”
—“Danger… spicy…” —añadió Toge, conteniendo una sonrisa.
Yuta se sonrojó, tapándose el rostro. —“Olvídenlo… no era en serio…”
—“¿En serio?” —replicó Panda, alzando una ceja con una sonrisa maliciosa—. “Hermano, si besas una maldición, asegúrate de que no sea tu último beso. ¡Aunque morirías con pasión!”
Las bromas siguieron: “Te caerá una maldición en el estómago,” “o te contagiará algo peor que veneno.” Yuta reía a medias, incómodo, la sangre subiéndole al rostro. Ellos lo tomaban como un chiste, pero en su interior, el recuerdo de Shiranui ardía como un incendio que no se apagaba. Sus labios fríos, su gemido gutural, el torbellino de energía maldita que los había consumido. No era una broma. Era una verdad que lo desgarraba.
Panda, aún riendo, se sujetó la panza. —“En serio, Yuta, deja de leer esas novelas raras. ¡Besar una maldición! Eso sí es un fetiche extremo.”
—“Bad… romance…” —murmuró Toge, encogiéndose de hombros.
Yuta apretó los labios, los ojos perdidos en un punto invisible. Panda lo notó primero, su risa desvaneciéndose. —“Oye… espera. ¿Lo dices en serio?”
El silencio pesó, denso como la niebla al amanecer. Toge ladeó la cabeza, sus ojos tranquilos escudriñando a Yuta. Este bajó la mirada, incapaz de sostenerla. —“Olvídenlo” —murmuró, la voz áspera—. “No debí decir nada.”
Panda intentó sonreír, pero le salió forzado. —“Está bien, hermano… era una broma, ¿no?”
Yuta no respondió, bebiendo un trago de agua para sepultar la conversación. En su interior, sabía que nunca entenderían. El beso de Shiranui no era un delirio; era una marca que lo consumía, más real que cualquier maldición.
Pasos firmes resonaron en el pasillo del dojo. Maki apareció en la entrada, el cabello recogido, su mirada afilada como un cuchillo. —“¿De qué se ríen tanto?” —preguntó, cruzándose de brazos, una ceja arqueada.
El corazón de Yuta se tensó, como una cuerda a punto de romperse. Panda y Toge se miraron de reojo, guardando silencio. La presencia de Maki era un filo que cortaba el aire. Nadie habló, hasta que Panda, con una sonrisa torpe, lanzó: —“Nada, nada… Yuta solo estaba ocultando a su amante, y justo llegaste tú.”
Toge escupió el agua, ahogándose en un tosido nervioso. Maki entrecerró los ojos, fija en Yuta, mientras él sentía el rubor quemarle el rostro. La broma de Panda era un latigazo, pero la verdad que Yuta ocultaba lo apuñalaba desde dentro.
—“¿Amante?” —repitió Maki, su voz seca, la ceja como una lanza.
—“¡No! ¡Es mentira!” — exclamó Yuta, agitando las manos—. “Panda solo está bromeando.”
—“Shake… lover… shake…” —murmuró Toge, entre risas contenidas.
Panda se doblaba de la risa. —“¡Mira esa cara, Maki! ¡Parece que lo pillamos en el acto!”
—“¡No es nada de eso!” —gritó Yuta, más rojo que un farol.
Maki suspiró, apartando la vista. —“Eres un idiota, Panda” —dijo, pero una sombra de sonrisa asomó en sus labios. Observó a Yuta de reojo, como si dudara de su negación nerviosa. Él escondió la cara entre las manos, deseando que el suelo lo tragara. En su pecho, el nombre de Shiranui latía como un eco prohibido, un secreto que debía morir con él… o destruirlo.
—“¿Sabes, Yuta?” —bromeó Panda, golpeándole el hombro con una garra amistosa—. “Entrenas como si estuvieras enamorado. ¿O es que ahora tienes citas secretas con alguna maldición sexy?”
Toge soltó una risa contenida, sus ojos brillando con picardía. —“Shake… shake…” —murmuró, como si confirmara la broma.
Yuta bajó la vista, el corazón repicando en su pecho. Las palabras escaparon antes de que pudiera detenerlas: —“Chicos… ¿alguna vez han pensado cómo sería… besar una maldición?”
El silencio cayó como una losa. Panda lo miró con ojos desorbitados, Toge arqueó las cejas. Luego, las carcajadas estallaron, rompiendo la tensión como vidrio.
—“¡Estás enfermo, Yuta!” —rugió Panda, doblándose de la risa—. “¿Quieres que te arranquen el alma con lengua incluida?”
—“Danger… spicy…” —añadió Toge, conteniendo una sonrisa.
Yuta se sonrojó, tapándose el rostro. —“Olvídenlo… no era en serio…”
—“¿En serio?” —replicó Panda, alzando una ceja con una sonrisa maliciosa—. “Hermano, si besas una maldición, asegúrate de que no sea tu último beso. ¡Aunque morirías con pasión!”
Las bromas siguieron: “Te caerá una maldición en el estómago,” “o te contagiará algo peor que veneno.” Yuta reía a medias, incómodo, la sangre subiéndole al rostro. Ellos lo tomaban como un chiste, pero en su interior, el recuerdo de Shiranui ardía como un incendio que no se apagaba. Sus labios fríos, su gemido gutural, el torbellino de energía maldita que los había consumido. No era una broma. Era una verdad que lo desgarraba.
Panda, aún riendo, se sujetó la panza. —“En serio, Yuta, deja de leer esas novelas raras. ¡Besar una maldición! Eso sí es un fetiche extremo.”
—“Bad… romance…” —murmuró Toge, encogiéndose de hombros.
Yuta apretó los labios, los ojos perdidos en un punto invisible. Panda lo notó primero, su risa desvaneciéndose. —“Oye… espera. ¿Lo dices en serio?”
El silencio pesó, denso como la niebla al amanecer. Toge ladeó la cabeza, sus ojos tranquilos escudriñando a Yuta. Este bajó la mirada, incapaz de sostenerla. —“Olvídenlo” —murmuró, la voz áspera—. “No debí decir nada.”
Panda intentó sonreír, pero le salió forzado. —“Está bien, hermano… era una broma, ¿no?”
Yuta no respondió, bebiendo un trago de agua para sepultar la conversación. En su interior, sabía que nunca entenderían. El beso de Shiranui no era un delirio; era una marca que lo consumía, más real que cualquier maldición.
Pasos firmes resonaron en el pasillo del dojo. Maki apareció en la entrada, el cabello recogido, su mirada afilada como un cuchillo. —“¿De qué se ríen tanto?” —preguntó, cruzándose de brazos, una ceja arqueada.
El corazón de Yuta se tensó, como una cuerda a punto de romperse. Panda y Toge se miraron de reojo, guardando silencio. La presencia de Maki era un filo que cortaba el aire. Nadie habló, hasta que Panda, con una sonrisa torpe, lanzó: —“Nada, nada… Yuta solo estaba ocultando a su amante, y justo llegaste tú.”
Toge escupió el agua, ahogándose en un tosido nervioso. Maki entrecerró los ojos, fija en Yuta, mientras él sentía el rubor quemarle el rostro. La broma de Panda era un latigazo, pero la verdad que Yuta ocultaba lo apuñalaba desde dentro.
—“¿Amante?” —repitió Maki, su voz seca, la ceja como una lanza.
—“¡No! ¡Es mentira!” — exclamó Yuta, agitando las manos—. “Panda solo está bromeando.”
—“Shake… lover… shake…” —murmuró Toge, entre risas contenidas.
Panda se doblaba de la risa. —“¡Mira esa cara, Maki! ¡Parece que lo pillamos en el acto!”
—“¡No es nada de eso!” —gritó Yuta, más rojo que un farol.
Maki suspiró, apartando la vista. —“Eres un idiota, Panda” —dijo, pero una sombra de sonrisa asomó en sus labios. Observó a Yuta de reojo, como si dudara de su negación nerviosa. Él escondió la cara entre las manos, deseando que el suelo lo tragara. En su pecho, el nombre de Shiranui latía como un eco prohibido, un secreto que debía morir con él… o destruirlo.
Fuego en la carne.
Esa noche, solos en su departamento, Maki y Yuta se entregaron al deseo. La habitación, bañada por la luz tenue de una lámpara, vibraba con una energía cruda, animal. Maki, con su fuerza indomable, cabalgaba a Yuta, su cuerpo desnudo moviéndose con una precisión brutal, como si cada embestida fuera una lucha por dominarlo. Sus muslos, firmes y definidos, se tensaban con cada movimiento, su piel brillando con un velo de sudor que capturaba la luz. —“¡Muévete más, Yuta!” —exigió, su voz un gruñido que cortaba el aire.
Yuta, bajo ella, intentaba seguirle el paso, sus manos aferrándose a sus caderas. Su pecho, esculpido por años de entrenamiento, subía y bajaba con jadeos entrecortados. Los músculos de sus brazos se flexionaban, tensos, mientras intentaba igualar la ferocidad de Maki. Pero su mente traicionó su cuerpo. Cerró los ojos, y en la oscuridad, no vio a Maki. Vio a Shiranui.
Su cabello de tinta cayendo como un río sobre su rostro, sus ojos ámbar-rosados brillando con hambre, sus labios fríos prometiendo un abismo. La imagen lo encendió, un fuego que rugió en su sangre. Sus caderas se alzaron con una intensidad nueva, casi salvaje, su miembro duro y palpitante respondiendo al ritmo de su fantasía. Cada embestida era para Shiranui, cada roce un eco de aquel beso maldito. Maki, ajena, sintió el cambio y se movió más rápido, sus gemidos volviéndose enloquecidos, un torbellino de placer que los consumía.
—“Sh… Shira…” —el nombre casi escapó de sus labios, un susurro roto que se ahogó en un jadeo. —“¡Maki!” —corrigió, abriendo los ojos de golpe, su corazón latiendo con pánico. Ella lo miró desde arriba, sus ojos oscuros entrecerrados, pero no dijo nada. La intensidad no se detuvo. Sus cuerpos chocaban, piel contra piel, en una danza de poder y rendición. Yuta apretó los dientes, su miembro hinchado, pulsando con una urgencia que lo llevaba al borde. Imaginó a Shiranui bajo él, sus cuernos reluciendo, su cuerpo etéreo cediendo a su deseo. El clímax lo atravesó como un relámpago, y explotó dentro de Maki, his mind betraying him as he visualized filling Shiranui, claiming her in a forbidden act that shattered him.
Jadeando, colapsó contra las sábanas, su pecho sudoroso subiendo y bajando, los músculos relajándose en un cansancio culpable. Maki, aún sobre él, lo observó con una mezcla de satisfacción y curiosidad, como si intuyera algo que no nombraba. —“¿Vienes a ducharte?” —preguntó, levantándose, su silueta perfecta recortada contra la luz, cada curva de su cuerpo una provocación que Yuta no podía ignorar.
—“No… estoy agotado” —murmuró, limpiándose con toallitas húmedas, su voz débil. Se puso la ropa interior, cubriendo su cuerpo aún tenso, marcado por la lucha y el deseo.
—“Tú te lo pierdes” —dijo Maki, alejándose hacia el baño, su figura desnuda robándole la mirada hasta que desapareció tras la puerta. El sonido de la ducha llenó el silencio, un murmullo constante que no calmaba la tormenta en su pecho.
Yuta se quedó en la cama, mirando el techo, atrapado en el eco de Shiranui. Su aroma a sakura y tormenta, su risa como una campana rota, su toque que quemaba más que cualquier herida. No podía sacarla de su mente, ni siquiera en los brazos de Maki. El deseo lo consumía, un anhelo sucio, prohibido, que calentaba su sangre hasta hacerlo sudar. Quería poseerla, hundirse en ella, sentir su energía maldita colisionar con la suya en un éxtasis que los rompiera a ambos.
Sin darse cuenta, su mano se deslizó bajo las sábanas, buscando alivio. Su miembro, aún sensible, se endureció al instante, largo y grueso, pulsando con una urgencia que lo avergonzaba. Apretó con dedos firmes, un gemido bajo escapando de su garganta mientras su espalda se arqueaba contra la cama. La imagen de Shiranui lo invadía: sus cuernos retorcidos, su piel pálida como alabastro, sus labios fríos abriéndose en un gemido que él imaginaba desgarrador. Movió la mano con un ritmo castigador, rápido, casi violento, como si quisiera purgar el deseo que lo traicionaba. Su piel, tensa y caliente, respondía a cada caricia, su glande brillando con una humedad que traicionaba su obsesión. Imaginó a Shiranui sobre él, sus muslos etéreos envolviéndolo, sus uñas marcando su pecho mientras lo llevaba al borde. Cada movimiento era un castigo, un placer culpable que lo consumía. El clímax llegó rápido, un espasmo que lo dejó jadeando, su semilla manchando las sábanas mientras el nombre de Shiranui resonaba en su mente como un mantra prohibido.
Se quedó inmóvil, el sudor perlando su frente, el corazón latiendo con una furia que no entendía. La culpa lo aplastó, pero el deseo era más fuerte. Shiranui no era solo una obsesión; era una promesa de algo que lo hacía temblar con solo imaginarlo.
Yuta, bajo ella, intentaba seguirle el paso, sus manos aferrándose a sus caderas. Su pecho, esculpido por años de entrenamiento, subía y bajaba con jadeos entrecortados. Los músculos de sus brazos se flexionaban, tensos, mientras intentaba igualar la ferocidad de Maki. Pero su mente traicionó su cuerpo. Cerró los ojos, y en la oscuridad, no vio a Maki. Vio a Shiranui.
Su cabello de tinta cayendo como un río sobre su rostro, sus ojos ámbar-rosados brillando con hambre, sus labios fríos prometiendo un abismo. La imagen lo encendió, un fuego que rugió en su sangre. Sus caderas se alzaron con una intensidad nueva, casi salvaje, su miembro duro y palpitante respondiendo al ritmo de su fantasía. Cada embestida era para Shiranui, cada roce un eco de aquel beso maldito. Maki, ajena, sintió el cambio y se movió más rápido, sus gemidos volviéndose enloquecidos, un torbellino de placer que los consumía.
—“Sh… Shira…” —el nombre casi escapó de sus labios, un susurro roto que se ahogó en un jadeo. —“¡Maki!” —corrigió, abriendo los ojos de golpe, su corazón latiendo con pánico. Ella lo miró desde arriba, sus ojos oscuros entrecerrados, pero no dijo nada. La intensidad no se detuvo. Sus cuerpos chocaban, piel contra piel, en una danza de poder y rendición. Yuta apretó los dientes, su miembro hinchado, pulsando con una urgencia que lo llevaba al borde. Imaginó a Shiranui bajo él, sus cuernos reluciendo, su cuerpo etéreo cediendo a su deseo. El clímax lo atravesó como un relámpago, y explotó dentro de Maki, his mind betraying him as he visualized filling Shiranui, claiming her in a forbidden act that shattered him.
Jadeando, colapsó contra las sábanas, su pecho sudoroso subiendo y bajando, los músculos relajándose en un cansancio culpable. Maki, aún sobre él, lo observó con una mezcla de satisfacción y curiosidad, como si intuyera algo que no nombraba. —“¿Vienes a ducharte?” —preguntó, levantándose, su silueta perfecta recortada contra la luz, cada curva de su cuerpo una provocación que Yuta no podía ignorar.
—“No… estoy agotado” —murmuró, limpiándose con toallitas húmedas, su voz débil. Se puso la ropa interior, cubriendo su cuerpo aún tenso, marcado por la lucha y el deseo.
—“Tú te lo pierdes” —dijo Maki, alejándose hacia el baño, su figura desnuda robándole la mirada hasta que desapareció tras la puerta. El sonido de la ducha llenó el silencio, un murmullo constante que no calmaba la tormenta en su pecho.
Yuta se quedó en la cama, mirando el techo, atrapado en el eco de Shiranui. Su aroma a sakura y tormenta, su risa como una campana rota, su toque que quemaba más que cualquier herida. No podía sacarla de su mente, ni siquiera en los brazos de Maki. El deseo lo consumía, un anhelo sucio, prohibido, que calentaba su sangre hasta hacerlo sudar. Quería poseerla, hundirse en ella, sentir su energía maldita colisionar con la suya en un éxtasis que los rompiera a ambos.
Sin darse cuenta, su mano se deslizó bajo las sábanas, buscando alivio. Su miembro, aún sensible, se endureció al instante, largo y grueso, pulsando con una urgencia que lo avergonzaba. Apretó con dedos firmes, un gemido bajo escapando de su garganta mientras su espalda se arqueaba contra la cama. La imagen de Shiranui lo invadía: sus cuernos retorcidos, su piel pálida como alabastro, sus labios fríos abriéndose en un gemido que él imaginaba desgarrador. Movió la mano con un ritmo castigador, rápido, casi violento, como si quisiera purgar el deseo que lo traicionaba. Su piel, tensa y caliente, respondía a cada caricia, su glande brillando con una humedad que traicionaba su obsesión. Imaginó a Shiranui sobre él, sus muslos etéreos envolviéndolo, sus uñas marcando su pecho mientras lo llevaba al borde. Cada movimiento era un castigo, un placer culpable que lo consumía. El clímax llegó rápido, un espasmo que lo dejó jadeando, su semilla manchando las sábanas mientras el nombre de Shiranui resonaba en su mente como un mantra prohibido.
Se quedó inmóvil, el sudor perlando su frente, el corazón latiendo con una furia que no entendía. La culpa lo aplastó, pero el deseo era más fuerte. Shiranui no era solo una obsesión; era una promesa de algo que lo hacía temblar con solo imaginarlo.
Al día siguiente.
Al día siguiente, Yuta revolvía su café, los ojos cansados, la mente agitada. El corte en su mejilla, ya apenas una línea, aún dolía como si Shiranui lo hubiera tocado ayer. ¿Por qué, si era un sueño, recordaba cada detalle? Su risa, su aroma, el frío de sus labios. ¿Por qué sentía su presencia, como si aún lo envolviera?
—“¡Yuta!” —una voz lo arrancó de sus pensamientos.
Giró la cabeza, sobresaltado. Era Maki, su Maki, de pie frente a él, con su cabello desordenado y esa mirada desafiante que siempre lo anclaba. Pero hoy, esa mirada pesaba como una acusación.
—“¿Sí? ¿Qué pasa, Maki-san?” —preguntó, forzando una sonrisa que se sentía falsa, como un disfraz roto.
Ella lo observó, sus ojos oscuros escudriñando sus grietas. —“¿Estás aquí?” —dijo, alzando una ceja, su tono un filo de preocupación.
Yuta tragó saliva, la culpa apretándole el pecho. —“Disculpa, estaba distraído con… las misiones” —mintió, las palabras vacías.
Maki dejó unos documentos sobre la mesa con un golpe seco. —“Tengo una misión. Rango medio, pero lejos. Y otra más poderosa después. No puedo cubrir ambas. ¿Podrías encargarte de la primera? Es sencilla. Con tu habilidad, no te tomará ni un minuto.”
Yuta asintió, casi por inercia. —“Claro. Lo haré. No te preocupes” —dijo, su voz una promesa hueca.
Maki asintió, conforme, pero sus ojos no se apartaron de él. Antes de irse, se acercó y le plantó un beso en la frente, un gesto cálido que debería haberlo reconfortado. Pero el roce de sus labios despertó el recuerdo de Shiranui, su frío mortal, su aroma a sakura y tormenta. Yuta abrió los ojos, incómodo, el corazón latiéndole con violencia. La culpa lo apuñaló, un vacío voraz que lo devoraba.
—“Adiós” —susurró, levantando una mano en un gesto débil.
Maki cerró la puerta, y el silencio se volvió asfixiante. Yuta sintió un calor acumulado en su interior, un deseo abrasador que no lo dejaba en paz. Pero en el aire, un aroma fugaz lo detuvo: sakura y tormenta, mezclado con el olor metálico de la sangre. Miró su mano, temblorosa, y encontró un pétalo negro, diminuto, atrapado.
—“¡Yuta!” —una voz lo arrancó de sus pensamientos.
Giró la cabeza, sobresaltado. Era Maki, su Maki, de pie frente a él, con su cabello desordenado y esa mirada desafiante que siempre lo anclaba. Pero hoy, esa mirada pesaba como una acusación.
—“¿Sí? ¿Qué pasa, Maki-san?” —preguntó, forzando una sonrisa que se sentía falsa, como un disfraz roto.
Ella lo observó, sus ojos oscuros escudriñando sus grietas. —“¿Estás aquí?” —dijo, alzando una ceja, su tono un filo de preocupación.
Yuta tragó saliva, la culpa apretándole el pecho. —“Disculpa, estaba distraído con… las misiones” —mintió, las palabras vacías.
Maki dejó unos documentos sobre la mesa con un golpe seco. —“Tengo una misión. Rango medio, pero lejos. Y otra más poderosa después. No puedo cubrir ambas. ¿Podrías encargarte de la primera? Es sencilla. Con tu habilidad, no te tomará ni un minuto.”
Yuta asintió, casi por inercia. —“Claro. Lo haré. No te preocupes” —dijo, su voz una promesa hueca.
Maki asintió, conforme, pero sus ojos no se apartaron de él. Antes de irse, se acercó y le plantó un beso en la frente, un gesto cálido que debería haberlo reconfortado. Pero el roce de sus labios despertó el recuerdo de Shiranui, su frío mortal, su aroma a sakura y tormenta. Yuta abrió los ojos, incómodo, el corazón latiéndole con violencia. La culpa lo apuñaló, un vacío voraz que lo devoraba.
—“Adiós” —susurró, levantando una mano en un gesto débil.
Maki cerró la puerta, y el silencio se volvió asfixiante. Yuta sintió un calor acumulado en su interior, un deseo abrasador que no lo dejaba en paz. Pero en el aire, un aroma fugaz lo detuvo: sakura y tormenta, mezclado con el olor metálico de la sangre. Miró su mano, temblorosa, y encontró un pétalo negro, diminuto, atrapado.